La mayor deuda humanitaria de Per¨²
Cerca de 16.000 personas desaparecieron en tiempos de Sendero Luminoso Las heridas todav¨ªa no est¨¢n cerradas por vac¨ªos legales y falta de apoyo de la Administraci¨®n
Gregoria Gastel¨² est¨¢ sentada en un murito de la puerta de su casa, ubicada en una avenida algo polvorienta de Huamanga, durante un d¨ªa c¨¢lido pero que, en su mirada, adquiere un destello nebuloso. Cuando pronuncia el nombre de Ces¨¢reo, su hijo ausente, un torrente de palabras en quechua, tristemente tiernas fluyen de manera incontenible¡
¡ªEn mi sue?o, ¨¦l aparece y me dice ¡°ya, mamita, no llores, qu¨¦date tranquila¡±, relata, envuelta en llanto.
Al muchacho, un devoto del f¨²tbol, se lo llevaron el 10 de julio de 1984, alrededor de las dos de la ma?ana, cuando varios individuos de aspecto militar, y cubiertos con pasamonta?as negros, ingresaron a la casa trepando por una pared de la vivienda vecina. Empujaron al resto de la familia a la sala y fueron al cuarto de Ces¨¢reo para sacarlo.
Al d¨ªa siguiente lo buscaron en el cuartel Los Cabitos, en la comisar¨ªa, en la Fiscal¨ªa. Pero Ces¨¢reo, el estudiante de la Universidad San Crist¨®bal, el hincha de la U, el hijo cari?oso, no apareci¨® m¨¢s. Su padre tambi¨¦n lo busc¨® en el Infiernillo, un barranco cercano a Huamanga donde arrojaban cad¨¢veres, pero igualmente naufrag¨® en el dolor.
Gregoria fue a Lima y se embarc¨® a la isla El Front¨®n, cuando todav¨ªa albergaba inocentes y presos subversivos. Camin¨® llorando y preguntando por los pasillos del penal, sin resultado alguno. Volvi¨® a Huamanga, sigui¨® buscando, mientras su aura de tristeza crec¨ªa. Solo ha vuelto a ver a Ces¨¢reo en sus dolientes y reiterados sue?os.
N¨²meros macabros
Se estima que en Per¨², durante el conflicto armado interno (1980-2000), desaparecieron entre 13.000 y 15.000 personas. Inicialmente, el Informe Final de la Comisi¨®n de la Verdad y la Reconciliaci¨®n (CVR) sostuvo que recibi¨® ¡°testimonios que dan cuenta de 4.414 casos de desaparici¨®n forzada de personas atribuidas a agentes del Estado¡± (2003).
Al a?o siguiente, la Defensor¨ªa del Pueblo present¨® ¡ªrecogiendo cifras de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH), el Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja (CICR) y otras organizaciones¡ª el informe Los peruanos que faltan, que eleva el n¨²mero de desapariciones a la alarmante y escandalosa cifra de 8.588 personas.
Posteriormente, la CNDDHH lanz¨® la campa?a Construyendo una esperanza. Con ella, logr¨® recopilar 3.301 testimonios m¨¢s, que aumentaron la curva a 12.859 personas, hasta el a?o 2005. Seg¨²n un documento del Centro Andino de Investigaciones Antropol¨®gico-Forenses (CENIA), ¡°este n¨²mero es, aparentemente, el m¨¢s cercano a la realidad¡±.
El Equipo Peruano de Antropolog¨ªa Forense (EPAF), en su libro Desaparici¨®n Forzada en el Per¨² informa de que, entre el 2006 y el 2007, consolid¨® los listados de la CVR y diferentes instituciones, por lo que el n¨²mero de desaparecidos aument¨® a 13.721. A ello, seg¨²n Jos¨¦ Pablo Baraybar, director de la entidad, deben agregarse 1.452 casos m¨¢s reportados por la Defensor¨ªa.
Toda la sumatoria da la espeluznante cantidad de 15.173 personas que desaparecieron durante el conflicto armado interno, bajo distintas modalidades. El n¨²mero es, por ejemplo, muy superior al dado por la Comisi¨®n Rettig en Chile, que report¨® 2.279 muertos o detenidos-desaparecidos durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
El Instituto de Medicina Legal (IML), la instancia estatal que asume el tema, se maneja con la cifra de entre 15.000 y 16.000, y trabaja bajo este par¨¢metro. Pero la relativa nebulosidad de los n¨²meros parece ser lo que impide que se ponga en marcha, y en serio, el Plan Nacional de Investigaciones Antropol¨®gico-Forenses (PNIAF) propuesto por la CVR. O una Oficina para Personas Desaparecidas (OPD), como plantea el EPAF. A noviembre del 2011, se habr¨ªan exhumado solo 1.921 cuerpos, 881 habr¨ªan sido identificados y 761 entregados a sus familias. En los 4.644 sitios de entierro existentes en Per¨² yacen todav¨ªa miles de peruanas y peruanos. Desaparecidos como si fueran un irrelevante n¨²mero.
De c¨®mo morir no oficialmente
¡°Yo nunca me he separado de mi padre¡±, afirma, con un gesto de calidez andina, Mardonio Nalvarte(34 a?os), un agricultor de la comunidad de Canayre, centro poblado del distrito de Llochegua, en la provincia de Huanta, parado junto al ata¨²d blanco donde yacen los restos de su padre, Modesto, asesinado el 27 de febrero de 1989.
En el recinto del local huamanguino de la Comisi¨®n de Derechos Humanos (COMISEDH) hay siete ata¨²des m¨¢s, con flores encima, con velas, con ni?os que revolotean entre ellos. Mardonio lleva su memoria 23 a?os atr¨¢s, cuando alrededor de la una de la tarde escuch¨® el motor de unos botes que llegaban, surcando el r¨ªo Mantaro, a su localidad.
Se trataba de senderistas disfrazados de polic¨ªas que, primero, procedieron a victimar a las autoridades a pedradas. Luego, tras preguntar a los j¨®venes ¡°si estaban dispuestos a formar una patrulla para ir en busca de subversivos¡±, degollaron a los que respondieron que s¨ª ante el enga?o. Modesto, el padre de Mardonio, estaba entre ellos.
?l, desde su desprotegida peque?ez, alcanz¨® a ver la escena al auparse en una ventana. Cuando la tarde ya entraba, la matanza hab¨ªa concluido. Los sobrevivientes, aterrorizados, huyeron al campo, pero volvieron al d¨ªa siguiente y encontraron 40 muertos, regados por el pueblo, a los que enterraron en una fosa com¨²n.
Cada cuerpo fue puesto con una separaci¨®n de tres metros. En 1991, la base militar de Canayre fue reactivada y la fosa qued¨® dentro. Tuvieron entonces que sacar algunos de los cad¨¢veres y trasladarlos a un cementerio formado en el pueblo. Unos 15 cuerpos fueron llevados all¨ª, entre ellos el de Modesto, aunque, como antes, informalmente.
No ten¨ªa a¨²n certificado de defunci¨®n, algo que afect¨® la vida de Mardonio. Durante a?os, tuvo que dedicarse a exhumarlo, a trasladarlo y a velarlo, por fin, en esta fr¨ªa noche del 2012, su padre descansa en paz. ¡°Ac¨¢ estoy, a su lado¡±, sentencia, ahora con cierto viento de tristeza, junto al caj¨®n blanco, y seguro de que su padre ya no es, finalmente, un desaparecido.
Entresijos del alma
?Qu¨¦ se anuda en los surcos interiores del familiar de un desaparecido? Como ha escrito Federico Andreu, jurista que particip¨® en la redacci¨®n de la Convenci¨®n Internacional para la Protecci¨®n de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, promovida por la ONU, se trata de un crimen que ¡°transforma al ser en un no-ser¡±.
Seg¨²n Rosal¨ªa Chauca, de la Red por la Infancia y la Familia (Red INFA), algo que se suele perder de vista es que, con frecuencia, el familiar de un desaparecido es una v¨ªctima m¨²ltiple. ¡°Adem¨¢s de perder a alguien, sin que le den una explicaci¨®n ¡ªprecisa¡ª, puede haber sido torturado o incluso haber sufrido violencia sexual¡±. Una ruma de desgracias.
Ra¨²l Calder¨®n, quien trabaja con ella, y que ha visto de cerca varios casos en Ayacucho, describe una suerte de itinerario tenebroso de la v¨ªctima. ¡°Primero ¡ªexplica¡ª viene un per¨ªodo de no aceptaci¨®n, de creer que, en realidad, no ha pasado nada grave y que el ser querido est¨¢ en un cuartel o en una comisar¨ªa. Y que un abogado ser¨¢ la soluci¨®n¡±.
Pero la ausencia que aparece despu¨¦s apaga esa ilusi¨®n. Viene entonces la etapa de b¨²squeda desesperada, agotadora, que puede dejar exhausta el alma y hasta el cuerpo de la persona. ¡°La persona ¡ªexplica Rosal¨ªa¡ª repara en detalles, en peque?os datos de alguien que pudo haber dicho o visto algo¡±. No hay un familiar que no sea minucioso.
Si la b¨²squeda se torna in¨²til, es posible que baje el esfuerzo pero nunca, nunca, decae. El familiar siempre est¨¢ atento a una pista, un rumor, alguna leve noticia. La angustia se instala entonces en la vida y, a veces, sobreviene la soledad porque, en su entorno, no entienden esa persistencia o le recomiendan el olvido.
Eso no parece posible, al menos para la mayor¨ªa de familiares, porque el hueco en el alma permanece. Y solo se alivia parcialmente cuando el cuerpo aparece. En el mundo andino, como apunta Rosal¨ªa, ¡°el ritual de despedida¡± es parad¨®jicamente vital. Eso se sent¨ªa, como un vaho espiritual colectivo, en el velorio de las v¨ªctimas de Canayre.
Hay, sin embargo, un trance que es particularmente desolador. Se da cuando, como le ocurre ahora a Gregoria, la v¨ªctima ha reconocido, tras una exhumaci¨®n, una prenda o algo que la convence de que ese es su hijo, su esposo, su hermano. Pero la ciencia forense no lo confirma todav¨ªa. ¡°Ese es uno de los peores momentos¡±, observa Rosal¨ªa.
Es un tiempo de angustia mayor, de llanto, de estallidos desgarradores. Y es que el hallazgo de un cuerpo suele ser m¨¢s importante que la b¨²squeda de justicia penal. Maritza Guzm¨¢n del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja (CICR) de Ayacucho, comenta que esa es la mayor reparaci¨®n que buscan los deudos. Les interesa m¨¢s cerrar el c¨ªrculo del dolor que ir a un tribunal.
Selva de espanto
¡°Ac¨¢ hay cerca de 650 desaparecidos¡±, afirma Luzmila Chiricente, dirigente ash¨¢ninka de 58 a?os, en el local del Centro Amaz¨®nico de Antropolog¨ªa y Aplicaci¨®n Pr¨¢ctica (Caaap) de Satipo. Afuera, un calor t¨®rrido parece traer una brisa terrible del pasado, cuando por estas selvas Sendero Luminoso se ensa?¨®, de manera mortal y despiadada, con su pueblo.
De acuerdo a la CVR, unos 10.000 ash¨¢ninkas fueron desplazados en los valles de los r¨ªos Ene, Tambo y Peren¨¦. M¨¢s de 5.000 habr¨ªan permanecido cautivos del movimiento mao¨ªsta, que andaba por este monte en busca de huestes forzadas. En ese curso de espanto, al menos 6.000 ash¨¢ninkas sucumbieron a las balas, el hambre, los maltratos.
Decenas de ellos se perdieron, no se sabe bien c¨®mo, tal como aconteci¨® con Beto Juan, el hijo de 15 a?os de Luzmila, en 1988. Desde Cushiviani, su comunidad de origen, hab¨ªa sido enviado a estudiar al colegio Atahualpa de Satipo, para lo cual le alquilaron un peque?o cuarto. Normalmente, iba y ven¨ªa de la casa familiar, pero un d¨ªa desapareci¨®.
Fue en septiembre de ese a?o. Luzmila se dio cuenta cuando fue a visitarlo y encontr¨® su espacio vac¨ªo, sin que el due?o del predio le diera raz¨®n. Lo m¨¢s probable era que Sendero Luminoso, que merodeaba por la zona, se lo hab¨ªa llevado. Sumida en una honda tristeza, lo busc¨® por todo el pueblo, puso avisos en las radios, pregunt¨® a vecinos y autoridades.
Pag¨® para que le dieran datos, se endeud¨®. Pero nada. Nunca m¨¢s volvi¨® a saber de Beto Juan, hasta que 24 a?os despu¨¦s, cuando rememoraba con dolor paciente lo ocurrido. ¡°?l era un chico cari?oso¡±, contaba, mientras rebuscaba en otros recuerdos de espanto, como la vez en que una columna senderista entr¨® a su aldea y casi la mata.
La crueldad se desat¨® en el monte e incluy¨®, seg¨²n testimonios recogidos por el Instituto de Defensa Legal (IDL) entre las mujeres ash¨¢ninkas, masacres, asesinatos de ni?os y hasta crucifixiones. Luzmila, sin embargo, no retrocedi¨® en su lucha, llevando encima, adem¨¢s, el recuerdo de Beto Juan, en su coraz¨®n selv¨¢tico.
La Ley y la ausencia
De acuerdo a Dafne Martos del CICR, lo que define la condici¨®n de ¡°desaparecido¡± es ¡°la ausencia¡±. Rafael Barrantes, de la misma organizaci¨®n, explica m¨¢s el concepto y afirma que ¡°una persona puede desaparecer debido a que fue v¨ªctima de desaparici¨®n forzada, pero tambi¨¦n por haber ca¨ªdo en acci¨®n, o como producto de una masacre¡±.
Asimismo, por un asesinato extrajudicial. Cualquiera de esas situaciones puede causar la desaparici¨®n de una persona, de modo que un asunto a precisar es que, en el arco de los 16.000 presuntamente desaparecidos que hay en el Per¨², no todos se han debido a secuestros como el que sufri¨® Ces¨¢reo Cueto Gastel¨², el hijo de Gregoria.
Es dif¨ªcil, incluso, saber cu¨¢ntos casos corresponden a esta pr¨¢ctica infame, perpetrada por agentes del Estado y muy generalizada en la Am¨¦rica Latina de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Adem¨¢s de Chile, se ha presentado en Argentina, Brasil, Uruguay y Guatemala, pa¨ªs que tiene el mayor n¨²mero de desaparecidos en la Regi¨®n (ser¨ªan unos 45.000).
Desde el punto de vista legal, existe la Convenci¨®n Internacional de las Naciones Unidas para la Protecci¨®n de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, aprobada recientemente por el Congreso de la Rep¨²blica, falta que el Ejecutivo emita el Decreto Supremo respectivo para que sea ratificada por el Per¨².
Seg¨²n el jurista Miguel Huerta, de COMISEDH, ello ayudar¨ªa a enfrentar este grav¨ªsimo problema, a poner en marcha un Plan de B¨²squeda y a incentivar la actuaci¨®n de la Fiscal¨ªa de la Naci¨®n. Se trata de un crimen de lesa humanidad que ha sido masivo en el Per¨², que no prescribe y que debe implicar medidas legislativas de parte del Estado inmediatamente.
Un llanto interminable
Gregoria saca las fotos de Ces¨¢reo en ropa deportiva. Lo mira, lo acaricia, le toca el rostro, como si fuera real. Saca luego un pantal¨®n de color beige que le pertenec¨ªa y ense?a la basta, dice que siempre la hac¨ªa as¨ª. Suelta por tercera vez sus l¨¢grimas, mientras se vuelve a acordar de cada detalle, de cada fecha, de cada episodio.
Dice que ya tiene 80 a?os y que lo ¨²nico que le interesa, antes de morir, es ¡°encontrar a su hijo¡±. Vuelve a relatar un sue?o en el cual ¨¦l le dice que ya no llore y que tranquilice a su papito. Insiste en que las prendas que le mostraron, hace poco, tras la exhumaci¨®n de unos cuerpos en una zona vecina al cuartel Los Cabitos, eran de ¨¦l. Y llora otra vez.
Cuenta que solo le tocaron 1.000 soles (unos 270 euros a cambio de hoy) de reparaci¨®n. Pero eso no importa. Le importa encontrar el cuerpo de su hijo, ya no en sue?os, sino en la realidad. Porque ella lo quer¨ªa mucho, porque era bueno, porque, en sus palabras tan tristes, se empoza todo el dolor de un tiempo de espanto, que no deber¨ªa desaparecer jam¨¢s de nuestra memoria.
Este reportaje se ha publicado previamente en Revista MEMORIA (IDEHPUCP) y diario La Rep¨²blica.
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