La daga
La asepsia inform¨¢tica de las armas modernas parece eximirlas del odio y del fanatismo
He aqu¨ª una imagen sagrada, absolutamente atroz. El verdugo yihadista del Estado Isl¨¢mico exhibe una daga dispuesto a decapitar a una segunda v¨ªctima inocente, arrodillada a sus pies, el periodista norteamericano Steve Joel Sotloff, vestido con uniforme naranja, como los prisioneros de Guant¨¢namo. Un tercer prisionero se halla ya preparado para el deg¨¹ello ritual. Se trata de una ceremonia escenificada como un sacrificio lit¨²rgico, una mezcla de venganza, oraci¨®n y desaf¨ªo, en honor al presidente Obama. Frente al dise?o zen de los misiles y de los drones, en los que solo se valora su eficacia b¨¦lica y su rentabilidad en la industria armament¨ªstica, la imagen de la daga exhibida por el sicario yihadista nos lleva a la zona m¨¢s oscura de nuestra cultura religiosa. En la historia sagrada la daga preside los lances de Judit y Holofernes, de Herod¨ªas y la cabeza del Bautista; tambi¨¦n la llevamos asociada a muchos m¨¢rtires cristianos y a relatos sarracenos del antiguo califato de Damasco. Da la sensaci¨®n de que las armas modernas combaten entre ellas al margen del ej¨¦rcito al que pertenecen. Su asepsia inform¨¢tica parece eximirlas del odio y del fanatismo. A un misil de cualquier bando se le da la orden y despu¨¦s de apretar el bot¨®n su servidor puede irse tranquilamente a tomarse un gin-tonic. El misil sabe lo que tiene que hacer. Buscar¨¢ por su cuenta el arma contraria sin que le importe nada la carnicer¨ªa que provoque. En cambio, el verdugo acerca el cuchillo al cuello de la v¨ªctima y antes de separarle la cabeza del cuerpo le invita a condenar a toda nuestra civilizaci¨®n con palabras rituales, pat¨¦ticas. A su vez el verdugo con una oraci¨®n culpa de la sangre que va a derramar a un enemigo concreto. La acci¨®n de la daga en este sacrificio de un cordero humano tiene un impacto m¨¢s demoledor que cualquier bombardeo.
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