?Alucinan los escritores que 'oyen' a sus personajes?
La ciencia busca la frontera entre la capacidad de un novelista de oir la voz de sus personajes y una alucinaci¨®n auditiva
A cambio de desempe?ar una tarea solitaria de necesidad, a los novelistas se les suele conceder bula para hacer dos cosas que al resto de poblaci¨®n le son frecuentemente censuradas o provocan alarma: mentir y escuchar voces.
Eso, se supone, es lo que ocurre cuando un escritor se est¨¢ metiendo en la piel de uno de sus personajes. Le escucha hablar y pensar. Su argot. Su acento, su inflexi¨®n, su timbre... Se dice que un buen autor tiene su propia voz. Pero un autor maduro solo lo es cuando sabe replicar una polifon¨ªa de voces, darle a cada personaje la suya sin imponer caprichos estil¨ªsticos.
Pero, ?hasta qu¨¦ punto es sano escuchar a un personaje? Diversos estudios han ahondado recientemente en este asunto. El pasado julio la Universidad de Stanford (California) se centraba en la dimensi¨®n cl¨ªnica del asunto para afirmar que los enfermos de esquizofrenia experimentan alucinaciones auditivas seg¨²n su contexto cultural. En Gran Breta?a o en Estados Unidos llegan envueltas en miedo y son m¨¢s agresivas, mientras que en ?frica o en la India se encajan como benignas e, incluso, m¨ªsticas.
El novelista tiene una capacidad para la empat¨ªa que lo puede volver m¨¢s vulnerable (o m¨¢s s¨¢dico): puede sintonizar la radio de lo que piensa la gente a su alrededor, al menos desde la conjetura. Y, en algunos casos, escucha n¨ªtidamente c¨®mo le hablan los personajes de sus libros
M¨¢s recientemente, la Universidad de Durham, en el noreste de Inglaterra, buscaba un enfoque multidisciplinar: m¨¦dico, s¨ª, pero tambi¨¦n espiritual y literario. Este ¨²ltimo se desarrollaba en agosto en el marco del festival internacional del libro en Edimburgo. Con la ayuda del diario brit¨¢nico The Guardian, se ofrecieron tests a los lectores, consultas con m¨¢s de cien autores y un sinf¨ªn de art¨ªculos de especialistas.
El novelista tiene, por ejemplo, una capacidad para la empat¨ªa que lo puede volver m¨¢s vulnerable (o m¨¢s s¨¢dico): puede sintonizar la radio de lo que piensa la gente a su alrededor, al menos desde la conjetura. Y, en algunos casos, escucha n¨ªtidamente c¨®mo le hablan los personajes que aparecen en sus libros.
Se suele decir que la primera novela es un poco como una habitaci¨®n adolescente: el autor, de forma m¨¢s o menos ca¨®tica, expone todo aquello que le gusta y se?ala sus discos, citas y libros favoritos. De alg¨²n modo, quiere imponer su voz y posicionarse ante el mundo a trav¨¦s de un protagonista con el que se identifica casi integralmente. A ¨¦l le hace decir no s¨®lo lo que quiere decir, sino lo que querr¨ªa decir y no puede (por tab¨²s sociales, por verg¨¹enza, por miedo). A veces desde el alter-ego c¨®mico (un ejemplo: el Zuckerman de Philip Roth) y otras desde el personaje maldito, desasosegado y con una ansiedad galopante. Con el tiempo, a?ade el estudio, esa identificaci¨®n se diluye y con la acumulaci¨®n de registros de experiencia, el autor consigue una voz m¨¢s polif¨®nica y m¨¢s distancia con sus personajes. Ya no ofrece s¨®lo versiones de su persona.
Esta capacidad auditiva puede resultar catastr¨®fica. Tras escribir cartas a su hermana y su marido lament¨¢ndose esas voces que escuchaba y que le persegu¨ªan, Virginia Woolf decidi¨® llenar los bolsillos de su abrigo de piedras y lanzarse al r¨ªo Ouse
Aun as¨ª, sigue viendo a trav¨¦s de su protagonista. La gran mayor¨ªa de autores consultados son incapaces de ver o describir al personaje principal porque, en realidad, miran a trav¨¦s de sus ojos, como si se tratara de una c¨¢mara subjetiva. Preguntados por su cara, muchos dicen que la ven en blanco o casi pixelada, como en una foto censurada. En cambio, a muchos se les aparec¨ªan los secundarios en forma de im¨¢genes, con un aspecto concreto, y tambi¨¦n con un habla determinada. En definitiva, podr¨ªan hacer un retrato robot de sus personajes menos relevantes si quisieran denunciarlos a la polic¨ªa.
En algunos casos esta capacidad auditiva puede resultar catastr¨®fica. Como en el de Virginia Woolf, que, despu¨¦s de escribir cartas tanto a su hermana como a su marido en las que se lamentaba por no poder soportar m¨¢s esas voces que escuchaba, y que le persegu¨ªan en cualquier situaci¨®n, decidi¨® llenar los bolsillos de su abrigo de piedras y lanzarse al r¨ªo Ouse.
Otros genios ilustres supieron sacar mayor partido de esta aptitud. Charles Dickens sol¨ªa decir que ni siquiera inventaba: los personajes se le aparec¨ªan y le chivaban las l¨ªneas de di¨¢logo. Pod¨ªa, incluso, imitarlos en voz alta y, de hecho, lo hizo al final de su carrera. Entre 1853 y hasta su muerte en 1870 ofreci¨® hasta 470 lecturas en p¨²blico forzando las voces de sus criaturas literarias y obteniendo el aplauso de diarios como The Times, que afirmaban que m¨¢s que de imitaci¨®n o de lectura deb¨ªa hablarse de alguien pose¨ªdo por sus personajes.
Charles Dickens dec¨ªa que ni siquiera inventaba: los personajes se le aparec¨ªan y le chivaban las l¨ªneas de di¨¢logo. Pod¨ªa imitarlos en voz alta y, de hecho, lo hizo al final de su carrera
Otros escucharon voces y las traspasaron a sus personajes. Como Evelyn Waugh, que se embarc¨® rumbo a Ceilan en 1953 y, a bordo del barco, padeci¨® infinidad de alucinaciones auditivas que germinaron de la dif¨ªcil mezcla de un medicamento y abundantes dosis de alcohol: conspiraciones, bisbiseos, gram¨®fonos invisibles¡. El autor decidi¨® trasladar la rocambolesca experiencia a La prueba de fuego de Gilbert Pinfold. No en vano, su esposa, preguntada por el genio narrativo de su marido, contest¨®: ¡°No inventa, s¨®lo edita¡±. Hillary Mantel, por ejemplo, prest¨® sus audiciones a su personaje Alison Hart en Tras la sombra, en la que la protagonista ofrece sus servicios como m¨¦dium por los suburbios de Londres transmitiendo mensajes de difuntos a sus clientes, mientras lo suyos tampoco se abstienen de hablarle a ella en una cacofon¨ªa sentimental m¨¢s que tragic¨®mica.
La superaci¨®n de este problema mediante la risa aparece tambi¨¦n en novelas m¨¢s recientes de Jonathan Coe, cuyo personaje Maxwell Sim, con una asilvestrad¨ªsima crisis de mediana edad, abre su coraz¨®n a esa voz que escucha en su coche, un GPS al que acaba tratando como a una enamorada.
Evelyn Waugh convirti¨® en un libro las alucinaciones auditivas que padeci¨® en un viaje en barco por la dif¨ªcil mezcla de un medicamento y alcohol abundante?
Las voces literarias no s¨®lo hablan ingl¨¦s. Por ejemplo, en Los nuestros, an¨¢lisis del boom de la literatura latinoamericana firmado por Luis Harss, Julio Cort¨¢zar explica cuando vio por primera vez a sus famosos cronopios, en 1952: ¡°Una noche, escuchando un concierto en el teatro de los Campos El¨ªseos, tuve bruscamente la noci¨®n de unos personajes que se llamar¨ªan cronopios. Eran tan extravagantes que no alcanzaba a verlos claramente; como una especie de microbios flotando en el aire, unos globos verdes que poco a poco iban tomando caracter¨ªsticas humanas¡±. Tambi¨¦n acabar¨ªan hablando (y tocando la trompeta).
Entre la enfermedad sin margen para la broma de unos y la imaginaci¨®n demasiado desarrollada de otros, a los que, como cantaba el grupo espa?ol Espanto en la canci¨®n Las voces: ¡°No es que los dem¨¢s no nos oigan, es que solo te hablamos a ti¡±.
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