Adictos a Internet
Entramos en un cuartel de disciplina militar anti-Red para adolescentes chinos Una terapia de choque recetada por el Ej¨¦rcito Popular
Chen Fei est¨¢ desconcertado y nervioso. Sabe que algo no cuadra, pero es incapaz de adivinar lo que se le avecina. Sus padres le dijeron que iban a pasar unos d¨ªas juntos en Pek¨ªn aprovechando el inicio de las vacaciones escolares de verano, pero el centro al que le han llevado es cualquier cosa menos un lugar de ocio. Situado en el extremo sur de la capital china, en el distrito obrero de Daxing, el anodino edificio que antes alberg¨® un instituto de tecnolog¨ªa acoge ahora a un nutrido grupo de 70 ni?os y j¨®venes ataviados con camisetas militares. Su denominador com¨²n salta a la vista: gafas, hombros ca¨ªdos, cuello doblado y m¨ªnima resistencia f¨ªsica. Son la ant¨ªtesis de los en¨¦rgicos soldados que sirven aqu¨ª de monitores. Chen, nombre ficticio de este obeso adolescente de 16 a?os, los mira a todos de reojo mientras espera en el patio a que sus padres salgan de una reuni¨®n cuyo contenido desconoce. Comienza a sospechar que todo es una trampa. Y no le falta raz¨®n.
En un peque?o cuarto del interior del centro, su madre es incapaz de contener el llanto cuando explica a un psiquiatra el porqu¨¦ del viaje a Pek¨ªn desde la provincia central de Henan en la que viven, situada a unos mil kil¨®metros. ¡°La adicci¨®n a Internet de nuestro hijo est¨¢ destrozando la familia. No podemos aguantarlo m¨¢s. Hace dos a?os que comenz¨® a frecuentar los cibercaf¨¦s para jugar en red. No le dimos importancia. Era buen estudiante y entendimos que necesitaba relajarse. Pero las sesiones se fueron alargando y el juego pas¨® a ser diario. El rendimiento en la escuela cay¨®. Tratamos de convencer a sus profesores y compa?eros para que lo alejasen de ese ambiente, pero no hubo manera. Hace seis meses perdi¨® el control: lleg¨® a pasar m¨¢s de 20 horas ininterrumpidas frente al ordenador¡±.
Fue entonces cuando estall¨® la violencia en casa. El padre de Chen comenz¨® a propinarle palizas para prohibirle ir a jugar, y el adolescente respondi¨® de la misma forma. Varios hematomas en el cuerpo de su progenitor reflejan un drama que la familia quiere atajar antes de que se convierta en tragedia. ¡°Ya no podemos dominarlo¡±, reconoce abatido el padre. Por eso, cuando un familiar les inform¨® de la existencia de un centro pionero en la rehabilitaci¨®n de adictos a Internet, no se lo pensaron. ¡°Queremos que entienda lo que le sucede, se cure, y que acabe esta pesadilla¡±.
Despu¨¦s de una revisi¨®n exhaustiva del caso, los especialistas dictaminan que Chen deber¨ªa ser internado en el centro entre tres y seis meses ¨Cm¨¢s incluso si no responde de forma positiva¨C para someterse a la terapia dise?ada por Tao Ran, psiquiatra y coronel del Ej¨¦rcito Popular de Liberaci¨®n, que combina la disciplina militar con las t¨¦cnicas tradicionales para superar cualquier tipo de adicci¨®n. El doctor explica que a Chen se le privar¨¢ del uso de cualquier aparato electr¨®nico, se le prohibir¨¢ el contacto con el exterior y tendr¨¢ que acatar todas las ¨®rdenes que reciba. Y avanza que ser¨¢ un proceso duro. Tras un momento de duda, en el que reconocen su preocupaci¨®n por lo estricto del tratamiento, los padres asienten y dan su conformidad.
La adicci¨®n a internet provoca en el cerebro problemas similares a los derivados del consumo de hero¨ªna, destruyendo las relaciones sociales y deteriorando el cuerpo¡±
Tao Ran. Psiquiatra y coronel del Ej¨¦rcito Popular de Liberaci¨®n chino
Es el momento de explicarle a Chen lo que le espera, as¨ª que la madre intercambia unas palabras con su marido y deciden que sea ella, que mantiene una relaci¨®n m¨¢s amistosa con el adolescente, la que salga y hable con ¨¦l. Los pacientes que acaban de regresar a sus habitaciones en el segundo piso pegan la nariz al gran ventanal del pasillo que da al patio. Saben que a continuaci¨®n puede producirse una explosi¨®n. Al fin y al cabo, el caso de Chen no es m¨¢s que uno de los 6.000 que han pasado por el centro desde que Tao lo fund¨® en 2006. ¡°Son habituales las reacciones iniciales de violencia, y la mayor¨ªa trata de escapar en los primeros 20 d¨ªas de internamiento. No reconocen sufrir un trastorno¡±, explica el propio Tao.
Sin embargo, Chen es una decepci¨®n para quienes esperaban un enfrentamiento. Mira a su madre con ira contenida, pero no articula una palabra. Se levanta, entra en el edificio y sube las escaleras acompa?ado por uno de los psic¨®logos del centro, que le pone al corriente de c¨®mo ser¨¢ su vida en los pr¨®ximos meses. Ella le sigue a cierta distancia. El estallido se produce cuando Chen asimila que ser¨¢ encerrado, que se le obligar¨¢ a seguir un entrenamiento f¨ªsico estricto y que sus largas sesiones frente al ordenador han tocado a su fin. Es entonces cuando se da la vuelta y arremete contra su madre. ¡°?Hija de puta! ?C¨®mo te atreves a hacerme esto a m¨ª?¡±, grita mientras corre a golpearla. Son necesarios cinco trabajadores para reducirlo, y en la enfermer¨ªa tardan pocos segundos en preparar un tranquilizante y correas para atarlo. Afortunadamente, Chen se calma con un cigarro y no es necesario utilizarlas. Su madre, refugiada en un peque?o cuarto, rompe a llorar de nuevo.
¡°La adicci¨®n a Internet provoca en el cerebro problemas similares a los derivados del consumo de hero¨ªna. Pero en general es incluso m¨¢s da?ina. Porque destruye las relaciones sociales a todos los niveles y va deteriorando el cuerpo sin que el enfermo se d¨¦ cuenta¡±, asegura Tao en el austero despacho que ocupa en la nueva sede del centro, cuyo traslado culmin¨® a finales del pasado mes de junio para ampliar la capacidad m¨¢xima de las instalaciones a 130 internos. ¡°Todos tienen problemas con la vista y con la espalda y sufren trastornos alimentarios. Adem¨¢s, hemos descubierto que su capacidad cerebral se reduce en un 8% y que las afecciones psicol¨®gicas son graves¡±.
Seg¨²n este psiquiatra chino, que se especializ¨® en el tratamiento de adicciones en 1991, el 90% de los pacientes que acuden al centro est¨¢n sumidos en una profunda depresi¨®n, el 58% agreden a sus padres, la mayor¨ªa son incapaces de mantener amistades fuera del ciberespacio y sufren desviaciones sexuales ¡°derivadas de un consumo excesivo de pornograf¨ªa¡±, y muchos est¨¢n abocados a caer en actividades delictivas. ¡°Seg¨²n estad¨ªsticas oficiales, el 67% de los delitos juveniles son cometidos por adictos a Internet, que idolatran a la mafia y tienen dificultad para diferenciar realidad y ficci¨®n. Tambi¨¦n han comenzado a protagonizar cr¨ªmenes de sangre como los que suceden en Estados Unidos. Y me temo que ir¨¢n en aumento, porque el problema es especialmente grave en China¡±, avanza el fundador del centro, que depende del Hospital Militar General de Pek¨ªn.
El gigante asi¨¢tico es el pa¨ªs con mayor n¨²mero de internautas del mundo ¨C632 millones en julio¨C, y el propio Gobierno considera que el 10% de los menores de edad que navegan por la Red son adictos a ella. Un estudio llevado a cabo en abril de forma conjunta por la empresa china de an¨¢lisis de mercado Eguan y del desarrollador de videojuegos Giant Interactive concluy¨® que unos cien millones de j¨®venes sufren por esta causa alg¨²n tipo de trastorno mental, generalmente la p¨¦rdida del autocontrol. Es una realidad que se refleja de forma tr¨¢gica cada pocos d¨ªas, cuando la prensa se hace eco de la muerte de adolescentes que han estado varios d¨ªas frente al monitor sin apenas dormir ni comer. Los casos son tan frecuentes que diferentes analistas chinos se refieren a los juegos online como ¡°hero¨ªna electr¨®nica¡±, y muchos exigen que se combatan sus efectos nocivos ¡°como si fuese la tercera guerra del opio¡±. Tao, por su parte, calcula que actualmente China alberga a unos 24 millones de adictos a Internet. Una cifra que, como sucede en el resto del planeta, es una mera estimaci¨®n. No existe un est¨¢ndar que defina qui¨¦n sufre adicci¨®n y qui¨¦n no, porque cada experto en la materia la define de forma distinta: no es como una enfermedad que se tiene o no se tiene. As¨ª, resulta dif¨ªcil recabar datos a nivel mundial sobre la adicci¨®n a Internet, aunque s¨ª se cree, por ejemplo, que uno de cada ocho estadounidenses sufre des¨®rdenes en el uso de la Red y que casi uno de cada tres la utiliza sin medida en China, Taiw¨¢n y Corea del Sur.
Li Huaibing tiene 17 a?os y reconoce ser un adicto. Este a?o tendr¨ªa que haberse presentado a las pruebas de Selectividad, el temido gaokao, pero su incapacidad para desconectar de Internet se lo ha impedido. ¡°Abandon¨¦ el instituto porque no ten¨ªa amigos y sufr¨ªa continuos enfrentamientos con los profesores. Me dedicaba a chatear y a participar en todo tipo de foros. La Red me permiti¨® escapar de m¨ª mismo¡±. Pero no de sus padres. Como en el caso de Chen, a Li lo llevaron enga?ado a Pek¨ªn desde su provincia natal de Mongolia Interior con el pretexto de visitar a un dermat¨®logo que iba a solucionar su problema con el acn¨¦. As¨ª, el pasado 21 de abril fue el ¨²ltimo d¨ªa que toc¨® un teclado. Ahora trata de reencontrarse con el adolescente dicharachero y alegre que fue y acepta la estricta disciplina que se le impone.
Al llegar resultan muy altivos, pero est¨¢n en muy mala condici¨®n f¨ªsica. Se rompen cuando tienen que correr o hacer flexiones¡±
Ma Liqiang. ¡®Profesor¡¯ de comportamiento y exsoldado del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n chino
El d¨ªa comienza con un agudo pitido a las 6.30. Los chavales saltan de sus literas y, vestidos con camisetas de camuflaje, forman una fila en el pasillo exterior. Uno de los monitores, con cara de pocos amigos y voz de sargento de hierro, va gritando los nombres de todos ellos. ¡°?Presente!¡±. La escena se repite otras cinco veces a lo largo del d¨ªa, y siempre es f¨¢cil reconocer a los nuevos. Se les nota desafiantes: llegan tarde y reh¨²san acatar las ¨®rdenes. Suspiran hastiados, miran hacia otro lado y terminan respondiendo con desgana. Pero el desd¨¦n les dura poco. Tienen 20 minutos para asearse y bajar al patio, donde les espera la primera raci¨®n de entrenamiento militar a 30 grados y bajo la impenitente capa de poluci¨®n de la capital china.
¡°Al llegar resultan muy altivos, pero est¨¢n en mala condici¨®n f¨ªsica. Se rompen cuando tienen que correr o hacer flexiones. Eso les pone en su sitio¡±, explica Ma Liqiang, exsoldado y profesor de comportamiento, mientras varios adolescentes, desfondados y con los rostros enrojecidos, dejan de trotar para continuar caminando con los brazos en jarras. Las siete chicas del centro pasan a su lado, los se?alan y se r¨ªen. Heridos en su orgullo, tratan de retomar el ritmo sin ¨¦xito. ¡°El objetivo de la instrucci¨®n es triple: aprender a respetar la autoridad, fortalecer el f¨ªsico y crear una rutina muy regular. Al principio es duro, pero al cabo de unos meses los resultados saltan a la vista¡±.
Li reconoce que es as¨ª. De hecho, est¨¢ aprovechando su internamiento para fortalecerse ¡°y resultar m¨¢s atractivo para las chicas¡±. Adem¨¢s de los ejercicios matinales y vespertinos obligatorios, el adolescente ha recubierto sus tobillos con sendas bolsas de arena de tres kilos que le acompa?an a todas partes. ¡°En un principio me resist¨ª a todo. Incluso plane¨¦ escapar, porque no soportaba la falta de libertad. Pero luego comprend¨ª que era in¨²til rebelarse¡±. Lo m¨¢s dif¨ªcil, asegura, es controlar las emociones y combatir el aburrimiento. ¡°Tenemos terapia de grupo que nos sirve para desahogarnos y clases de diferentes tipos, y vemos las noticias de las siete de la tarde. Pero hasta que apagan la luz ¨Ca las diez de la noche¨C, hay muchas horas en las que no hay nada que hacer¡±. En realidad, es parte de la estrategia de los terapeutas. Los adolescentes, encerrados sin acceso a Internet y con tiempo libre, empiezan por quedarse solos en una esquina sin hacer nada o leyendo y terminan por interactuar con sus compa?eros, jugando a las cartas u organizando partidos de baloncesto, actividad esta ¨²ltima en la que se ve qui¨¦n lleva m¨¢s tiempo dentro del centro, pues su forma f¨ªsica mejora con el ejercicio diario. ¡°S¨¦ que es parte del tratamiento, que esos tiempos muertos nos impulsan a establecer relaciones entre nosotros, pero resulta duro. Muchos se pasan el d¨ªa llorando hasta que se adaptan al entorno. La mayor¨ªa tardan en reconocer que sufren adicci¨®n a Internet¡±, subraya Li.
No en vano se trata de un nuevo problema dif¨ªcil de diagnosticar y para el que todav¨ªa no existe un tratamiento est¨¢ndar. Tao Ran pretende que el suyo se convierta en el primero, y no solo en China. All¨ª ya hay unas 300 cl¨ªnicas que copian parte de su modelo y utilizan la disciplina militar para tratar la adicci¨®n, pero Tao critica que ¡°la mayor¨ªa se limita a contratar exsoldados y carece de supervisi¨®n alguna¡±. Asegura que eso es lo que ha provocado las muertes registradas este a?o en varios centros cuando algunos de los pacientes han sido obligados a realizar ejercicios extenuantes o han sufrido castigos f¨ªsicos. Por esa raz¨®n, Tao exige al Gobierno que regule su actividad y d¨¦ directrices claras al respecto. ¡°Todav¨ªa hay que perfeccionar el sistema terap¨¦utico, pero es evidente que el problema se est¨¢ globalizando y que hay que atajarlo de forma cient¨ªfica¡±. El psiquiatra incluso pretende llevar su m¨¦todo al resto del mundo. Para ello, ya lo ha publicado en 11 idiomas diferentes y trabaja a menudo con especialistas de los cinco continentes que visitan Daxing. ¡°China es un buen campo de pruebas porque el problema comenz¨® antes y se presenta de forma m¨¢s aguda. De hecho, fue la epidemia de neumon¨ªa at¨ªpica, la SARS de 2003, la que marc¨® un punto de inflexi¨®n en la adicci¨®n a Internet. La mayor¨ªa de los estudiantes tuvieron que quedarse en casa en un momento en el que la Red hab¨ªa comenzado a popularizarse. Sin control, muchos comenzaron a jugar en exceso. Fue justo despu¨¦s cuando varios padres me pidieron ayuda¡±.
Tao trat¨® a 17 adolescentes, pero fracas¨® en todos los casos. ¡°Entend¨ª que se trataba de un trastorno nuevo y grave, as¨ª que me propuse dise?ar un tratamiento para curarlo¡±. En 2005 comenz¨® a ingresar a los pacientes durante un mes en el hospital militar en el que trabaja. ¡°El porcentaje de ¨¦xito fue de solo un 30%, pero ese primer paso me ayud¨® a entender los mecanismos del trastorno. En 2007 consegu¨ª que me permitieran ingresar a los j¨®venes hasta un m¨¢ximo de tres meses, y un a?o despu¨¦s comenzamos a involucrar a los padres en el tratamiento. Eso ha sido clave para el ¨¦xito¡±.
Porque la adicci¨®n a Internet no surge de la nada. ¡°Est¨¢ ¨ªntimamente relacionada con la falta de afecto y el exceso de presi¨®n¡±, opina Feng Yin, psic¨®loga del centro. ¡°El problema es especialmente grave en China porque la jerarqu¨ªa familiar y los valores tradicionales crean un muro entre padres e hijos, los sistemas educativo y laboral son extremadamente competitivos, y la pol¨ªtica de natalidad que ha restringido a uno el n¨²mero de descendientes en la mayor¨ªa de los casos ha provocado una gran anomal¨ªa social¡±. El perfil del paciente en el centro de Daxing corrobora sus palabras: se trata de un hijo ¨²nico (en un 95% de los casos) y var¨®n (en un 90%). Apenas hay chicas. En el de Tao son siete: viven separadas de ellos, casi no se mezclan con los chicos en las actividades, y en realidad muchas est¨¢n all¨ª por trastornos de la personalidad y problemas de car¨¢cter. La edad media de los pacientes es de 17 a?os (el 70% tienen entre 15 y 19, aunque hay internos desde los 12 hasta los 37 a?os) y son descendientes de profesores (un 31%) o de funcionarios y oficiales del Gobierno (el 29%). ¡°Esos profesionales son quienes m¨¢s presi¨®n ejercen sobre sus hijos. Proyectan en ellos sus esperanzas y buscan satisfacerse a s¨ª mismos, sin tener en cuenta las tendencias, las aptitudes o los gustos de los ni?os¡±. As¨ª, la adicci¨®n a Internet termina siendo tanto causa como consecuencia de un enrarecido clima familiar que resulta devastador.
Y por eso, al menos uno de los progenitores de cada paciente ¨Cla madre en un 66%¨C ingresa en el centro para someterse a una terapia emocional paralela durante meses. ¡°El objetivo es ense?arles a ser padres, y a veces resulta m¨¢s complicado trabajar con ellos¡±, se lamenta la psic¨®loga Feng. Wang Shupei es uno de los que aseguran haber aprendido de sus errores, aunque lamenta haberlo hecho tarde: ¡°Nuestro hijo empez¨® yendo al wanba ¨Ccibercaf¨¦, sobre todo para juegos¨C de vez en cuando, pero termin¨® perdiendo el control con solo 11 a?os. En varias ocasiones tuve que buscarlo de madrugada por la ciudad y lleg¨® a pasar tres d¨ªas desaparecido. Fue una pesadilla¡±.
El hijo de Wang Shupei busc¨® en la Red la atenci¨®n que no recib¨ªa de sus padres. El ni?o se sent¨ªa un h¨¦roe con la ametralladora de War of Warcraft en sus manos virtuales. As¨ª que se negaba a soltarla para regresar a una existencia que considera ¡°triste¡±. Wang reconoce que deleg¨® por completo su responsabilidad educativa en la escuela y que se limitaba a exigir buenos resultados en las calificaciones, pero se niega a creer que la adicci¨®n de su hijo sea solo culpa suya. Con un gesto de impotencia, apunta al reiterado incumplimiento de la ley por parte de los wanba. ¡°Est¨¢n obligados a exigir el documento de identidad para comprobar que los usuarios sean mayores de edad, pero hay quienes no tienen escr¨²pulos y se resisten a dejar pasar el negocio que representan los ni?os¡±.
A Wang, el drama le est¨¢ saliendo muy caro. Su hijo pertenece al 25% que no consigue rehabilitarse con la terapia de Tao. ¡°Lo ingresamos por primera vez en marzo del a?o pasado y estuvo ocho meses en el centro. Pero poco tiempo despu¨¦s de salir volvi¨® a jugar¡±. As¨ª que hace tres meses regresaron a Daxing para intentarlo de nuevo. Llevan gastados 170.000 yuanes (21.000 euros) en la terapia, una fortuna para estos emigrantes rurales que rozan la ruina. ¡°Lo tenemos que hacer por el futuro de nuestro hijo y por nosotros mismos. Ser¨¢ ¨¦l quien cuide de nosotros cuando envejezcamos¡±.
Tao Ran dice que cada mes de tratamiento cuesta 9.300 yuanes (1.120 euros), pero varios progenitores reprochan que esa cifra no incluya ni las comidas ¨Carroz, sopa, verduras, huevos y alg¨²n trozo de carne¨C, ni las pruebas m¨¦dicas, ni los medicamentos. Algunos aseguran que la suma final puede superar los 12.000 yuanes mensuales (casi 1.500 euros), una quinta parte de la renta media anual del pa¨ªs y un importe prohibitivo para las clases bajas. Tao replica que el precio es ajustado, equivalente a un hotel de tres estrellas. ¡°Desafortunadamente, no tenemos un sistema de salud que lo cubra¡±, admite.
La mayor¨ªa de los padres est¨¢n de acuerdo con Wang y consideran que es un sacrificio econ¨®mico que tienen que hacer por el bien de sus hijos. Conf¨ªan en que el tratamiento servir¨¢ para que tengan ¨¦xito en una de las sociedades m¨¢s crueles del planeta. Pero Li Wenchao sabe que no ser¨¢ sencillo. A sus 22 a?os, es otro reincidente del centro, y a pesar de que los especialistas le han dado ya el alta, ha decidido continuar en Daxing como voluntario. ¡°Me da miedo regresar a la vida normal. Temo volver a caer. Necesito m¨¢s tiempo hasta que logre la confianza suficiente para enfrentarme a la vida¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.