La asfixiante dictadura de los datos
Los datos invaden la vida privada y nos gustar¨ªa pensar que supone la intromisi¨®n de una medida objetiva que queda fuera de toda discusi¨®n
A estas alturas del partido ya estar¨¢ usted harto de o¨ªr que vive bajo la dictadura de los datos. De los suyos y de los ajenos. Y uno no sabe muy bien lo que significa eso hasta que se descubre desconfiando de cualquier juicio que no venga avalado por una ingente cantidad de cifras, gr¨¢ficos y tablas de Excel.
Siempre fue as¨ª en discusiones de econom¨ªa o pol¨ªtica. Pero ahora los datos invaden la vida privada. Ya usted no puede acusar a su pareja de ocupar cada noche m¨¢s de la cuarta parte de la cama si no es capaz de probarlo num¨¦ricamente.
Si es de los que han invertido en una pulsera dise?ada para ser su esp¨ªa particular adosado a su mu?eca, sabr¨¢ de lo que hablo. No tolerar¨¢ que nadie le afee a la ligera su comportamiento. Ahora hay que hablar con propiedad o callar para siempre. Los datos son transparentes y expl¨ªcitos, pero se volver¨¢n en su contra en el momento menos pensado. No lo dude.
Olvide c¨®mo se destapaban hace cinco a?os los casos de infidelidad y lea esta historia real que le pas¨® a un amigo de un amigo del que protegeremos su identidad porque bastante tiene con lo que tiene. Resulta que se revel¨® como un gran aficionado a correr y se convirti¨® en eso que ahora se llama ?runner. Compr¨® ropa, zapatillas y una pulsera para medir y corregir sus h¨¢bitos. Tambi¨¦n adquiri¨® una b¨¢scula inteligente (?y tanto!), que coloc¨® en el cuarto de ba?o del piso que a¨²n comparte con su novia. El dispositivo se conecta a Internet y se sincroniza con la pulsera. Cada ma?ana, tras ducharse, nuestro amigo se pesa. La cifra, pongamos 70 kilos, aparece autom¨¢ticamente en su pulsera, que luego se encarga de ponderar con las calor¨ªas consumidas y el gasto energ¨¦tico diario. Estamos ante un hombre de m¨¦todo cuya rutina solo se altera cuando se va de viaje de trabajo.
Y en uno de esos viajes sucedi¨®. Estando del otro lado del mundo, la pulsera vibr¨®: ¡°Peso: 75 kilos¡±. En medio de una reuni¨®n, su cerebro empez¨® a rebelarse: ?qui¨¦n estaba en su casa a las 7.30 hora espa?ola? ?Qui¨¦n usaba su b¨¢scula? ?Qui¨¦n podr¨ªa pesar 75 kilos? Su chica no pasaba de los 60. En cuanto pudo, llam¨® a Madrid e interrog¨® a su novia. Ten¨ªa datos que respaldaban que alguna anomal¨ªa estaba teniendo lugar. Ella ¨Cjura ¨¦l que con voz insegura¨C le explic¨® que hab¨ªa usado su b¨¢scula para pesar unas maletas.
?Ah! Pero ¨¦l ten¨ªa ante s¨ª la cifra: ?75 kilos! Evidentemente era m¨¢s cercana al peso de un humano, probablemente del g¨¦nero masculino, que al de un equipaje. Y en esas estamos: una de las partes cree que la han enga?ado y considera que tiene datos que as¨ª lo prueban, pero le parece rid¨ªculo esgrimir una cifra, ?75 kilos!, para separarse. Tiene datos, solo eso. Mientras se recome los h¨ªgados, sigue a la espera de que la tecnolog¨ªa lo ilumine con otra epifan¨ªa.
La irrupci¨®n de la tecnolog¨ªa en la vida privada supone la intromisi¨®n de una medida objetiva que queda fuera de toda discusi¨®n. O eso nos gustar¨ªa pensar. Me cuenta un programador que la tecnolog¨ªa es la religi¨®n de Silicon Valley. ¡°Es el nuevo Dios. Nunca se equivoca. Creemos en ella sobre todas las cosas¡±. Juan Pablo, as¨ª se llama, llevaba a?os con un tema pendiente con su exmujer: qui¨¦n no dejaba hablar a qui¨¦n en las discusiones. Unas broncas dial¨¦cticas que empezaban cara a cara y segu¨ªan por e-mail. El ingeniero, de mente cartesiana como casi todos, instal¨® un programa contador de palabras, ¡°para poner un poco de racionalidad en el asunto¡±. La tecnolog¨ªa dictamin¨® tablas. En las discusiones cara a cara ella se lo com¨ªa. Por e-mail, las parrafadas de ¨¦l la apabullaban a ella. Asunto zanjado. Hoy d¨ªa est¨¢n objetiva y num¨¦ricamente separados. Ser un animal de datos tiene consecuencias.
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