Frente al desaf¨ªo, las razones y la ley
Se sabe que las pretensiones secesionistas catalanas son ilegales; hace falta probar ante los ciudadanos que son adem¨¢s ileg¨ªtimas. Y para eso convienen argumentos que priven a tales pretensiones de su apoyo legitimador
Por el momento, del combate que enfrenta al Gobierno de Espa?a con la Generalitat de Catalu?a lo ¨²nico seguro es qui¨¦nes ser¨¢n sus perdedores. Ser¨¢n los catalanes y el resto de los espa?oles. Resulta m¨¢s dif¨ªcil predecir sus ganadores, aunque uno aventura que ahora mismo es la Generalitat. No es que haya proclamado principios inapelables, porque ninguno se le escucha que avale sus pretensiones, pero tampoco a los pol¨ªticos profesionales suele importarles el peso de los argumentos y les basta con sumar intereses o exaltar emociones. Si ese nacionalismo va ganando ese combate se debe m¨¢s bien a que enfrente s¨®lo le responde el silencio. Desde all¨ª nos llega el espect¨¢culo de las banderas, las continuas bravatas y el gent¨ªo, mientras nuestros gobernantes entonan la salmodia monocorde del imperio de la ley.
Aun con bastantes a?os de retraso, no pasa d¨ªa sin que peri¨®dicos y tertulias hiervan de enconados debates sobre el asunto, pero nuestro Gobierno se ha empecinado en no participar en ¨¦l. Tal vez sea una h¨¢bil t¨¢ctica para desmoralizar al adversario, pero tambi¨¦n una magn¨ªfica ocasi¨®n perdida para ense?ar al ciudadano a ser ciudadano. Lo que deber¨ªa haber sido un proceso de deliberaci¨®n p¨²blica, se degrada a un mero ejercicio de repetici¨®n de anatemas por aqu¨ª en r¨¦plica a las soflamas de all¨¢. Mientras los unos comienzan por despreciarla, los otros se postran reverencialmente ante la Constituci¨®n, no ya como la ¨²ltima palabra sino como la ¨²nica. Al parecer, lo que no est¨¢ en el c¨®digo no est¨¢ en el mundo ni se le espera. Es la misma cansina referencia de tantos que, por eludir durante decenios enfrentarse con ideas a nuestros separatismos, han propiciado su imparable crecida y hoy no saben c¨®mo apagar el incendio.
Ciertamente le correspond¨ªa al presidente Mas haber mostrado los fundamentos que sustentaban su reto y, de no hacerlo, era responsabilidad del presidente Rajoy el exig¨ªrselo. A fin de cuentas, s¨®lo ese debate ser¨ªa el que permitiera calibrar la legitimidad y legitimaci¨®n del desaf¨ªo, m¨¢s all¨¢ de subrayar una y otra vez su ilegalidad. Que las pretensiones secesionistas catalanas son ilegales, es cosa sabida; lo necesario es esforzarse en probar ante los ciudadanos algo m¨¢s importante: que son adem¨¢s ileg¨ªtimas. Y para eso conviene entrar en la liza con argumentos que priven a tales pretensiones de su apoyo legitimador. Pero a un Gobierno de fieles creyentes en su pueblo escogido, le replica otro Gobierno de creyentes en la virtud taumat¨²rgica de la ley. A la petici¨®n m¨¢s arrogante (porque as¨ª lo quiero) le sigue el rechazo leguleyo m¨¢s tajante (porque la ley lo proh¨ªbe).
El ciudadano medio piensa que las leyes siempre pueden cambiarse seg¨²n requieran las circunstancias y los ciudadanos o sencillamente los intereses de un pa¨ªs. Las razones, en cambio, si est¨¢n bien escogidas y formuladas, suelen ser m¨¢s permanentes. De manera que, cuando un Gobierno evita mencionar esas razones, se infunde al ciudadano la sospecha de que s¨®lo se cuenta con la pura fuerza de la ley; de que adopta una actitud arbitraria o meramente defensiva de acorralado. Ocurre que vivimos tiempos relativistas, en los que se supone que de estas materias no hay argumentos mejores o peores. O, lo que viene a ser igual, que no hay que esmerarse en convencer a nadie, porque nadie tiene el derecho de intentar persuadir a nadie y rige m¨¢s bien la obligaci¨®n de no dejarse convencer por nadie.
No ha habido bastante informaci¨®n y s¨ª una abierta manipulaci¨®n de la realidad y de las mentes
Y se dir¨ªa adem¨¢s que para muchos, donde est¨¦ lo positivo, el Derecho, que se quite lo te¨®rico, o sea, la Moral. Como nuestras diferentes concepciones de justicia pueden tender a enfrentarnos, vayamos a los cauces legales, que son los que al fin nos re¨²nen. Podemos prescindir entonces de ideas propias sobre la cosa p¨²blica, porque el c¨®digo ya lo contiene todo: c¨®mo ha de comportarse el ciudadano, qui¨¦nes son los guardianes de la ley y cu¨¢l la cuant¨ªa de las penas por infringirla. Una vez situados en el polo opuesto al id¨ªlico ¡°poder comunicativo¡±, sobra decir que los que albergan menos razones llevan las de ganar. El Gobierno espa?ol actual (como los anteriores), por no jugar la baza de las razones, les est¨¢ dando a los nacionalistas sus mejores bazas.
En medio de tanto ruido se dejan o¨ªr dos dogmas principales. Democracia es votar, proclama simplonamente el uno; democracia es el gobierno de la ley, recuerda con parecida simplicidad el otro. ?Costar¨ªa mucho desmontar tan peligrosas simplezas? La democracia no se reduce a votar, porque ese ejercicio ciudadano requiere m¨²ltiples aclaraciones y justificaciones previas. Primero, ?votar qu¨¦? No es lo mismo poner a votaci¨®n una medida p¨²blica cualquiera que la secesi¨®n de un territorio con vistas a formar un nuevo Estado. Los requisitos de lo uno no coinciden con los requisitos para lo otro. Votar eso, ?por qu¨¦? Pues el caso es que no estamos ante un proceso de descolonizaci¨®n de Catalu?a ni cabe arg¨¹ir que el Estado est¨¦ violando los derechos de los catalanes... ?Votar qui¨¦nes? Todos los afectados, debe responderse, y no que una parte ¡ª?inclu¨ªdos escolares de la ESO!¡ª pueda imponer su voluntad sobre el todo de esos afectados.
Oiga, ?y votar c¨®mo? Ni la pregunta sometida a la eventual consulta resulta clara, sino retorcidamente tramposa; ni ha habido bastante informaci¨®n y s¨ª una abierta manipulaci¨®n de la realidad y de las mentes. ?Votar con arreglo a qu¨¦ mayor¨ªa? El sentido democr¨¢tico demanda aqu¨ª una mayor¨ªa muy reforzada, a poco que se considere lo irreversible de una secesi¨®n o la profunda fractura que causar¨ªa en el seno de esa sociedad. ?Y votar esa propuesta de independencia cada cu¨¢nto tiempo? Porque no cabe repetir ese trance consultivo cada vez que el nacionalismo oteara expectativas de victoria... En definitiva, depositar su voto (y en especial en esta clase de consulta) es seguramente lo ¨²ltimo que le compete a un ciudadano. Antes tienen que asegurarse las condiciones para que su votaci¨®n merezca llamarse democr¨¢tica..., salvo que lo democr¨¢tico se confunda sin m¨¢s con lo mayoritario. El derecho democr¨¢tico al voto tiene como l¨ªmite el someterse a otros derechos y deberes democr¨¢ticos.
Si no se requiere m¨¢s que asentimiento a la norma, se nos estar¨ªa pidiendo prestar obediencia ciega
Mirada desde la otra acera, la democracia tampoco equivale al mero imperio de la ley, aunque sea infinitamente preferible al imperio de la tradici¨®n o del l¨ªder carism¨¢tico. Pero no recitemos que hay que obedecer la ley porque as¨ª lo ordena la ley. Digamos mejor que hay que acatarla, en primer lugar, porque la mayor¨ªa considera eso que ordena ¡ªaqu¨ª, la integridad del Estado¡ª como algo justo, conveniente o mejor que otra alternativa. Y puede apoyarlo en buenas razones. No se trata de justificar ese imperio en general, cuya necesidad ning¨²n dem¨®crata cuestiona, pero s¨ª esa ley en particular.
Entre nosotros, muchos creemos disponer de argumentos poderosos para defender la unidad de Espa?a contra esos nacionalismos que por su propia naturaleza buscan romperla. Desde esta confianza atribuimos a nuestra posici¨®n una superioridad moral frente a la posici¨®n contraria. Pero si no se requiere m¨¢s que el asentimiento a la norma tan s¨®lo porque es democr¨¢tica, seg¨²n pide el Gobierno, aquellos argumentos y su ventaja moral estar¨ªan de m¨¢s. Se estar¨ªa animando a dejar de ser ciudadanos y comportarnos como aut¨®matas; es decir, a prestar una obediencia ciega. Como esa norma fuera insuficiente o perversa, nunca llegar¨ªa la ocasi¨®n de derogarla. Y, si acaso la tuvi¨¦ramos por justa, este no ser¨ªa el motivo b¨¢sico ni de elogiarla ni de obedecerla, porque bastar¨ªa atenerse a su pura coerci¨®n legal.
Por eso me parece que nuestro Gobierno deber¨ªa haber expuesto y debatido primero sus razones contra la secesi¨®n y recordado despu¨¦s la norma constitucional que la proh¨ªbe. Para a?adir enseguida que la proh¨ªbe precisamente porque tal norma se funda en aquellas razones, en ¨²ltimo t¨¦rmino morales, y las condensa a todas ellas. Tal vez as¨ª no llegue a persuadir a la Generalitat, pero s¨ª a bastantes ciudadanos de aqu¨ª y de all¨¢. Lo resum¨ªa a la perfecci¨®n el exministro canadiense St¨¦phane Dion hace unos d¨ªas en este peri¨®dico (el pasado 14 de septiembre): ¡°Creo que no es muy ¨²til esconderse detr¨¢s de una Constituci¨®n. Decir: ¡®mi pa¨ªs es indivisible porque lo dice la Constituci¨®n¡¯ se queda corto. Detr¨¢s de esta cl¨¢usula constitucional, ?hay un principio moral? Si lo hay, hay que formularlo¡±. Pues eso.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica en la Un. del Pa¨ªs Vasco.
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