Por qu¨¦ he vuelto a Sierra Leona
Un misionero que vivi¨® una cruel guerra civil lucha ahora contra el ¨¦bola
Hoy, el ¨¦bola; entonces, la guerra. Me encuentro en Makeni, Sierra Leona, a donde he regresado hace ocho meses. Mi primera estancia en este pa¨ªs fue en los a?os 1996-2002, en plena guerra civil, la cual, despu¨¦s de 11 a?os, dej¨® el pa¨ªs destruido, millares de muertos, centenares de amputados y casi toda la poblaci¨®n afectada de alguna manera. Fue una de las guerras m¨¢s crueles de las que hubo en ?frica en aquel tiempo: torturas, muertes, destrucci¨®n, amputaciones de miembros como estrategia de terror, miles de ni?os y ni?as soldado...
A las confesiones religiosas tambi¨¦n les toc¨® lo suyo: lugares de culto, de reuni¨®n, escuelas, cl¨ªnicas, hospitales destruidos; varios religiosos y religiosas asesinados y, en gran n¨²mero, secuestrados. Est¨¢bamos aqu¨ª y compartimos los avatares, sufrimientos, miedos... y la solidaridad y ayuda rec¨ªprocas que la gente vivi¨®, que todos vivimos. Aqu¨ª permanecimos hasta que tuvimos que ser repatriados todos los europeos (civiles y religiosos), cuando los rebeldes del RUF ocuparon el pa¨ªs y conquistaron la mayor parte de la capital (enero de 1999). La orientaci¨®n adoptada por la Iglesia cat¨®lica era la de permanecer cada uno en su puesto, tratando de que todo (celebraciones, reuniones, formaci¨®n cristiana, sacramentos, escuelas, cl¨ªnicas) funcionara lo m¨¢s posible el mayor tiempo posible; y, cuando llegara el momento inevitable, abandonar los lugares y huir con la gente.
Cuando la capital, Freetown, fue atacada, los que all¨ª trabaj¨¢bamos no tuvimos tiempo ni modo, como la gente, de huir; pasada una semana del ataque, fuimos secuestrados ¡ªjunto al arzobispo y seis hermanas de las Misioneras de la Caridad, de las que cuatro fueron asesinadas¡ª cinco javerianos. Tambi¨¦n fueron secuestrados otros religiosos y sacerdotes en diversos momentos de esos largos a?os. Cuando el Ej¨¦rcito (17.000 cascos azules de la ONU) liber¨® la capital y alrededores, comenzamos a regresar (abril de 1999) para seguir con nuestra presencia, reanudar el trabajo y poner en marcha un programa de rehabilitaci¨®n e inserci¨®n en la sociedad de ni?os y ni?as soldado, auspiciado y sostenido por UNICEF.
Aquel final de 1998, cuando los ataques se iban acercando a la capital, fue un tiempo de miedo, inseguridad, ansiedad e incertidumbre por nuestro (y el de la gente) inmediato futuro, pero seguimos el protocolo: quedarnos con ellos.
Estuvimos retenidos en la misi¨®n una semana, y otra secuestrados en poder de los rebeldes del RUF; est¨¢bamos en su centro de mando, que ten¨ªa que moverse todos los d¨ªas, dados los continuos bombardeos que recib¨ªan del Ej¨¦rcito. Vimos destrucci¨®n, torturas, muertos, cuerpos descuartizados por las bombas... Viv¨ªamos en un continuo sinvivir, sin saber lo que pasar¨ªa, lo que durar¨ªamos, cu¨¢nto se alargar¨ªa la cosa. Con todo ello, nunca cundi¨® entre nosotros el p¨¢nico, el terror, la p¨¦rdida de control. Las razones que mitigaron e hicieron razonable y soportable nuestra situaci¨®n fueron el haber decidido quedarnos; el haber puesto nuestra entera confianza en el que cre¨ªamos, anunci¨¢bamos y trat¨¢bamos de seguir: Jes¨²s; el estar compartiendo lo que viv¨ªa la gente, sus sufrimientos y esperanzas; el tratar de ser coherentes con nuestra vocaci¨®n y vivirla con la gente a las duras y a las maduras.
Estoy de nuevo aqu¨ª y me encuentro con el virus del ¨¦bola; situaci¨®n algo parecida a la anterior y tambi¨¦n diferente. Ahora tampoco nos marchamos, todos estamos en nuestros puestos. Las razones son las mismas: vivir la fe y nuestro encuentro con Jes¨²s y la fraternidad en cualquier circunstancia; compartir, un poco, la situaci¨®n de las personas y comunidades con las que vivimos, y estar con ellas.
Al regresar encontr¨¦ un pa¨ªs en buena parte reconstruido y con esperanza, y todo esto recibe un buen palo: muertos, familias destrozadas, personal sanitario diezmado, econom¨ªa parada, puestos de trabajo perdidos, precios m¨¢s altos, escuelas y universidades cerradas, hospitales y cl¨ªnicas inoperativos por falta de medios y personal, miedo en la poblaci¨®n, aislamiento del pa¨ªs, ni?os hu¨¦rfanos del ¨¦bola que nadie acoge por quedar estigmatizados... Las ayudas est¨¢n llegando; la Cruz Roja Espa?ola ha instalado un hospital en K¨¦nema.
Ahora se puede hacer menos que cuando la guerra; est¨¢ prohibida la relaci¨®n con los afectados, son aislados para evitar contagios. Las parroquias y comunidades cristianas se limitan casi a la eucarist¨ªa. Cuando hay que ayudar a los afectados que permanecen en sus casas aislados, lo que se entrega se deja al otro lado de la calle: el Ej¨¦rcito no deja que nadie se acerque. A nosotros se nos ha pasado el miedo que nos embarg¨® al inicio, al no saber lo que era este virus; ahora, con m¨¢s informaci¨®n y siendo prudentes, nos queda un poco de desasosiego y de inseguridad, y mucha tristeza por los afectados y muertos y por las consecuencias que esto tiene y tendr¨¢ para el pa¨ªs.
Hacemos poco; casi nos podr¨ªamos marchar. No lo hacemos porque estar es compartir juntos lo que somos ¡ªellos y nosotros¡ª en estos tristes momentos. Es cuesti¨®n de coherencia (como la de otros voluntarios y voluntarias que se han quedado o llegar¨¢n); es la forma de vivir nuestra vocaci¨®n misionera aqu¨ª y ahora. Seguimos con la esperanza, basada en la bondad de Dios y de las personas, de que, como dice el lema del DOMUND que se celebra este 19 de octubre, la alegr¨ªa renacer¨¢. O mejor, crecer¨¢, ya que nunca la hemos perdido. Ni este pueblo ni nosotros.
P. Luis P¨¦rez Hern¨¢ndez, es misionero javeriano en Sierra Leona.
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