Maneras de retratarse
Los pa¨ªses tiemblan por un virus que mata menos que nuestro propio estilo de vida
Voy al m¨¦dico y, c¨®mo no, hablamos del tema, del asunto que ha plagado las conversaciones de las dos ¨²ltimas semanas, de las cuales puede extraerse una esencia de lo que es el ser humano en su mejor y en su peor versi¨®n. El m¨¦dico tiene ese lenguaje corporal generoso de algunos facultativos, esa expresividad que te hace confiar en sus consejos, que son, por resumir, descanso, hidrataci¨®n y unas cuantas respiraciones hondas. Me voy de all¨ª sin una sola receta farmacol¨®gica, pero con grandes dosis de humanidad. El hombre de la bata blanca trae a colaci¨®n un odioso refr¨¢n espa?ol que viene muy a cuento, ¡°Por la caridad entra la peste¡±, un consejo nacido en aquellos a?os del siglo XIV en que Europa vio diezmada su poblaci¨®n por el temido mal y que, dicho hoy d¨ªa, supone una prevenci¨®n contra la generosidad. Al fin y al cabo, en aquellos tiempos los seres humanos no ten¨ªan otra manera de protegerse que apartando y excluyendo al enfermo.
Pero hoy, ricos como somos en recursos y obsesionados como estamos en los pa¨ªses occidentales por tener la misma muerte bajo control, suena a mezquindad. Aunque seg¨²n el caso se podr¨ªan a?adir adjetivos al sustantivo: racista, clasista, cruel o, simplemente, ego¨ªsta. Es en ocasiones como estas en las que el ser humano se retrata. El que tiene responsabilidad pol¨ªtica o social, pero tambi¨¦n el de a pie, aquel que dejando caer su opini¨®n entre amigos contribuye al aire que se respira.
Las organizaciones avisan de que debemos mandar ya m¨¦dicos. ¡°Solo nos acordamos de ?frica cuando truena¡±
Hablo con este hombret¨®n embatado que se dedica a aliviar los males de sus pacientes y me dice: ¡°Pues si por la caridad entra la peste, ?que entre!¡±. Eso, que entre. Podemos disfrutar de medidas de higiene, m¨¦dicas, de control, envolver a nuestros enfermos en una nube de m¨¦dicos, pero la vida, en su delicia o en su pesadilla, se cuela siempre. Nuestra piel no es impermeable. Recuerdo mi viaje a Etiop¨ªa hace 12 a?os, uno de esos episodios que te cambian la vida. Recuerdo visitar, entre otros muchos centros llevados con heroicidad civil por cooperantes (religiosos o no, tanto da), una peque?a comunidad de ni?os estigmatizados por el sida. No porque ellos lo padecieran, sino porque sus padres hab¨ªan muerto por el virus. Recuerdo verlos llegar de la mano de sus abuelos: ni?os serios, intocados por su comunidad, ni?os enfermos de estigma, ni?os que se manten¨ªan a distancia de nosotros, por tener muy clara ya en su tierna conciencia la idea de que eran apestados sociales. Hay im¨¢genes que no se borran, esta es una: los ni?os volvi¨¦ndose en la oscuridad de la noche hacia sus casas, felices a¨²n por haber asistido a la magia del dibujo que despleg¨® el dibujante Urberuaga en una pizarra y del cuento con el que yo acompa?aba las im¨¢genes y que era traducido para sus o¨ªdos por un et¨ªope cubano. La infancia y su capacidad de resiliencia, esa asombrosa plasticidad de su cerebro que permite a las criaturas sobreponerse al menos por un d¨ªa a una existencia injusta.
En torno a los olvidados de la tierra estaban M¨¦dicos Sin Fronteras, Interm¨®n Oxfam o las escuelas de los misioneros, como aquella ejemplar que lideraba y lidera la madre Nieves. Nosotros volvimos a Espa?a con aquel precioso recuerdo, imborrable desde el momento en el que las enfermedades y la pobreza que asuelan la tierra africana se presentan de tanto en tanto en las noticias y te devuelven aquellos d¨ªas, pero volvimos a los lujos dom¨¦sticos, a la ausencia de mosquitos asesinos, a la limpieza, a la maravilla del agua corriente, a la extrema comodidad en la que tan poco se repara y a la que nos acostumbramos de inmediato, d¨¢ndola por supuesta o pens¨¢ndonos merecedores de ella.
Hay personas que piensan que la piedad o la misericordia son sentimientos exclusivos de la fe cristiana
Todo el mundo se retrata: un responsable pol¨ªtico tan cutre como para acusar a una enfermera de poner a la poblaci¨®n en riesgo; una ministra con cara de susto incapaz de manejar una situaci¨®n para la que deber¨ªa estar suficientemente preparada; otro pol¨ªtico que por hacer oposici¨®n pone en duda una repatriaci¨®n que constituye el derecho de cualquier ciudadano y de la que no dudan los profesionales m¨¦dicos, o la actitud de tantos de nosotros cuando nos da por pensar que nuestra vida, por el hecho de vivirla en el primer mundo, ha de estar exenta de acontecimientos incontrolables. Ay, por la caridad entra la peste. Maldita sea, hay personas que piensan que la piedad, la compasi¨®n o la misericordia son sentimientos exclusivos de la fe cristiana y que los dem¨¢s hacemos muy bien en vernos exentos de semejantes obligaciones morales.
Hay un chiste americano que ronda estos d¨ªas en una p¨¢gina de cient¨ªficos: un t¨ªo gordo comiendo hamburguesas, fumando y bebiendo. En cada uno de esos productos viene el n¨²mero de muertos que se producen en EE?UU al a?o por su abuso, pero de la mente del individuo surge un pensamiento que le aterroriza: ¡°????bola!!!¡±. Pues eso. De pronto, los pa¨ªses tiemblan por un virus que mata menos que nuestro propio estilo de vida. Mientras, el dinero que nuestro Gobierno dedica a ?frica es irrisorio. Las organizaciones de cooperaci¨®n nos avisan de que si queremos detener esta fiebre, debemos mandar ya m¨¦dicos y enfermeras. Con la l¨®gica promesa de que podr¨¢n ser repatriados si se ponen enfermos. Pero hay otro refr¨¢n, este m¨¢s reciente, que reza: ¡°Solo nos acordamos de ?frica cuando truena¡±.?
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