Los objetos de la vida de los otros
El conocimiento sobre la vida cotidiana en la extinta Alemania del Este sigue siendo algo ajeno, a?orado o despreciado. Igual que les sucede a los objetos que cre¨® Un museo californiano ha recopilado miles de ellos en un libro visual y casi antropol¨®gico
![Poster de Honecker, destacado dirigente de la RDA, con una diana dibujada en la frente. Imagen del libro 'Al otro lado del Muro', editado por Taschen.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/QOV3YED2L2ZXOP7QZFA2VWRSGI.jpg?auth=83595688135af511d94927955160853e8c19cbabafaeb74122614354e957c1ad&width=414)
Berl¨ªn es tanto Berl¨ªn porque basta pasearla para disfrutar de subidones constantes de memoria. Quien esto escribe, por ejemplo, sufri¨® hace nada dos d¨¦j¨¤ vu hist¨®ricos por culpa de un edificio en el barrio de Friedrichshain y de un libro enciclop¨¦dico gestado en Los ?ngeles (EE UU) sobre objetos de la extinta Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y editado por Taschen.
Se produjo el primero al pie del parque hom¨®nimo, en la capital alemana, en el lado anta?o llamado Oriental, mientras corr¨ªa para alcanzar un autob¨²s junto a un adolescente, ajeno, como tantos, a lo que fueron para el mundo esta ciudad, la Guerra Fr¨ªa o el tel¨®n de acero, los dos bandos enfrentados y separados por una valla, la parafernalia comunista y capitalista lanz¨¢ndose ofensivas, y amenazas nucleares, y muertos, y dial¨¦ctica, y culpas, y esp¨ªas¡ As¨ª durante 40 a?os. Desde el fin de la II Guerra Mundial hasta que cay¨® el Muro, el 9 de noviembre de 1989.
Fue posar los ojos casualmente en una esquina y all¨ª estaba el llamado Film Theater, la misma fachada vista un d¨ªa de 1987 a trav¨¦s de la ventana empa?ada de otro veh¨ªculo durante mi primera visita (necesariamente furtiva, pues a los extranjeros les estaba prohibido salirse de las rutas asignadas) a Berl¨ªn Este. Nunca durante los a?os posteriores hab¨ªa vuelto a cruzar ante esta construcci¨®n neocl¨¢sica (Otto Werner, 1925). Y la imagen bast¨®. Tan intensos brotaron los detalles de aquel tiempo que hasta el autob¨²s pareci¨® ser el mismo: avejentado, con olor h¨²medo a esa comida (a sopa, salchichas, alcohol, tabaco Cabinet, chucrut o pepinillos) que emanaba de las bolsas que todo alem¨¢n oriental portaba; ese tacto fr¨ªo de los asientos met¨¢licos en un febrero g¨¦lido, entre hombres y mujeres del Este, aguerridos comunistas cubiertos con abrigos grises de pa?o grueso que miraban a hurtadillas a quienes deb¨ªan identificar f¨¢cilmente como occidentales.
Era aquel el mismo cine que anta?o luc¨ªa abandonado, entre los plattenbauten (bloques) del barrio, y mostraba el cartel de una pel¨ªcula m¨ªtica en la RDA, la m¨¢s longeva a¨²n hoy en las pantallas: La leyenda de Paul y Paula (1973). Una tragicomedia, un cl¨¢sico en el pa¨ªs como lo fueron los filmes de la DEFA o las obras de Bertolt Brecht, las representaciones de la Komische Oper, los libros de Marx y Engels amontonados en la Alexanderplatz, las noticias sobre los logros de los cosmonautas nacionales, el mu?eco Sandmann en la tele o las colas de turistas ante la torre de la televisi¨®n a la espera de ascender al restaurante giratorio que serv¨ªa sopa gulash deliciosa, embutidos discutibles y una kartoffelsalat incomestible.
Muchos de estos objetos
Desde all¨ª mir¨¢bamos el paisaje y el Muro serpenteante por la ciudad, s¨ª, pero tambi¨¦n observ¨¢bamos al alem¨¢n oriental com¨²n, bien hormiguita all¨¢ abajo, imaginando que en ese instante part¨ªa para el puesto de trabajo asegurado a bordo del tranv¨ªa p¨²blico, sal¨ªa de campin en su Trabant, buscaba lugar para el pic-nic con su sandwichera y sus hueveras de pl¨¢stico o para el nudismo en los lagos cercanos, o en Rostock o Usedom; se movilizaba con el grupo de j¨®venes pioneros entre insignias y banderas, iba a clases obligadas de m¨²sica o danza, o se reun¨ªa con los camaradas en la sede del partido bajo el retrato de Honecker. Y siempre los vopos (polic¨ªas) y los esp¨ªas de la Stasi vigilando. A ellos y a ti. En busca de disidentes.
Muchas esquinas, edificios u objetos de esta ciudad son ic¨®nicos, capaces de narrar la historia de un tiempo marcado por el ellos y el nosotros. Para nosotros, seres capitalistas, el viaje sol¨ªa empezar en uno de ellos: la estaci¨®n de metro de Frie?drich?strasse, donde se sellaban los pasaportes del visitante extranjero. A¨²n hoy, en el Berl¨ªn unificado y cosmopolita, templo mundial de los artistas cool, los hoteles con marca y los turistas en masa, el lugar est¨¢ cargado de significado.
Porque a los 25 a?os de la ca¨ªda del Muro (el ¡°objeto m¨¢ximo¡± de la RDA), las huellas del pa¨ªs comunista apenas ya se aprecian. Acabar con el r¨¦gimen dictatorial implicaba, se ve, arrasar con todas sus piezas, muchas art¨ªsticas o artesanales, significativas para explicar la sociedad de un pueblo extinto. Diecinueve millones de toneladas de sus productos tiraron a la basura los alemanes del Este en 1990. Lo sucedido con el Muro es met¨¢fora del resto: primero fue eliminado, subastado en grandes pedazos, y finalmente tratado de forma desigual.
Aun as¨ª y a¨²n hoy existen palabras que son pura resistencia al olvido. Pronuncias Friedrichstrasse, dec¨ªamos, y basta. Brota toda la parafernalia propia de una dictadura: los uniformes de los polic¨ªas, las armas, las m¨¢quinas de escribir, las mesas espartanas, los t¨²neles y estaciones de metro cerradas, los silencios, golpes de tampones, miradas sospechosas, pasaportes, el cambio de dinero obligatorio, esos billetes de la RDA que luego nada valdr¨ªan.
Con ellos en el bolsillo (muchas veces era imposible gastarlos), pon¨ªas el pie al otro lado, en ese Berl¨ªn Este (otras palabras mensaje), y recorr¨ªas las calles adoquinadas y grises, con sus fachadas a¨²n heridas por las bombas, sin apenas tiendas, unos pocos Trabant varados en las aceras, los carritos de beb¨¦s que se dejaban en el exterior de las viviendas, los carteles del omnipresente Partido Socialista Unificado, la avenida Unter der Linden, los canales silenciosos del Spree, el Palasthotel, las estanter¨ªas con productos contados (jabones Florena, caf¨¦ Kosta¡), el Palast der Republik (el Parlamento), la isla de los museos con las fachadas tan deterioradas¡
Edificios, arte, artilugios cual altavoces de un pueblo. Muchos de ellos, fabricados en la RDA, forman parte hoy de colecciones y exposiciones, pero otros se venden en mercadillos callejeros o se almacenan en s¨®tanos olvidados. Objetos ¨Ccon aquella est¨¦tica tan del Este, tan espartana, tan naif y militante a un tiempo, tan peculiar¨C que unos desprecian y a otros les fascinan.
![Anuncio publicitario de una pel¨ªcula caracter¨ªstico de Alemania del Este.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/5PSSENP763IU6QRT62QJRHYNB4.jpg?auth=d9b27966319557cd317feb294f99ec6f5f2d325e0ace0939728f2e92f8f53261&width=414)
A este ¨²ltimo grupo pertenece Justin Jampol, historiador experto en conexiones entre el arte contempor¨¢neo y la iconograf¨ªa de la Guerra Fr¨ªa, quien considera que estas piezas ¡°hechas en la RDA¡± son pura memoria y arqueolog¨ªa. Y deber¨ªan ser puestas en valor.
Este investigador ha recopilado miles de estos objetos y los ha conservado tras patearse todos los Checkpoint Charlie posibles y recoger donaciones de muchos, incluyendo aquellos que no confiaban en que se fueran a ¡°guardar sus objetos adecuadamente en Alemania¡±. Entre ellos, ¡°los propios perpetradores, coleccionistas de la propia Stasi o polic¨ªas de frontera¡±, cuenta. Tantos elementos que abri¨® un museo para acogerlos llamado The Wende (die Wende llaman en Alemania al periodo de transformaci¨®n alrededor de la ca¨ªda del Muro) en 2002 en Los ?ngeles, una ciudad que ¨¦l define como ¡°en ausencia de historia¡±. ¡°No hay nostalgia del Este en California¡±, bromea. Ni peleas por el significado de las cosas. Una ventaja frente a los prejuicios y las heridas a¨²n no curadas de unos y otros en Alemania: ¡°El museo se fund¨® para estudiar la cultura visual y material del antiguo Bloque del Este y, con distancia f¨ªsica y psicol¨®gica, ofrecer m¨²ltiples perspectivas de esta historia con muchos frentes¡¡±.
Y lo ¨²ltimo de Jampol es una inmersi¨®n en ese pasado a trav¨¦s de un libro monumental creado junto al editor Benedikt Taschen. Su t¨ªtulo: Al otro lado del Muro. Arte y artefactos de la RDA. Es abrirlo y empezar otra vez mi memoria a hacer escapadas (he aqu¨ª el segundo d¨¦j¨¤ vu) a trav¨¦s de sus casi mil p¨¢ginas y los 2.500 objetos procedentes del museo The Wende, apenas un 1% de lo que guarda. Una colecci¨®n de artilugios cotidianos de la ex RDA cargados de significado para los testigos de aquel tiempo y una fuente de conocimiento para los que no. Objetos de arte, de archivo, artefactos y fotograf¨ªas: lo que los alemanes orientales com¨ªan, beb¨ªan, compraban, sus productos de higiene, electrodom¨¦sticos, muebles, ropas¡ Los lugares que visitaban, sus festivales, libros, loter¨ªas, coches, mapas, escuelas, su pasi¨®n por el espacio y los astronautas y lo relacionado con la vida pol¨ªtica, la iconograf¨ªa, la Stasi, el partido, los men¨²s de restaurantes, ¨¢lbumes familiares¡ Hasta sus gustos er¨®ticos, la parafernalia hip-hop y punk¡
¡°Los objetos aqu¨ª presentados son lujosos y plebeyos, hermosos y feos¡ Y sugieren que la vida en la RDA era mucho m¨¢s que disidencia y represi¨®n¡±, dice Jampol. Mucho m¨¢s que pol¨ªtica. Fue un tiempo a¨²n abierto. Y nuestro.
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