La corrupci¨®n y el m¨¦rito
El descr¨¦dito y el deterioro de la funci¨®n p¨²blica favorecen el ejercicio de la arbitrariedad pol¨ªtica y las decisiones corruptas. Construir una administraci¨®n profesional, austera y eficiente es dif¨ªcil, pero no imposible
El espect¨¢culo ahora por fin visible de la corrupci¨®n no habr¨ªa llegado tan lejos si no se correspondiera con otro proceso que ha permanecido y permanece invisible, del que casi nadie se queja y al que nadie parece interesado en poner remedio: el descr¨¦dito y el deterioro de la funci¨®n p¨²blica; el desguace de una administraci¨®n colonizada por los partidos pol¨ªticos y privada de una de sus facultades fundamentales, que es el control de oficio de la solvencia t¨¦cnica y la legalidad de las actuaciones. Cuando se habla de funci¨®n p¨²blica se piensa de inmediato en la figura de un funcionario anticuado y ocioso, sentado detr¨¢s de una mesa, dedicado sobre todo a urdir lo que se llama, reveladoramente, ¡°trabas burocr¨¢ticas¡±. Esa caricatura la ha fomentado la clase pol¨ªtica porque serv¨ªa muy bien a sus intereses: frente al funcionario de carrera, atornillado en su plaza vitalicia, estar¨ªa el gestor din¨¢mico, el pol¨ªtico emprendedor e idealista, la pura y sagrada voluntad popular. Si se producen abusos los tribunales actuar¨¢n para corregirlos.
Est¨¢ bien que por fin los jueces cumplan con su tarea, y que los culpables reciban el castigo previsto por la ley. Pero un juez es como un cirujano, que intenta remediar algo del da?o ya hecho: la decencia p¨²blica no pueden garantizarla los jueces, en la misma medida en que la salud p¨²blica no depende de los cirujanos. Los ¨¢nimos est¨¢n muy cargados, y la gente exige, con raz¨®n, una justicia r¨¢pida y visible, pero no se puede confundir el castigo del delito con la soluci¨®n, aunque forme parte de ella. El puesto de un corrupto encarcelado lo puede ocupar otro. El da?o que causa la corrupci¨®n puede no ser m¨¢s grave que el desatado por la masiva incompetencia, por el capricho de los iluminados o los trastornados por el v¨¦rtigo de mandar. Lo que nos hace falta es un vuelco al mismo tiempo administrativo y moral, un fortalecimiento de la funci¨®n p¨²blica y un cambio de actitudes culturales muy arraigadas y muy da?inas, que empapan por igual casi todos los ¨¢mbitos de nuestra vida colectiva.
El vuelco administrativo implica poner fin al progresivo deterioro en la calidad de los servicios p¨²blicos, en los procesos de selecci¨®n y en las condiciones del trabajo y en las garant¨ªas de integridad profesional de quienes los ejercen. Contra los manejos de un pol¨ªtico corrupto o los desastres de uno incompetente la mejor defensa no son los jueces: son los empleados p¨²blicos que est¨¢n capacitados para hacer bien su trabajo y disponen de los medios para llevarlo a cabo, que tienen garantizada su independencia y por lo tanto no han de someterse por conveniencia o por obligaci¨®n a los designios del que manda. Desde el principio mismo de la democracia, los partidos pol¨ªticos hicieron todo lo posible por eliminar los controles administrativos que ya exist¨ªan y dejar el m¨¢ximo espacio al arbitrio de las decisiones pol¨ªticas. Ni siquiera hace falta el robo para que suceda el desastre. Que se construya un teatro de ¨®pera para tres mil personas en una peque?a capital o un aeropuerto sin viajeros en mitad de un desierto no implica solo la tonter¨ªa o la vanidad de un gobernante alucinado: requiere tambi¨¦n que no hayan funcionado los controles t¨¦cnicos que aseguran la solvencia y la racionalidad de cualquier proyecto p¨²blico, y que sobre los criterios profesionales hayan prevalecido las consignas pol¨ªticas.
El cambio, el vuelco principal, es la exigencia y el reconocimiento de la capacidad personal
En cada ¨¢mbito de la administraci¨®n se han instalado vagos gestores mucho mejor pagados siempre que los funcionarios de carrera. Obtienen sus puestos gracias al favor clientelar y ejercen, labores m¨¢s o menos expl¨ªcitas de comisariado pol¨ªtico. Pedagogos con mucha m¨¢s autoridad que los profesores; gerentes que no saben nada de m¨²sica o de medicina pero que dirigen lo mismo una sala de conciertos que un gran hospital; directivos de confusas agencias o empresas de titularidad p¨²blicas, a veces con nombres fantasiosos, que usurpan y privatizan sin garant¨ªas legales las funciones propias de la administraci¨®n. En un sistema as¨ª la corrupci¨®n y la incompetencia, casi siempre aliadas, no son excepciones: forman parte del orden natural de las cosas. Lo asombroso es que en semejantes condiciones haya tantos servidores p¨²blicos en Espa?a que siguen cumpliendo con dedicaci¨®n y eficacia admirables las tareas vitales que les corresponden: enfermeros, m¨¦dicos, profesores, polic¨ªas, inspectores de Hacienda, jueces, cient¨ªficos, interventores, administradores escrupulosos del dinero de todos.
Que toda esa gente, contra viento y marea, haga bien su trabajo, es una prueba de que las cosas pueden ir a mejor. Construir una administraci¨®n profesional, austera y eficiente es una tarea dif¨ªcil, pero no imposible. Requiere cambios en las leyes y en los h¨¢bitos de la pol¨ªtica y tambi¨¦n otros m¨¢s sutiles, que tienen que ver con profundas inercias de nuestra vida p¨²blica, con esas corruptelas o corrupciones veniales que casi todos, en grado variable, hemos aceptado o tolerado.
El cambio, el vuelco principal, es la exigencia y el reconocimiento del m¨¦rito. Una funci¨®n p¨²blica de calidad es la que atrae a las personas m¨¢s capacitadas con incentivos que nunca van a ser sobre todo econ¨®micos, pero que incluyen la certeza de una remuneraci¨®n digna y de un espacio profesional favorable al desarrollo de las capacidades individuales y a su rendimiento social. En Espa?a cualquier m¨¦rito, salvo el deportivo, despierta recelo y desd¨¦n, igual que cualquier idea de servicio p¨²blico o de bien com¨²n provoca una mueca de cinismo. La derecha no admite m¨¢s m¨¦rito que el del privilegio. La izquierda no sabe o no quiere distinguir el m¨¦rito del privilegio y cree que la ignorancia y la falta de exigencia son garant¨ªas de la igualdad, cuando lo ¨²nico que hacen es agravar las desventajas de los pobres y asegurar que los privilegiados de nacimiento no sufren la competencia de quienes, por falta de medios, solo pueden desarrollar sus capacidades y ascender profesional y socialmente gracias a la palanca m¨¢s igualitaria de todas, que es una buena educaci¨®n p¨²blica.
Una cultura civil muy degradada ha fomentado en Espa?a el ejercicio del poder sin responsablidad
Nadie se ha beneficiado m¨¢s del rechazo del m¨¦rito y de la falta de una administraci¨®n basada en ¨¦l que esa morralla innumerable que compone la parte m¨¢s mediocre y parasitaria de la clase pol¨ªtica, el esperpento infame de los grandes corruptos y el hormiguero de los arrimados, los colocados, los asesores, los asistentes, los chivatos, los expertos en nada, los titulares de cargos con denominaciones gaseosas, los emboscados en gabinetes superfluos o directamente imaginarios. Unos ser¨¢n c¨®mplices de la corrupci¨®n y otros no, pero todos contribuyen a la atm¨®sfera que la hace posible y debilitan con su parasitismo el vigor de una administraci¨®n cada vez m¨¢s pobre en recursos materiales y legales y por lo tanto m¨¢s incapaz de cumplir con sus obligaciones y de prevenir y atajar los abusos. Una cultura civil muy degradada ha fomentado durante demasiado tiempo en Espa?a el ejercicio del poder pol¨ªtico sin responsabilidad y la reverencia ante el brillo sin m¨¦rito. Caudillos demagogos y corruptos han seguido gobernando con mayor¨ªas absolutas; gente zafia y gritona que cobra por exhibir sus miserias privadas disfruta del estrellato de la televisi¨®n; ladrones notorios se convierten en h¨¦roes o m¨¢rtires con solo agitar una bandera.
Esta es una ¨¦poca muy propicia a la b¨²squeda de chivos expiatorios y soluciones inmediatas, espectaculares y tajantes ¡ªes decir, milagrosas¡ª, pero lo muy arraigado y lo muy extendido solo puede arreglarse con una ardua determinaci¨®n, con racionalidad y constancia, con las herramientas que menos se han usado hasta ahora en nuestra vida p¨²blica: un gran acuerdo pol¨ªtico para despolitizar la administraci¨®n y hacerla de verdad profesional y eficiente, garantizando el acceso a ella por criterios objetivos de m¨¦rito; y otro acuerdo m¨¢s general y m¨¢s difuso, pero igual de necesario, para alentar el m¨¦rito en vez de entorpecerlo, para apreciarlo y celebrarlo all¨¢ donde se produzca, en cualquiera de sus formas variadas, el m¨¦rito que sostiene la plenitud vital de quien lo posee y lo ejerce y al mismo tiempo mejora modestamente el mundo, el espacio p¨²blico y com¨²n de la ciudadan¨ªa democr¨¢tica.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
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