Catalu?a: entre tirios y troyanos
La estrategia es negar la racionalidad del contrario sin calibrar sus argumentos
Uno de los aspectos m¨¢s irritantes del ¡°proceso soberanista¡± catal¨¢n es la poca calidad del debate (si puede llamarse as¨ª) sobre la posible independencia de Catalu?a. Y a ello han contribuido tanto los detractores de esa independencia como sus mismos partidarios.
En el ¨¢mbito de la Ciencia Pol¨ªtica la teor¨ªa de la elecci¨®n racional ha sido objeto de profundas cr¨ªticas y goza de un amplio descr¨¦dito; sin embargo, hay un fondo de verdad en ella que puede ser un buen punto de arranque para entender la desaz¨®n que invade a m¨¢s de uno cuando asiste al rifirrafe entre independentistas y antiindependentistas.
Simplificando mucho, la teor¨ªa dice que las personas votan para satisfacer sus preferencias individuales, partiendo del supuesto de que las personas son capaces de identificar sus propias preferencias y tambi¨¦n las opciones pol¨ªticas que les permiten maximizarlas. En otras palabras, las personas votan para obtener el m¨¢ximo beneficio posible (en forma de leyes, pol¨ªticas p¨²blicas, estatus pol¨ªtico) al m¨ªnimo coste posible. Esta ense?anza b¨¢sica es la que ha venido al traste en la discusi¨®n p¨²blica sobre el proceso soberanista catal¨¢n.
La idea de que voten todos los espa?oles no tiene apoyo en la pol¨ªtica comparada
Veamos la cuesti¨®n por el lado antiindependentista. En la perspectiva de un debate serio, el primer problema es obvio: el antiindependentismo parte del principio de que no se puede preferir la independencia. Hubo un tiempo en el que se defend¨ªa que todas las opciones pol¨ªticas, incluido el independentismo, eran leg¨ªtimas, siempre que se expresaran de manera pac¨ªfica; para el antiindependentismo actual, esto ya no es as¨ª. Naturalmente, el discurso antiindependentista no se acaba ah¨ª. Puesto que de hecho hay muchas personas que prefieren la independencia hay que entrar m¨¢s a fondo. Y aqu¨ª viene el segundo y acaso mayor problema del antiindependentismo: su pretensi¨®n de que los independentistas se equivocan porque la independencia no es la respuesta adecuada a sus verdaderos intereses. Los independentistas son tratados como ¡°tontos irracionales¡± que no desean otra cosa que el suicidio de Catalu?a ¡ªuna met¨¢fora que resume los terribles costes que supondr¨ªa la secesi¨®n¡ª. Sin duda, no todos los antiindependentistas son tan extremados como Miguel del Amo, Xavier Garc¨ªa Albiol, Carmen Iglesias, Joaqu¨ªn Leguina o Clemente Polo (por citar solo a un pu?ado de los abonados a la met¨¢fora de la autoinmolaci¨®n); pero aunque sea tomando otros cauces menos dram¨¢ticos el discurso que se propaga es de estricta deslegitimaci¨®n. En este empe?o se omiten o tergiversan las ense?anzas de la pol¨ªtica comparada: por ejemplo, ?por qu¨¦ Quebec pudo organizar nada menos que dos consultas si la Constituci¨®n canadiense no prev¨¦ el derecho de secesi¨®n? Puestos a desbarrar, hay quien es capaz de preguntarse sin ruborizarse que para qu¨¦ quieren la independencia los catalanes si Espa?a es el Estado m¨¢s descentralizado del mundo. Para desmentirlo no es necesario acudir a B¨¦lgica, Suiza o Bosnia-Herzegovina; incluso un Estado federal aparentemente tan uniforme como Alemania supera en algunos ¨¢mbitos el nivel de descentralizaci¨®n espa?ol (en Alemania, por ejemplo, no existe un Ministerio federal de Cultura). Los antiindependentistas m¨¢s abiertos se atreven a proponer una consulta en la que voten todos los espa?oles, algo que tampoco tiene apoyo en la pol¨ªtica comparada: desde el plebiscito para unir el Condado Venaissin a Francia en 1791, pasando por las dos consultas de Quebec, hasta el refer¨¦ndum de Escocia en 2014, la norma es que solo voten los ciudadanos del territorio afectado.
Pero como dec¨ªamos el problema no est¨¢ solo en el campo antiindependentista. Dentro del independentismo catal¨¢n se cometen pecados sim¨¦tricos a los del antiindependentismo espa?ol. Para empezar, se parte del principio de que no se debe preferir mantener la uni¨®n con Espa?a. Los l¨ªderes independentistas defienden una consulta en la que l¨®gicamente se pueda votar en contra de la secesi¨®n, pero existe toda una caverna independentista (la expresi¨®n es de Eduard Voltas, un independentista muy acreditado) que crucifica al cantante Raimon cuando se declara no independentista o al profesor Quim Brugu¨¦ cuando explica que no ve suficientes garant¨ªas democr¨¢ticas no ya en el ¡°proceso participativo¡± del 9 de noviembre sino en la consulta que se preve¨ªa inicialmente.
El antiindependentismo parte del principio de que no se puede preferir la independencia
En este punto, al independentismo le pasa algo parecido que al antiindependentismo. Puesto que hay ciudadanos que no son independentistas hay que decir algo m¨¢s. Aqu¨ª la tesis independentista es calcada de la posici¨®n antiindependentista: en este caso, los no independentistas se equivocan porque cualquier cosa que no sea la independencia no es la respuesta adecuada a sus verdaderos intereses. Si los ciudadanos quieren una democracia de calidad o un Estado de bienestar digno de ese nombre (y qui¨¦n no lo quiere) solo lo conseguir¨¢n en un ¡°pa¨ªs nuevo¡±. Poco importa que los previsibles l¨ªderes del pa¨ªs nuevo hayan dado sobradas muestras de incompetencia en distintas esferas (por poner solo un par de ejemplos que afectan a la calidad de la democracia, en 34 a?os los pol¨ªticos catalanes no han sido capaces de pactar su propia ley electoral y s¨ª han instaurado unos hiperpolitizados ¨®rganos de control de los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos que se hallan a a?os luz de sus supuestos referentes brit¨¢nicos). Aqu¨ª tambi¨¦n se dan coincidencias ret¨®ricas con el antiindependentismo. Si para el antiindependentismo la secesi¨®n equivale a la muerte, para el independentismo lo es el statu quo. En 2011, Jordi Pujol (con perd¨®n) ya pronostic¨® que ¡°si la idea de Espa?a que ahora prevalece se consolida, la alternativa est¨¢ entre la independencia y la gradual desaparici¨®n de la catalanidad y de Catalu?a¡±.
Como es evidente, no hay punto de encuentro posible cuando la estrategia consiste en negar la racionalidad del bando contrario en lugar de calibrar sus argumentos. La conclusi¨®n final se expresa en una f¨®rmula latina: Tertium non datur. Los independentistas ya no quieren o¨ªr hablar de nada que no sea la independencia; como dijo Oriol Junqueras, ¡°la tercera v¨ªa no tiene ni estaci¨®n de salida¡±. Y los antiindependentistas no quieren o¨ªr hablar de nada que cuestione la indivisible soberan¨ªa del pueblo espa?ol. Es cierto que el PSOE ha puesto sobre la mesa la idea de una reforma constitucional. Pero la posici¨®n de fondo de la actual direcci¨®n socialista no va mucho m¨¢s all¨¢ de lo que dijo en septiembre el presidente del Consejo de Estado: la soluci¨®n consiste en ¡°convencer a los catalanes de que la uni¨®n hace la fuerza y que la suma es positiva, y que la resta y la divisi¨®n producen problemas en la prosperidad¡±. Como puede verse, en su metaf¨®rica declaraci¨®n Romay Beccar¨ªa omiti¨® una de las cuatro reglas. Pues bien: si la respuesta espa?ola al descontento catal¨¢n se reduce a esl¨®ganes bonitos, lo ¨²nico que cabe esperar en la pr¨®xima votaci¨®n de verdad es que los votos independentistas se multipliquen.
Albert Branchadell es profesor de la Facultad de Traducci¨®n e Interpretaci¨®n de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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