El buen morir
La vejez extrema est¨¢ siendo a menudo extremadamente penosa, solitaria, incapacitante
Mi padre, que llev¨® con enorme dignidad, coraje y alegr¨ªa una enfermedad deteriorante que termin¨® amarr¨¢ndole a una bombona de ox¨ªgeno y una silla de ruedas, siempre repet¨ªa una conocida frase: ¡°Nadie es tan joven como para no poder morir al d¨ªa siguiente ni tan viejo como para no poder vivir un d¨ªa m¨¢s¡±. Le consolaba recordar este dicho porque su gusto por la vida era legendario. Era una de esas personas, mi madre lo es tambi¨¦n a sus 93 a?os, capaces de disfrutar con la mera contemplaci¨®n de una nube que se deshilacha. Hace falta mucho valor para soportar las traiciones del cuerpo, el marchitamiento de la salud, el constante empeque?ecer del futuro y de sus posibilidades. Si tienes la gran suerte de llegar a viejo, la vida te va quitando todo. Pero algunos hombres y mujeres siguen ah¨ª, inc¨®lumes, serenos, guerreros formidables de la existencia, gozando de sus horas hasta el final. Admiro su temple y su inmensa capacidad de adaptaci¨®n.
Viniendo de dos padres tan valientes, yo he salido sorprendentemente cobardilla. O quiz¨¢, m¨¢s que cobardilla, vehemente, voraz e inadaptable. No soporto la p¨¦rdida. No soporto la decadencia. No soporto crecer. Me gustar¨ªa poder decir que, con los a?os, se aprende a convivir con el tiempo que te deshace, pero, la verdad, yo no he aprendido. Y me temo que hay much¨ªsima gente que es como yo. Ya lo dec¨ªa Oscar Wilde: ¡°Lo peor no es envejecer; lo verdaderamente malo es que no se envejece¡±. Y con esto se refer¨ªa a que no envejecemos por dentro, a que nos seguimos viendo siempre iguales, eternos Dorian Gray de tersas mejillas enfrentados al retrato pavoroso de nuestra carne cada vez m¨¢s marchita, de modo que se va creando una disociaci¨®n entre nuestro ser real y el yo ilusorio interior. Creo que la mayor¨ªa de los humanos somos inmaduros peterpanes.
Todas estas reflexiones algo l¨²gubres me las ha suscitado la tremenda historia de Brittany Maynard, la mujer estadounidense que, con 29 a?os y c¨¢ncer de cerebro terminal, se ha mudado con su familia al Estado de Oreg¨®n, en donde se permite la eutanasia. Tiene previsto abandonar este mundo el 1 de noviembre; mientras escribo este art¨ªculo, que tardar¨¢ dos semanas en publicarse, esta mujer sigue viva y est¨¢ haciendo la formidable y heroica traves¨ªa de sus d¨ªas finales. Cuando lo lean ustedes, ya habr¨¢ desaparecido de este mundo. Un pu?ado de c¨¦lulas que detienen su combusti¨®n y r¨¢pidamente decaen. Una memoria, una voluntad, un deseo, esa ligera voluta de aire que es el yo, o el alma, o el esp¨ªritu, deshaci¨¦ndose en la bruma del atardecer. En un abrir y cerrar de ojos, en fin, no queda nada. No me extra?a que las religiones hayan inventado tantos mundos de ultratumba, para¨ªsos e infiernos, porque nos es insoportable asumir ese vac¨ªo. ¡°Os voy a echar mucho de menos¡±, he o¨ªdo decir una y otra vez a los moribundos, incluso a los ateos, dirigi¨¦ndose a sus seres queridos. ¡°Os voy a echar de menos¡±: el yo se empe?a en seguir siendo contra toda raz¨®n.
Y en realidad eso es algo bello, porque demuestra que, mientras vives, eres. Y cuando ya no vives, simplemente no eres. Si no nos angustia la oscuridad que precede a nuestro nacimiento, ?por qu¨¦ permitimos que nos angustie la que nos espera?
Eso s¨ª, es crucial la manera en que la salida se produce. En Occidente estamos batiendo r¨¦cords de longevidad. Nunca tanta gente ha sido tan mayor en toda la historia de la Humanidad. Pero ?a qu¨¦ precio? La vejez extrema est¨¢ siendo a menudo extremadamente penosa, solitaria, dolorosa, incapacitante. La sociedad no est¨¢ preparada para este aluvi¨®n de ancianos con achaques. Necesitamos medios para ofrecer una vida m¨¢s sana y m¨¢s protegida a todos los mayores (es de justicia y tambi¨¦n puro ego¨ªsmo, porque ese ser¨¢ nuestro futuro). Que el entorno social sea lo suficientemente acogedor para que los viejos disfrutones y valientes como mis padres sigan extrayendo hasta la ¨²ltima gota de placer a la vida. Pero tambi¨¦n tenemos que regular la eutanasia, tenemos que formalizar y facilitar los protocolos de una muerte digna. Porque puede haber muchas personas que no quieran seguir adelante en seg¨²n qu¨¦ condiciones. La muerte puede ser una opci¨®n de la vida. Una bella, emocionante, heroica opci¨®n, como lo ha demostrado esa mujer de Oreg¨®n tan joven, tan guapa, tan rodeada de amor, que ha sido capaz de tomar las riendas de su existencia, pese a todo. P @BrunaHusky
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