El futuro de Jennifer
Mis tiempos fueron a pesar de todo m¨¢s f¨¢ciles que estos
Los nombres propios. Por consecuencias felices de mi oficio, mi vida est¨¢ hoy en d¨ªa inundada de Vanessas, de Jennifers, de Melodys, Jessicas y de Aarones, Isras o Jonatanes. Recuerdo el momento, hace unos veinte a?os, en que esos nombres comenzaron a invadir las partidas de nacimiento. La clase media observaba con humor esa sonoridad chocante que se produc¨ªa al unir un nombre vulgar anglosaj¨®n con un apellido com¨²n espa?ol. Esos nuevos nombres brotaban en los barrios, durante un tiempo llenaron los patios de los colegios, y en 2014 ya hay Vanessas que han tenido descendencia o que investigan sobre memoria emocional en universidades extranjeras. Esos nombres propios quedar¨¢n, imagino, como el sello popular de una ¨¦poca, m¨¢s divertidos al fin que los Jos¨¦ Antonios, las Carmencitas o las Fabiolas de la posguerra.
Mi vida, digo, est¨¢ felizmente habitada por estudiantes universitarios de nombre chocante que a estas alturas del a?o, no s¨¦ muy bien por qu¨¦, coincidiendo imagino con las pr¨¢cticas de la asignatura de redacci¨®n period¨ªstica, me llenan el buz¨®n del correo con peticiones de entrevistas para un trabajo de la carrera. En la mayor¨ªa de los casos, por no decir en todos, son estudiantes que se hicieron lectores leyendo, entre otros, los libros de Manolito, y que sienten hacia m¨ª curiosidad y cari?o. El cari?o que siente cualquiera hacia quien le proporcion¨® las primeras horas de disfrute independiente y solitario, de ingreso en la vida adulta.
La otra tarde vino a buscarme a la radio una de aquellas ni?as a las que sus padres quisieron adornar con un nombre peregrino, Jennifer. Jennifer L¨®pez. Cuando la bautizaron con nombre tan internacional la cantante latina no era todav¨ªa conocida, al menos no en Espa?a, pero el destino nos depara esas bromas y ahora Jennifer, la nuestra, tiene que aguantar comentarios y miradas cuando dice por ah¨ª c¨®mo se llama. En cualquier caso, sospecho que en Espa?a hay m¨¢s de una Jennifer L¨®pez.
Me resultar¨ªa c¨ªnico frustrar su vocaci¨®n?de periodista con una visi¨®n apocal¨ªptica del porvenir. No es justo
La m¨ªa, por as¨ª nombrarla, era y es para mi gusto m¨¢s bonita que la cantante del Bronx, llevaba la otra tarde unas gafas de chica lista y se hab¨ªa tra¨ªdo la entrevista preparada primorosamente. Quer¨ªa, quiere, ser periodista y me preguntaba, casi m¨¢s por inter¨¦s personal que acad¨¦mico, por los secretos para llegar a algo en ¡°esto¡±. A estas cuestiones nunca s¨¦ qu¨¦ responder. No s¨¦ qu¨¦ contestar porque mis tiempos (odio decir mis tiempos, lo odio) fueron a pesar de todo m¨¢s f¨¢ciles que estos. Por un lado, no hab¨ªamos partido de la caseta de salida con altas expectativas; por otro, tampoco nuestros padres nos hab¨ªan dotado de una gran autoestima. Ni grande ni peque?a, vaya, la autoestima fue un concepto que descubrimos mucho m¨¢s tarde. Jennifer me pregunta que por qu¨¦ dej¨¦ la carrera. Y yo improviso una teor¨ªa sobre mi propio pasado. Se trata, claro est¨¢, de una mentira pedag¨®gica, porque no quiero que Jennifer haga lo que yo hice: brujulear por los Madriles y jugar en la radio, que era infinitamente m¨¢s divertido que ir a la Facultad de Periodismo. Eso dejando a un lado que la radio estaba mucho m¨¢s cerca de mi barrio, y confieso que ese tipo de comodidades f¨ªsicas han marcado mi vida. Pero que conste que yo le insist¨ª en que ella terminara la carrera porque jam¨¢s me he tenido por una persona ejemplar (aunque un poco m¨¢s ejemplar que Francisco Granados s¨ª, la verdad sea dicha).
Deber¨¢n cimentar un oficio que est¨¢ en ruinas econ¨®micamente; falto de cr¨¦dito econ¨®mico, pero tambi¨¦n desprestigiado
Jennifer me preguntaba por c¨®mo ve¨ªa yo el futuro cuando era joven, aunque en realidad lo que estaba pregunt¨¢ndome era c¨®mo deb¨ªa ella ver el futuro ahora. Yo soy muy perspicaz para descubrir este tipo de preguntas encubiertas. Entre otras cosas porque me he dejado entrevistar por muchos estudiantes de Periodismo que vienen a buscarme desesperanzados, como pidiendo disculpas por haber elegido una carrera que hasta el tate advierte que no tiene salidas. A m¨ª eso me subleva, me subleva tanto que les incito a que vivan sublevados, a que se rebelen contra los agoreros, los funebrones, algunos de ellos, lo s¨¦, para colmo imparten clase a estos pobres j¨®venes que parece que tienen que vivir su carrera como si fueran unos futuros fracasados. No, suelo decir. Si tienes vocaci¨®n, no te amedrentes y no dejes que nadie te lea el futuro. Porque la realidad es que no s¨®lo tendr¨¢n que buscarse un trabajo, tambi¨¦n en cierto modo deber¨¢n cimentar un oficio que est¨¢ en ruinas econ¨®micamente; falto de cr¨¦dito econ¨®mico, pero tambi¨¦n desprestigiado. Estudian la profesi¨®n de los eternos becarios que van con la lengua fuera de un lado a otro para ganar una mierda.
?C¨®mo ve¨ªa yo el futuro? No pensaba mucho en ¨¦l porque se ten¨ªa la idea de que la vida era un continuo progreso. A mejor. Ahora en la madurez me resultar¨ªa c¨ªnico disuadir al que empieza, frustrar su vocaci¨®n con una visi¨®n apocal¨ªptica del porvenir. No es justo, ni es verdad. Ha habido ¨¦pocas peores que esta y mundos que se volvieron del rev¨¦s de una manera mucho m¨¢s abrupta. Cierto que esta juventud no esperaba, nosotros tampoco, que estuvieran destinados a rebelarse. Todo pintaba infinitamente m¨¢s tranquilo.
Me despido de Jennifer en la Gran V¨ªa. Le deseo suerte, y lo hago de coraz¨®n, pensando que la puede tener, ?por qu¨¦ no? Y la veo caminar hacia una periferia donde su nombre abunda.
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