Memorias del comunismo
El ¡°socialismo realmente existente¡± aspiraba a la eternidad marxista-leninista
Cuando hace 25 a?os cay¨® el muro de Berl¨ªn, pareci¨® iniciarse el principio del fin del comunismo. Fue una impresi¨®n confirmada por el desplome de la URSS a fines de 1991. Sin embargo, desde entonces los reg¨ªmenes comunistas extraeuropeos han resistido, unas veces mediante su transformaci¨®n en dictaduras donde los partidos comunistas han regido un floreciente capitalismo de Estado (China, Vietnam), otras por medio de aberrantes autocracias (Corea del Norte), incluso alguna vez por la f¨®rmula castrista de la revoluci¨®n subsidiada. En todos estos casos, dada la certidumbre asumida por los ciudadanos de que la historia sangrienta de Tiannanmen pod¨ªa repetirse. A su vez, la intervenci¨®n de Gorbachov hizo posible que las movilizaciones populares dieran en tierra con las dictaduras comunistas en el Este europeo.
Los acontecimientos de Hungr¨ªa en 1956 y de Praga en 1968 probaron que la supervivencia de los reg¨ªmenes comunistas depend¨ªa de la represi¨®n efectiva o potencial ejercida por la URSS. Brezhnev se lo explic¨® al eslovaco Dubcek tras la invasi¨®n del 68: no estaban dispuestos a retroceder de las fronteras imperiales de 1945, ni a renunciar a la tutela ejercida desde el interior en los partidos sat¨¦lites, ni a tolerar una evoluci¨®n hacia la democracia. El impulso revolucionario del comunismo se hab¨ªa agotado y solo contaban las maniobras de dominaci¨®n a cualquier precio. La camarader¨ªa hab¨ªa cedido paso al gangsterismo, anot¨® Zdenek Mlynar, cerebro de la primavera de Praga. Cuando Gorbachov intent¨® las reformas, so?ando con una nueva edici¨®n de la NEP de Lenin, carec¨ªa ya de toda posibilidad.
Viajando al mundo del ¡°socialismo real¡± en torno a 1980, resultaba evidente el anquilosamiento ideol¨®gico y la voluntad punitiva de unos bur¨®cratas dispuestos a aplastar toda alternativa. En su visi¨®n tradicional: ¡°socialdemocracia¡± y ¡°eurocomunismo¡± ca¨ªan en el mismo saco que los fascismos. El ¡°socialismo realmente existente¡± aspiraba a la eternidad, a la sombra del inefable ¡°marxismo-leninismo¡±. Nada hab¨ªa que hacer. Eso s¨ª, con el ensayo de perestroika, Gorbachov propici¨® involuntariamente el hundimiento; de ah¨ª el odio visceral contra ¨¦l, especialmente por parte de quienes recib¨ªan los privilegios de la nomenklatura.
De acuerdo con el patr¨®n fijado por Stalin, el comunismo sovi¨¦tico reg¨ªa, bajo el descontento, la vida pol¨ªtica de las democracias populares. Entretanto, el enorme prestigio de la ¡°patria del socialismo¡± en los a?os treinta hab¨ªa ca¨ªdo en medios intelectuales, aunque no entre los trabajadores. Y en Italia, Francia y Espa?a, la resistencia antifascista confiri¨® adem¨¢s a los respectivos partidos comunistas el aura de la democracia. Fue la ra¨ªz del comunismo democr¨¢tico o eurocomunismo, boicoteado desde la URSS, y sobre todo por el fin de la coyuntura econ¨®mica alcista de posguerra. Sin olvidar las propias contradicciones. Pensemos, no solo en el cuasi-sovi¨¦tico PCF, sino en un Santiago Carrillo que asociaba su eurocomunismo con el ¡°partido de siempre¡±, el de Stalin. El PCI qued¨® solitario ¡°en medio del vado¡±, seg¨²n la expresi¨®n de Giorgio Napolitano.
Las tr¨¢gicas ense?anzas del leninismo y del estalinismo debieran seguir del todo vigentes
La apertura de archivos desde la ca¨ªda de la URSS vino a modificar una importante imagen tradicional, seg¨²n la cual existir¨ªa un buen comunismo sovi¨¦tico, el de Lenin, cuya brutalidad era justificada por la guerra civil, y luego la degeneraci¨®n tir¨¢nica y criminal de Stalin, saco de los golpes desde el XX Congreso (1956). Hoy sabemos que el terror de Stalin, con sus pr¨¢cticas genocidas, se encuentra ya en Lenin, como instrumento de gobierno, lo mismo que el rechazo tajante de la democracia. En esto, Stalin es m¨¢s flexible: admite los frentes populares, la defensa antifascista de la democracia; eso s¨ª, para luego destruirla mediante las ¡°democracias populares¡±. Desde 1960 el movimiento comunista fue en Europa como una piel de zapa que iba encogi¨¦ndose en torno sus implantaciones tradicionales. El fogonazo del prestigio de Mao en torno al 68, seguido por las victorias del 75, en Vietnam y Camboya, se vio anulado al conocerse los desastres del ¡°gran salto adelante¡± y de la ¡°revoluci¨®n cultural¡±, y sobre todo el genocidio de los jemeres rojos, vinculado adem¨¢s en or¨ªgenes y formas de barbarie al comunismo europeo.
A pesar del Gulag, de los millones de muertos en el salto adelante mao¨ªsta y de los jemeres rojos, la memoria del comunismo, movimiento totalitario puro y duro, se ha salvado de la condena global que recayera sobre nazismo y fascismo. Es algo peligroso por la facilidad con que su componente de violencia represiva reaparece en los movimientos radicales posteriores. Con decir que el ¡°capitalismo es criminal¡± y que el ¡°comunismo sovi¨¦tico¡± fue ingenuo, todo se resuelve, cuando las tr¨¢gicas ense?anzas del leninismo y del estalinismo debieran seguir del todo vigentes. Satanizar sin m¨¢s al bienestar econ¨®mico ¡ª¡°los ricos¡±¡ª en nombre de una sacralizaci¨®n, hoy de ¡°los pobres¡±, como anta?o del proletariado, para poner al mundo upside down, lleva siempre a la persecuci¨®n de aquellas minor¨ªas. No solo por explotadoras, sino como culpables de desconocer que la virtud y la raz¨®n residen en la vanguardia revolucionaria. As¨ª naci¨® la checa, y tras ella sucesivas formas de destrucci¨®n del hombre. Solo cuando los partidos comunistas, desde los frentes populares a los a?os setenta, lucharon contra el fascismo y por la democracia, asumiendo un papel de fuerzas reformadoras, consiguieron invertir esa imagen hist¨®rica.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Complutense.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.