Tampoco hay que ser Sherlock Holmes
Cualquiera que haya frecuentado sus aventuras, narradas por Watson y escritas por Conan Doyle, preferir¨ªa ser ¨¦l antes que otro h¨¦roe o villano
Por culpa, o m¨¢s bien gracias a Manuel Rodr¨ªguez Rivero, que me involucr¨® en un ciclo de novela, he vuelto a zambullirme en el inagotable mundo de Sherlock Holmes. Hace ya mucho que, cada vez que en una entrevista ligera se me preguntaba qu¨¦ personaje de ficci¨®n habr¨ªa deseado ser respond¨ªa invariablemente con el nombre del consulting detective de Baker Street, y no creo que mi respuesta fuera hoy distinta. No tiene nada de original; es m¨¢s, yo creo que casi cualquiera que haya frecuentado sus aventuras, narradas por Watson y escritas por Conan Doyle, preferir¨ªa ser ¨¦l antes que otro h¨¦roe o villano: pese a sus muchas man¨ªas, a su excentricidad, a su acechante melancol¨ªa, a su llevadera afici¨®n a la coca¨ªna, a su impertinencia, a su relativa soledad, a su falta de historias amorosas (sin lamento ni a?oranza, seguramente), a su frialdad. Pero Holmes, con todo, no es inhumano, ni una mera m¨¢quina de c¨¢lculo, como alguna vez afirm¨® de ¨¦l su creador. Lo vemos vulnerable y eso nos lleva a quererlo; lo vemos risue?o a menudo, con sentido del humor y capacidad para burlarse de s¨ª mismo; y al menos en una oportunidad lo vemos ¡°afectado¡± por una mujer, la mujer, como siempre fue para ¨¦l Irene Adler, personaje maravillosamente fabulado no en ning¨²n texto sino en el cine, en La vida privada de Sherlock Holmes de Billy Wilder, bajo los rasgos de la olvidada actriz Genevieve Page.
Lo que uno envidia de Holmes es sobre todo su inteligencia y su perspicacia para ver bien y saber, que es a lo que aspiramos muchos en la vida, sobre todo en lo que se refiere a nuestras relaciones con los dem¨¢s. Como es sabido, el ¡°modelo¡± de Holmes en la realidad fue ¨Csi alguien¨C el cirujano edimburgu¨¦s Joseph Bell, profesor de Conan Doyle cuando ¨¦ste estudi¨® Medicina. A la muerte de Bell, en 1911, el New York Times le dedic¨® una necrol¨®gica titulada ¡°Sherlock Holmes, el original, muerto¡±. No s¨¦ si triste o dichoso destino, ser recordado as¨ª. En esa semblanza se recuperaba una an¨¦cdota contada por el propio Bell, en la que uno reconoce efectivamente a Holmes: ¡°Mientras ilustraba a mis alumnos, vino una vez un hombre cuyo caso parec¨ªa muy sencillo. ¡®Sin duda, caballeros¡¯, dije, ¡®ha sido soldado de un Regimiento de las Tierras Altas y probablemente miembro de la banda de m¨²sica¡¯. Se?al¨¦ su contoneo al andar, caracter¨ªstico de los gaiteros; y su corta estatura suger¨ªa que, si hab¨ªa estado en el ej¨¦rcito, habr¨ªa sido en calidad de m¨²sico, a los que no se exig¨ªa tanta talla como a los combatientes. Pero result¨® que era un simple zapatero y que jam¨¢s hab¨ªa vestido uniforme. Fue un chasco, pero yo estaba absolutamente seguro de tener raz¨®n, as¨ª que orden¨¦ a dos de mis ayudantes m¨¢s fuertes que lo llevaran a una habitaci¨®n contigua y lo hicieran desnudarse. En seguida detect¨¦, bajo su tetilla izquierda, una peque?a D azul marcada a fuego, con la que se estigmatizaba a los desertores en la Guerra de Crimea y despu¨¦s, aunque ahora ya no est¨¦ permitido. Por eso el hombre ocultaba su paso por el ej¨¦rcito¡±.
Lo que uno envidia de Holmes es sobre todo su inteligencia y su perspicacia para ver y saber"
S¨ª, qui¨¦n pudiera averiguar tanto, y al primer golpe de vista. No es f¨¢cil saber qu¨¦ nos deparar¨¢ nadie, ni el mejor de los amigos. Pero, caramba, en ocasiones no es tan dif¨ªcil, y uno va aprendiendo con el tiempo. Por poner ejemplos actuales, yo dir¨ªa que no hace falta ser Sherlock Holmes para llevarse inmediatamente la mano a la cartera al ser presentado a los imputados de la trama G¨¹rtel Correa y El Bigotes. Por si acaso, nada m¨¢s. Tampoco hay que ser un lince, creo yo, para suponer, nada m¨¢s verles la expresi¨®n y la actitud, que entre las virtudes de Blesa y B¨¢rcenas no se hallaban la modestia ni la solidaridad ni la piedad: salta a la vista que son individuos jactanciosos, despectivos, engre¨ªdos, por no decir m¨¢s. Entre todos nuestros pol¨ªticos ciegos o torpes, o pardillos a m¨¢s no poder, la verdad es que Esperanza Aguirre destaca como la anti-Sherlock Holmes, pese a haber estudiado de ni?a en el Instituto Brit¨¢nico. Nombr¨® para cargos importantes a una legi¨®n de aparentes malhechores variados, se rode¨® de ellos, les otorg¨® su confianza.
Tantos han sido (presuntamente) que m¨¢s bien parecer¨ªa que hubiera tenido un ojo infalible para reconocerlos y darles poder, como si cada vez se hubiera dicho: ¡°Ah, qu¨¦ magn¨ªfico esp¨¦cimen de truh¨¢n, voy a ficharlo sin dilaci¨®n¡±. Pero no; tuvo a Granados a su vera durante a?os, ¨¦ste fue su mano derecha o izquierda, hasta le permit¨ªa abrocharle la pulsera; y ahora, de pronto, para ella se ha convertido en ¡°este se?or¡±, como si fuera un conocido remoto. Lo mismo con los presuntos L¨®pez Viejo, Mart¨ªn Vasco, Sep¨²lveda, Romero de Tejada o los susodichos Correa y Bigotes, que le organizaban sus kermesses, y tantos m¨¢s. A su sucesor Ignacio yo no lo veo mucho m¨¢s prometedor. En fin, uno intenta intuir, fijarse, adivinar. Ella no. Uno se equivoca, no es Holmes ni Bell. Pero qu¨¦ quieren, por algo ha de guiarse. No logro evitar tener la impresi¨®n de que Floriano no es clarividente, de que Montoro sufri¨® a manos de sus compa?eros durante la ni?ez, de que Rajoy es tan esfinge como aparenta, de que Pablo Iglesias es autoritario y taimado y nada de fiar, de que Carme Forcadell bordea la posesi¨®n (no s¨¦ si por el espectro de Wifredo el Velloso o por qui¨¦n), de que Cospedal se asemeja cada d¨ªa m¨¢s al retrato de Dorian Gray. Insisto, son s¨®lo impresiones, y ojal¨¢ me equivoque con todos. Ya he admitido que, por desgracia, nunca he logrado ser Sherlock Holmes.
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