La Historia contra la termodin¨¢mica
La tentaci¨®n de explicar las cosas recurriendo a entes esenciales a los que se atribuyen intenciones, voluntad, aspiraciones e identidad colectiva tiene consecuencias desastrosas. Entre ellas, la p¨¦rdida del sentido com¨²n
Entre artistas, o al menos entre algunos artistas, no es raro escuchar la boutade de que el presente determina el pasado. Algunos, campanudos, apelan, con descuido y apresuramiento, a extravagantes interpretaciones de ciertos resultados de la mec¨¢nica cu¨¢ntica, aunque lo m¨¢s com¨²n es referirse a una particular genealog¨ªa de genios, siempre estupenda, que inexorablemente conduce a ellos mismos. Su obra iluminar¨ªa a los cl¨¢sicos que, en una suerte de principio antr¨®pico-est¨¦tico, habr¨ªan venido al mundo para que ellos pudieran llegar a cuajar. Una vanidad adolescente que, en todo caso, nada tiene que ver con el extrav¨ªo seg¨²n el cual el presente modifica el pasado. Sin ir m¨¢s lejos, cuando Borges, que med¨ªa con precisi¨®n de agrimensor el calibre de sus palabras, sosten¨ªa que ¡°todo escritor elige a sus predecesores¡±, se limitaba a constatar que nuestra mirada nos lleva a seleccionar ciertas trazas del pasado. Nuestra mirada presente, la de hoy. El pasado queda intacto. Cosas de las leyes de la termodin¨¢mica, las m¨¢s firmes entre las firmes. Las que nadie se puede saltar.
Tampoco los historiadores. Incluso cuando sostienen, como Josep Fontana en una entrevista reciente, que una manifestaci¨®n de hace un par de a?os est¨¢ en el origen de su reciente libro sobre una identidad colectiva, la catalana, que, seg¨²n ¨¦l, se remonta a varios siglos atr¨¢s. Una identidad que contrapone a la espa?ola. As¨ª, a lo grande. La contraposici¨®n la juzga tan rotunda y de principio que, como si hiciera suya la versi¨®n m¨¢s radical de la endeble tesis de Sapir-Wolf, se ha negado a traducir su libro al castellano porque ¡°quer¨ªa explicar cosas a gente que tiene la misma cultura, que ha tenido las mismas experiencias, que se ha encontrado con los mismos problemas y con la que tenemos una visi¨®n del mundo compartida, que es lo que acaba fabricando toda esta identidad¡±. Para aclarar el sentido de sus palabras precisa: ¡°He escrito este libro pensando en lectores catalanes. Si he de hacer los mismos razonamientos a lectores castellanos, lo tendr¨ªa que reescribir completamente. Y no s¨¦ si vale la pena el esfuerzo¡±.
No es una rareza la vocaci¨®n nacionalista de los historiadores, calificados con frecuencia como nation-builders. Est¨¢ bien documentada la versi¨®n turbulenta de ese v¨ªnculo, una com¨²n genealog¨ªa entre romanticismo, nacionalismo ¨¦tnico-cultural e historicismo. Es seguramente la veta m¨¢s honda del pensamiento reaccionario, en sentido literal, el que reacciona contra la Ilustraci¨®n y, al servicio de esa operaci¨®n, invoca la existencia de un particular esp¨ªritu de cada pueblo (Volksgeist), a medio camino entre la biolog¨ªa (la raza) y la cultura (la lengua), como fuente de legitimidad de las comunidades pol¨ªticas contrapuesta a los principios universales y emancipadores de las revoluciones democr¨¢ticas.
Aunque tales trazos espesos ya nadie, o casi nadie, los repite, es cierto que, con independencia de los fervores patri¨®ticos de cada cual, hay algo de inevitable en el oficio y la perspectiva que allana el camino a la proliferaci¨®n de sesgos nacionalistas. La simple idea de biografiar una comunidad conduce con naturalidad a presumir la existencia una entidad esencial que experimenta la historia, una entidad con un origen y un per¨ªmetro, unas fronteras. A esa entidad le pasan cosas, pero ella, por as¨ª decir, persiste. Le transcurren los acontecimientos, en lugar de ser ella misma un transcurso, o, por mejor decir, una trama de transcursos m¨¢s o menos deshilachada.
Es la veta m¨¢s honda del pensamiento reaccionario: el que reacciona contra la Ilustraci¨®n
Ese peaje resulta casi inexorable: el acto de elegir el objeto de investigaci¨®n propicia la disposici¨®n a convertirlo en (clase) natural. Viene a ser algo parecido a lo que sucede con quienes investigan asuntos como ¡°el deporte¡±, ¡°las emociones¡± o ¡°la enfermedad¡±, que, si no andan con cautelas, acaban por dar por supuesto que hay una suerte de esencias inmutables compartidas lo bastante relevantes como para justificar teor¨ªas generales de deporte (desde la halterofilia al ajedrez), de la emoci¨®n (desde el miedo al amor) o la enfermedad (desde la tuberculosis hasta el c¨¢ncer).
En todo caso, cuando el investigador se toma en serio su quehacer y se compromete en la b¨²squeda la verdad, controla ese tributo, se previene frente a las tentaciones esencialistas y matiza el alcance de sus juicios. Desde luego la tarea no es sencilla. Y es que diversas peculiaridades met¨®dicas de la disciplina contribuyen a que se multipliquen las posibilidades de dejarse vencer por las anteojeras y entregarse a unas esencias que facilitan mucho la tarea de levantar ¡°explicaciones¡±, tan falaces como econ¨®micas.
Cualquier acontecimiento es el resultado de un conjunto innumerable de causas. Quien apela al fr¨ªo para explicar la muerte de unos indigentes omite la pobreza (y mil circunstancias m¨¢s: estado f¨ªsico, ignorancia, la termodin¨¢mica, etc¨¦tera). Normalmente, al explicar destacamos, entre las causas concurrentes, la menos obvia, la que ignora nuestro interlocutor. Pero la mera existencia de la tal diversidad permite que, del saco de las causas, cada uno extraiga la que quiera.
El problema se ahonda cuando se trata de procesos o secuencias de acontecimientos. Entonces el surtido se dispara y cada cual encuentra lo que viene a buscar. No es raro ver c¨®mo se expurgan cuatro informaciones parciales, que pueden ser correctas, para levantar edificios de ficci¨®n, sin ponderar si hay otras contrapuestas o su peso real, cualitativo o cuantitativo, porque no es lo mismo una hoja parroquial o un diario personal que una portada de The Economist o el pre¨¢mbulo de una Constituci¨®n.
Caben m¨¢s posibilidades para cultivar la arbitrariedad, entre ellas la m¨¢s importante: la identificaci¨®n del momento cumbre que fija la esencia de la sociedad provista de todas las virtudes que, retrospectivamente, se recrear¨¢n. Lo dem¨¢s, anterior o posterior, ser¨ªa simple aderezo. Lo hemos visto en este tiempo. La Catalu?a de 1700, igualitaria, democr¨¢tica, c¨ªvica, dialogante y pac¨ªfica, ser¨ªa la genuina y, lo que venga despu¨¦s, sobre todo si se juzga mal, aparecer¨¢ como resultado de una contaminaci¨®n ¡°externa¡±, de Espa?a.
En ese relato, la Catalu?a de 1700 es la genuina: igualitaria, democr¨¢tica, dialogante y pac¨ªfica
La operaci¨®n se complementa mediante un uso incontrolado de los contraf¨¢cticos: lo que no sucedi¨® no se utiliza como la inevitable herramienta para explicar lo que sucedi¨®, sino para conjeturar historias fant¨¢sticas que como consecuencia de la contaminaci¨®n, no llegaron a puerto y que, de no haberse frustrado, habr¨ªan conducido al mejor mundo posible. Una secuencia de (falaces) cadenas de plausibilidad (esto habr¨ªa llevado a lo otro, lo otro a lo de m¨¢s all¨¢, etc¨¦tera) refuerzan un delirio que aumenta con el n¨²mero de eslabones intermedios entre el recreado pasado glorioso y el fascinante mundo posible que pudo haber sido y no es y que ahora sirve para cultivar un inacabable reproche retrospectivo: ?con lo que nosotros podr¨ªamos haber sido! Est¨¢ de m¨¢s decir que, en esta operaci¨®n, resulta muy conveniente disponer de un arsenal de palabras que hoy designan realidades diferentes de ¡ªsi no opuestas a¡ª las que designaron en otro tiempo: constituciones, libertades, parlamentos.
En ese relato el marco conceptual no es un entramado de clases, relaciones econ¨®micas o luchas de poder, sino un conflicto entre entes esenciales (Espa?a y Catalu?a) a los que se atribuyen intenciones, aspiraciones, voluntad y, sobre todo, identidad colectiva. El gui¨®n se repite en estos d¨ªas cuando se utilizan f¨®rmulas como ¡°Espa?a odia a Catalu?a¡± o ¡ªla mejor intencionada, pero no menos imb¨¦cil¡ª ¡°Espa?a ha de resultar atractiva para Catalu?a¡±.
En disciplinas con protocolos imprecisos la falta de cautela autocr¨ªtica, como de otras virtudes epist¨¦micas, tiene desastrosas consecuencias, incluso entre los mejores. Entre ellas, la p¨¦rdida del sentido com¨²n. La tesis de la identidad de los pueblos quiere decir, operacionalizada, que yo tengo m¨¢s que ver con un tipo vestido de sayo de velarte o calzas de velludo, incapaz de entender cosas como el derecho al voto de la mujer, la luz el¨¦ctrica, el alcantarillado, el transporte p¨²blico y hasta la idea misma de identidad cultural, que con otro con el que discuto en Facebook, comparto el miedo al ¨¦bola, el cambio clim¨¢tico o el IS y, juntos, hemos visto cambiar hasta tal punto nuestro pa¨ªs que ni siquiera nuestros abuelos entender¨ªan lo que acabo de contar.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona. Su ¨²ltimo libro publicado es El compromiso del creador (Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores).
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