La construcci¨®n de Kennedy
En 2015 se cumplen 55 a?os del salto a la arena pol¨ªtica global de J. F. Kennedy en la convenci¨®n dem¨®crata en la que compiti¨® con Lyndon B. Johnson. Aquella fue la g¨¦nesis de uno de los grandes mitos pol¨ªticos del siglo XX. Desgranamos la historia de la m¨¢s pura encarnaci¨®n del sue?o americano.
El 35? presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, tendr¨ªa hoy 97 a?os; es, por tanto, un personaje que bastante m¨¢s de la mitad de los lectores de este peri¨®dico conocen solo por los libros de historia, y sobre todo por las fotograf¨ªas. Somos minor¨ªa los que a¨²n recordamos d¨®nde est¨¢bamos cuando, a ¨²ltima hora de la tarde del 22 de noviembre de 1963, lleg¨® a Espa?a la noticia de su asesinato en Dallas. Su corta presidencia, solo mil d¨ªas, una tarea inacabada, no explica por qu¨¦ hoy, 51 a?os despu¨¦s de su desaparici¨®n, un periodo m¨¢s que suficiente para sepultar la memoria de cualquier personaje, este pol¨ªtico de origen irland¨¦s todav¨ªa suscita inter¨¦s, provoca nuevas obras sobre su persona y su tiempo en la Casa Blanca, y proyecta su imagen privada y p¨²blica sobre un mundo globalizado muy diferente. Incluso se quiso ver un paralelismo con la llegada de Barack Obama, el primer presidente negro, a la Casa Blanca en 2008, por el entusiasmo y las expectativas despertadas en todo el mundo. De las que solo quedan rescoldos.
Tampoco el hecho de su asesinato a manos, oficialmente, de un tirador solitario, Lee Harvey Oswald, de tres disparos de un rifle italiano de cerrojo marca Carcano, uno de los cuales le revent¨® el cerebro, cuando solo ten¨ªa 46 a?os y viajaba en un coche descubierto, basta para entender que todav¨ªa se siga escribiendo sobre Kennedy: m¨¢s de 500 libros, y que se sigan vendiendo. Aparece ahora Norman Mailer. JFK. Superman Comes to the Supermarket (Taschen), centrado en 1960, las elecciones primarias, la convenci¨®n dem¨®crata, los debates en televisi¨®n con Nixon, la campa?a y el ajustado triunfo en noviembre por solo 118.574 votos de 68,8 millones de sufragios emitidos, menos del 1% del voto popular.
La base literaria del libro es un largo ensayo del rebelde escritor Norman Mailer, precursor del Nuevo Periodismo, que se enamor¨® del personaje tras seguirle durante todo el a?o, titulado Superman va al supermercado. Fue publicado en los sesenta por la revista Esquire. Pero el inter¨¦s de este libro reside sobre todo en su parte gr¨¢fica: el m¨¢s completo reportaje fotogr¨¢fico sobre la campa?a presidencial de 1960 y de sus grandes protagonistas: JFK y los votantes. Repasando las im¨¢genes, mayoritariamente en blanco y negro (el color, a¨²n primitivo y caro, lo reservaban las grandes revistas como Life para las portadas), se comprende el entusiasmo que despert¨® el todav¨ªa senador, sobre todo entre los j¨®venes y las mujeres, en un pa¨ªs adormecido en el bienestar y el aburrimiento tras ocho a?os de calma paternal del presidente general Eisenhower.
Mailer relata que hab¨ªa un r¨ªo subterr¨¢neo de deseos rom¨¢nticos, solitarios, sin descubrir, en el alma americana que Kennedy, un h¨¦roe de guerra con el glamur de una estrella de Hollywood, parec¨ªa dispuesto a ocupar. El pr¨ªncipe de la luz contra la apoteosis del liderazgo oportunista, encarnado por Nixon. El autor entend¨ªa que la elecci¨®n supon¨ªa una obra dram¨¢tica de moralidad m¨¢s que un reajuste de las preferencias del votante basadas en la demograf¨ªa y las promesas partidistas. Estados Unidos aceleraba. 1960 era la frontera. Con un presidente tan joven y atractivo, 43 a?os, y la elegante y cultivada Jackie, la pol¨ªtica pasaba a ser excitante y, en opini¨®n de Mailer, hac¨ªa que fuera divertido vivir en EE UU. No eran detalles accidentales, insignificantes o fr¨ªvolos, sino nuevos e importantes hechos pol¨ªticos. Kennedy significaba un acontecimiento existencial.
Estados Unidos iniciaba la d¨¦cada de los sesenta que tanto juego dio: la revoluci¨®n sexual, los derechos civiles para los negros, la llegada a la Luna, la contracultura, Mayo del 68. Y el pa¨ªs buscaba un h¨¦roe y coincidi¨® con la llegada de Kennedy a la Casa Blanca. La naci¨®n se hab¨ªa vuelto perezosa y encontr¨® a su despertador en el hijo de una familia privilegiada de Boston, adonde llegaron sus abuelos huyendo de la hambruna de la patata en Irlanda. Su padre, Joseph, amas¨® su fortuna vendiendo ilegalmente alcohol en los a?os de la prohibici¨®n; se integr¨® en la burgues¨ªa de la Costa Este, logrando ser aceptado por los patricios yanquis de Boston, una ciudad en la que ¡°los Lowell¡¯s hablan solo con los Cabot, y los Cabot ¨²nicamente hablan con Dios¡±. Joseph logr¨® finalmente colocar a su hijo en la Casa Blanca; a?os antes, Jack hab¨ªa derrotado humillantemente a un Cabot en su primer intento para conseguir un esca?o en el Senado de Washington.
Mailer, abducido por JFK, acert¨® al escribir que la pol¨ªtica de Am¨¦rica ser¨ªa tambi¨¦n ahora la pel¨ªcula favorita de Am¨¦rica, el best seller de Am¨¦rica. En su ensayo sobre la forma arrolladora de Kennedy de vencer en las primarias frente a Humphrey y Stevenson, en su discurso de aceptaci¨®n en la convenci¨®n de Los ?ngeles, en su fr¨ªa decisi¨®n de escoger como vicepresidente a Lyndon John?son, al que aborrec¨ªa, pero que le dar¨ªa los Estados del Sur en la elecci¨®n, est¨¢n los primeros mimbres para construir la leyenda. El 8 de noviembre, como esperaba Mailer, la naci¨®n fue suficientemente valiente para alistarse al sue?o rom¨¢ntico de s¨ª misma y votar por la imagen en el espejo de su subconsciente, suficiente para esperar una aceleraci¨®n del tiempo.
Pero hay que recurrir a par¨¢metros procedentes de la antig¨¹edad griega para comprender por qu¨¦ JFK, los Kennedy y su corte de Camelot, que alist¨® a los mejores y los m¨¢s brillantes, se han convertido en un mito al que no puede aplicarse la prueba del algod¨®n de la realidad. El mito es siempre un relato que cuenta las historias extraordinarias de h¨¦roes y dioses centrado en un protagonista m¨ªtico. Carlos Garc¨ªa Gual explica c¨®mo el mito habita en el ¨¢mbito seductor de lo imaginario, lo fabuloso y lo memorable.
La muerte, en 2009, de Ted Kennedy, el tercer hermano de la saga que intent¨® tambi¨¦n la presidencia, y su entierro en el cementerio nacional de Arlington, junto a sus hermanos asesinados John y Robert, parec¨ªa presagiar que la dinast¨ªa se desvanec¨ªa. Como afirm¨® el general Douglas MacArthur de los viejos soldados, ¡°que nunca mueren, simplemente se desvanecen¡±. Las dos generaciones Kennedy siguientes, entre los 25 y los 65 a?os, saben que no pueden, no quieren o no se atreven a portar la antorcha pol¨ªtica de JFK. Son solo iconos de un sue?o. La ¨²nica hija viva de Jack, Caroline, la princesa heredera, de 57 a?os, es la embajadora de Estados Unidos en Jap¨®n. Joe Kennedy III, nieto de Robert Kennedy, es congresista en Washington por un distrito de Massachusetts. Son ya un ep¨ªlogo. Los arist¨®cratas de Am¨¦rica, lo m¨¢s parecido a una familia real en un pa¨ªs que naci¨® de una rebeli¨®n contra el monarca brit¨¢nico.
Pero el mito perdura, aunque no se explique objetivamente, sea exagerado e incluso falso. Estamos ante un interesante caso de instalaci¨®n de una realidad virtual que no se compadece con los escasos logros, sobre todo en pol¨ªtica dom¨¦stica, de la presidencia Kennedy. Este imaginario es inmune a los fallos de su personalidad, sus enga?os sobre su salud o sus comportamientos inmorales que, aunque relativos a la esfera privada, le llevaron a asumir grandes riesgos que pudieron afectar a la seguridad nacional, al compartir cama con una mujer, Judith Campbell, que tambi¨¦n lo hac¨ªa con el capo mafioso Sam Giancana. Mujeriego compulsivo hasta l¨ªmites patol¨®gicos, enga?ando permanentemente a su mujer, introduciendo a sus amantes en la Casa Blanca, mientras su entorno proyectaba la imagen de la feliz familia presidencial s¨ªmbolo del sue?o americano.
La prensa de entonces no controlaba como ahora a los presidentes. Los pecados privados no eran investigados, no se conoc¨ªa su intensidad ni los detalles que ahora sabemos. JFK exudaba energ¨ªa, pero era en realidad un enfermo cr¨®nico que necesitaba 10 medicinas diarias: sufr¨ªa una enfermedad cong¨¦nita de la columna vertebral que le obligaba de vez en cuando a usar muletas; padec¨ªa la enfermedad de Addison, una atrofia de las gl¨¢ndulas adrenales; tomaba corticoides, y sufr¨ªa de colitis y asma al¨¦rgica. Todo ello fue ocultado al p¨²blico, antes de su elecci¨®n y durante su presidencia. Su hermano Robert, fiscal general, lleg¨® a destruir el informe de su autopsia. La sociedad de la ¨¦poca no le conced¨ªa importancia a estas cosas. Hoy no hubiera podido ser presidente, y de haberlo sido, sus mentiras continuadas hubieran acabado con ¨¦l.
Sus prometidas reformas sociales: lucha contra la pobreza, el Medicare (seguro de salud para las personas mayores de 65 a?os), no llegaron a convertirse en leyes. Fue excesivamente calculador y pol¨ªticamente t¨ªmido, y no se atrevi¨® a conceder los derechos civiles a la poblaci¨®n negra y acabar con una infamia hist¨®rica. Tuvo que esperar a la llegada de su sucesor, Johnson, que consigui¨® que el Congreso aprobara las leyes de derechos civiles y la legislaci¨®n social que no logr¨® Kennedy. Cat¨®lico, rompi¨® las barreras religiosas en pol¨ªtica, respet¨® la absoluta separaci¨®n entre Iglesia y Estado y repet¨ªa que no era el candidato cat¨®lico a la presidencia: ¡°No hablo por la Iglesia en temas de pol¨ªtica p¨²blica y nadie en la Iglesia habla por m¨ª¡±.
Fue m¨¢s estimable su labor en pol¨ªtica exterior, marcada por su afirmaci¨®n: ¡°Soy un idealista sin ilusiones¡±. Avances en la relaci¨®n con la URSS, sobre Berl¨ªn y Cuba, tras la fallida invasi¨®n que le leg¨® Eisenhower, y que se neg¨® a solucionar utilizando la fuerza militar aplastante, evit¨® una guerra nuclear con los sovi¨¦ticos en la crisis de los misiles at¨®micos instalados por Jruschov en la isla caribe?a. En Vietnam, a pesar del asesinato del presidente Diem, que Kennedy autoriz¨®, no agrav¨® el conflicto, aument¨® de unos centenares a unos miles el n¨²mero de asesores militares, pero neg¨® el env¨ªo de 100.000 tropas de combate. Nos hemos quedado sin saber si en un segundo mandato hubiera contenido militarmente la guerra de Vietnam, evitando la escalada de una contienda que envenen¨® al pa¨ªs.
No fue una presidencia transformadora, dur¨® menos de tres a?os, y sin embargo Jack Kennedy y su magnetismo movilizaron a los j¨®venes de la ¨¦poca, y no solo en EE UU, volc¨¢ndolos en la ayuda a otros pa¨ªses a trav¨¦s del Cuerpo de Paz, como no lo ha hecho nunca ning¨²n otro mandatario. El primer presidente estadounidense nacido en el siglo XX jug¨® fuerte la baza de la renovaci¨®n generacional al afirmar: ¡°Los j¨®venes est¨¢n mejor preparados para dirigir la historia que los viejos, y estoy listo para ser presidente¡±. Ante la misma pregunta sobre su disposici¨®n, Nixon respondi¨®: ¡°Las capacidades que pueda tener para la presidencia las recib¨ª de mi madre y de mi padre, de mi escuela y de mi iglesia¡±. En 1988, 75 historiadores y periodistas describieron la presidencia de Kennedy como la m¨¢s sobrevalorada de la historia de EE UU. Una valoraci¨®n de los presidentes realizada por historiadores y acad¨¦micos sit¨²a a JFK en el puesto 18?, ligeramente por encima de la media.
Fue el primer gobernante televisivo del siglo XX. Le quer¨ªan las c¨¢maras, como qued¨® demostrado en el primer debate televisado de una elecci¨®n presidencial, a finales de septiembre de 1960, en el que se comi¨® a Nixon. Una audiencia de 70 millones comenz¨® a enamorarse de JFK, que pareci¨® mejor, dio mejor, quiz¨¢ no fue necesariamente por lo que dijo. Enfrente tuvo a un Nixon que acababa de salir de una enfermedad infecciosa. Aparec¨ªa cansado, con sudor y su barba oscura empastada por un deficiente maquillaje. La audiencia que escuch¨® el debate por radio pens¨® que Nixon hab¨ªa ganado. Hubo dos debates m¨¢s, pero ya no importaron: el p¨²blico se hab¨ªa quedado con la frescura de JFK. Aquella televisi¨®n incipiente, todav¨ªa en blanco y negro, que hoy nos parecer¨ªa cutre, ser¨ªa decisiva para impulsar el mito de Kennedy.
Entendi¨® que acababa una ¨¦poca y el pa¨ªs estaba al borde de una nueva frontera, y le pidi¨® que optara entre el inter¨¦s p¨²blico o la esfera privada, entre la grandeza nacional o el declive. JFK transmiti¨® una corriente el¨¦ctrica de optimismo, esperanza, y de la necesidad de perseguir los sue?os. Sedujo a los ciudadanos como ning¨²n l¨ªder pol¨ªtico lo hab¨ªa hecho. Proyect¨® idealismo y simboliz¨® el sue?o americano; a Kennedy le gustaba repetir las palabras del escritor irland¨¦s George Bernard Shaw: ¡°Sue?o cosas que nunca fueron y digo: ?por qu¨¦ no?¡±. Permanece hoy en el espacio fabuloso de la memoria colectiva, que retiene la enorme ilusi¨®n que provoc¨® su ef¨ªmera presidencia; del sue?o dram¨¢ticamente interrumpido. Este es el mito que a¨²n perdura. En poco m¨¢s de dos a?os probablemente Estados Unidos afrontar¨¢ la posibilidad de dar otro salto importante hacia el futuro eligiendo a su primera mujer presidenta. Hillary Clinton, sin embargo, no huele a coche nuevo. Jack Kennedy fue en 1960 un coche nuevo.
El libro Norman Mailer. JFK. Superman Comes to the Supermarket, con m¨¢s de 300 im¨¢genes de la carrera presidencial de John Fitzgerald Kennedy en 1960 y el c¨¦lebre ensayo de Norman Mailer que public¨® Esquire sobre el ascenso pol¨ªtico de JFK, est¨¢ editado por Taschen.
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