Cuando la riqueza campa a sus anchas
La transigencia con la injusticia se ha convertido en uno de los problemas centrales de nuestro tiempo. Es imperativo buscar respuestas pol¨ªticas y superar el ret¨®rico e indignado clamor que produce la situaci¨®n actual
A comienzos de los a?os setenta, uno de los temas centrales de las ciencias sociales fue el de la igualdad. Todo el mundo empez¨® a discutirlo con fruici¨®n a partir de una obra central de la filosof¨ªa moral y pol¨ªtica del siglo pasado, la Teor¨ªa de la justicia (1971) de John Rawls. La aparici¨®n de Thatcher y Reagan y la consiguiente hegemon¨ªa neoliberal contribuyeron a agudizar el debate, aunque poco a poco, como resultado de toda una serie de cr¨ªticas comunitaristas a Rawls, se produjo un giro en la reflexi¨®n. El problema dej¨® de ser la igualdad, y casi toda la energ¨ªa acad¨¦mica pas¨® a concentrarse sobre la diferencia. Por decirlo en t¨¦rminos popularizados por N. Fraser, se pas¨® as¨ª del ¡°paradigma de la distribuci¨®n¡± al ¡°paradigma del reconocimiento¡±, y los departamentos universitarios se llenaron de j¨®venes ansiosos por desentra?ar el multiculturalismo, el feminismo, los derechos de los pueblos ind¨ªgenas, los nacionalismos y un largo etc¨¦tera. Ah¨ª se centr¨® tambi¨¦n la discusi¨®n p¨²blica mundial.
Mientras tanto, la ca¨ªda de los reg¨ªmenes de socialismo de Estado, la internacionalizaci¨®n de la econom¨ªa y las nuevas tecnolog¨ªas provocaron enseguida un demencial capitalismo de casino. Pero los te¨®ricos segu¨ªan erre que erre haciendo su trabajo sobre la ¡°pol¨ªtica de la identidad¡±, solo que ahora trasladada al mundo de la globalizaci¨®n. No es que estos estudios carecieran de importancia, el problema es que los otros, los que advert¨ªan sobre la aparici¨®n de nuevas formas de desigualdad econ¨®mica, pasaron a un segundo plano.
La crisis econ¨®mica supuso el gran despertar a esta realidad desde?ada. Y la pol¨ªtica, reducida a su mero papel de gestora de un sistema que ya no controla, hubo de enfrentarse a la indignaci¨®n de sectores ciudadanos que se encontraron con que compart¨ªan su soberan¨ªa formal con otra f¨¢ctica ostentada por los mercados, los nuevos amos. ¡°Hayek hab¨ªa vencido a Keynes¡± (W. Streeck). Y la nueva agitaci¨®n pol¨ªtica se centr¨® en sacar a la luz esta contradicci¨®n: superados ciertos l¨ªmites, la ecuaci¨®n de desigualdad y democracia se convierte en un ox¨ªmoron.
Todo lo relacionado con la equidad solo podr¨¢ ser zanjado mediante la deliberaci¨®n democr¨¢tica
Est¨¢bamos en esas cuando hizo su aparici¨®n estelar El capital en el siglo XXI de Piketty, que puso negro sobre blanco el actual estado de cosas. Y lo hizo de la ¨²nica forma en la que en estos nuevos tiempos suele presentarse cualquier ¡°relato¡±, a partir de la cuantificaci¨®n estad¨ªstica. Sus conclusiones principales son bien conocidas, pero conviene detenerse en algunas de ellas. Las que aqu¨ª me interesan son las siguientes. 1. La l¨®gica asim¨¦trica entre rendimientos del capital y crecimiento econ¨®mico, la famosa f¨®rmula r>g. 2. La nueva revoluci¨®n tecnol¨®gica no proporciona un incremento de la productividad similar al de la anterior revoluci¨®n industrial o, lo que es lo mismo, el crecimiento econ¨®mico de este siglo es inferior al de ¨¦pocas anteriores. En parte tambi¨¦n por el menor aumento de la poblaci¨®n y por el poco espacio que queda para catch-up desde menores niveles de desarrollo, excepto en las econom¨ªas emergentes. 3. Como consecuencia de 1. y 2., y en ausencia de mecanismos pol¨ªticos correctores, los titulares del capital se van quedando con una parte cada vez m¨¢s amplia de un pastel que ya apenas crece. 4. Por la desaparici¨®n de dichos ajustes pol¨ªticos, capital y riqueza han destronado claramente al trabajo en importancia e influencia pol¨ªtica y econ¨®mica. El tan cacareado tr¨¢nsito de capitalismo a meritocracia es un mito, la herencia sigue superando al talento como criterio distributivo. Y 5., todo lo anterior conduce a una contradicci¨®n central entre la promesa de igualdad de la democracia y una realidad capitalista marcada por una desigualdad econ¨®mica radical, que clama por la introducci¨®n de nuevas medidas de pol¨ªtica fiscal en el espacio global. No se ha producido una democratizaci¨®n del poder y la riqueza.
El aspecto de la obra de Piketty que tuvo m¨¢s impacto fue la parte emp¨ªrica, el sorprendente arsenal de datos aportados para sostener sus tesis, o si es viable o no el impuesto global a la riqueza que propone. M¨¢s desapercibido ha pasado lo que impuls¨® a este autor a emprender su magna investigaci¨®n, el problema de la equidad. Como ¨¦l mismo ha reconocido, lo que le motiv¨® a indagar sobre la desigualdad es la justicia. El escrutinio que hace de la desigualdad es a partir de un ideal normativo, la necesidad de que las distinciones sociales s¨®lo puedan ¡°fundarse en la utilidad com¨²n¡±, como dice el art. 1 de la Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789 con el que abre el libro. Por tanto, Rawls y Piketty se tienden la mano y pueden leerse ahora de forma complementaria, aunque el primero hubiera preferido cambiar ¡°utilidad¡± por ¡°preservaci¨®n de la igual dignidad de todos¡±. La primera frase de la Teor¨ªa de la Justicia de Rawls es bien elocuente: ¡°La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales¡±, que prevalece sobre otras como la eficacia o la estabilidad.
La obra del franc¨¦s le hubiera entusiasmado a Rawls, aunque tambi¨¦n le hubiera puesto los pelos de punta. Le habr¨ªan encantado sus firmes convicciones normativas; y lo que le habr¨ªa horrorizado es la situaci¨®n de un mundo en el que la riqueza campa a sus anchas. Rawls propugnaba que, idealmente, el grupo de los menos aventajados tuviera una especie de derecho de veto sobre la distribuci¨®n de los recursos sociales; su acceso a un mayor bienestar deb¨ªa ser el punto de referencia para justificar la desigualdad. En la pr¨¢ctica nos encontramos, sin embargo, con que dicho derecho de veto lo poseen quienes m¨¢s tienen. En eso consiste, en definitiva, el reconocimiento de que las decisiones pol¨ªticas nacionales deben ajustarse a los criterios dictados por los mercados.
Como vemos en Grecia, lo ¨²nico que no parece ser discutible es el orden del sistema econ¨®mico
Es cierto que Rawls escribi¨® su teor¨ªa en medio de los Gloriosos Treinta, en pleno pacto social-democr¨¢tico, mientras que la indagaci¨®n de Piketty parte ya de las condiciones de una sociedad globalizada, y como buen economista no puede dejar de combinar justicia con utilidad. Pero en unos momentos en los que el fil¨®sofo es expulsado de la ciudad para entronizar en ella al estad¨ªstico, es refrescante toparnos con alguien con capacidad de valerse de los datos para incorporarlos a un cuerpo conceptual m¨¢s amplio y facilitar as¨ª la colaboraci¨®n interdisciplinar. La tolerabilidad de la injusticia se ha convertido en uno de los problemas centrales de nuestro tiempo, y se hace imperativo poder reflexionar sobre ella m¨¢s all¨¢ de la pura cuantificaci¨®n o del ret¨®rico clamor y la indignaci¨®n por la actual distribuci¨®n de la riqueza. Oscilamos entre el c¨¢lculo y la emocionalidad, pero ?d¨®nde dejamos la razonabilidad, lo cualitativo, la capacidad para conformar un juicio adecuado de cuanto nos rodea, la ponderaci¨®n de esos mismos datos dentro de un orden de sentido?
Con todo, el asunto no es s¨®lo de ¨ªndole te¨®rica o emp¨ªrica. El propio Piketty reconoce que las cuestiones que tienen que ver con la justicia s¨®lo podr¨¢n ser zanjadas mediante la deliberaci¨®n democr¨¢tica y la confrontaci¨®n pol¨ªtica. O sea, por los ciudadanos, no por fil¨®sofos, economistas o estad¨ªsticos, aunque cuanto m¨¢s nos vayan desbrozando el campo para esta discusi¨®n imprescindible tanto mejor. El problema es que, como hoy vemos en Grecia, lo ¨²nico que no parece ser discutible son las pautas b¨¢sicas del orden sobre las que se sostiene el sistema econ¨®mico, que goza de una gran capacidad de chantaje. Las asimetr¨ªas de riqueza son tambi¨¦n asimetr¨ªas de poder nos dice Piketty. Rawls lo hubiera formulado de otra manera: libertad e igualdad son las dos caras de un mismo ideal, el ideal democr¨¢tico.
Est¨¢bamos en esas cuando los atentados de Charlie Hebdo y el reverdecer de los nacionalismos han vuelto a arrojarnos a la prioridad de la pol¨ªtica de la identidad, amenazando con desplazar de nuevo la discusi¨®n sobre la justicia social a un segundo plano. Hay que insistir en evitarlo, entre otras razones, porque, en el fondo, ambos paradigmas se sustentan sobre un sustrato com¨²n: la falta de respeto y el reconocimiento. En unos casos debido a la marginaci¨®n social econ¨®mica, en otros por diferencias identitarias, o por un entrelazamiento de las dos. No nos queda otra que buscarle una soluci¨®n a ambas.
Fernando Vallesp¨ªn es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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