?Impide la ¡®condici¨®n europea¡¯ una ayuda eficaz?
El etnocentrismo de los europeos (misioneros, gobiernos, acad¨¦micos, ONG) ha impuesto reglas y f¨®rmulas Los donantes establecen una relaci¨®n asim¨¦trica, al disponer de los fondos y creer que pueden seguir manteniendo discursos y pr¨¢cticas no coherentes
El etnocentrismo, el complejo de superioridad y el instinto de dominaci¨®n de los europeos (misioneros, gobiernos, acad¨¦micos, ONG) han impuesto reglas y f¨®rmulas. Los donantes establecen una relaci¨®n asim¨¦trica, al disponer de los fondos pero tambi¨¦n por haber elaborado la doctrina y creer que pueden seguir manteniendo discursos y pr¨¢cticas no coherentes.
La cooperaci¨®n internacional para el desarrollo tiene por fin contribuir a que las personas de los pa¨ªses m¨¢s pobres, especialmente aquellas en situaci¨®n de pobreza, marginalizadas o discriminadas, disfruten de manera efectiva de sus derechos pol¨ªticos, sociales y culturales. Nos referimos a su dignidad personal, al ejercicio de su libertad individual, al acceso a la salud, a la educaci¨®n, al agua potable, etc. Un reto colosal, pues hablamos de miles de millones de mujeres y de hombres que, en la pr¨¢ctica, carecen de algunos, o de muchos, de esos derechos.
La realidad demuestra que los esfuerzos movilizados por gobiernos y sociedades con este fin son insuficientes, a pesar de los millones de individuos que han emergido de la pobreza en este siglo, logro que s¨®lo parcialmente cabe atribuir a la ayuda de los pa¨ªses ricos. Cierto es que los expertos llevan d¨¦cadas trabajando en aumentar la eficacia de su uso, disponi¨¦ndose ya de herramientas metodol¨®gicas que tecnifican la ayuda y cuantifican resultados; muchos profesionales suman a su compromiso solidario una s¨®lida formaci¨®n; y, a nivel pol¨ªtico, pr¨¢cticamente todos los gobiernos han firmado declaraciones para que la cooperaci¨®n realmente sea eficaz. La mayor¨ªa de los acuerdos suscritos y de los discursos de gobernantes y expertos incorporan los principios fundamentales decantados de la experiencia, de la evaluaci¨®n y del consenso internacional que reflejan lo pol¨ªticamente correcto en cooperaci¨®n internacional.
Tenemos, por ejemplo, la Declaraci¨®n de Par¨ªs sobre la eficacia de la ayuda (2005) y el primero de los principios que proclama: ¡°La apropiaci¨®n de los pa¨ªses receptores de la ayuda de sus propios planes y estrategias de desarrollo¡±. Es algo fundamental: que los gobiernos y las sociedades de los pa¨ªses receptores de asistencia externa asuman la responsabilidad de comprometerse con su propio desarrollo, de combatir la pobreza que padece parte de su ciudadan¨ªa. Y no pueden ser sino ellos quienes lideren ¡°sus¡± estrategias de desarrollo. Suyo es el protagonismo ante ese reto y la comunidad de donantes debe comprometerse a contribuir, movilizando sus recursos.
Sin embargo, la realidad suele ser otra. Resulta ilustrativo o¨ªr entre los donantes un concepto distinto de ¡°apropiaci¨®n¡± (¡°ownership¡±, en ingl¨¦s): que los gobiernos receptores acepten y ¡°hagan suyos¡± los planteamientos elaborados por los donantes, eso s¨ª, con la garant¨ªa de que es lo mejor para ellos, la manera de solucionar sus problemas. O al menos eso creen estos bienintencionados donantes. Si no se alcanzan los resultados esperados, no dudan de que se deba a una ¡°insuficiente apropiaci¨®n¡±. Poco puede sorprender esta actitud, pues en el seno de nuestra Uni¨®n Europea no faltan ejemplos de estados que dictan las medidas que deben tomar aquellos otros que padecen en mayor grado la crisis econ¨®mica. ?Qu¨¦ esperar respecto a pa¨ªses de otros continentes, no menos soberanos y cuya poblaci¨®n no ser¨ªa merecedora de menor respeto pero, eso s¨ª, todav¨ªa m¨¢s pobres?
?Por qu¨¦ es mejor apoyar el liderazgo de otros para solucionar sus propios problemas que condicionar la ayuda a que apliquen la receta que creemos m¨¢s les conviene? Quiz¨¢, ?por respeto?, ?por ser coherentes con nuestras declaraciones pol¨ªticas?, ?por humildad, pues parece que no somos tan capaces de resolver nuestros propios problemas? S¨ª, por eso; pero tambi¨¦n porque lo contrario es poco eficaz y, desde luego, no sostenible, es decir, su continuidad depende de la permanencia de la asistencia externa, al no asumirse como propio. Incluso si los planes y decisiones que adopte un pa¨ªs resulten un fracaso, ser¨¢ ¡°su¡± fracaso y buscar¨¢ otra v¨ªa. Los mecanismos de ¡°ensayo y error¡± s¨®lo funcionan si se asume autor¨ªa y responsabilidad.
Sucede, adem¨¢s, que los donantes occidentales, en general, han reducido su ayuda al desarrollo coincidiendo con la llegada de nuevos donantes, pa¨ªses emergentes que ¡ªquiz¨¢ no menos etnoc¨¦ntricos ni m¨¢s altruistas, movidos por sus propios intereses, pero con otra actitud¡ª representan una alternativa para quienes, admit¨¢moslo, llevan d¨¦cadas, cuando no siglos, de relaci¨®n desequilibrada con los europeos.
Entonces, ?por qu¨¦ perviven esas pr¨¢cticas del donante? Sin descartar la influencia de intereses pol¨ªticos, econ¨®micos o de seguridad, m¨¢s o menos evidente en los gobiernos, nuestro etnocentrismo es un factor profundo y compartido por los actores no gubernamentales. Una cuesti¨®n cultural. Se remedia actuando en el ¨¢mbito de las percepciones (c¨®mo nos mostramos y c¨®mo nos perciben), del conocimiento, de la comunicaci¨®n. Sobre todo, en algo que, siendo valioso, no es caro: el respeto. Pero cambiar actitudes y mentalidades es lo m¨¢s dif¨ªcil.
Alberto Virella es Director de Cooperaci¨®n con ?frica y Asia de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional para el Desarrollo (AECID).
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