El auge de la crueldad
Visualizar la barbarie en directo siempre ha gozado de gran predicamento; lo nuevo es que ahora se ofrece est¨¦s donde est¨¦s y al momento. Quemar a un reh¨¦n y las degollinas del Califato intensifican el efecto contagio
Casi podr¨ªa decirse que la crueldad est¨¢ ya en el principio. Es decir: como por encima de los or¨ªgenes de la humanidad, en ese tiempo anterior al que se refieren la mayor parte de las creencias religiosas: dioses que devoran a sus hijos, o que destruyen ciudades por la conducta lasciva de sus habitantes, o que castigan a toda la especie humana porque alguien se comi¨® una manzana. De ah¨ª que la imagen que tenemos de las antiguas civilizaciones est¨¦ indefectiblemente te?ida asimismo de crueldad: sus guerras, sus conquistas, la propia vida cotidiana. Una imagen siempre vinculada, a modo de inevitable contrapartida, a la expansi¨®n y el esplendor de absolutamente todos los imperios.
Su brusca reaparici¨®n, tras varias d¨¦cadas de buenismo que la daba poco menos que por extinguida, no supone de hecho una novedad ni a nivel individual ni colectivo, tr¨¢tese de la ejecuci¨®n de prisioneros, rehenes o como se quiera llamarles, o del t¨ªpico crimen pasional fruto de los celos o el despecho. Lo que s¨ª ha cambiado, lo ¨²nico que ha cambiado, es su percepci¨®n por parte de la sociedad. Y es que desde los asesinatos cometidos por miembros del Califato o por las milicias enfrentadas del ¨¢mbito isl¨¢mico hasta la reconstrucci¨®n del asesinato de una mujer a manos de alguien que por lo general ten¨ªa ya antecedentes, la televisi¨®n y dem¨¢s pantallas grandes y peque?as hoy nos informan de los hechos al momento. Esto es lo realmente nuevo: est¨¦s donde est¨¦s y al momento.
Visualizar la crueldad lo m¨¢s en directo posible es algo que siempre ha gozado de gran predicamento. Si en la Antig¨¹edad constitu¨ªa un espect¨¢culo de circo, a lo largo de los 1.000 a?os de Edad Media la quema de brujas y herejes y dem¨¢s suplicios p¨²blicos fueron un espect¨¢culo de lo m¨¢s reconfortante por lo que ten¨ªan de acatamiento a las leyes divinas y humanas. Una pr¨¢ctica que se prolong¨® desde el Renacimiento hasta el Siglo de las Luces, cuando la posesi¨®n de un libro prohibido pod¨ªa conducir a su portador directamente a la hoguera. Las principales plazas p¨²blicas de ciudades como Par¨ªs, Londres o Madrid se convert¨ªan entonces en atestados anfiteatros de un ritual que convocaba tanto al bajo pueblo como a nobles y miembros de la realeza.
El atentado de las Torres Gemelas cambi¨® la percepci¨®n de la violencia a principios de este siglo
S¨®lo en el curso del siglo XIX la reiterada argumentaci¨®n de pensadores e ide¨®logos consigui¨® erradicar paulatinamente tales h¨¢bitos, seg¨²n se impon¨ªa en las conciencias su car¨¢cter inhumano. De ah¨ª que en el curso de la primera mitad del siglo XX, probablemente el periodo m¨¢s sangriento de la historia de la humanidad, las atrocidades cometidas durante las dos guerras mundiales, no menos que durante las revoluciones de diverso signo, fueran en lo posible silenciadas. Y, alcanzada la paz, el mundo entero pareci¨® al fin decidido a iniciar una nueva era, protagonizada por los derechos humanos tanto individuales como colectivos. Claro que entretanto, a modo de r¨¦plicas de un terremoto, siguieron produci¨¦ndose guerras y revoluciones de lo m¨¢s sangrientas en lugares remotos, pero el progreso en todos los ¨®rdenes lleg¨® a parecer una realidad incuestionable, pasando la consideraci¨®n de la crueldad de castigo ejemplar a la de delito, la ejerciera quien la ejerciera, no menos repudiable el abuso de poder que el maltrato machista. Y esas guerras y revoluciones, en la medida en que lejanas para Occidente ¡ªCamboya es el mejor ejemplo¡ª ten¨ªan m¨¢s de mera noticia, de cuento de terror, que de algo susceptible de repercutir de alg¨²n modo en nuestra vida cotidiana.
La apreciaci¨®n de este tipo de hechos, como tantas otras cosas, cambi¨® a comienzos del presente siglo. Y el hito o punto de referencia indiscutible del cambio fue el atentado de las Torres Gemelas, un espect¨¢culo de muerte y destrucci¨®n sin equivalencia hist¨®rica en la medida en que el mundo entero pudo contemplarlo desde su propia casa a los pocos momentos, cuando no mientras estaba sucediendo. El atentado y sus repercusiones, Afganist¨¢n, Irak de nuevo¡ No en vano, pol¨ªticos como Cheney o Rumsfeld ¡ªcomo agobiado ¨¦ste ¨²ltimo¡ª hab¨ªan anunciado que se iban a ver obligados a realizar cosas terribles¡ Es decir: pagar con la misma moneda. La mejor ilustraci¨®n de tal enunciado, m¨¢s que Guant¨¢namo, ser¨ªa la difusi¨®n de las im¨¢genes que se filtraron de la prisi¨®n de Abu Ghraib, cerca de Bagdad, que hubieran hecho las delicias del marqu¨¦s de Sade.
Claro que, como vi¨¦ndolas venir, el cine, la televisi¨®n, los juegos de consola, etc¨¦tera, llevaban ya un tiempo ofreciendo im¨¢genes de situaciones hasta entonces poco menos que in¨¦ditas. El cine tradicional, por ejemplo, pod¨ªa contener escenas de una gran dureza, pero no recuerdo una sola pel¨ªcula de relieve de la que brotaran im¨¢genes como de casquer¨ªa. Mientras que ahora, seg¨²n se van cerrando cines y los productores adaptan sus productos a los gustos del mercado, la recreaci¨®n en el horror se repite hasta la saciedad a modo de variantes de unos pocos modelos tem¨¢ticos: asesinos seriales, ajustes de cuentas, cr¨ªmenes relacionados con polic¨ªas corruptos, mafias, droga y ¡ªno faltar¨ªa m¨¢s¡ª atentados terroristas. Dicho en im¨¢genes: cuerpos destrozados, sangre, fuego, fogonazos, llamaradas en expansi¨®n¡ Raz¨®n por la que palabras como final, letal, mortal, total, etc¨¦tera, acostumbren a formar parte del t¨ªtulo. Pel¨ªculas y series tem¨¢ticamente intercambiables: una avalancha de m¨¢s de lo mismo s¨®lo explicable por su ¨¦xito, enga?osamente dignificado por alguna que otra excepci¨®n de verdadera calidad. Y todo ello en paralelo a una r¨¢pida expansi¨®n de la violencia real que, promovida por actividades criminales relacionadas con la droga y la explotaci¨®n sexual, especialmente en Latinoam¨¦rica, y con enfrentamientos ¨¦tnicos o religiosos en ?frica, ha hecho peligrosos, cuando no invivibles, una serie de pa¨ªses que tan s¨®lo hace unos pocos a?os pod¨ªan ser visitados sin problemas.
En las ejecuciones terroristas el verdadero protagonista es el verdugo, no la v¨ªctima
Lo realmente decisivo, no obstante, ha sido el contagio, el paso de todo ello a las redes sociales y dem¨¢s f¨®rmulas de difusi¨®n que ofrece Internet. Un buen ejemplo lo tenemos, a escala menor, en las innovaciones detectables en el comportamiento de ni?os y adolescentes. Romper cosas, experimentar la crueldad con animales, por ejemplo, ha sido siempre algo consustancial al comportamiento del ni?o, a su toma de contacto con la realidad, progresivamente encauzada y diluida por la educaci¨®n. Pero fen¨®menos como el bullying, o las con frecuencia temibles novatadas ahora tan de moda, s¨®lo son explicables por el contagio y la imitaci¨®n de conductas similares difundidas en la Red, al igual que otras pr¨¢cticas en auge como la violaci¨®n en grupo, la pedofilia, la llamada violencia de g¨¦nero, con frecuencia cr¨ªmenes pasionales de amantes despechados.
Ni m¨¢s ni menos que lo que est¨¢ sucediendo con la imagen del terrorismo isl¨¢mico desarrollado en los escenarios m¨¢s diversos ¡ªde Nueva York a Par¨ªs, de Pakist¨¢n a Nigeria¡ª, de efecto directamente proporcional a su detallismo. El quemar vivo a un reh¨¦n y las degollinas que organiza el Califato en los territorios bajo su control, sin ir m¨¢s lejos, y que, por mucho que las cadenas televisivas eviten ofrecerlas en toda su crudeza, su difusi¨®n en las redes es determinante con el consiguiente efecto contagio o llamada. Contemplar al encapuchado que, cuchillo en mano, acaricia el cuello que se dispone a cercenar ante las c¨¢maras, despierta la vocaci¨®n de hacer lo propio en los m¨¢s diversos rincones del mundo. Es decir: lograr establecer el contacto adecuado, ser puesto a prueba, recibir la preparaci¨®n y los medios necesarios para hacer algo parecido en alguna parte. Y si no se era creyente, se hace creyente, y si hay que autoinmolarse, se autoinmola. Lo esencial es aparecer en las redes igualmente encapuchado, igualmente protagonista de un acto que ser¨¢ contemplado en el mundo entero. Un triunfo personal a la vez que an¨®nimo, algo que quienes lo contemplen ans¨ªen a su vez imitar. Una ejecuci¨®n en la que el verdadero protagonista es el verdugo, no la v¨ªctima.
El influjo de tal ¨¦xito de p¨²blico lo podemos percibir hasta en la moda, en el vestir. De unos a?os a esta parte, la moda masculina est¨¢ experimentando un retorno a los modelos rom¨¢nticos: barbas puntiagudas, abrigos como levitas, pantalones estrechos, estrecha la silueta considerada en su conjunto. Pero si se ensaya otro tipo de barba ¡ªabierta en abanico bajo un cr¨¢neo pelado¡ª el personaje en cuesti¨®n se asemejar¨¢ a un ayatol¨¢, del mismo modo que si se afila no ya la barba sino el rostro entero, el cuerpo entero como adelgaz¨¢ndose en en¨¦rgicos movimientos, todo ¨¦l como un cuchillo, su estampa ser¨¢ muy similar a la de un miembro de alguna de esas milicias yihadistas. Vamos, lo que se entiende por un peligro potencial, lo que el bueno de Lombroso no hubiera dudado de calificar de ¡°criminal nato¡±.
Luis Goytisolo es escritor.
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