El inmenso l¨ªo de los europeos
Los actuales Estados no han sabido entender su profunda interdependencia
Durante la gira europea del actual ministro griego de Econom¨ªa, este y su colega germano dieron una rueda de prensa que certificaba las dificultades actuales de los europeos a la hora de pensarse como un sujeto m¨¢s all¨¢ del propio electorado, lo que probablemente exprese muy bien d¨®nde reside actualmente la gran dificultad del proyecto europeo. En aquella rueda de prensa, Yanis Varoufakis aludi¨® a los compromisos que el nuevo Gobierno griego hab¨ªa adquirido con su electorado, mientras que Wolfgang Sch?uble le record¨® que ¨¦l tambi¨¦n ten¨ªa compromisos con su propio electorado y que, en cualquier caso, no tiene sentido adquirir compromisos a costa de terceros. Uno y otro se piensan a s¨ª mismos desde un horizonte de autodeterminaci¨®n que no incluye a otros, y este es precisamente el problema, un problema que solo resolveremos cuando seamos capaces de reconstruir la idea de autodeterminaci¨®n democr¨¢tica en el actual horizonte de complejidad, especialmente en un espacio de interdependencias tan densas como la Uni¨®n Europea.
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Los conceptos tradicionales de soberan¨ªa y autogobierno presupon¨ªan un concepto homog¨¦neo de pueblo y una idea cerrada de espacio pol¨ªtico. Pero estos conceptos deben ser pensados de otra manera cuando los efectos extraterritoriales de las pol¨ªticas llevadas a cabo por los Estados comprometen la capacidad de autogobierno de unos y otros. Los Estados han de pasar de una responsabilidad contractual respecto de sus ciudadanos a una soberan¨ªa que les compromete hacia el exterior en relaci¨®n con determinados bienes comunes.
Bajo condiciones de interdependencia no hay justicia nacional sin alg¨²n g¨¦nero de justicia transnacional, ni democracia sin una cierta inclusi¨®n de los no electores. El principio republicano de la no dominaci¨®n solo puede ser respetado si se refiere tambi¨¦n a quienes, no formando parte del demos nacional, son afectados por nuestras decisiones.
Autodeterminaci¨®n significa hoy, bajo las actuales condiciones, aceptar los efectos que tienen sobre nosotros las decisiones de otros Estados nacionales en la medida en que hemos tenido la oportunidad de hacer que nuestros intereses fueran o¨ªdos en ¡°sus¡± procesos de decisi¨®n e, inversamente, estar dispuestos a convertir a otras ciudadan¨ªas en sujeto de nuestras decisiones.
Si queremos hacer efectivo el principio de autogobierno democr¨¢tico no tenemos m¨¢s remedio que avanzar hacia una nueva congruencia posterritorial entre los autores de las decisiones y sus destinatarios. Los actuales debates en torno al futuro de la Uni¨®n Europea deben ser considerados a la luz de estas circunstancias. Puede que entonces descubramos hasta qu¨¦ punto la UE est¨¢ llamada a desempe?ar un papel esencial en la gesti¨®n de los riesgos que implican las interacciones entre los diversos territorios, posibilitando un cierto control colectivo sobre las externalidades.
Debemos empezar a considerar a otras ciudadan¨ªas en nuestras decisiones
Una sociedad no est¨¢ suficientemente autodeterminada cuando s¨®lo est¨¢ nacionalmente autodeterminada. Cuanto m¨¢s determinada est¨¢ la vida de los ciudadanos por las interdependencias, tanto menos est¨¢n limitadas sus exigencias de autodeterminaci¨®n al ¨¢mbito del Estado nacional. El car¨¢cter abierto de las democracias ser¨ªa traicionado si la comunidad deliberativa fuera siempre coextensiva con el demos de los procedimientos formales del decisi¨®n-making, con la ciudadan¨ªa nacional o el propio electorado.
Esto es as¨ª hasta el punto de que podemos hablar sin exageraci¨®n de un d¨¦ficit de legitimidad democr¨¢tica cuando una sociedad no puede intervenir en decisiones de otros que le condicionan, pero tambi¨¦n cuando impide a esos otros intervenir en las decisiones propias que les condicionan. En cualquier caso, este principio de autodeterminaci¨®n transnacional no podr¨¢ ser efectivo sin una gran innovaci¨®n institucional, lo que seguir¨¢ suscitando resistencias e incluso la declaraci¨®n de imposibilidad por quienes mantienen el marco nacional como la ¨²nica referencia normativa, ya sea por inter¨¦s o por simple conservadurismo conceptual.
El n¨²cleo normativo de la democracia representativa consiste en que los representantes tienen obligaci¨®n de rendir cuentas frente a quienes representan ¡ªy solo frente a ellos¡ª porque se supon¨ªa que no hab¨ªa efectos dignos de consideraci¨®n hacia ¡°fuera¡±, que no pudieran ser amparados por la raz¨®n de Estado o infravalorados como neutra externalidad. A medida que aumenta la interacci¨®n entre los Estados y sus deberes mutuos, se va ampliando la esfera de aquellos ante los cuales han de justificarse las propias decisiones pol¨ªticas en la medida en que les afectan de una manera significativa.
El propio electorado ya no es el ¨²nico horizonte que define nuestros deberes humanos
La democracia implica una cierta identidad de los que deciden y los que son afectados por esas decisiones. Respetar este criterio significa que son inaceptables los efectos de las decisiones de otras naciones si no hemos tenido la oportunidad de hacer valer nuestros asuntos en ¡°su¡± proceso de decisi¨®n y si no hemos estado dispuestos, rec¨ªprocamente, a tomar en consideraci¨®n a otras ciudadan¨ªas en nuestras decisiones. Todos estamos obligados redefinir los propios intereses incluyendo en ellos de alguna manera los de nuestros vecinos, especialmente cuando nos vincula con ellos no s¨®lo la cercan¨ªa f¨ªsica o la interdependencia general, sino la comunidad institucional, como es el caso de la Uni¨®n Europea. Precisamente el fracaso de la Uni¨®n a la hora de solucionar la actual crisis econ¨®mica se debe al desfase entre los instrumentos pol¨ªticos y la naturaleza de los problemas, a que los Estados han sido incapaces de internalizar las consecuencias de la interdependencia, contin¨²an imponi¨¦ndose externalidades unos a otros y son incapaces de regular las formas transnacionales de poder que se escapan de su control.
La justificaci¨®n que deben los representantes no se resuelve ¨²nicamente en el seno de la base electoral, no puede detenerse en sus intereses inmediatos, sino que apunta hacia una obligaci¨®n general de justificaci¨®n que incluya a los afectados por sus decisiones y a sus consecuencias.
A medida que aumentan las interdependencias, la autodeterminaci¨®n se convierte en algo m¨¢s complejo, tanto en el espacio como en el tiempo. Hacer m¨¢s democr¨¢tico el autogobierno equivale hoy a hacerlo m¨¢s complejo de manera que pueda incluir intereses de lugares lejanos y tiempos distantes con los que mantenemos relaciones de condicionamiento y, por lo tanto, ciertos deberes de justicia. La autodeterminaci¨®n sigue siendo un principio b¨¢sico, y sin ¨¦l ser¨ªa inconcebible la democracia; el problema es que en un mundo de solapamientos y condicionamientos requiere ser pensada con mayor sutileza que cuando los sujetos de tales derechos (pueblos, generaciones, culturas) eran unidades m¨¢s o menos delimitables y pod¨ªan ejercer su soberan¨ªa de manera aislada.
Podr¨ªamos sintetizar esta digresi¨®n te¨®rica en una advertencia: cuidado con el propio electorado porque, efectivamente, es la ¨²nica instancia de rendici¨®n de cuentas democr¨¢tica pero no es el ¨²nico horizonte que define nuestros deberes humanos.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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