El dedo
Estamos contaminados por el ruido del mando, esa voz apod¨ªctica, que no escucha y solo espera obediencia
El gesto del dedo a la boca del ministro de Defensa en el Congreso responde a un software imperativo que ha amilanado nuestra historia. Quevedo ya se rebel¨® hace siglos contra ese dedo intimidatorio, ¡°silencio avises o amenaces miedo¡±, con su pieza de hip hop: ¡°No he de callar¡±. Pero el dedo sigue ah¨ª, en la vida oficial y dom¨¦stica, con su tecnolog¨ªa de mando obsoleta, pero muy operativa. Como sigue el delegado del Gobierno en Andaluc¨ªa, que ha se?alado con ese dedo punzante al enemigo: el diablo es catal¨¢n. ?Y yo que pensaba que era un catedr¨¢tico de Santiago! En estos casos, lo m¨¢s conveniente para el sistema ser¨ªa apagar los cacharros y reiniciarlos. Entre las novedades del Congreso Mundial del M¨®vil se ha echado de menos una herramienta para desarrollar la m¨¢s fascinante aplicaci¨®n humana: la de escuchar. Con un simple giro de la cabeza, y una sutil inclinaci¨®n, el ser humano puede escuchar al otro. Escuchar es lo contrario de dominar. El primer maltrato es no escuchar. Estamos contaminados por el ruido del mando, esa voz apod¨ªctica, que no escucha y solo espera obediencia. Incluso en los espacios de debate medi¨¢ticos penetra ese ruido de mando, ese tono de desprecio que parece decir entre dientes: ¡°Para que perder el tiempo con palabras, si podr¨ªamos arreglarlo a hostias¡±. El carisma se deber¨ªa medir por la capacidad de escucha. As¨ª llamaban, el Escucha, al marinero capaz de entender lo que murmura el mar: anticipar la tormenta o la bonanza. Y no parece mala tesis la de que Dios invent¨® al ser humano para o¨ªrle contar cuentos. Claro que el escuchar tiene sus riesgos. Como cuando Max Jacob, vanguardista y m¨ªstico, fue a conversar con la virgen del Sacre-Coeur y esta le espet¨®: ¡°?Mira que eres feo, mi pobre Max!¡±.
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