Sobre el dolor
No nos asusta tanto la muerte como que pueda presentarse de forma insidiosa y lacerante
Contradiciendo el pudor con el que generalmente se afronta la confesi¨®n de una enfermedad terminal, en los ¨²ltimos tiempos dos grandes personajes han decidido contar su experiencia ante la cercan¨ªa de su muerte.
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Por un lado, el prestigioso neur¨®logo Oliver Sacks ha publicado en los principales peri¨®dicos del mundo una emotiva carta de despedida al serle diagnosticado un incurable c¨¢ncer de h¨ªgado. Por otro, el escritor sueco Henning Mankell comenz¨® a describir en p¨²blico la evoluci¨®n de su enfermedad, tambi¨¦n c¨¢ncer, si bien desde la esperanza y ¡°desde la perspectiva de la vida¡±. Los dos hab¨ªan escrito mucho sobre la muerte. Oliver Sacks, historias de sus pacientes que han contribuido a un mayor conocimiento y aceptaci¨®n social de los trastornos neurol¨®gicos. Henning Mankell lo ha hecho desde una atalaya muy distinta, la de la novela negra. Aunque fue Sacks quien dijo que le interesaban ¡°en el mismo grado las enfermedades y las personas¡±, no dudo de que Mankell suscribir¨ªa esa frase, si bien interpretando como enfermedad los males morales de la ¨¦poca.
Asumiendo con admirable serenidad y lucidez, no exentas de coraje, que les quedan pocos meses de vida, estos dos leones de la escritura han decidido aprovecharlos al m¨¢ximo para dejar claras sus cuentas con el mundo, terminar las tareas importantes a¨²n pendientes y prescindir de lo superfluo. Por encima del miedo ante la extinci¨®n, ambos se muestran agradecidos y satisfechos de la plenitud de su existencia, de los amores y amigos que han tenido, de los libros escritos y le¨ªdos, de los viajes¡, en fin, de la vida.
Y ninguno de ellos menciona el miedo al dolor, quiz¨¢ convencidos de que no lo sufrir¨¢n, de que, en caso necesario, la qu¨ªmica de los sedantes ha avanzado lo suficiente para suprimirlo y no endurecer su agon¨ªa.
Podemos confiar en que un sistema sanitario generoso nos permita morir asistidos con remedios paliativos
Espero que no se considere una fatuidad afirmar que, por el contrario, un alto porcentaje de personas no tenemos tanto miedo a la muerte como a la enfermedad y al dolor, que no nos asusta tanto el fin como que pueda presentarse de forma insidiosa y lacerante. Uno no puede esperar que alguien detenga el proceso que conduce a la muerte, que nos derretir¨¢ como se derrite el hielo, pero s¨ª podemos confiar al menos en que un sistema sanitario moderno y generoso nos permita morir asistidos con los adecuados remedios paliativos. Puede que un enfermo no conserve su memoria, arrasada por el alzh¨¦imer, y no sepa qui¨¦n es ni tenga conciencia de su final, pero la sensibilidad al dolor es lo ¨²ltimo que se pierde. Y siempre hace da?o.
Y no me refiero al dolor que sirve de chivato som¨¢tico para alertar de que algo no funciona bien en el organismo, ni tampoco al dolor moral o al generado por la depresi¨®n o por el miedo a la soledad. Me refiero al dolor f¨ªsico que hurga en las terminaciones nerviosas, en las heridas o en las llagas cuando el da?o ya est¨¢ localizado. Me refiero incluso al dolor tabernario del c¨®lico estomacal y de las pira?as en el est¨®mago que acaban con las fuerzas y el buen humor; al dolor municipal de la hernia en las cervicales que impide la concentraci¨®n ante el libro o el ordenador y reduce la eficacia profesional; a la molestia permanente de las diferentes artrosis en las articulaciones que termina por agriar el car¨¢cter de quien la padece; a la migra?a cr¨®nica que aplasta el optimismo, huye de las luces del mundo y solo halla consuelo en las penumbras del abismo; al dolor medieval del traumatismo o del desgarro que a¨ªsla y ciega para apreciar cualquier belleza alrededor¡
Llegados a un punto irreversible, el dolor f¨ªsico no tiene ninguna utilidad; todo lo contrario: nos animaliza, nos va despojando de todo aquello que nos hace humanos. Sus ataques impiden la reflexi¨®n en calma, destierran la importancia de la relaci¨®n social al convertir la llaga en el centro de atenci¨®n, exigen dedicaci¨®n plena, desplazan los dem¨¢s intereses a un rinc¨®n y desvirt¨²an la personalidad de quien lo soporta. En sus ¨²ltimos versos, Rainer Mar¨ªa Rilke, atormentado por el dolor, se pregunta: ¡°?Soy todav¨ªa yo, el que arde all¨ª desconocido? / No arrastro adentro los recuerdos. / Oh vida, oh vida: estar afuera. / Y yo entre las llamas. Nadie me conoce.¡±
En las religiones monote¨ªstas? el desd¨¦n hacia el cuerpo era una forma de destacar la primac¨ªa del alma
Este sufrimiento som¨¢tico casi siempre resulta est¨¦ril y ser¨ªa conveniente desterrar definitivamente algunos residuos de su prestigio, en parte heredados del "parir¨¢s con dolor" b¨ªblico, que consideran que el padecimiento endurece o purifica o marca un camino m¨ªstico hacia no s¨¦ qu¨¦ para¨ªsos. Las religiones monote¨ªstas han tenido su cuota de responsabilidad en esta dudosa reputaci¨®n cuando, incapaces de encontrar una raz¨®n que justificara su existencia, lo pusieron a su servicio: el desd¨¦n hacia el cuerpo era una forma de destacar la primac¨ªa del alma.
Como se intuye en los textos de Sacks y de Mankell, la seguridad de que se puede esquivar el dolor f¨ªsico contribuye a aceptar el fin con una mirada serena que nos permita seguir siendo hasta el final nosotros mismos. Dada la energ¨ªa del vagido original que lanzamos cuando el aire llega por primera vez a nuestros pulmones, se dir¨ªa que entramos a la vida atravesando una cortina de dolor. Pero ser¨ªa formidable salir de la vida libres de esa carga.
Eugenio Fuentes es escritor. Su ¨²ltima novela es Si ma?ana muero (Tusquets Editores).
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