Catequesis en la escuela
Es posible ense?ar religi¨®n desde la laicidad, sin comprometerse con su doctrina. La asignatura confesional debiera ser una opci¨®n voluntaria sin contrapartida obligada para los que no la quieren
La ense?anza de la religi¨®n vuelve a ser motivo de debate. Es la se?al de que no se ha resuelto bien el paso de la escuela nacionalcat¨®lica a una escuela laica o aconfesional, como la que propicia la Constituci¨®n. Que el decreto que fija el curr¨ªculum de la ense?anza de la religi¨®n cat¨®lica en la educaci¨®n primaria y secundaria convierte la clase de religi¨®n en catequesis es indiscutible, pese a que expl¨ªcitamente afirme que huye de ¡°la finalidad catequ¨¦tica o del adoctrinamiento¡± y que s¨®lo busca ¡°ilustrar a los estudiantes sobre la identidad del cristianismo y la vida cristiana¡±. Mientras la religi¨®n sea una materia optativa, dirigida s¨®lo a los padres creyentes, dif¨ªcilmente estar¨¢ haciendo algo m¨¢s que lo que siempre han hecho las catequesis o las clases de catecismo. Tal es, por otra parte, la intenci¨®n impl¨ªcita en los contenidos del programa. Y es l¨®gico que sea as¨ª. Una clase de religi¨®n para cat¨®licos ha de ense?ar que Dios es el autor de la creaci¨®n, ha de ense?ar a rezar, ha de inculcar la doctrina moral cat¨®lica, ha de transmitir la idea de que la felicidad no se encuentra en esta vida, pero s¨ª en la otra. Una clase de Religi¨®n para creyentes es lo que siempre ha sido: una clase de doctrina cristiana.
Otros art¨ªculos de la autora
Es de justicia al hablar de este tema evocar la figura del estimado Luis G¨®mez Llorente, que, en sus a?os de diputado socialista, milit¨® en¨¦rgicamente para encontrar un equilibrio satisfactorio entre el derecho de los padres a elegir una formaci¨®n religiosa para sus hijos y la construcci¨®n de una escuela laica consecuente con los principios de la laicidad. G¨®mez Llorente fue testigo directo de los avatares que llevaron a la redacci¨®n del art¨ªculo 27.3 de la Constituci¨®n, que reconoce ¡°el derecho de los padres a elegir la educaci¨®n de sus hijos¡±, as¨ª como a la ratificaci¨®n del acuerdo de 1979 sobre temas educativos con la Santa Sede. Ah¨ª vio, a su pesar, c¨®mo se colaba el requisito de que la ense?anza de la religi¨®n deb¨ªa gozar de ¡°condiciones equiparables a las dem¨¢s disciplinas fundamentales¡± (art¨ªculo 2). Un extremo que hab¨ªa de conducir a la prescripci¨®n de la religi¨®n como una materia evaluable, equiparable a cualquier otra, y, en consecuencia, a la imposici¨®n de una asignatura alternativa para aquellos alumnos que no asisten a clase de Religi¨®n.
La indignaci¨®n de quienes apuestan por una laicidad ¡ªo aconfesionalidad¡ª manifiesta en la escuela suscita incomprensi¨®n por parte de quienes aducen que se trata, a fin de cuentas, de una materia optativa, a elegir libremente por los padres. Nadie est¨¢ obligado a cursarla, ?de d¨®nde viene, pues, el descontento? Es para responder a esta inquietud que convendr¨ªa repasar las ideas que G¨®mez Llorente verti¨® en algunos de sus escritos lamentablemente no publicados. La actitud laica, como se define en todas partes, consta de dos ingredientes: libertad de conciencia y neutralidad del Estado en materia religiosa. Cada ciudadano es libre de ser o no religioso y de abrazar la religi¨®n que quiera, mientras que el Estado debe abstenerse de preferir una religi¨®n a otra y hasta de militar a favor de la ausencia de religi¨®n. Desde tal actitud se explica que la ense?anza de la religi¨®n sea ofrecida como una opci¨®n libre. Incluso puede entenderse que se proponga el ¨¢mbito escolar como adecuado para ofrecer ese tipo de formaci¨®n. Lo que importa es discutir los detalles y la forma de la propuesta.
Nuestra cultura incluye el ¡°hecho religioso¡±
Hay dos maneras de ofrecer clase de Religi¨®n en la escuela: fuera del horario lectivo y del curr¨ªculum, o incluida en el horario lectivo y equiparable a cualquier otra asignatura. Esta segunda opci¨®n, a la que vuelven reiteradamente los grupos conservadores, es la que va acompa?ada, en nuestros pagos, de la oferta de otra asignatura para los alumnos que no escogen Religi¨®n. Pero dicha opci¨®n siempre ha sido, en palabras de G¨®mez Llorente, una ¡°pseudosoluci¨®n¡±, por dos razones. La primera, porque la ¡°alternativa¡± a la religi¨®n, sea cual sea, no respeta la ¡°voluntariedad¡± de los padres que no quieren ni catequesis para sus hijos ni ninguna de las variantes que se proponen obligatoriamente en su lugar. La religi¨®n confesional debiera ser una opci¨®n voluntaria sin contrapartida obligada para los que no la quieren. Tenemos una red de escuelas concertadas cat¨®licas, subvencionadas con fondos p¨²blicos, que pueden cubrir la demanda de formaci¨®n religiosa de los alumnos cuyos padres lo soliciten. Obligar al resto de alumnos a cursar una alternativa a la religi¨®n contradice la libertad de conciencia que se atribuye a los ciudadanos de un Estado laico, ya que se suele olvidar que esa libertad no es s¨®lo la de los creyentes, sino tambi¨¦n la de los que no lo son, o la de los que profesan religiones minoritarias. Aunque parece que existen decretos similares al de la ense?anza de la religi¨®n cat¨®lica para las otras religiones, es obvio que estas no ser¨¢n ofrecidas de la misma forma en que lo es la religi¨®n cat¨®lica, que se ampara en el acuerdo con la Santa Sede.
Hay otro elemento que hace de la soluci¨®n propuesta una pseudo o mala soluci¨®n al conflicto sobre la ense?anza de la religi¨®n. Suscribo la afirmaci¨®n del decreto cuando dice que ¡°el olvido y la ignorancia de la religi¨®n podr¨ªa tener consecuencias catastr¨®ficas para la cultura en general y la memoria colectiva¡±. Es totalmente cierto. Nuestra cultura incluye el ¡°hecho religioso¡± e ignorarlo es analfabetismo. Los profesores de Filosof¨ªa, Historia del Arte o Literatura comprueban cada d¨ªa que la falta de cultura religiosa de los estudiantes es un obst¨¢culo para explicar aspectos fundamentales de sus materias. No hace falta saber el Padrenuestro ni recitar el catecismo de corrido; lo que importa es tener referencias b¨ªblicas, de la historia del cristianismo y del culto, que permitan identificar y comprender los s¨ªmbolos, las im¨¢genes, la arquitectura y el pensamiento cristiano que ha dejado huellas innegables en nuestra cultura, para bien y para mal, pero que deben ser conocidas. Tal es la raz¨®n por la que, en distintas ocasiones, se ha abogado por la creaci¨®n de una asignatura, no alternativa a la doctrina cat¨®lica, sino imprescindible para la adquisici¨®n de la cultura religiosa en general por parte de todos los alumnos. Una asignatura que deber¨ªa abarcar tanto la historia del cristianismo (la antigua ¡°historia sagrada¡±), como la de otras religiones, y que profundizara en esa ¡°¨¦tica civil¡± que necesitamos todos, m¨¢s all¨¢ de la moral cat¨®lica, isl¨¢mica o evang¨¦lica, privativas de cada una de las religiones particulares.
La actitud laica consta de dos ingredientes: libertad de conciencia
Tras muchos a?os de conflicto, hab¨ªamos llegado a consensuar una Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa para todos los alumnos, que consist¨ªa en esa iniciaci¨®n c¨ªvica indispensable para adquirir un sentido de lo que es comportarse como buen ciudadano. No era la soluci¨®n ¨®ptima, a mi juicio, pero era mejor que la elecci¨®n entre la religi¨®n y su ¡°alternativa¡±. Comparto de nuevo la afirmaci¨®n que tantas veces le o¨ª a G¨®mez Llorente de que la cuesti¨®n religiosa debe importarnos a todos y que es posible ense?ar religi¨®n desde la laicidad, sin comprometerse con su doctrina ¡ªlo que hace la catequesis¡ª, pero informando de lo que ha significado y sigue significando la religi¨®n en el mundo. Ahora que el islamismo irrumpe con violencia en nuestras sociedades, no es absurdo conocer lo que ocurri¨® anta?o con el cristianismo y lo que ha significado para bien de todos el proceso de secularizaci¨®n. Pero tambi¨¦n conviene ense?ar lo que le debemos a la religi¨®n en materia de costumbres y que forma parte de aquellos valores que consideramos universalizables. Valores no tan distantes de los que hoy configuran las llamadas ¡°virtudes c¨ªvicas¡± fundamentales para la regeneraci¨®n democr¨¢tica.
Una vez m¨¢s hay que lamentar que el equilibrio que se logr¨® al redactar la Constituci¨®n no haya perdurado. Habr¨ªa que restablecer el animus negociandi de que hicieron gala las voluntades que acordaron la Constituci¨®n, una tarea cada vez m¨¢s improbable.
Victoria Camps es fil¨®sofa.
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