D¨ªa del Padre
Hay momentos en ¡®Mad Men¡¯ en los que me parece ver a mi padre; tambi¨¦n ejecutivo, bebedor y vividor
Mad Men, the last ride, as¨ª reza el cartel¨®n luminoso que muchos taxis de Nueva York pasean de un lado a otro en estos d¨ªas. Anuncio que va acompa?ado de la silueta inequ¨ªvoca que los dise?adores de la serie recortaron en negro sobre blanco de Don Draper. La espalda ancha, embutida en un traje bien cortado, de un ejecutivo de los a?os sesenta, esa d¨¦cada que dejaba atr¨¢s unos cincuenta que fueron de euforia posb¨¦lica, de pa¨ªs que entraba con ansia en el mundo de la vida moderna, y tambi¨¦n la misma d¨¦cada, los sesenta, que en sus ¨²ltimos a?os anticipaba el desastre econ¨®mico que estaba por venir y las consecuencias fatales de la vida al l¨ªmite. Nueva York se prepara para recibir los ¨²ltimos cap¨ªtulos de la serie que no pueden ser menos que antol¨®gicos porque los seguidores que hemos ido degustando arte del grande a trav¨¦s de siete a?os de fidelidad no nos vamos a conformar con menos. El Museo de la Imagen en Movimiento, situado en Queens, ha preparado una exposici¨®n impecable de los decorados de las oficinas de Starling Cooper, tray¨¦ndose el mobiliario pieza a pieza de los estudios de Los ?ngeles; un peque?o milagro para que el visitante se sienta inmerso no ya en el escenario de una serie televisiva, sino en el ambiente real de las oficinas de una ¨¦poca que en los ¨²ltimos tiempos est¨¢ provocando cierta a?oranza est¨¦tica. Por su parte, los restaurantes tambi¨¦n quieren sacar tajada y a trav¨¦s de OpenTable, una popular¨ªsima p¨¢gina de reservas, se ofrece la lista de 10 restaurantes que durante el comienzo de la temporada preparar¨¢n men¨²s Mad Men. Nada sofisticado. No diferir¨¢n mucho de los que hoy ofrece cualquier restaurante s¨®lido de comida americana: hamburguesa de alto nivel, pastel de cangrejo, costillas guisadas, s¨¢ndwich de langosta, una pasta, filete de ternera o de pollo, patatas fritas, pur¨¦ de patatas o espinacas, boniatos, hamburguesa de at¨²n, salsas, c¨®cteles para abrir boca y vino, aunque seg¨²n los gustos alcoh¨®licos de la ¨¦poca muchos valientes hab¨ªa que aguantaban toda una velada a golpe de whisky.
El creador de la serie, Matthiew Weiner, era entrevistado esta semana en uno de esos restaurantes neoyorquinos de la vieja escuela, el P.?J.?Clarkes, y mientras se com¨ªa un paillard de pollo sobre los c¨¦lebres manteles de cuadros rojos y blancos, reflexionaba sobre cu¨¢l hab¨ªa sido, echando la vista atr¨¢s, el verdadero sentido de la historia de Don Draper, un advenedizo que acaba triunfando. El entrevistador pregunta: ¡°?Trata sobre los malos padres?¡±. Y el se?or Weiner se sorprende y tuerce el gesto. Yo tambi¨¦n. Si as¨ª fuera, todos los padres de aquellos a?os podr¨ªan ser considerados inadecuados. El mundo era otro y los ni?os no ten¨ªan una presencia tan acaparadora en la vida familiar. Los padres eran los protagonistas; nosotros, los personajes secundarios. Hay muchos momentos en esa serie en los que me parece estar viendo a mi propio padre, tambi¨¦n ejecutivo, tambi¨¦n bebedor, fumador, vividor, y m¨¢s cosas que sospecho; lo veo, por ejemplo, en una escena que me dibuja una sonrisa: la hija de ocho a?os de Don Draper, Sally, prepara a su padre un c¨®ctel y se lo lleva al sof¨¢, orgullosa de ser la dispensadora de un momento de paz para su h¨¦roe. Yo tambi¨¦n, como Sally, tuve asignada tan fundamental tarea, tambi¨¦n con ocho a?os le preparaba a mi padre la copa de co?ac, luego la de whisky, met¨ªa la nariz en su interior para aspirar el aroma prohibido y mojaba clandestinamente los labios en el l¨ªquido para tratar de entender en qu¨¦ consist¨ªa aquella maravilla que mi padre no perdonaba en ninguna sobremesa.
Los ni?os sirviendo el alcohol, siendo premiados los domingos con un chorre¨®n de vino diluido en agua, o con culillos de cerveza; los ni?os, grandes fumadores pasivos, yendo a comprar al estanco los vicios de pap¨¢. Mi madre no fumaba pero en el coche se encargaba de ir encendi¨¦ndole a mi padre los cigarros para que no se viera el hombre en la tesitura de pasar unos minutos sin tragar humo. La vida se ajustaba al mundo del adulto mucho m¨¢s que ahora y, sin embargo, no recuerdo que esa ligera negligencia provocara ninguna sensaci¨®n de abandono o de frustraci¨®n. Hay en la serie, desde luego, un retrato exacto de c¨®mo las mujeres eran ignoradas, relegadas, ninguneadas en los centros de trabajo. No es un mundo al que ninguna mujer desear¨ªa volver, salvo por el colorido caliente de la ropa o por la elegante practicidad de la decoraci¨®n, pero confieso que existe algo en la manera de afrontar la paternidad de ese hombre, Don, que s¨ª que me provoca una cierta nostalgia. No de mi padre en concreto, sino de los padres de aquellos tiempos. Esta semana, en ese ?o?o 19 que las redes sociales han reavivado, parece inevitable colgar una foto del padre en su esplendorosa juventud y escribir un texto emotivo en el que se le describe como guapo, ¨ªntegro, protector. Un sue?o de padre. La literatura del Facebook es muy dada al maquillaje de la realidad. Mi padre no fue as¨ª, no digo que no fuera guapo, lo fue, cumpli¨® con su trabajo, s¨ª, y fue protector a ratos. Hab¨ªa veces en que se le olvidaba y era embaucador, arbitrario y exigente. Le gustaba salirse con la suya y que le dieras la raz¨®n. Pero de qu¨¦ co?o escribir¨ªa yo si mi padre hubiera sido un modelo de hombre.
La vida se ajustaba al mundo adulto mucho m¨¢s que hoy y no recuerdo ninguna sensaci¨®n de abandono
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