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Am¨¦rica Latina: la desigualdad que no cesa

<span >Favela en la ciudad de R¨ªo de Janeiro</span>
Favela en la ciudad de R¨ªo de Janeiro

Por Juan Pablo P¨¦rez S¨¢inz, investigador de FLACSO, Costa Rica

La persistencia de las desigualdades en Am¨¦rica Latina, 2

 

?Tenemos la mirada adecuada sobre las desigualdades?

Es un lugar com¨²n afirmar que Am¨¦rica Latina es la regi¨®n m¨¢s desigual del planeta. Pero no se trata de cualquier desigualdad, es la desigualdad de ingresos la que otorga a nuestra regi¨®n ese m¨¢s que dudoso privilegio. Suele medirse a trav¨¦s del coeficiente de Gini referido al ingreso de los hogares en los respectivos pa¨ªses. Es de esta manera que se ha construido el imaginario sobre desigualdades en la regi¨®n. Pero, cabe preguntarse ?tenemos una mirada adecuada sobre el fen¨®meno de las desigualdades de ingreso en la regi¨®n?

Aplicar el coeficiente de Gini parece congruente con la naturaleza de la desigualdad pues refleja un juego de suma cero. Lo que gana un decil o varios deciles lo pierden otro u otros deciles. El problema es lo que mide: el ingreso del hogar. Aqu¨ª surgen varios inconvenientes. Primero, al focalizarse en el hogar se est¨¢ observando la redistribuci¨®n. O sea, ya ha habido una distribuci¨®n previa que se da por buena y que acaece en ciertos mercados cuya naturaleza veremos m¨¢s adelante. Impl¨ªcito est¨¢ el argumento que las ¡°fuerzas del mercado¡± han actuado virtuosamente y, de esta manera, no se discute la distribuci¨®n primaria que acaba siendo aceptada como natural. Segundo, el ingreso es un resultado y, por tanto, no nos enfocamos sobre las causas de las desigualdades; nos arriesgamos as¨ª a tener una compresi¨®n superficial del fen¨®meno. Y tercero, en tanto que los hogares se entienden como agregados de individuos, se trata de desigualdades entre individuos.

Adem¨¢s hay otro inconveniente: dentro de estos individuos, debido a la fuente de informaci¨®n utilizada (las encuestas de hogares), no se captan a los miembros de las ¨¦lites, los que detentan el poder. Incorporarlos es la gran contribuci¨®n a la comprensi¨®n de la desigualdad que hace Thomas Piketty, en su afamado libro, cuando plantea trabajar con datos fiscales referidos a los impuestos. As¨ª, tomando los ejemplos latinoamericanos de su texto, el 1% m¨¢s rico de Argentina control¨® un poco menos de un 20% de la riqueza de ese pa¨ªs durante la primera d¨¦cada del presente siglo. Ese mismo percentil acapar¨® un poco m¨¢s del 20% en Colombia. Utilizando la misma metodolog¨ªa, tres economistas de la Universidad de Chile, Ram¨®n L¨®pez, Eugenio Figueroa y Pablo Guti¨¦rrez, han estimado, a partir de las declaraciones de impuestos, la concentraci¨®n de la riqueza en su pa¨ªs. El 1% m¨¢s rico se ha apropiado, en promedio, del 30,5% del ingreso total del pa¨ªs durante el per¨ªodo 2005-2010. Pero, en t¨¦rminos de desigualdades de ingresos entre hogares, se nos viene diciendo que las inequidades est¨¢n descendiendo en nuestra regi¨®n. No parece que sea as¨ª en todos los pa¨ªses.

Es obvio que debemos intentar otras miradas. Por el momento, la de Piketty, independientemente de coincidir o no con sus premisas anal¨ªticas, no es factible ya que son muy pocos los pa¨ªses de la regi¨®n donde se puede acceder a informaci¨®n de impuestos. Pero, hay alternativas.

Otra mirada que privilegia los procesos de empoderamiento de los de arriba (las ¨¦lites) y el desempoderamiento de los de abajo (los subalternos)

Hay que desplazar la mirada a la distribuci¨®n porque ah¨ª se reparte la torta y no las migajas como pasa en la redistribuci¨®n. Centrarse en la distribuci¨®n supone mirar a los mercados b¨¢sicos que son donde se intercambian los recursos b¨¢sicos de la sociedad: el trabajo, el capital, la tierra (o en un sentido m¨¢s amplio, la naturaleza) y, m¨¢s recientemente, el conocimiento. Pero lo que est¨¢ en juego en esos mercados es algo mucho m¨¢s importante: se est¨¢n definiendo las condiciones de generaci¨®n y de apropiaci¨®n del excedente econ¨®mico.

Hablar de excedente, es hablar de pugna sobre su generaci¨®n y apropiaci¨®n y en esa pugna no s¨®lo inciden los individuos sino tambi¨¦n categor¨ªas opuestas en pares (de g¨¦nero, ¨¦tnicos, de raza, territoriales, etc.) y, sobre todo, clase sociales.

Vemos, por tanto, que nos hemos movido desde las desigualdades de ingresos entre los individuos a la pugna por el excedente entre clases sociales, entre pares categ¨®ricos de distinta naturaleza y tambi¨¦n entre individuos. Hemos operado un giro que, si bien no es copernicano, es lo suficientemente radical. A ello ha contribuido el imprescindible texto de Charles Tilly, Durable Inequality. En nuestra opini¨®n la propuesta anal¨ªtica sobre desigualdades m¨¢s importante de las ¨²ltimas d¨¦cadas y que ha rescatado la tradici¨®n radical de estirpe rousseauniana. Este autor nos se?ala el camino a seguir para analizar el excedente. Tenemos que diferenciar sus dos formas de generaci¨®n: la explotaci¨®n y el acaparamiento de oportunidades. T¨¦rminos que nos remiten, respectivamente, a dos cl¨¢sicos del pensamiento social: Karl Marx y Max Weber.

Es desde estas premisas que se puede proyectar otro tipo de mirada a las desigualdades en Am¨¦rica Latina. Veamos que nos revela esta nueva perspectiva.

Mercados de trabajo signados por la precarizaci¨®n

Para reflexionar sobre la primera modalidad de generaci¨®n de excedente, o sea sobre las condiciones de explotaci¨®n de la fuerza de trabajo, debemos mirar a los mercados de trabajo. Y al respecto, lo importante es se?alar que la pugna por el excedente se da en t¨¦rminos de la oposici¨®n entre trabajo y empleo, entendiendo a este ¨²ltimo y recurriendo a la conocida distinci¨®n de Robert Castel, como trabajo con estatuto de garant¨ªas no mercantiles o, si se quiere, sociales. As¨ª, cuando en el mercado laboral lo que predomina es la creaci¨®n de trabajo, se est¨¢ ante un campo de desigualdad signado por una gran asimetr¨ªa a favor del capital. Por el contrario, cuando predomina la generaci¨®n de empleo, ya que los trabajadores han logrado imponer reivindicaciones, la asimetr¨ªa se ha relativizado.

La imposici¨®n de los procesos de ajuste estructural en Am¨¦rica Latina, que sigui¨® a la d¨¦cada p¨¦rdida de los a?os 1980, conllev¨® la crisis del empleo formal, gestado en las d¨¦cadas precedentes, y las relaciones asalariadas se empezaron a configurar en t¨¦rminos de precariedad. Este es el fen¨®meno clave a considerar. ?En qu¨¦ consiste?

Minor Mora Salas, de El Colegio de M¨¦xico, nos ha sugerido priorizar tres aspectos de este complejo fen¨®meno. El primero tiene que ver con la desregulaci¨®n de normas laborales del per¨ªodo previo asociadas, justamente, al empleo formal. En la d¨¦cada de los a?os 1990 hubo interpretaciones opuestas al respecto: el Banco Mundial postulaba que los mercados laborales latinoamericanos se caracterizaban a¨²n por su rigidez (t¨¦rmino peyorativo) y ped¨ªa m¨¢s flexibilidad (t¨¦rmino lisonjero) y remit¨ªa, como ejemplos a seguir, al Chile pinochetista y al Per¨² fujimorista; por otro lado, la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (OIT) argumentaba que los cambios legales hab¨ªan sido numerosos y se hab¨ªan dado en la mayor¨ªa de los pa¨ªses por lo que las reformas laborales se hab¨ªan generalizado en la regi¨®n.

Pero, independientemente, de la desregulaci¨®n en t¨¦rminos normativos hay un segundo aspecto que tiene que ver con las estrategias de reestructuraci¨®n de las empresas y que nos habla de algo m¨¢s importante: una desregulaci¨®n de facto. M¨¦xico es un caso interesante al respecto. Hasta la reforma laboral de fines de 2012, este pa¨ªs ten¨ªa una legislaci¨®n protectora pero numerosos estudios sobre relaciones laborales, a nivel micro de empresas, mostraban de manera fehaciente que exist¨ªa desregulaci¨®n de facto. Estrategias de flexibilizaci¨®n laboral que se han impuesto de manera unilateral a los trabajadores o externalizaci¨®n de actividades que son, posteriormente subcontratadas a trav¨¦s de distintos mecanismos de subcontrataci¨®n o intermediaci¨®n laboral (con empresas peque?as o trabajadores independientes, con agencias de intermediaci¨®n laboral o incluso con cooperativas de trabajadores), muestran que las estrategias del capital en la regi¨®n para implementar la desregulaci¨®n de facto son m¨²ltiples.

Un tercer aspecto a considerar es la crisis del sindicalismo. Kenneth Roberts ha estimado que la tasa de sindicalizaci¨®n (porcentaje de sindicalizados sobre total de asalariados) en la regi¨®n ha descendido de un 22,9% ante de los a?os 1980, al 10,7% en 2005. Esto supone que las negociaciones laborales, si es que acaecen, tienden a individualizarse o en el mejor de los casos se hacen a nivel de empresa lo que implica, en ciertas situaciones, que los sindicatos se pliegan a las exigencias empresariales ya que lo prioritario es mantener el puesto de trabajo.

Por consiguiente, los mercados laborales de la regi¨®n tienden a mostrar relaciones asim¨¦tricas a favor del capital y en contra de los trabajadores. Con algunos de los gobiernos denominado ¡°posneoliberales¡±, en Argentina, en Uruguay y, sobre todo, en Brasil se han dado tendencias hacia la desprecarizaci¨®n. Pero, en t¨¦rminos generales de la regi¨®n, se puede decir que el trabajo predomina sobre el empleo y as¨ª se reproducen mecanismos de desigualdad profunda.

Globalizaci¨®n o exclusi¨®n social

Regresando a Charles Tilly, la segunda forma de generaci¨®n de excedente tiene que ver con el acaparamiento de oportunidades que, en este caso, son oportunidades de acumulaci¨®n. Aqu¨ª entran en juego los otros mercados b¨¢sicos, el de capitales y seguros, el de la tierra, que se proyecta hacia los territorios incluyendo el subsuelo, y el del conocimiento, recurso clave en la actual globalizaci¨®n. En este caso la pugna es entre el cierre y la apertura. Cuando cualquiera de estos mercados se caracteriza por el cierre, ya que unos pocos propietarios de medios de producci¨®n acaparan las principales oportunidades de acumulaci¨®n, se est¨¢ ante una situaci¨®n de clara asimetr¨ªa generadora de desigualdades profundas. Esa asimetr¨ªa se puede relativizar si se dan procesos de apertura que permiten a m¨¢s propietarios participar de tales oportunidades.

La actual globalizaci¨®n ha impuesto condiciones m¨¢s exigentes para acumular y, por tanto, ha acentuado las tendencias al cierre. El conocimiento no es accesible a todos y se protege con patentes que suelen beneficiar a las grandes empresas multinacionales. Se han constituido, finalmente, mercados de capitales en la regi¨®n pero el financiamiento se ha estratificado. Los peque?os propietarios s¨®lo tienen acceso al microcr¨¦dito cuyos montos exiguos y altos intereses se complementan con la ret¨®rica del ¡°emprendedurismo¡±. Y la tierra y la naturaleza se han visto en los ¨²ltimos tiempos sometidas a una aut¨¦ntica ofensiva que recuerda a la que acaeci¨® en el siglo XIX sobre las tierras de las comunidades, especialmente las ind¨ªgenas. Por un lado, hay procesos rampantes de extranjerizaci¨®n de tierras similares a los que ocurren en el ?frica Oriental. Por otro lado, la regi¨®n ha vuelto a una reprimarizaci¨®n de sus econom¨ªas que ha supuesto el surgimiento de un nuevo extractivismo que, como certeramente se?ala Eduardo Gudynas, est¨¢ redefiniendo la geograf¨ªa de los pa¨ªses. Estas tendencias de reprimarizaci¨®n y neoextractivismo no son cuestionadas por los gobiernos ¡°posneoliberales¡±.

De esta manera, se ha generado un polo globalizador al cual acceden pocos. Su reverso es un polo de exclusi¨®n social sobre el que queremos hacer unas breves reflexiones.

El polo de exclusi¨®n social lo alimentan aquellos que en los mercados b¨¢sicos sufren desempoderamiento profundo: los desempleados intermitentes, un fen¨®meno novedoso en la regi¨®n; los asalariados sometidos a una precarizaci¨®n extrema; y lo que se puede denominar una masa marginal, recuperando el t¨¦rmino que Jos¨¦ Nun acu?¨® a fines de los a?os 1960. Esta masa marginal est¨¢ constituida por una poblaci¨®n afuncional que para la globalizaci¨®n resulta redundante tanto en t¨¦rminos de trabajo como de consumo y, por tanto, prescindible.

Desde el mundo de la exclusi¨®n social han surgido respuestas colectivas importantes en la regi¨®n. El Movimiento Sin Tierra en Brasil o los piqueteros (m¨¢s all¨¢ de su cooptaci¨®n pol¨ªtica) en Argentina son ejemplos de este tipo de repuestas que se extienden por todas las latitudes de Latinoam¨¦rica. Pero tambi¨¦n hay otros tipos de respuestas que han generado din¨¢micas que muestran, probablemente, la cara m¨¢s s¨®rdida de las desigualdades gestadas en este contexto de globalizaci¨®n. Nos vamos a referir a dos.

La primera respuesta tiene que ver con el drama de la emigraci¨®n, no s¨®lo a los pa¨ªses del Norte. Varios documentales sobre el tr¨¢nsito de migrantes, especialmente centroamericanos a trav¨¦s de M¨¦xico para llegar a la frontera con los Estados Unidos, muestran con crudeza ese dramatismo. Pero, la importancia que ha adquirido el flujo de remesas en la regi¨®n, y en especial en ciertos pa¨ªses, ha conllevado un cambio radical de la representaci¨®n de los emigrantes. Esto ha supuesto que estos han pasado de ser los ¡°perdedores del ajuste¡±, que tuvieron abandonar su pa¨ªs, a los nuevos ¡°h¨¦roes globalizadores¡± que env¨ªan remesas. Esta transmutaci¨®n, en la que el discurso del poder ha hecho gala de su cinismo innato, ha supuesto su reincorporaci¨®n a la sociedad por la puerta grande de la sociedad.

La segunda es m¨¢s temida socialmente: la transgresi¨®n delictiva. La generalizaci¨®n de la violencia ha erigido al tema de la seguridad ciudadana en una preocupaci¨®n primordial de la sociedad en Am¨¦rica Latina. La no obtenci¨®n de ingresos laborales suficientes, debido a la precarizaci¨®n salarial, conjuntamente con la exposici¨®n al consumismo innato a la globalizaci¨®n, lleva a pr¨¢cticas delictivas donde la trasgresi¨®n es considerada leg¨ªtima. Tambi¨¦n el abandono del Estado de territorios, por los procesos de ajuste estructural, ha llevado al surgimiento de actores que acaban monopolizando la violencia. Este es el caso de pandillas juveniles en barrios marginales urbanos como los combos en Colombia o las temidas maras del tri¨¢ngulo norte de Centroam¨¦rica. Pero tambi¨¦n, el abandono de regiones de colonizaci¨®n agraria de las d¨¦cadas de los a?os 1960 y 1970 ha permitido el surgimiento del narcotr¨¢fico. En este caso hay regreso a la sociedad pero no por la puerta grande como los migrantes con sus remesas, sino horadando los cimientos de la propia sociedad.

Por lo tanto, como ha sido una constante en la historia de la regi¨®n, con la globalizaci¨®n las verdaderas oportunidades de acumulaci¨®n siguen estando en manos de unos pocos reproduciendo as¨ª otro mecanismo b¨¢sico de generaci¨®n de desigualdades profundas.

?Qu¨¦ tipo de ciudadan¨ªa social ha gestado el neoliberalismo en Am¨¦rica Latina?

Hasta aqu¨ª hemos observado asimetr¨ªas profundas entre clases sociales. Pero las din¨¢micas individuales tambi¨¦n juegan y si son lo suficientemente s¨®lidas puede relativizar esas asimetr¨ªas. Para ello se necesita ciudadan¨ªa y, en concreto la ciudadan¨ªa social.

En Am¨¦rica Latina durante ese per¨ªodo que llamamos de modernizaci¨®n nacional, gestado a partir de la crisis de los a?os 1930 y que concluy¨® con otra crisis, la de los a?os 1980, la ciudadan¨ªa social comenz¨® a desarrollarse a partir de sus dos pilares b¨¢sicos: la educaci¨®n y la salud. No obstante, este segundo se articul¨® a un tercer pilar, el de las pensiones, con el desarrollo de los sistemas de seguridad social. Esta se constituy¨® la piedra angular del empleo formal pero tuvo limitaciones: fue importante en los pa¨ªses de modernizaci¨®n temprana (los del Cono Sur) o r¨¢pida (Brasil, Colombia y M¨¦xico); excluy¨® a la poblaci¨®n rural; y no benefici¨® a todos los pobladores urbanos. Es decir, la ciudadan¨ªa social no tuvo alcance universal.

Esto no implica que no hubiera procesos significativos de movilidad social. Estos se reflejaron en lo que se puede denominar la ¡°utop¨ªa del buen migrante¡±: se escapaba de la miseria del campo, migrando a la ciudad para obtener alg¨²n trabajo informal e invertir en la educaci¨®n de los hijos con la esperanza que ellos accedieran al empleo formal. Si esto se lograba, dentro de un mismo hogar y en el lapso de dos generaciones se pod¨ªa transitar de la exclusi¨®n a la inclusi¨®n. Esas d¨¦cadas, previas a la crisis de los a?os 1980, representaron un momento rousseauniano para la regi¨®n en el que las desigualdades se relativizaron. Este proceso no fue ajeno al surgimiento de reg¨ªmenes populistas pero tampoco se limit¨® a ellos.

El advenimiento de un orden neoliberal en la regi¨®n ha supuesto una metamorfosis profunda de esa ciudadan¨ªa social a partir de tres transformaciones.

La primera ha sido la mercantilizaci¨®n de la seguridad social en sus dos componentes. Por un lado, se han dado procesos de privatizaci¨®n del sistema de salud que ha profundizado su estratificaci¨®n previa: salud privada para las ¨¦lites (que muchas veces se hacen atender en cl¨ªnicas privadas de los Estados Unidos) y sectores medios/altos; seguridad social para sectores medios; y salud p¨²blica deteriorada para los sectores subalternos. Aprovechemos para mencionar que tambi¨¦n la educaci¨®n se ha visto afectada por un rampante proceso de mercantilizaci¨®n de consecuencias nefastas tal como lo ha argumentado en este mismo blog recientemente Pablo Gentili. Por otro lado, las pensiones han tenido reformas dr¨¢sticas, a partir del ejemplo chileno implementado durante el gobierno de Pinochet, logrando en algunos casos sustituir los principios tradicionales (prestaci¨®n, reparto o capitalizaci¨®n parcial colectiva y administraci¨®n p¨²blica) por nuevos criterios (cotizaci¨®n definida, r¨¦gimen de capitalizaci¨®n plena individual y administraci¨®n privada). De esta manera, el sistema de pensiones ha tendido a reproducir las desigualdades del mercado laboral como ha argumentado la voz m¨¢s autorizada en la regi¨®n sobre esta problem¨¢tica, Carmelo Mesa-Lago.

Una segunda transformaci¨®n ha tenido que ver con la invenci¨®n de la ¡°pobreza¡±, a partir del enfoque de necesidades b¨¢sicas del Banco Mundial y su recepci¨®n en la regi¨®n por parte de la CEPAL. Aclaremos que no estamos diciendo que no existen pobres en el sentido de personas con carencias importantes. Lo que argumentamos es el tratamiento de la problem¨¢tica de las carencias que, desde los supuestos neoliberales, se hace de manera no relacional. O sea, los pobres no se definen respecto de los ricos y viceversa, sino en t¨¦rminos de est¨¢ndares (sobre los cuales en la regi¨®n hay una amplia discusi¨®n metodol¨®gica con propuestas para todos los gustos) establecidos por expertos. Esto implica que en el tratamiento de las carencias se evacua toda referencia al poder y al conflicto. Esto ha hecho que este tipo de enfoque sea tan pol¨ªticamente correcto ya que ha conllevado la despolitizaci¨®n de la cuesti¨®n social. Pero, se ha inventado un actor no existente, los ¡°pobres¡±, gestando as¨ª una ciudadan¨ªa social vac¨ªa. La ciudadan¨ªa social previa ten¨ªa, por el contrario, un sujeto bien configurado, los empleados formales, que se expresaban como actor sindical.

Finalmente se ha operado una deriva de lo social hacia el consumismo. Desplazando el locus de la ciudadan¨ªa social desde la empresa y el empleo al hogar y al consumo, se ha priorizado la redistribuci¨®n sobre la distribuci¨®n, como hemos se?alado al inicio de este texto. Con esta deriva se ha dado la transici¨®n del individuo/ciudadano al individuo/consumidor. Una transici¨®n que se enmarca en la centralidad que ha adquirido el consumismo con la globalizaci¨®n en nuestras sociedades.

Por consiguiente, la deriva consumista implica que la ciudadan¨ªa social (neo)liberal no intenta neutralizar las desigualdades que emergen en las diferentes modalidades de la generaci¨®n y apropiaci¨®n de excedente econ¨®mico. Para el (neo)liberalismo, la pertenencia a la sociedad pasa por el consumo y su exaltaci¨®n a trav¨¦s del consumismo ya que este ser¨ªa el hecho central de la sociedad y no la producci¨®n. S¨®lo con ciertos gobiernos ¡°posneoliberales¡±, Bolivia, Ecuador y, especialmente, Venezuela con las denominada misiones, se ha revitalizado la ciudadan¨ªa social b¨¢sica incorporando a la sociedad sectores subalternos que hist¨®ricamente han estado excluidos. Justamente, la legitimidad de esos gobiernos radica, en gran medida, en este fen¨®meno.

La mirada hacia lo profundo: la persistencia de la inferiorizaci¨®n

Pero la mirada que hemos propuesto no ha finalizado a¨²n su recorrido. Queda por visualizar las din¨¢micas m¨¢s profundas y, probablemente, las m¨¢s importantes en la generaci¨®n de las desigualdades que estamos contemplando. A la base de los procesos de configuraci¨®n de ciudadan¨ªa hay una cuesti¨®n clave que suele ignorarse al abordar las desigualdades: c¨®mo la sociedad procesa sus diferencias.

Toda sociedad tiene que abordar diferencias de distinto tipo: de sexo, de cultura, de raza, de lugar, etc. Su procesamiento se puede hacer de diferentes maneras. El antrop¨®logo Santiago Bastos, reflexionando sobre la cuesti¨®n ¨¦tnica en Guatemala, ha identificado tres l¨®gicas. La primera es la de la inferiorizaci¨®n en la que la categor¨ªa dominante (sea hombre, no ind¨ªgena, blanco o lugare?o) subordina a la subalterna (sea mujer, ind¨ªgena, afrodescendiente o for¨¢neo) de manera extrema invocando la naturalizaci¨®n de la diferencia. La l¨®gica opuesta ser¨ªa la del reconocimiento de la diferencia. Los subalternos logran hacerse reconocer equipar¨¢ndose a los previamente dominantes. Y habr¨ªa una l¨®gica intermedia donde existir¨ªa una cierta hibridaci¨®n entre los grupos. Normalmente no es producto de una mezcla consensuada sino m¨¢s bien de una ¡°oferta¡± del grupo dominante que logra -en cierto grado- asimilar a los otros grupos.

?Por qu¨¦ toda esta digresi¨®n es importante para entender las desigualdades? Porque cuando existe reconocimiento, las categor¨ªas (hombres y mujeres; no ind¨ªgenas e ind¨ªgenas; blancos y afrodescendientes; etc.) tienden a equiparase y una ciudadan¨ªa robusta es viable. Si, por el contrario, predomina la inferiorizaci¨®n o una asimilaci¨®n no negociada (que en el fondo es una inferiorizaci¨®n impl¨ªcita) las categor¨ªas de los pares se polarizan y es dif¨ªcil constituir ciudadan¨ªa ya que no todos somos iguales porque las diferencias se transmutaron en desigualdades. De esta manera, se constituyen pares categ¨®ricos.

Pero, a¨²n hay m¨¢s. En este caso, las categor¨ªas subordinadas (mujeres, ind¨ªgenas, afrodescendientes, etc.) de esos pares acceden a los mercados b¨¢sicos de manera desventajosa. Pueden ser que no tengan acceso como ocurri¨® por largas d¨¦cadas a mujeres de sectores medios y altos en t¨¦rminos de ingreso al mercado laboral o a la poblaci¨®n afrodescendiente liberta en Brasil que fue marginada del auge de caf¨¦ en la regi¨®n paulista en el ¨²ltimo tercio del siglo XIX. Pueden ser que aunque accedan al mercado laboral se vean confinados en nichos laborales estigmatizados como les ha ocurrido a los ind¨ªgenas que migraron a las ciudades y se vieron confinados a ¡°oficios de indios¡±. O incluso, aunque superen este ¨²ltimo tipo de segregaci¨®n, puede ser que sufran discriminaci¨®n como padecen, actualmente, la mayor¨ªa de mujeres o afrodescendientes profesionales. Es decir, las din¨¢micas de segregaci¨®n y discriminaci¨®n se acoplan a las desigualdades de clase reforz¨¢ndolas.

En Am¨¦rica Latina, los or¨ªgenes de la inferiorizaci¨®n remiten, en primer lugar, a un legado colonial. De ah¨ª que estemos hablando de ra¨ªces profundas. Pero, las ¨¦lites de las nuevas rep¨²blicas reformularon ese legado definiendo el mundo en t¨¦rminos de la dicotom¨ªa civilizaci¨®n (ellos) versus barbarie (los otros). La ciudadan¨ªa social que surgi¨® en el per¨ªodo de modernizaci¨®n nacional, la relativiz¨® ya que la movilidad social que acaeci¨® mostr¨® que las fronteras de estos dos mundos no eran totalmente impermeables. Curiosamente, ha sido a fines del pasado siglo que se han manifestado las din¨¢micas m¨¢s importantes de reconocimiento que ha experimentado hist¨®ricamente la regi¨®n y que han tenido como protagonistas dos sectores subalternos importantes: las mujeres con la ¡°segunda ola¡± del feminismo y los ind¨ªgenas.

Pero, si bien estos logros de reconocimiento no son despreciables, no hay que magnificarlos -en relaci¨®n a los mercados b¨¢sicos- por varias razones. La primera es que al ser resultado de luchas ¡°desde abajo¡± (desde los grupos subalternos), las ¨¦lites no las asumen plenamente. Segundo, como en el caso de la regulaci¨®n laboral, una cosa es el reconocimiento plasmado en textos legales y otra es el desconocimiento (o sea, no reconocimiento) de facto. Tercero, las categor¨ªas (hombres y mujeres; no ind¨ªgenas e ind¨ªgenas; blancos y afrodescendientes; etc.) cuando tienden a equiparase, especialmente en el mercado de trabajo, lo suelen hacer ¡°hacia abajo¡±. O sea, formul¨¢ndolo en t¨¦rminos de g¨¦nero, no es tanto que las mujeres se empoderen sino son los hombres quienes se desempoderan. Este ha sido el caso con el cierre de brechas salariales en t¨¦rminos de raza y, sobre todo, en t¨¦rminos de g¨¦nero porque se han cerrado ¡°hacia abajo¡± favoreciendo al capital. Cuarto, el reconocimiento puede llevar a la ¡°autosegregaci¨®n¡± de la categor¨ªa subordinada generando nuevas desigualdades. As¨ª, han surgido ¨¢mbitos etnizados s¨®lo accesibles a los ind¨ªgenas. Finalmente, estos logros de reconocimiento se ven desvalorizados porque la globalizaci¨®n privilegia el consumismo antes que la ciudadan¨ªa.

Por consiguiente, todav¨ªa los efectos de procesos de reconocimiento son limitados y las estrategias de inferiorizaci¨®n y/o de asimilaci¨®n no generosa siguen siendo utilizadas y priorizadas por los poderosos. De hecho, la precarizaci¨®n salarial, uno de los principales procesos generadores de desigualdad con la globalizaci¨®n, ha sido -justamente- viabilizada por la incorporaci¨®n masiva de mujeres al mercado laboral desde la ¨²ltima d¨¦cada del siglo pasado. Han sido las mujeres las que han ocupado mayoritariamente los puestos inferiores de la estructura ocupacional. As¨ª, precarizaci¨®n salarial y feminizaci¨®n laboral son caras de una misma moneda mostrando como desigualdades socioculturales siguen acopl¨¢ndose a las de clase reforz¨¢ndolas.

A lo largo de toda la historia de la regi¨®n, las ¨¦lites han sabido y han logrado desempoderar al ¡°otro¡± subalterno (mujer, ind¨ªgena, afrodescendiente, inmigrante, etc.), despoj¨¢ndole de una ciudadan¨ªa plena e impidi¨¦ndole as¨ª el acceso a las verdaderas oportunidades de acumulaci¨®n o conden¨¢ndole a la explotaci¨®n. Esta es la principal imagen que deja esta otra mirada sobre las desigualdades de Am¨¦rica Latina que es m¨¢s compleja que la mera pugna entre individuos por ingresos.

Desde San Jos¨¦, Costa Rica

Referencias 

Bastos, S. (2005): An¨¢lisis conceptual de la diversidad ¨¦tnico-cultural en Guatemala. (Reflexiones en torno a lo aparentemente evidente), texto preparado para el Informe de Desarrollo Humano del PNUD, Guatemala.

Castel, R. (1997): La metamorfosis de la cuesti¨®n social: una cr¨®nica del salariado, (Buenos Aires, Paid¨®s).

L¨®pez, R; Figueroa B., E y Guti¨¦rrez C., P. (2013): La ¡®parte del le¨®n¡¯: nuevas estimaciones de la participaci¨®n de los s¨²per ricos en el ingreso de Chile, Serie Documentos de Trabajo, N? 379, (Santiago de Chile, Facultad de Econom¨ªa y Negocios/Universidad de Chile).

Mesa-Lago, C. (2004): ¡°Evaluaci¨®n de un cuarto de siglo de reformas estructurales de pensiones en Am¨¦rica Latina¡±, Revista de la CEPAL, N? 84.

Mora Salas, M. (2010): Ajuste y empleo: la precarizaci¨®n del trabajo asalariado en la era de la globalizaci¨®n, (M¨¦xico, El Colegio de M¨¦xico).

Roberts, K. M. (2012): The Politics of Inequality and Redistribution in Latin America?s Post-Adjustment Era, Working Paper, N? 2012/08, (Helsinki, UNU-WIDER). 

Juan Pablo P¨¦rez S¨¢inz es soci¨®logo e investigador de FLACSO desde 1981. Ha trabajado en FLACSO-Ecuador, FLACSO-Guatemala y, desde 1992, en FLACSO-Costa Rica. Posee una Maestr¨ªa en Sociolog¨ªa, Universit¨¦ Paris-Sorbonne, y en Estudios del Desarrollo, Institute of Social Studies, La Haya. Obtuvo su Doctorado en Econom¨ªa en la Universidad Libre de Bruselas. Las reflexiones de este texto provienen de su ¨²ltimo libro: Mercados y b¨¢rbaros. La persistencia de las desigualdades de excedente en Am¨¦rica Latina (2014).

2? nota de la serie La persistencia de las desigualdades en Am¨¦rica Latina. que publicar¨¢ Contrapuntos con aportes de diversos/as intelectuales latinoamericanos/as sobre los procesos de producci¨®n y reproducci¨®n de las desigualdades en Latinoam¨¦rica.

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