El reino de la autocensura
Maduro hostiga a periodistas y medios de una manera in¨¦dita en Venezuela
En d¨ªas recientes, Gerver Torres, una reconocida figura p¨²blica que fue presidente del Fondo de Inversiones de Venezuela y asesor del Banco Mundial, renunci¨® despu¨¦s de 15 a?os a su columna del diario El Universal de Caracas. ?Las razones? Los editores de la centenaria publicaci¨®n, ahora en manos de due?os desconocidos, le censuraron su ¨²ltima entrega. Meses antes, la caricaturista Rayma, posiblemente la que mejor recoge el legado de cr¨ªtica pol¨ªtica de Pedro Le¨®n Zapata, cuya sensible muerte acaeci¨® en estos d¨ªas, recibi¨® una invitaci¨®n a dejar las p¨¢ginas del mismo peri¨®dico. A estos nombres se pueden sumar muchos m¨¢s, como el de Marta Colomina, analista fina del proceso chavista, o el de Pedro Pablo Pe?aloza, uno de los periodistas de mayor trayectoria a quien le han obligado a cambiar de medio. Hay que tratar de imaginar cu¨¢l puede ser el ambiente de la redacci¨®n del peri¨®dico para que una ONG como Espacio P¨²blico est¨¦ solicitando abiertamente firmas para una campa?a llamada Cese inmediato de la pr¨¢ctica de censura hacia informaciones y noticias y respeto al trabajo profesional de sus periodistas. Cuando un redactor o columnista vive en este ambiente de vigilancia, o de decisiones abruptas que lo pueden dejar en la calle, las palabras comienzan a temblar, ya no son fiables, y el esp¨ªritu expresivo sufre como un rapto: ya no pertenece al que escribe sino al que lee con lupa. Es el comienzo de la duda frente al lenguaje, es el comienzo de la autocensura.
Otros art¨ªculos del autor
Se dir¨ªa que la autocensura es el sentimiento dominante de la prensa venezolana de hoy. ?C¨®mo titular de manera que no se hieran susceptibilidades gubernamentales? ?C¨®mo abordar una investigaci¨®n sin ofender a un funcionario p¨²blico? Porque son extremadamente sensibles las autoridades venezolanas, suponemos que por considerarse a s¨ª mismas intachables, impolutas, indignas de se?alamientos o cr¨ªticas. Por poco menos que palabras, un legendario pol¨ªtico venezolano, Teodoro Petkoff, director de Tal cual, est¨¢ obligado, junto a su directiva, a presentarse mensualmente en un tribunal. ?Razones? Haber permitido la publicaci¨®n de un art¨ªculo del humorista Laureano M¨¢rquez. As¨ª, cuando el hostigamiento no tiene cara de juicio, viene disfrazado de inspecciones fiscales, laborales, sanitarias o, claramente, como en los ¨²ltimos tiempos, de compras de emporios comunicacionales, como son los casos de El Universal o de la Cadena Capriles, operaciones de compraventa que dejan ver las manos pero nunca las cabezas.
Si nos vamos a los peri¨®dicos de provincia, a excepci¨®n de buques insignia como El Impulso o El Correo del Caron¨ª, el cortejo guarda silencio sepulcral. El temor a quedarse sin papel, pues el Gobierno ha sabido centralizar los despachos en una entidad p¨²blica, obliga a comportamientos poco ejemplares. All¨ª la autocensura se convierte en dictado, y basta ver en las planas de primera p¨¢gina el reflejo fiel de las gacetillas gubernamentales: Se construir¨¢n nuevas viviendas o Llegar¨¢n pollos importados. El futuro o el gerundio, por cierto, son los tiempos verbales m¨¢s usados por el discurso gubernamental. De cara a esa copia o calco, el oficio period¨ªstico desaparece: nadie opina, nadie analiza, nadie investiga. Finalmente, hemos pasado a una transferencia discursiva, por no decir sangu¨ªnea: el Gobierno habla y los medios repiten (al menos los loros tropicales ofrecen una variaci¨®n crom¨¢tica que las p¨¢ginas preciosas de peri¨®dico no exhiben). Menci¨®n aparte merecer¨ªa el universo radial, quiz¨¢s por la penetraci¨®n que tiene en audiencias populares, donde el Gobierno ha logrado, all¨ª s¨ª, la perfecta ¡°hegemon¨ªa comunicacional¡±.
La autocensura, sin embargo, comienza a producir unos efectos extra?os: y es que o la realidad reflejada por los peri¨®dicos no existe o la realidad que veo o siento es en verdad una pesadilla. Cada vez el divorcio entre hechos y su reflejo period¨ªstico es mayor. Por ejemplo: hay medios que han dejado de publicar noticias sobre delincuencia, o para los que no existe la corrupci¨®n, o para los cuales no existe desabastecimiento. Es decir, el pa¨ªs es una fantas¨ªa que solo se halla en las p¨¢ginas de los peri¨®dicos. Entonces se produce una inversi¨®n de roles, porque ahora los peri¨®dicos quieren novelar cuando los nuevos narradores toman los referentes de la hemorragia social para convertirlos en novelas o relatos. Una prueba de esa fantas¨ªa son las amplias rese?as que responden a fuentes intrascendentes: la far¨¢ndula, el deporte, los viajes o los ¨¦xitos prolongados del Sistema de Orquestas Juveniles en Viena o Kiev.
Nadie parece pensar, sin embargo, en el lector, el televidente o el oyente que espera ansioso en su hogar por un dato crudo de la realidad: qui¨¦n ha muerto, qui¨¦n opina o qui¨¦n manifiesta. Los hogares se han vuelto cuevas sombr¨ªas porque la exterioridad no llega. Puede estar ocurriendo un cataclismo, pueden estar saqueando una tienda, pueden estar reprimiendo a unos estudiantes, y nadie se entera. La verdad no es esa, la que ya nadie refleja, sino la que quieren que yo reciba o vea. A esto nos han llevado los medios que han dejado de ser medios.
Antonio L¨®pez Ortega es escritor y editor venezolano. Autor de La sombra inm¨®vil (Pretextos, 2014).
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