Los huesos de Cervantes
La obra y figura del escritor representan la reencarnaci¨®n del esp¨ªritu hispano. Para una identidad tan discutida y vapuleada como la espa?ola, el autor de ¡®El Quijote¡¯ es un emblema que s¨®lo ha tra¨ªdo beneficios
Llama la atenci¨®n esa rebusca de huesos que se traen arque¨®logos y forenses en el convento madrile?o de las Trinitarias. Pagados por el municipio, llevan meses removiendo osarios y, a falta de un an¨¢lisis gen¨¦tico, afirman que, entre los restos desenterrados, podr¨ªan estar los de Miguel de Cervantes. Ante el comprensible desasosiego de las monjas, a¨²n no saben qu¨¦ hacer con semejante hallazgo, que ha costado ya m¨¢s de cien mil euros en tiempos de recortes y ha merecido en los medios de comunicaci¨®n un seguimiento lleno de detalles necr¨®filos. En la segunda d¨¦cada del siglo XXI, y con las novedades t¨¦cnicas pertinentes, se reproducen comportamientos propios del XIX, cuando los despojos de glorias y h¨¦roes nacionales sufr¨ªan continuos trasiegos. En la Espa?a decimon¨®nica se colocaban en monumentos y panteones de hombres ilustres, rodeados de conflictos entre pol¨ªticos, cl¨¦rigos y acad¨¦micos. De hecho, ya entonces hubo b¨²squedas de la osamenta cervantina.
Otros art¨ªculos del autor
Cervantes despierta un inter¨¦s enorme no s¨®lo por su categor¨ªa literaria, sino tambi¨¦n porque se ha convertido, a lo largo de los ¨²ltimos doscientos a?os, en el s¨ªmbolo indiscutible de Espa?a. M¨¢s a¨²n, su figura y su obra se erigieron en la encarnaci¨®n del esp¨ªritu hispano, de ese Volksgeist que tantos nacionalistas han buscado en escritores sublimes, capaces de captar el alma de un pueblo y su peculiar forma de ver las cosas, como Goethe, Dante o Camoens. Es decir, en torno a Cervantes y a su gran libro, Don Quijote de La Mancha, cuyo protagonista se confunde a menudo con ¨¦l, se han generalizado, como advirti¨® el hispanista Anthony Close, visiones rom¨¢nticas: las que perciben en cualquiera de ellos, o en ambos a la vez, la esencia de la naci¨®n. Pocos han dejado de exhibir su orgullo por un autor y una obra reverenciados en todo el mundo, cumbres de la lengua nacional y s¨ªntesis de esa civilizaci¨®n transatl¨¢ntica que se llam¨® Hispanoam¨¦rica, la Raza o la Hispanidad. Para una identidad tan discutida y vapuleada como la espa?ola, Cervantes s¨®lo ha tra¨ªdo beneficios.
Naturalmente, un emblema as¨ª se ha sometido a m¨²ltiples interpretaciones. El Cervantes cat¨®lico y mon¨¢rquico, ese caballero mutilado en una batalla contra los turcos que record¨® la dictadura de Franco, nada tiene que ver con el Cervantes de las izquierdas, cr¨ªtico con los poderosos y amante de la justicia. Tampoco el hidalgo cristiano se asemeja mucho al rebelde antiburgu¨¦s del que se proclamaban herederos los anarquistas en la Guerra Civil. Pero el consenso ha predominado sobre las discrepancias. Desde que los ilustrados vieron en El Quijote un cl¨¢sico ¡ªno s¨®lo un relato c¨®mico¡ª y el romanticismo lo idolatr¨®, los homenajes no han cesado. En un Madrid con pocas estatuas, Cervantes dispuso desde 1835 de la primera no consagrada a un rey ni a un emblema mitol¨®gico o religioso, que todav¨ªa se levanta delante del Congreso. Pero fue a comienzos del siglo XX, con los centenarios de la novela, en 1905, y de la muerte del escritor, en 1916, cuando se desat¨® un entusiasmo nacionalista que llega hasta la actualidad. Se multiplicaron las ediciones, las cabalgatas y las iniciativas ornamentales y muse¨ªsticas, pues aquellas conmemoraciones cervantinas deb¨ªan regenerar a la naci¨®n humillada en el desastre de 1898. Otro monumento, de dimensiones mucho mayores y destinado a componer la imagen tur¨ªstica de la capital, comenz¨® a elevarse en su plaza de Espa?a.
El culto a Cervantes
El culto a Cervantes, triunfante en el contexto de nacionalismos culturales que hac¨ªan de la lengua el eje de sus respectivas identidades, ha sublimado desde entonces la importancia del idioma castellano. Esa exaltaci¨®n ha permitido, por una parte, imaginar una comunidad hispanoamericana concebida como una especie de s¨²per-Espa?a, en la que los habitantes de la madre patria representan un papel protagonista. Ayudado por Gobiernos hispan¨®filos, emigrantes y exiliados, Cervantes, que nunca pis¨® Am¨¦rica, se transform¨® en bandera de eso que el mexicano Carlos Fuentes llam¨® el territorio de La Mancha. Por otra parte, sintonizaba con los discursos que confund¨ªan a Espa?a con Castilla y permit¨ªa responder al auge de los movimientos nacionalistas subestatales, sobre todo del catal¨¢n, con un argumento imbatible: frente a sus lenguas minoritarias, el castellano dispon¨ªa de decenas ¡ªluego cientos¡ª de millones de hablantes en dos continentes. No es de extra?ar que al catalanismo le hicieran muy poca gracia las celebraciones de la lengua de Cervantes, dif¨ªciles de compatibilizar, en sus versiones extremas, con una idea pluralista de Espa?a.
En consonancia con estas premisas, El Quijote se emple¨® como veh¨ªculo de nacionalizaci¨®n en la escuela. Con algo de retraso y escasos medios, el Estado espa?ol se incorpor¨® a la tarea universal de fabricar patriotas en las aulas, y los regeneracionistas liberales que la promovieron confiaron en las virtudes espa?olizadoras de la Biblia nacional: proliferaron as¨ª las ediciones para ni?os y en 1920 se orden¨® que las jornadas escolares comenzaran con la lectura y comentario de fragmentos de la obra. Pese a las advertencias de algunos intelectuales que, como Ortega y Gasset, no cre¨ªan que aquel tomazo en castellano del siglo XVII fuera una buena herramienta pedag¨®gica, la costumbre persisti¨® hasta mediados del Novecientos. M¨¢s a¨²n, durante 70 a?os, entre 1901 y 1970, el examen de ingreso al bachillerato se realiz¨® sobre textos de El Quijote, lo cual oblig¨® a varias generaciones a familiarizarse con ¨¦l. A¨²n hoy se le atribuyen grandes cualidades educativas, como si nadie pudiera sentirse plenamente espa?ol sin haberlo le¨ªdo.
Adem¨¢s, la sacralizaci¨®n de Cervantes ha dado lugar, en un pa¨ªs donde los s¨ªmbolos nacionales generan m¨¢s pol¨¦micas que acuerdos, a una fiesta alimentada tanto por las autoridades como por la sociedad civil. Desde 1926 se festeja el D¨ªa del Libro, fijado en 1930 cada 23 de abril para rememorar el fallecimiento de esa ¡°figura excelsa¡±, dec¨ªa un peri¨®dico, ¡°que simb¨®licamente representa a Espa?a y a la raza¡±. Pronto cuaj¨® la costumbre de comprar y regalar libros en esa fecha y de acompa?arla con actos culturales o folcl¨®ricos. La transici¨®n a la democracia, tras la muerte de Franco, la consolid¨® como una efem¨¦ride de relevancia creciente. A partir de 1976 se entrega ese d¨ªa en Alcal¨¢ de Henares, su patria chica, el Premio Cervantes, una especie de Nobel de literatura hispanoamericano, mientras se multiplican exposiciones y concursos. Y desde los a?os noventa se celebran liturgias cuasirreligiosas que consisten en leer p¨²blicamente El Quijote, a veces en su totalidad y de forma ininterrumpida. Ni la bandera ni el himno, tampoco la Constituci¨®n, han provocado un fervor comparable.
En Madrid tuvo la primera estatua no consagrada a un rey ni a un emblema mitol¨®gico o religioso
Con el nombre de Cervantes se han bautizado centros educativos, teatros y el instituto encargado de la ense?anza del espa?ol en el extranjero; ¨¦l o sus personajes aparecen no s¨®lo en expresiones literarias y art¨ªsticas, de Le¨®n Felipe a Picasso, sino tambi¨¦n en producciones para el cine o la televisi¨®n, como una famosa serie de dibujos animados que TVE emiti¨® entre 1979 y 1981; en sellos de correos y en el dinero: ah¨ª est¨¢n las monedas de 10, 20 y 50 c¨¦ntimos de euro, con la efigie del genio. Es lo que algunos investigadores llaman nacionalismo banal: la presencia de lo nacional, a trav¨¦s de sus signos, en objetos cotidianos que renuevan nuestra identidad sin apenas darnos cuenta. El cuarto centenario de El Quijote en 2005, en plena euforia econ¨®mica, dio lugar a fastos sin fin, con un presidente del Gobierno entregado al quijotismo y alabanzas un¨¢nimes al valor econ¨®mico de la lengua espa?ola. De poco valieron las advertencias de Francisco Rico, que clamaba entonces contra las visiones esencialistas de la obra de Cervantes y ahora ha calificado de tonter¨ªa la pesquisa acerca de sus huesos. Como seguramente mostrar¨¢ la conmemoraci¨®n del a?o que viene ¡ªy frente a emblemas de car¨¢cter c¨ªvico, menos cargados de connotaciones culturales y ling¨¹¨ªsticas¡ª los s¨ªmbolos cervantinos, cruciales para la identidad nacional espa?ola, siguen a¨²n muy vivos.
Javier Moreno Luz¨®n es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid.
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