A vueltas con la esperanza
Una es min¨²scula y prevalentemente laica. La otra es religiosa, est¨¢ escrita con grandes caracteres y estos d¨ªas de Semana Santa recorre calles y plazas. Pero tal vez no convenga ser muy severos al separarlas
A Javier Muguerza
Cuenta el soci¨®logo vien¨¦s Peter L. Berger que en l945, poco despu¨¦s de que las tropas rusas entrasen en Viena, ofrec¨ªa la orquesta filarm¨®nica de aquella ciudad una serie de conciertos para abonados. Los asistentes pod¨ªan o¨ªr desde sus butacas el eco de los ca?ones. Pues bien: la conquista de la ciudad solo logr¨® interrumpir los conciertos durante una semana. Despu¨¦s de ella, todo continu¨® como estaba previsto. La invasi¨®n de la ciudad y el ocaso de todo un imperio ¡ªcomenta Berger¡ª solo mereci¨® una breve interrupci¨®n del programa.
Es posible que algunas personas acudiesen a los conciertos por falta de sensibilidad frente a lo que estaba ocurriendo, pero nada impide que interpretemos este hecho como el triunfo de la creatividad y del sentido sobre la destrucci¨®n y la crueldad de la guerra. En definitiva, como el triunfo de la esperanza. Mientras la m¨²sica triunfe sobre el odio y la guerra quedar¨¢n resquicios para la esperanza. Ten¨ªa raz¨®n Ernst Bloch cuando, con cierto aire triunfal, repet¨ªa que la m¨²sica, como las buenas obras, nos acompa?ar¨¢ m¨¢s all¨¢ de la tumba.
Otros art¨ªculos del autor
La humanidad ha dado suficientes muestras de que, como constataba Spinoza, est¨¢ dispuesta a durar y, para ello, a no rendirse ante las cat¨¢strofes, por dolorosas y amargas que sean. Nadie puede contar las veces que, individual y colectivamente, hemos resurgido de nuestras cenizas. Me contaba un poeta alem¨¢n que un d¨ªa de la II?Guerra Mundial, al contemplar la hermosa catedral de su ciudad destruida por los bombardeos, se sent¨® sobre sus ruinas a escribir versos. Otras manos, con palas y azadas, intentaban poner orden entre los escombros; pero nadie ech¨® en cara a nuestro poeta que no retirara escombros. Y es que, cuando nos golpea la desgracia, los humanos nos hacemos especialmente conscientes de que siempre son necesarias las dos cosas: retirar escombros y alumbrar nuevas constelaciones de sentido, hacer frente a lo perentorio y pensar en futuros m¨¢s halag¨¹e?os y esperanzadores.
Mientras la m¨²sica triunfe sobre el odio y la guerra habr¨¢ un resquicio para la esperanza
En el siglo XX, seg¨²n Hannah Arendt ¡°el siglo m¨¢s cruel de la historia conocida¡±, la esperanza vivi¨® algunos de sus peores momentos. Auschwitz nos dej¨® sin poes¨ªa y sin esperanza. Adorno lleg¨® a calificar la esperanza de ¡°crimen¡±; no la consideraba compatible con los campos de exterminio. Y, con ¨¦l, otros muchos testigos de aquella barbarie. Sin embargo, algunas de las m¨¢s l¨²cidas reflexiones sobre la esperanza nacieron precisamente entre los escombros de la II?Guerra Mundial. Son los a?os en los que Bloch, a quien alguien ha llamado ¡°catedral laica de la esperanza¡±, escribi¨® El principio esperanza. Los tres vol¨²menes de esta obra genial no nacieron al amparo de una c¨¢tedra universitaria; fueron, m¨¢s bien, resultado del esfuerzo y de la precariedad de un emigrante que, huyendo de Hitler, aterriz¨®, con lo puesto y sin medios de subsistencia, en Nueva York. Freg¨® platos en los hoteles de aquella ciudad para poder escribir sobre la esperanza. De las mismas fechas es ese alegato en favor de la esperanza que refleja El coraje de existir, de Paul Tillich, otro emigrante alem¨¢n que encontr¨® refugio en tierras americanas. Por ¨²ltimo: tambi¨¦n la Teolog¨ªa de la esperanza (1964), de J¨¹rgen Moltmann, obra de impacto mundial ¡ª¡°documento para siempre¡±, la llam¨® nuestro Pedro La¨ªn Entralgo¡ª comenz¨® a bullir en la mente de un muchacho de 16 a?os, en un campo de concentraci¨®n ingl¨¦s. Hitler lo hab¨ªa movilizado, igual que a tantos otros compa?eros de generaci¨®n como Ratzinger o Habermas. En su mochila de prisionero solo ten¨ªa un libro: El Nuevo Testamento. Aquel muchacho comenz¨® a entrever una ¡°teolog¨ªa entre los escombros¡±. Consideraba a Dios como ¡°lo ¨²nico estable¡± en medio del derrumbe de todo lo que le rodeaba. Con honda emoci¨®n narra c¨®mo despu¨¦s de la guerra las aulas de Teolog¨ªa de Alemania se llenaron de estudiantes-soldados que volv¨ªan de los frentes de guerra en busca de frentes de esperanza. Quer¨ªan, casi exig¨ªan, que los grandes te¨®logos del momento les explicaran qu¨¦ pod¨ªan esperar despu¨¦s de todo lo que hab¨ªan perdido y sufrido. Moltmann plasm¨® la respuesta que ofrecieron sus maestros en su obra El Dios crucificado (1972). El sufrimiento vivido en la guerra era un nuevo Viernes Santo de dimensiones desconocidas. Hab¨ªa que volver a pensar la teolog¨ªa de la cruz.
Acabo de mencionar a La¨ªn Entralgo. Ser¨ªa injusto no dedicar un recuerdo a su libro La espera y la esperanza. Historia y teor¨ªa del esperar humano (1957) que tambi¨¦n se gest¨® en d¨ªas de penuria nacional. Como m¨¦dico, y como testigo de una ¨¦poca ¡°incivil¡± de nuestro reciente pasado, conoc¨ªa la tragedia y la desesperaci¨®n; sin embargo, su biograf¨ªa est¨¢ estrechamente vinculada al t¨¦rmino ¡°esperanza¡±. ¡°Dispensador de esperanza¡± llamaba La¨ªn al m¨¦dico. Era consciente de que existen pocos escenarios tan elocuentes como la enfermedad para evocar la esperanza. Una esperanza elemental ¡ªla de la salud¡ª, inicio y sost¨¦n de toda otra esperanza. Consideraba, adem¨¢s, que el tema de la esperanza es muy propio de las tierras y de las gentes de Espa?a. Recuerda ¡°la visi¨®n esperanzosa de otra vida¡±, de Unamuno. Tampoco olvida el lema de Quevedo: ¡°Y solo en la esperanza me conf¨ªo¡±. La¨ªn no concibe una ¨¦tica que no tenga su nervio en la esperanza. Tambi¨¦n su amigo Jos¨¦ Luis L¨®pez Aranguren evoc¨® las ¡°esperanzas espa?olas¡± y vincul¨® la ¨¦tica con la esperanza. Ambos miraban, agradecidos, a Xavier Zubiri, su maestro e inspirador tambi¨¦n en temas de esperanza. Decididamente, la esperanza ha encontrado buena acogida en nuestra tierra.
Bloch, marxista y ateo,
Estamos evocando una esperanza con min¨²scula y prevalentemente laica. La otra esperanza, la religiosa, la escrita con grandes caracteres, recorre estos d¨ªas de Semana Santa nuestras calles y plazas. Pero tal vez no convenga ser muy severos al separarlas. Bloch, marxista y ateo, se negaba ¡°por dignidad personal¡± a ¡°acabar como el ganado¡±. Si en vida hemos sido diferentes de los animales, tampoco la muerte deber¨ªa igualarnos a ellos. Es todo un gui?o a la esperanza religiosa de resurrecci¨®n, es decir, todo un canto a las may¨²sculas, emitido por un apasionado de las min¨²sculas. Bloch se pas¨® la vida d¨¢ndole vueltas al ¡°qu¨¦ puedo esperar¡±, de Kant. M¨¢s de 1.000 personas escucharon expectantes su lecci¨®n inaugural en la Universidad de Tubinga; les hab¨ªa fascinado el t¨ªtulo: ?Puede frustrarse la esperanza? La respuesta de aquel Bloch, ya anciano, fue decididamente afirmativa; es incluso lo grande de la esperanza: que sabe de frustraciones. De ah¨ª que la esperanza de Bloch sea una ¡°esperanza enlutada¡±. Con frecuencia repite el refr¨¢n alem¨¢n: ¡°El ¨²ltimo h¨¢bito no tiene bolsillos¡±, aludiendo a nuestra total indefensi¨®n frente a la muerte. Pocas veces se habr¨¢ evocado la muerte ¡ª¡°hacha de la nada¡± la llam¨®¡ª con tanto coraje y acierto como en las p¨¢ginas de Bloch.
La esperanza nos acompa?a fielmente hasta el final. De hecho, nos morimos esperando no morirnos. Se ha dicho que la esperanza es tan esencial al ser humano que entr¨® con los jud¨ªos en las c¨¢maras de gas. De ah¨ª que, en un conocido reparto de tareas, se asigne al juda¨ªsmo el territorio de la esperanza (el cristianismo gestionar¨ªa el amor y el islam la fe). Se trata, obviamente, de un tema de prevalencias.
Finalmente, dej¨® escrito Albert Camus: ¡°Lo importante es pensar con claridad y abandonar toda esperanza¡±. Obviamente, no es la tesis de estas l¨ªneas. Proponemos, m¨¢s bien, continuar ¡°a vueltas con la esperanza¡±. La esperanza con min¨²sculas tiene larga vida asegurada; sin ella todo se seca, la vida se torna l¨¢nguida e imposible. La otra esperanza, la de las religiones, la que promete el final de la hegemon¨ªa maldita de la muerte como ¨²ltimo destino de los seres humanos, est¨¢ al borde de lo desorbitado, pero no es imposible adherirse a ella. De hecho, millones de cristianos lo hacen estos d¨ªas, con la mirada puesta en el destino de Jes¨²s de Nazaret.
Manuel Fraij¨® es catedr¨¢tico em¨¦rito de Filosof¨ªa en la UNED.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.