Primavera ¨¢rabe y Europa: de los lamentos a la cooperaci¨®n
La UE necesita una estrategia a largo plazo que supere el desconcierto sobre qu¨¦ hacer con la vecindad sur
Si denominamos "primavera ¨¢rabe" a la eclosi¨®n de movimientos sociales que iniciaron procesos pol¨ªticos con participaci¨®n de nuevos actores y alternativas en disputa, entonces bien podr¨ªamos reemplazarlo por el t¨¦rmino ya propuesto de "despertar ¨¢rabe". Desde luego, para esas sociedades no exist¨ªa previamente un letargo o sue?o pues, bajo la superficie, campaba la represi¨®n de las demandas y aspiraciones que por fin emergieron convertidas en marea. Pero en Europa s¨ª se despertaron las conciencias y se refrescaron las miradas hacia "el otro" ¨¢rabo/bereber-musulm¨¢n.
El despertar europeo se produjo en forma de simpat¨ªa y aplauso, pero tambi¨¦n de lamento. Lamentamos haber abrazado dictaduras y aut¨®cratas a sabiendas que violaban esos derechos humanos que enarbolamos orgullosos como insignias propias ofrecidas al resto de la humanidad. Lamentamos que, con todo nuestro conocimiento e instrumentos de an¨¢lisis, nos hubi¨¦ramos dejado sorprender cuando salieron a la calle, imparables, cohortes de j¨®venes, mujeres empoderadas y hombres decididos a reclamar sus derechos. Y lamentamos escuchar voces de entre esas multitudes diciendo comprender que los europeos no esperaran este fen¨®meno, pues concentr¨¢bamos la atenci¨®n en gobiernos que ofrec¨ªan estabilidad y negocios.
Hay que ¡°cruzar¡± los intereses europeos con los de cada pa¨ªs
Los procesos siguieron, pero la euforia se enfri¨® en muchos casos. Por eso, pasamos a lamentar que aquellas mujeres y j¨®venes idealistas, que consideramos "de los nuestros", no hubieran logrado volver a sus casas tras aupar al poder a pol¨ªticos liberales y laicos. Y, todav¨ªa m¨¢s, lamentamos que las revoluciones y los derrocamientos de reg¨ªmenes hubieran abocado, en varios pa¨ªses, al auge de movimientos islamistas radicales o a guerras civiles.
Y hoy, tras todo esto, ?c¨®mo nos explicamos lo que est¨¢ sucediendo en los pa¨ªses del norte de ?frica y del Oriente pr¨®ximo? ?Es ahora posible, desde Europa, otra visi¨®n distinta a la iluminada por las alarmas de la violencia y las amenazas? No faltan quienes preguntan, casi ret¨®ricamente, si no eran preferibles los reg¨ªmenes anteriores.
Buscar explicaciones simples que permitan enunciados concluyentes es una aspiraci¨®n confortable que, parad¨®jicamente, creemos m¨¢s factible cuanto m¨¢s alejados de nosotros (cultural, geogr¨¢fica o econ¨®micamente) se encuentran los sujetos analizados. Surgen afirmaciones como: "todav¨ªa no est¨¢n preparados para una democracia", "el peso de la religi¨®n les impide acceder a la modernidad", "son tribus, etnias o confesiones rivales dentro de l¨ªmites estatales creados a conveniencia de las potencias coloniales", "las fuerzas pol¨ªticas menos democr¨¢ticas y m¨¢s violentas se imponen cuando se experimenta con el ejercicio de la democracia". A menudo, una sola de estas ideas o valoraciones basta para juzgar una sociedad entera o, incluso, toda una regi¨®n. Se admiten algunas contadas excepciones, como T¨²nez, durante los breves y alternos periodos en los que se le concede el beneficio de la esperanza, pero la sospecha es constante.
La cooperaci¨®n eficaz requiere intereses coincidentes
La cuesti¨®n crucial, sin embargo, no es si estas visiones europeas (y radicalmente etnoc¨¦ntricas) son, o no, acertadas sino si contribuyen a determinar qu¨¦ acci¨®n pol¨ªtica, financiera o de cooperaci¨®n debe ejecutar la UE; o si nos orientan para tomar medidas eficaces en defensa, por lo menos, de los intereses europeos. Hasta ahora, no parece claro que as¨ª sea.
M¨¢s bien, en Europa, ganan intensidad el miedo y las fobias. ?stas evidencian, a la par, la desconfianza en las se?as de identidad europeas (democracia, derechos humanos, cohesi¨®n social,...) y la exacerbaci¨®n de los conflictos reales e imaginarios. Abrumados por demasiados problemas internos de dif¨ªcil soluci¨®n con las capacidades disponibles, pareciera que, hacia el exterior, s¨®lo pudi¨¦ramos actuar de manera reactiva y coyuntural.
Cierto es que la UE se esfuerza en transmitir que las citadas se?as de identidad son tambi¨¦n los principios de su pol¨ªtica exterior. Se revisan instrumentos de cooperaci¨®n con varios de estos pa¨ªses, se emprenden infatigables gestiones diplom¨¢ticas o se articulan mecanismos en el ¨¢mbito de la seguridad. Pero todo ello no es suficiente para disipar la impresi¨®n de que, tanto en el seno de las sociedades como entre los gobernantes europeos, hay un notable desconcierto respecto a qu¨¦ hacer con la vecindad sur de la UE.
El desaf¨ªo es que las acciones de la UE sean coherentes con sus principios
Para superarlo, la UE deber¨ªa definir sus intereses. ?Seguridad, estabilidad, democracia, derechos humanos, comercio, migraci¨®n, di¨¢logo intercultural? ?Es realista convertirlos a todos en objetivos que requieren recursos y medios? A corto plazo, se plantean dilemas entre algunos de ellos. Pero, nuevamente, el mayor desaf¨ªo es aclarar si las acciones de la UE son acordes a sus principios.
La UE necesita una nueva estrategia a largo plazo. Pero para elaborarla se requiere conocer los objetivos de esos pa¨ªses. Respetar que cada uno dirija su proceso, que sus actores nacionales discutan y negocien sus prioridades, es decir, por d¨®nde empezar la construcci¨®n de su democracia. Y "cruzarlas" con los intereses europeos. Donde coincidamos, negociemos c¨®mo cooperar, siendo cada parte honesta en sus limitaciones y franca en las condiciones. Cuando a partir del respeto se reconocen intereses comunes, se dispone de la base para una verdadera y eficaz cooperaci¨®n.
Alberto Virella es director de Cooperaci¨®n con ?frica y Asia de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional para el Desarrollo.
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