Estallido de color para las viudas indias
Con la muerte de sus maridos, pierden su identidad y su valor, relegadas al rechazo social. Condenadas a la mendicidad y al luto eterno, recuperan la felicidad gracias al Holi, el festival de la primavera. Este es el retrato de ese fugaz instante de alegr¨ªa.
Una nube de polvos rojos, amarillos, violetas. El aire se vuelve de colores. Cuando se asientan, dibujan las siluetas de cientos de mujeres, la mayor¨ªa ancianas. Algunas entonan los cantos religiosos dictados por el sitar, el acorde¨®n y la tabla. Otras bailan alzando las manos y moviendo las caderas. Las m¨¢s sensibles lloran y se abrazan a la que pasa al lado. Todas son viudas. Desde que perdieron a sus maridos sufren el rechazo de la sociedad. En India ser viuda es un tab¨²: muchos las consideran responsables de sus muertes.
Cargan, sin excepci¨®n, con una historia de sufrimiento. ¡°Ya no lloro m¨¢s porque se me han acabado las l¨¢grimas¡±, dice Locki Mukherjee. Pero por un d¨ªa se han olvidado de su destino. Es una efem¨¦ride muy especial: el Holi es un festival hinduista que celebra la llegada de la primavera y el triunfo del bien sobre el mal. Las calles se llenan de personas que comparten su felicidad pint¨¢ndose unas a otras de colores. Despu¨¦s de mucho tiempo, las viudas han vuelto a coquetear con la vida, a jugar con polvos verdes, naranjas o rosas. Al menos por unos instantes olvidan que, como mandan las costumbres, deben permanecer enlutadas el resto de sus vidas.
Seg¨²n HelpAge, una ONG que defiende los derechos de los mayores, en India hay en torno a 22 millones de viudas. Decenas de miles se instalan en ciudades sagradas como Vrindavan, Haridwar o Varanasi porque buscan liberarse del c¨ªrculo de la reencarnaci¨®n o acaban all¨ª simplemente porque fueron abandonadas por sus familias. All¨ª, olvidadas, viven todo tipo de horrores; sin embargo, en general, sus condiciones en India son p¨¦simas, explica el director de HelpAge, Mathew Cherian. ¡°Su situaci¨®n es un reflejo de la discriminaci¨®n de g¨¦nero que se vive en el pa¨ªs, especialmente en las mujeres solas. En una sociedad patriarcal, cuando pierdes a tu marido, pierdes tu identidad y todo tu valor, no eres nada¡±.
Muchos aqu¨ª consideran que las viudas traen mala suerte. Los supersticiosos creen que sus sombras plantan maldiciones, por eso no son bienvenidas en las celebraciones. Tienen que vivir en duelo, lo que para los m¨¢s ortodoxos significa que deben vestir solo saris blancos, el color del luto. No deben usar adornos, como aretes o pulseras, ni dejar crecer sus cabellos, ni cubrir sus pies desnudos.
Vrindavan, la ¡°ciudad de las viudas¡±, tiene unos 57.000 habitantes. Situada al norte de India, a orillas del r¨ªo sagrado Yamuna y tan solo 150 kil¨®metros al sur de la vibrante capital, Nueva Delhi, parece estar suspendida en un tiempo detenido cientos de a?os atr¨¢s y tener su propia l¨®gica. Los hinduistas creen que fue all¨ª donde el juguet¨®n dios Krishna pas¨® su infancia. Por ello sus devotos han levantado miles de templos, creando una de las mayores concentraciones de construcciones sagradas del mundo. En el espacio que queda entre ellas, en peque?as callejuelas retorcidas, vacas y monos campan a sus anchas.
La situaci¨®n de las viudas es un reflejo de la discriminaci¨®n que viven las mujeres. Cuando pierden a su esposo, se quedan sin identidad y valor¡±
Las viudas llegan a Vrindavan huyendo de los abusos y la humillaci¨®n que les reserv¨® su destino. Muchas tomaron la determinaci¨®n solas por su fe en el dios Krishna. A otras las abandonaron all¨ª sus familias cuando se convirtieron en una carga que no quisieron o pudieron soportar. Un estudio para ONU Mujeres estim¨® en 2011 que en esta ciudad y los pueblos colindantes hay unas 15.000, ¡°viviendo muy por debajo del umbral de la pobreza¡±. Aunque el Gobierno les procura una pensi¨®n de viudedad de 500 rupias al mes (siete euros), solo la cobra el 25%.
La ciudad sagrada es una de las capitales del Holi, el escenario de las mayores guerras del color. En ella se encuentra la esencia de la celebraci¨®n, pues la leyenda del juego est¨¢ entrelazada con la historia de Krishna. El coqueto dios de piel azul envidiaba la resplandeciente tez clara de su amada Radha, por eso su madre le sugiri¨® que pintara a la diosa del color que ¨¦l quisiera. Un d¨ªa al a?o, a finales de marzo, los indios cubren a sus seres queridos con polvos de colores.
Todos menos las viudas. Sus saris solo se te?¨ªan de color por accidente, con el polvo que quedaba en las calles tras el festival, o por alg¨²n ni?o que jugaba con ellas, a¨²n ignorante de las supersticiones. Pero desde hace tres a?os Sulabh International organiza para ellas una fiesta de los colores. ¡°Las viudas deseaban volver a celebrar el Holi, era una reivindicaci¨®n de su existencia¡±, dice Bindeshwar ?Pathak, el fundador de la ONG, que tiene como misi¨®n la emancipaci¨®n de los intocables. Pathak reconoce que su labor no ten¨ªa nada que ver con las viudas. ¡°Pero cuando vi las condiciones de vida de estas mujeres, a las que les es arrebatada incluso la dignidad, tuve que hacer algo. De alguna manera, ellas tambi¨¦n son intocables¡±. En agosto de 2012, el Tribunal Supremo decret¨® que Sulabh se har¨ªa cargo de parte de las viudas de la ciudad: ahora ayudan a 900 que viven repartidas en siete casas.
Me he olvidado del sentido de la felicidad. Ya no espero nada de la vida, estoy al final de ella. Solo espero la muerte para que acabe mi sufrimiento¡±
Esta medida se tom¨® como respuesta a un informe de la Autoridad Nacional de Servicios Legales que hab¨ªa concluido que las viudas sobreviv¨ªan con las limosnas que ped¨ªan fuera de los templos y sufr¨ªan todo tipo de explotaciones. Carec¨ªan de los servicios m¨¢s b¨¢sicos de salud o vivienda. Eso en vida. Tras su muerte, a sus cuerpos les esperaba una ¨²ltima infamia: en lugar de ser cremados, se cortaban y met¨ªan en sacos que luego se arrojaban al r¨ªo.
Las miles de viudas que malviven en Vrindavan deambulan como almas en pena. Sus espaldas encorvadas est¨¢n cubiertas por saris blancos desgastados por el tiempo. Muchas piden limosna con cuencos de metal. Algunas duermen a la intemperie. Otras alquilan, solas o con otras mujeres, cuartuchos en casas viejas. Las m¨¢s afortunadas viven en ashrams, lugares de meditaci¨®n, como los regentados por Sulabh y otras organizaciones. En un antiguo ashram escondido en el laberinto de Vrindavan las viudas se despiertan de madrugada y se preparan para cantar bhajans, los cantos devocionales hinduistas. Sobre todo cantan a Krishna, porque creen que son sus esposas espirituales y el dios las protege.
A mediod¨ªa comienza el movimiento de viejecitas por la casa color azul cielo distribuida en torno a un patio central bordeado por columnas y arcos que desembocan en peque?os cuartos. Cada una tiene una cama de madera con un colch¨®n que no merece ese nombre. Todas sus pertenencias est¨¢n en cajitas o botecitos que guardan debajo de la cama o en bolsas de pl¨¢stico atadas a una cuerda. Cada una tiene su propio altar de Krishna o de Kali, o de ambos, con humildes ofrendas de comida, dulces e incienso. En el ashram hay un altar de mayores dimensiones, quiz¨¢ m¨¢s apropiado, para honrar a sus dioses.
Sobre esa hora, las ancianas sacan de debajo de la cama una peque?a estufa de aluminio y empiezan a cocinar. Son decenas sentadas en cuclillas cortando verduras e hirviendo el arroz. El ashram se llena de olores. Jengibre, c¨²rcuma, chile flotan en la habitaci¨®n. Cada una emplea las especias a su gusto. Sus combinaciones reflejan la extrema diversidad cultural india. La de cada regi¨®n, pero tambi¨¦n la de cada comunidad y casa. Para las viudas, seguir cocinando significa mucho: es un orgullo y a la vez las hace sentirse unidas al mundo. Es al mismo tiempo trabajo y entretenimiento.
Manu Gosh, a sus 84 a?os, irradia energ¨ªa. Menuda, como la mayor¨ªa, con un vaiv¨¦n al caminar y regordeta. No tiene dientes, pero los labios hundidos no le restan autoridad: es una de las voces cantantes de la comunidad, cuya existencia se asemeja a la de un monasterio. Viven con lo m¨ªnimo. Entre ellas hay hermandad, las uni¨® su destino.
¡°La celebraci¨®n del Holi nos ha hecho sentirnos vivas otra vez. Cuando perd¨ª a mi marido, hace m¨¢s de 40 a?os, tuve que alejarme de cualquier placer en la vida. Jugar con los colores es una de las cosas que me ha devuelto la alegr¨ªa¡±, explica esta mujer a la que su familia cas¨® a los 10 a?os con un hombre que sumaba 15 m¨¢s que ella. Casi justifica a sus padres: ¡°Viv¨ªamos otros tiempos, m¨¢s dif¨ªciles. ?ramos 11 hermanos y muy pobres¡±. Su marido falleci¨® y ella se qued¨® con tres ni?os peque?os, que perdi¨® uno tras uno. Su sonrisa solo se borra al recordarlos. ¡°No pod¨ªa alimentarlos y cuando enfermaban no pod¨ªa hacer nada. Creo que murieron por la pobreza¡±, dice al borde del llanto. Entonces dej¨® Calcuta por Nueva Delhi, donde sobreviv¨ªa limpiando casas.
Cuando lleg¨® a Vrindavan, trabaj¨® en una tienda de t¨¦ y tambi¨¦n mendig¨®. Pero su vida cambi¨® cuando lleg¨® al ashram: ahora es mucho mejor, asegura. ¡°Aqu¨ª nos dan 2.000 rupias al mes (28 euros), nos visita un doctor, tenemos una ambulancia y estamos muy bien¡±, relata mientras cocina, sentada en la postura de la flor de loto. Cuando se descuida, sale un rat¨®n de entre sus cosas y le roba un poco de cilantro. Tanto Gosh como la gran mayor¨ªa de las viudas que han acabado aqu¨ª son del Estado de Bengala Occidental, donde hay un gran culto a Krishna. All¨ª las mujeres tienen derecho a las propiedades del marido, por lo que algunos hijos prefieren deshacerse de ellas y quedarse con la casa, explican los expertos.
El ashram en el que viven es conocido como el del ¡°baba loco¡± porque lo fund¨® un asceta entregado a la devoci¨®n. Las mujeres que lo desean reciben clases: algunas trabajan con m¨¢quinas de coser, otras hacen varas de incienso o aprenden a escribir. Las hay de todas las edades, pero abundan las ancianas. Una de ellas, Lalita Dasi, ya no oye bien, pero est¨¢ segura de que ya ha cumplido 110 a?os. Aunque encorvad¨ªsima, todos los d¨ªas camina hasta la tienda para comprar sus verduras, y para cocinar se sienta en cuclillas. Es tan ?peque?ita, tan delgada, que parece que es solo piernas. Como casi todas, se pinta a diario con polvos de s¨¢ndalo un gran rombo en la nariz y una ¡°v¡± que le cubre la frente: el signo de Krishna.
En el ashram del ¡°baba loco¡± se repiten un par de quejas: algunos ba?os est¨¢n muy sucios, y con las lluvias, el agua se mezcla con los drenajes abiertos en la ciudad e inunda las habitaciones. A pesar de ello, las viudas son conscientes de que aqu¨ª tienen mejor vida que cuando deambulaban por las calles.
Una de ellas es Ram Bhai, de 65 a?os. Camina sin zapatos y lleva la ropa tan vieja y rota que uno de sus marchitos pechos asoma sin que ella se percate. Navega las calles con su bast¨®n, pidiendo limosna. ¡°Un d¨ªa morir¨¦ y nadie recoger¨¢ mi cuerpo¡±, dice con la voz quebrada. Sus ojos tienen un halo azul, tal vez signo de cataratas. Con la muerte de su marido, relata, llegaron los malos tratos en su familia. ¡°Me convert¨ª en una carga. Ya no serv¨ªa ni para limpiar la casa. Un d¨ªa me subieron al coche y me abandonaron aqu¨ª¡±. Habla en un hindi casi po¨¦tico, pero cuenta cosas muy tristes. ¡°Me he olvidado del sentido de la felicidad. Ya no espero nada de la vida, estoy al final de ella. Solo espero la muerte para que acabe mi sufrimiento¡±.
Locki Mukherjee tambi¨¦n mendiga junto a un templo. Su marido muri¨® cuando ella ten¨ªa 18 a?os. ¡°Eres una viuda, ya no perteneces a esta familia¡±, le dijeron. Al explicar que en Vrindavan sufre discriminaci¨®n, un pandit (un sacerdote hinduista) grita: ¡°Estas mujeres son un gran problema para nosotros. Bengala Occidental est¨¢ contaminando la ciudad con ellas. El Gobierno tendr¨ªa que hacer algo¡±.
Ella dice que los vecinos de Vrindavan nunca les ayudan, que sobreviven gracias al dinero de turistas y peregrinos ¨Cesta ciudad es la m¨¢s sagrada para muchas sectas, entre ellas los Hare Krishna¨C. La supervivencia econ¨®mica de las mujeres en India, en muchos casos, depende de sus familiares varones. Cuando fallece su marido, se quedan en un estado muy vulnerable.
Las viudas del ashram del ¡°baba loco¡± saben que son relativamente afortunadas y el Holi es la ocasi¨®n para celebrarlo. Despu¨¦s de los cantos devocionales, hoy han tenido que deshojar las monta?as de rosas que se usar¨¢n en la celebraci¨®n. Una fila de mujeres, tijeras en mano, se disponen a cortar un lazo que cruza el patio del ashram. Con ello simbolizan que rompen con las tradiciones que las oprimen. Con la m¨²sica a todo volumen empieza el juego. Primero cogen con ternura unos polvos de colores y, con las yemas de los dedos, ti?en las mejillas o la frente de la amiga m¨¢s cercana. ¡°Radhe, Radhe, es Holi¡±, justifican entre risas su travesura.
Despu¨¦s, la timidez se termina y empiezan a volar los polvos de colores, lanzados desde la distancia. Los saris se manchan de rosa, rojo, amarillo, verde, naranja. Todo es fiesta. Se arrojan flores, rosas y cal¨¦ndulas. Una mujer se tira al suelo y lanza p¨¦talos hacia arriba para que caigan sobre ella; despu¨¦s se recuesta sobre una peque?a monta?a de flores y retoza como una ni?a peque?a. Dos mujeres se abrazan y r¨ªen a carcajadas y comienzan a dar vueltas; se les une otra y otra. Bailan, primero con ritmo, luego enloquecidas. Las m¨¢s mayores se esconden en las esquinas, pero no quieren perderse la acci¨®n: siguen mirando. Cuando la catarsis est¨¢ en su m¨¢ximo apogeo, la celebraci¨®n se traslada a un patio externo, donde dos vasijas de barro cuelgan de un ¨¢rbol. Cuando las revientan con un palo, brota agua de violeta. As¨ª comienza la guerra. Todo se vuelve salvaje. Aparecen las pistolas de agua y las viudas con sus saris mojados se vuelven las guerrilleras del color. Al menos por hoy se sienten vivas.
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