El marido de Hillary
Conoci¨® al encantador Bill y todas sus convicciones se rindieron a la carrera de ¨¦l
S¨¦ que no se va a entender lo que voy a decir. Con eso cuento. Este es el drama de mi vida: decir cosas que sospecho no se van a entender. Y sin embargo decirlas, respondiendo a un deseo irreprimible de soltar lo que pienso. ¡°It¡¯s beyond my control [no lo puedo controlar]¡±, que dec¨ªa Malkovich en Las amistades peligrosas. As¨ª que voy a ello: las mujeres que alimentan en su juventud el deseo de tener un oficio p¨²blico han de calibrar muy bien qu¨¦ hombre eligen como pareja. Un hombre mal elegido, un mal casting, puede arruinar su trayectoria, de tal manera que la mujer deber¨ªa pensar seriamente si la mejor opci¨®n no ser¨ªa que anduviera sola. Ya dej¨¦ caer esta teor¨ªa hace unos dos meses, cuando Tania S¨¢nchez abandon¨® Izquierda Unida (o Izquierda Unida la abandon¨® a ella). Escrib¨ª, por resumir, que a Tania le hab¨ªan sobrado padre y hermano y, para colmo, hab¨ªa elegido un amor incompatible con su ambici¨®n. Todo esto ocurr¨ªa antes del extravagante comunicado de ruptura del noviazgo que firmaron los dos, pero que solo perjudic¨® a ella, como era de esperar.
Hay otra mujer a la que le ha sobrado un marido casi desde el principio de los tiempos. Y eso que esta dama curs¨® estudios en Wellesley College, una universidad s¨®lo para mujeres en la que, en contra de lo que pudi¨¦ramos pensar, no se educa a las estudiantes para ser esa gran mujer que cuentan que siempre hay detr¨¢s de un gran hombre, sino que se las instruye para ser responsables soberanas de su propia vida, sin andar distra¨ªdas, durante su formaci¨®n, por la competencia masculina. Ah¨ª estudi¨® Hillary Clinton, esa mujer a la que le viene sobrando marido desde hace muchos a?os y muchos cuernos; as¨ª la educaron, para que fuera una mujer libre y ambiciosa en el mejor sentido, pero conoci¨® al encantador Bill y todas sus convicciones se rindieron a la carrera del hombre.
Lejos de m¨ª la intenci¨®n de afirmar que una mujer con deseos de mando no puede enamorarse. Puede, s¨ª, pero tratando de conciliar (ay, esa palabra que nos persigue) la vocaci¨®n con los sentimientos. Conozco a un m¨¦dico ilustre, del que me ahorro el nombre, que tiene un car¨¢cter tan met¨®dico que cuando hubo de convencer a la joven de la que se hab¨ªa enamorado de que ¨¦l pod¨ªa ser un gran compa?ero en la vida, le entreg¨® un folio con 10 puntos en los que resum¨ªa las ventajas que se pod¨ªan extraer al elegirlo como pareja. Podr¨ªamos juzgar como fr¨ªa esta declaraci¨®n amorosa, pero el caso es que el matrimonio sigue funcionando ya a las puertas de la vejez. Quiz¨¢ ese tipo de mujer que ambiciona estar al frente de la historia, de cualquier historia, debiera exigir dicho folio de su pretendiente, y sopesarlo antes de dar el s¨ª.
A Hillary Clinton, convertida ya en candidata a las primarias de su partido y camino de unas elecciones presidenciales, le sigue persiguiendo el fantasma de un marido jacarandoso: sus amantes de baratillo, la mancha en el vestido de la becaria y la codicia que ha mostrado tras su presidencia, metido como anda en mil negocios y dando las charlas mejor pagadas del planeta Tierra. Bill es mucho Bill, tanto como para ser el protagonista de un musical en Broadway, Clinton. The Musical, que ha cosechado buenas cr¨ªticas y en el que reza aquella vieja promesa de las comedias, ?diversi¨®n asegurada!, presentando al p¨²blico chistes inteligentes sobre el esc¨¢ndalo Lewinsky. Dado que Hillary, que a veces parece inocente, declar¨® en una ocasi¨®n: ¡°S¨®lo me he enamorado dos veces en mi vida: de Bill Clinton y de Bill Clinton¡±, el escritor de la obra ha optado por elegir a dos actores para interpretar a un solo individuo que tiene dos caras. Siempre simp¨¢tico el tal Bill, pero marrullero, mujeriego y, por tanto, mentiroso. Y el p¨²blico se r¨ªe con ganas. Es ficci¨®n, s¨ª, pero el espectador est¨¢ pensando en todo momento en los personajes reales, en esa mujer que se trag¨® el sapo y perdon¨® lo que otras muchas mujeres consideraron imperdonable. No la infidelidad en s¨ª, que s¨®lo una mente puritana considerar¨ªa un pecado mortal, sino la puesta en escena de la situaci¨®n: el despacho, el pecadillo en la misma casa en la que se encuentra la esposa, la becaria, el aqu¨ª te pillo aqu¨ª te mato. Bien es cierto que en el tiempo en que Bill disfrutaba de una felaci¨®n furtiva con una becaria, Kennedy ya se habr¨ªa pasado por el Despacho Oval a todas las empleadas de la Casa Blanca. Pero los tiempos han cambiado. Se siente.
Hillary no tendr¨¢ un becario que llevarse a la boca, andar¨¢ demasiado ocupada, si su naturaleza de casi 60 a?os resiste la carrera, siendo presidenta y mujer, conciliando, aguantando el an¨¢lisis diario, minucioso y envenenado al que ser¨¢n sometidos su estado de ¨¢nimo, su comportamiento, su imagen y sus sonrisas. Ning¨²n hombre, aunque sea negro, padecer¨¢ jam¨¢s ese tipo de juicios tan centrados en lo personal. Pero ella puede. Tiene coraje para ello. Sobrevivi¨® a un papel secundario, el de primera dama, que le quedaba peque?o; soport¨® la humillaci¨®n del marido a la vista de todo el mundo (mundial) y perdi¨® ya una vez las primarias. Es brillante, mucho m¨¢s valiente que Obama y cae mal a un amplio sector de la poblaci¨®n (lo cual demuestra su fortaleza). Pero le sobra un marido. Deber¨ªa pedir relaciones a Michelle. Las dos ser¨ªan, a mi entender, la mejor pareja posible. Una pareja hist¨®rica.?
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