Naufragios
Hag¨¢monos una peque?a confesi¨®n. Admitamos que nos deja indiferentes la noticia del en¨¦simo naufragio, de la en¨¦sima cat¨¢strofe, del en¨¦simo crimen, del en¨¦simo ahogamiento. Reconozcamos que se nos ha embotado la sensibilidad, y el excesivo bienestar nos ha hundido en el materialismo; que nos hemos vuelto muy ego¨ªstas y, ante las atrocidades cometidas en tantos lugares y el silencio perpetrado en tantos otros, nos escondemos puerilmente bajo la s¨¢bana de la impotencia. Confi¨¦salo, perc¨ªbelo, compru¨¦balo: las ¨²ltimas tragedias no te importan lo m¨¢s m¨ªnimo. Y si albergas alguna duda, compara el efecto que te ha producido conocerlas con la vinagrosa contrariedad que te causar¨ªa descubrir una raya en el coche o una corcova en la puerta del garaje. Tengo la completa certidumbre de que asentir¨¢s. A m¨ª tambi¨¦n me ocurre, as¨ª que acept¨¦moslo juntos y avergonc¨¦monos aqu¨ª, en la intimidad que nos proporciona esta conversaci¨®n diferida. Porque tal vez la verg¨¹enza nos permita descubrir un ventanuco por el que atisbemos que no es imposible hacer algo contra tanta barbarie; intuir que, a pesar de nuestra peque?ez, nada nos impide hacer un esfuerzo para dolernos del sufrimiento que contemplamos, para empatizar con los millares de fugitivos que perecen mientras huyen del terror de la sinraz¨®n y la brutalidad. La condolencia, la compasi¨®n que sintamos al ponernos en su lugar, aunque no nos lo parezca, ser¨¢ una forma de hacer algo porque con ello nos rehumanizaremos nosotros, y porque nuestro dolor tendr¨¢, seguro, a nivel sobrenatural, otros efectos cuyo mecanismo no alcanzamos a comprender, pero que comienzan por salvarnos a nosotros mismos del naufragio ap¨¢tico en que perec¨ªamos.¡ª Juan Vicente Yago Mart¨ª.
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