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REDES SOCIALES

Los nuevos ¡®inquisidores¡¯ acechan en la red

La humillaci¨®n p¨²blica se ha convertido en un deporte de masas gracias a las redes sociales. Un salvaje ciclo de linchamiento y lucro desliza hasta el infierno a v¨ªctimas an¨®nimas en cuesti¨®n de minutos, pero las consecuencias dejar¨¢n marcas para siempre en internet

Javier Salas
MAX

El 19 de agosto de 2014, una joven periodista y escritora se decidi¨® a publicar en Twitter sus impresiones sobre el machismo vigente en la sociedad espa?ola y empez¨® a enumerar situaciones de su "d¨ªa a d¨ªa" que le parec¨ªan sexistas. Arranc¨®: "He ido a la biblioteca a estudiar como todas las ma?anas y el chico de enfrente me ha dicho que si quer¨ªa tomar un caf¨¦". La shitstorm ("tormenta de mierda", como la denominan los expertos) que provoc¨® es de las m¨¢s agobiantes que se recuerdan. "Eres demasiado fea para invitarte a caf¨¦", "Menos biblioteca y m¨¢s m¨¦dicos para tratar tu retraso", "Tranquila, a ti nadie te va a violar", "Invitarte a un caf¨¦ no lo s¨¦, pero tirarte cacahuetes seguro", "?C¨®mo se conocieron tus padres? La ¨²nica hip¨®tesis que barajo es que sean hermanos"... Son solo algunos de los ejemplos menos ofensivos de entre las barbaridades que le dijeron durante los siguientes d¨ªas: millares de tuits, algunos con im¨¢genes desagradables y de sexo expl¨ªcito. Ella borr¨® su publicaci¨®n pasados unos d¨ªas, pero en su lugar seguir¨ªa circulando el pantallazo de sus palabras, para poder mantener la org¨ªa de chascarrillos aunque ella no quisiera permanecer en el ojo de ese hurac¨¢n.

Cuando la jaur¨ªa digital se desata, es imposible frenarla y la sentencia te acompa?a para siempre

Al margen de si su percepci¨®n era exagerada o no, se desat¨® una violencia verbal contra esta joven que todav¨ªa no se ha diluido. Ella ya no quiere ni hablar del tema. Aquel tuit signific¨® convertirse en el pimpampum de los m¨¢s cutres y pertinaces machistas de la Red; d¨ªas, semanas y meses de chistes sexistas. No es casual que estos linchamientos tengan un sesgo claramente machista: aunque las mujeres representaban el 53% de los usuarios de Twitter a comienzos de 2013, estudios posteriores muestran un declive de esa proporci¨®n en favor de los hombres, quiz¨¢ porque el ecosistema de internet sigue rezumando demasiada testosterona. El 72,5% de los casos de ciberacoso los sufren mujeres, seg¨²n la organizaci¨®n Trabajando para Detener el Abuso Online (WHOA, por sus siglas en ingl¨¦s). Las periodistas reciben el triple de mensajes abusivos que sus colegas hombres, seg¨²n Demos, y hasta la Organizaci¨®n para la Seguridad y la Cooperaci¨®n en Europa (OSCE) se mostr¨® "alarmada" en febrero por el creciente n¨²mero de amenazas hacia mujeres periodistas en entornos digitales. Como explicaba recientemente un art¨ªculo en el Washington Post, son muchas las voces feministas que est¨¢n dando un paso atr¨¢s en internet para huir del clima irrespirable. La mayor shitstorm de la historia probablemente sea el Gamergate, que estall¨® tambi¨¦n en agosto pasado, en el que los hombres de la comunidad de videojuegos cargaron salvajemente contra las mujeres que criticaban el sexismo del sector.

Cuando Twitter empez¨® a tener ¨¦xito en Espa?a, comenzaron a darse razias en las que el traspi¨¦s de un famoso congregaba a una multitud que se abalanzaba sobre ¨¦l y, tras disfrutar de un rato de vapuleo entre chanzas, insultos y hashtags, la manada se disolv¨ªa tan fugazmente como hab¨ªa ca¨ªdo sobre la presa. Un caso de libro fue cuando David Bisbal escribi¨® durante la Primavera ?rabe: "Nunca se han visto las pir¨¢mides de Egipto tan poco transitadas, ojal¨¢ que pronto se acabe la revuelta". El cachondeo que desat¨® todav¨ªa resuena en los confines de la galaxia internetera. Esos mismos d¨ªas, unos tuits parodiando el antisemitismo dejar¨ªan al director de cine Nacho Vigalondo sin su blog en este peri¨®dico. Los medios empezaron a colocar entre las noticias m¨¢s vistas estos tropezones que incendiaban las redes sociales, generando un ciclo de retroalimentaci¨®n con los usuarios. Pero de un tiempo a esta parte el fen¨®meno se est¨¢ haciendo cada vez m¨¢s indiscriminado: no importa que seas un pol¨ªtico, un personaje popular o un don nadie. No estamos dispuestos a tolerar un desliz; ni siquiera se tolera el arrepentimiento. Hacemos un pantallazo de todo para que no puedas esconder tu error borr¨¢ndolo, aunque este gesto equivalga a reconocer de forma bastante expl¨ªcita la equivocaci¨®n.

?C¨®mo se hace dinero? Clics. Estamos en un ciclo alarmante y alguien gana dinero con el sufrimiento de otras personas¡±, dice Monica Lewinsky

Es algo que est¨¢ pasando en todo el mundo y quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s paradigm¨¢tico sea el que sufri¨® Justine Sacco. Su vida descarril¨® para siempre por culpa de un tuit est¨²pido, un mal chiste fuera de lugar que provoc¨® una de las mayores escenas de linchamiento digital que se recuerdan. En apenas unas horas, esta joven relaciones p¨²blicas con una exitosa carrera en Nueva York pas¨® del m¨¢s apacible de los anonimatos al estr¨¦s postraum¨¢tico, a noches de pesadillas y porqu¨¦s. Solo fueron 65 caracteres, no hizo falta usar los 140 que permite Twitter. Sacco public¨® estas palabras justo antes de embarcar hacia Sud¨¢frica para pasar la Navidad junto a su familia: "De camino a ?frica. Espero no coger el sida. Es broma. ?Si soy blanca!". Era el ¨²ltimo tuit de una ristra de chascarrillos malos y poco correctos. Durante media hora, hasta que apag¨® su m¨®vil dentro del avi¨®n, estuvo refrescando su pantalla pero nadie hizo ni caso. Tampoco le extra?¨® que su tuit pasara tan desapercibido como los anteriores; solo ten¨ªa 170 seguidores, garant¨ªa de escaso impacto. Por lo general, un tuit que no ha recibido ninguna interacci¨®n en ese tiempo, caer¨¢ en el pozo del olvido para siempre.

No fue as¨ª. Nada m¨¢s aterrizar, al encender el m¨®vil, ten¨ªa un mensaje de alguien a quien no ve¨ªa desde el colegio: "Siento much¨ªsimo ver lo que est¨¢ pasando". El tuit no s¨®lo no hab¨ªa pasado desapercibido sino que se convirti¨® en la diana de cientos de miles de mensajes indignados por el racismo que destilaba. El asunto fue el m¨¢s comentado en esta red social durante horas y su autora fue de inmediato juzgada, condenada y sentenciada mientras dorm¨ªa una siesta a 10.000 metros de altura: Sacco era una "pija blanca racista que se burlaba del sufrimiento en ?frica". Numerosos tuits ped¨ªan su muerte, le deseaban violaciones que le contagiaran el sida y exig¨ªan que su empresa la despidiera. Este ¨²ltimo objetivo se cumpli¨® de inmediato, despu¨¦s de que todas las cabeceras informativas contaran c¨®mo las redes sociales hab¨ªan descubierto el racismo de la relaciones p¨²blicas de una importante compa?¨ªa editorial. Todo esto pas¨® durante las 11 horas del vuelo de Sacco, sin que la joven pudiera explicarse o disculparse, borrar su tuit o eliminar sus perfiles de otras redes sociales que fueron convenientemente destripados por la jaur¨ªa. Nadie se puso de su parte, nadie public¨® que quiz¨¢ se estaba exagerando. El fen¨®meno fue tal que incluso hubo quien se acerc¨® al aeropuerto de Ciudad del Cabo para fotografiar el momento en que Sacco llegaba, para informar al mundo.

MAX

"Y entonces mi tel¨¦fono empez¨® a explotar", recuerda la propia Sacco en el libro que el periodista Jon Ronson acaba de publicar (So you've been publicly shamed, Pilcador) y que es el resultado de tres a?os dedicados a descubrir lo que queda de las personas que, como Sacco, han pasado por este terrible proceso de deshonra y vejaci¨®n, una especie de lapidaci¨®n en la plaza p¨²blica global que deja cicatrices en forma de resultados en Google. Sacco le explica a Ronson que su tuit solo pretend¨ªa parodiar esa mentalidad tan de estadounidense blanco que cree vivir en una burbuja que le protege. Pero ya da igual. Una vez la jaur¨ªa digital se desata es imposible frenarla y la sentencia te acompa?a para siempre: cada vez que alguien te busque en internet, tu imagen devolver¨¢ ese retrato deforme y monstruoso creado con retales de titulares sensacionalistas, frases sacadas de contexto y fotos de tu pasado rescatadas para humillarte.

"Justine Sacco es la primera persona que entrevistaba que hab¨ªa sido destruida por nosotros", escribe Ronson. Tambi¨¦n se puso en contacto con Lindsey Stone, una joven que compart¨ªa con una compa?era una afici¨®n bobalicona: fotografiarse desafiando carteles. Fumando delante de carteles de "Prohibido fumar", por ejemplo. Hasta que en un viaje de trabajo fueron a visitar al c¨¦lebre cementerio de Arlington, en Washington DC, en el que descansan los ca¨ªdos por EE UU. All¨ª, junto a un cartel que ped¨ªa "Silencio y Respeto", Stone se fotografi¨® haciendo una peineta con el dedo y fingiendo gritar. Y su amiga la subi¨® a su muro de Facebook. Un amigo veterano de guerra les dijo que la foto era desagradable, pero Lindsey le explic¨® que se trataba de un chiste habitual y que no pretend¨ªa ser ofensiva. La foto cay¨® en el olvido hasta que, cuatro semanas despu¨¦s, comenz¨® a recorrer foros y redes a lomos de la indignaci¨®n de los m¨¢s patriotas. De nuevo, amenazas de muerte y de violaci¨®n, a las que se sumaron los insultos vejatorios por su sobrepeso. Y de nuevo, un deseo cumplido de inmediato: que la joven perdiera su trabajo. El buz¨®n de Life, la ONG para cuidar adultos con discapacidad intelectual en la que trabajaba Lindsey Stone, se inund¨® de rabia contra su empleada. "Literalmente, de la noche a la ma?ana perd¨ª todo lo que conoc¨ªa y amaba", explicaba tiempo despu¨¦s la joven, que pas¨® un a?o sin salir de casa, sumida en una depresi¨®n, con noches truncadas por pesadillas.

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La turba nace en las redes pero puede convertirse en algo muy real. En mayo del a?o pasado, una tragedia sacudi¨® Colombia cuando 33 ni?os murieron abrasados en un accidente de autob¨²s. Antes de entrar en clase en su facultad, Jorge Alejandro P¨¦rez Monroy comenz¨® a tuitear chistes muy desagradables sobre la desgracia. Cuando sali¨® de clase, una multitud ped¨ªa su cabeza frente a su aulario, dispuesta a lincharle. S¨®lo pudo salir de all¨ª despu¨¦s de que los antidisturbios cargaran contra la muchedumbre y vistiendo como uno de ellos. Tuvo que cambiar de m¨®vil, de facultad, de carrera y hasta de nombre.

"En estos casos se activa un componente de supuesta justicia, en el que los linchadores se agarran con rabia a alg¨²n elemento moral que lo justifique", explica el soci¨®logo Javier de Rivera, especialista en redes sociales, coincidiendo con las conclusiones que el propio Ronson alcanza en su relato. Los justicieros de la Red creen estar haciendo el bien, poniendo las cosas en su sitio, y la ¨²nica forma de hacerlo es mediante esa humillaci¨®n p¨²blica. Ronson recuerda que en 1787 se inici¨® un movimiento c¨ªvico en EE UU para acabar con el castigo de la deshonra p¨²blica, considerado m¨¢s cruel que los castigos f¨ªsicos, m¨¢s ajustados y que deb¨ªan infligirse en privado. De Rivera considera que se reproducen las normas de agresi¨®n b¨¢sicas de la antropolog¨ªa: deshumanizar y justificar. En Twitter, con sus 140 caracteres y sus peque?as fotos de perfil, es f¨¢cil ignorar la empat¨ªa si no queremos estropear el espect¨¢culo. Porque en todos estos casos, fueron pocos los aguafiestas que se atrevieron a decir: "Nos estamos pasando".

Los justicieros de la Red creen estar haciendo el bien y la ¨²nica forma de hacerlo es mediante la humillaci¨®n p¨²blica

Funciona el linchamiento como espect¨¢culo, como lo fue siempre. Pero adem¨¢s, se suman otras din¨¢micas digitales: "Quiz¨¢s lo diferente sea que en redes sociales debemos de ser conscientes de que lo que hagamos puede acabar siendo criticado en cualquier parte del mundo y por mucha gente. Mucha m¨¢s de la que nos esperamos. Por eso el linchamiento digital tiene una dimensi¨®n, alcance y velocidad que no esperamos", explica Esteban Moro, experto en redes sociales de la Universidad Carlos III. En cualquier caso, el ecosistema digital espa?ol parece menos propicio para una terrible tormenta perfecta contra un usuario porque est¨¢ tan polarizado que cualquier tuit ofensivo para muchos es r¨¢pidamente defendible por otros tantos. Para los que se enzarzan m¨¢s habitualmente en estas ri?as las reglas de la turba y sus peligros son bien conocidos, al contrario de lo que ocurri¨® con las incautas de los casos anteriores. Todos los tuiteros peleones son bastante conscientes de lo que hacen cuando retuitean barbaridades de otros y cuando desean que quede constancia en Google de su error, para perjudicar tanto ahora como en el futuro.

Quiz¨¢ todo este clima de acecho haya provocado la aparici¨®n de una espiral de silencio en las redes sociales, como mostraba un reciente estudio de Pew Research: los internautas temen abordar determinados temas o posturas porque saben que pueden generar una respuesta negativa en su contra. Y ya no es solo una mala contestaci¨®n de un amigo o conocido, pueden ser miles de personas desde cualquier punto del globo quienes te afeen una opini¨®n. El problema es tan grave que incluso el propio jefe de Twitter, Dick Costolo, reconoci¨® abiertamente en un informe interno filtrado a la prensa: "No es ning¨²n secreto y todo el mundo habla de ello, perdemos usuario tras usuario por no afrontar el tema de los acosadores. Apestamos en nuestra forma de afrontar los abusos y hemos apestado durante a?os". En marzo, la plataforma incluy¨® nuevas opciones para que los usuarios puedan denunciar con m¨¢s facilidad los abusos. Sin embargo, como se?ala una de las v¨ªctimas del Gamergate: "Tal y como est¨¢ actualmente dise?ado, Twitter gana durante las campa?as de acoso y nosotras perdemos".

MAX

?Y despu¨¦s? Los buscadores se convierten en una cicatriz monstruosa en el curr¨ªculum de las v¨ªctimas de los linchamientos digitales. Sacco y Stone generan cientos de miles de resultados en Google (la primera fue objeto de 1,2 millones de googleos en aquellos d¨ªas). Personas corrientes se ven obligadas a hacer un m¨¢ster apresurado de gesti¨®n de crisis y de defensa de su imagen p¨²blica. "En el momento, lo mejor es no hacer nada. Cualquier intento va a ser visto con malos ojos, como un acto de censura, y va a generar m¨¢s problemas", explica el abogado Samuel Parra, de ePrivacidad.es, un despacho especializado en solucionar estos problemas. Estas personas an¨®nimas deben asistir silentes a su descuartizamiento p¨²blico y, despu¨¦s de semanas o meses, tratar de recomponer discretamente los pedazos. Aqu¨ª, como en el caso de los pol¨ªticos corruptos, no aplica el tan de moda "derecho al olvido", torpedeado por Google y que en realidad solo se concede en contad¨ªsimos hechos, poco noticiosos y que ocurrieron hace d¨¦cadas.

La ¨²nica forma de rescatar tu imagen de las arenas movedizas de Google es tratar de cambiar personalmente los resultados, un "derecho al olvido" de pago para los que se lo puedan permitir. Recurrir a especialistas que eviten que lo m¨¢s horrible aparezca entre las primeras respuestas del buscador. Parra, por ejemplo, consigui¨® a?os despu¨¦s que todas las webs que publicaron un topless de Intervi¨² lo borraran de sus servidores, logrando que desapareciera del buscador. "Somos due?os de nuestra imagen, nadie puede hacer circular una foto nuestra sin nuestro consentimiento", explica. A veces, la mejor estrategia es crear contenido para empujar hacia abajo los malos resultados -el 90% no mira m¨¢s que los primeros enlaces que devuelve Google-, como hacen en Eliminalia: "La gente puede llegar a traumatizarse por el miedo a que su imagen online les impida encontrar trabajo", explica su presidente, Didac S¨¢nchez. Esta empresa, seg¨²n S¨¢nchez, ha ayudado a un hombre que fue acosado tras declararse antiaborto en redes sociales y a un joven perseguido despu¨¦s de subir a YouTube un v¨ªdeo de denuncia de brutalidad policial en Catalu?a.

No obstante, Parra no ve que seamos m¨¢s conscientes de este peligro: "La gente se preocupa ¨²nicamente cuando llega la cat¨¢strofe, no hay prevenci¨®n". Los internautas deber¨ªan aprender a manejarse con cuidado, a conocer las opciones de privacidad de cada plataforma pero ?es una responsabilidad exclusiva de los usuarios? Twitter reconoce que "apesta" a la hora de hacer frente a los acosos. En el caso de Lindsey Stone, la joven admite que no sab¨ªa c¨®mo estaban configuradas sus opciones de Facebook: la foto era p¨²blica, porque as¨ª lo hab¨ªa dispuesto por defecto la plataforma, pero ni ella ni su amiga eran conscientes. "He pensado mucho en eso estos meses. Facebook funciona mejor y gana m¨¢s dinero cuando todo el mundo comparte", dice en el libro de Ronson, que calcul¨® que las b¨²squedas relacionadas con Justine Sacco proporcionaron a Google cientos de miles de d¨®lares de beneficio. Todos sumamos nuestro granito de arena en cada humillaci¨®n p¨²blica, pero sin duda hay una responsabilidad compartida por estas empresas que son el ruedo en el que se suceden estos linchamientos. Cada vez que se enciende la pira de los inquisidores 2.0, hay una cuenta de beneficios creciendo al calor de las llamas en Silicon Valley.

Monica Lewinsky lo resume perfectamente, ahora que acaba de romper un largo silencio que ha durado 17 a?os, en los que estuvo luchando por recuperar las riendas de su vida, tras cometer un error de juventud: enamorarse de la persona equivocada, tener una aventura con el presidente Bill Clinton mientras era becaria en la Casa Blanca. El 19 de marzo realiz¨® una charla conmovedora y combativa en la que relat¨® el infierno que casi la empuj¨® a quitarse la vida mientras los dem¨¢s brome¨¢bamos con vestidos manchados. Para ella, el horror se desat¨® antes de la era de las redes sociales, pero gracias a foros y emails fue v¨ªctima del ciberbulllying antes incluso de que el concepto se hubiera inventado. Lewinsky habla porque quiere luchar contra esta "cultura de la humillaci¨®n" que se ha instalado en la sociedad. "La humillaci¨®n p¨²blica es una mercanc¨ªa y el oprobio una actividad econ¨®mica. ?C¨®mo se hace el dinero? Clics. A mayor humillaci¨®n, m¨¢s clics. Cuantos m¨¢s clics, m¨¢s ingresos por publicidad. Estamos en un ciclo alarmante (...) y alguien est¨¢ ganando dinero con el sufrimiento de otras personas". Para que la "humillaci¨®n como deporte" desaparezca, Lewinsky -licenciada en psicolog¨ªa social por la London School of Economics- propone compasi¨®n y empat¨ªa, ponerse en el lugar de la persona que recibe tuits y titulares.

"Hay que fomentar el aprendizaje digital, integrar su manejo en nuestros valores, para generar otras din¨¢micas menos destructivas", sugiere el soci¨®logo De Rivera. Los usuarios de las redes sociales deben ser conscientes de que detr¨¢s de cada perfil hay una persona que, por muy grave que sea su error, puede sufrir las consecuencias mucho m¨¢s all¨¢ del entorno digital y mucho m¨¢s all¨¢ del aqu¨ª y ahora. Una demostraci¨®n ejemplar de empat¨ªa la realiz¨® la historiadora brit¨¢nica Mary Beard, acosada online por sus charlas feministas. Al principio, somet¨ªa a sus acosadores a la ignominia para darles una lecci¨®n, aprovechando sus muchos seguidores en las redes. Pero m¨¢s tarde comprendi¨® que esto les podr¨ªa perjudicar personalmente y comenz¨® a entablar conversaciones privadas con ellos e incluso a escribirles cartas de recomendaci¨®n. "Aunque era muy tonto, imprudente y en ese momento no muy agradable, no creo que un tuit deba arruinar sus perspectivas de empleo", explicaba Beard sobre su acosador. Una verdadera lecci¨®n vital.

Despu¨¦s de hablar con una docena de personas que pasaron por este tormento, el periodista Jon Ronson compara su impresiones, despu¨¦s de haber mirado a los ojos de los linchados, con las que le llevaron a hacerse vegetariano: "Echaba de menos los filetes, pero no pod¨ªa olvidar el matadero".

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de secci¨®n de Ciencia, Tecnolog¨ªa y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, secci¨®n de ciencia de EL PA?S, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabaj¨® en Informativos Telecinco y el diario P¨²blico. En 2021 recibi¨® el Premio Ortega y Gasset.

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