Mis queridos fil¨®sofos
En la filosof¨ªa canjeamos por ideas claras y distintas nuestras perplejidades. Sirve para defendernos de la banalidad y desenmascarar los discursos baratos, tramposos y fatuos de la mayor¨ªa de nuestros pol¨ªticos
Ocurre a veces que uno necesita reconciliarse formalmente con la raz¨®n, d¨ªas en que el mundo se vuelve opaco y el alma se siente hu¨¦rfana de conceptos y anhelosa de armon¨ªa y claridad. Es el momento entonces de regresar a la filosof¨ªa. Y es que a veces el conocimiento intuitivo y emocional del arte y de la literatura empacha y cansa, quiz¨¢ porque su empe?o no es tanto esclarecer las cosas como enriquecerlas y, valga la paradoja, iluminarlas con nuevos enigmas, de modo que en la filosof¨ªa descansamos de ese oscuro entender y, por decirlo as¨ª, canjeamos por ideas claras y distintas nuestras perplejidades y vislumbres, como quien convierte su incierta mercader¨ªa en letras de cambio bien acreditadas.
Siempre he sido aficionado a la filosof¨ªa, y nunca me ha faltado un fil¨®sofo de cabecera. Cada momento ha tenido el suyo. Ha habido ¨¦pocas de Nietzsche, de Ortega, de Spinoza, de Berkeley, de Heidegger, de Benjamin y Adorno, de Sartre y de Camus, y de tantos otros, y siempre de Schopenhauer, de quien nunca me canso, y por supuesto de Montaigne. De Montaigne me admira la suave y amena indagaci¨®n que hace de s¨ª mismo y de las cosas sencillas de su alrededor. Pocas veces nos dice nada que el lector no creyera haber pensado antes. La obviedad se convierte sin saber c¨®mo en un hallazgo y en un don. Los pensamientos de siempre cobran en ¨¦l el resplandor del primer d¨ªa, y hasta sus muchas citas cl¨¢sicas se nos revelan con toda la fuerza repentina de la novedad. De pronto descubrimos que todo en el mundo est¨¢ por descubrir.
Otros art¨ªculos del autor
As¨ª que uno es una especie de trotaconceptos, un vagabundo que en cualquier parte (un tratado de lo m¨¢s sesudo, un art¨ªculo de peri¨®dico, una sentencia, hasta un refr¨¢n) encuentra hospedaje: es decir, encuentra el consuelo, y hasta la caricia maternal, de una idea que de pronto, como un rel¨¢mpago en la noche, pone luz en el mundo. En cuesti¨®n de ideas, soy n¨®mada. Apenas he conocido el placer de la creencia, y a¨²n menos el de la militancia. Soy un viajero que hoy hace fonda aqu¨ª, y pide siempre el men¨² degustaci¨®n, y que ma?ana contin¨²a alegremente su camino. Como mero aficionado a la filosof¨ªa, me gusta adem¨¢s mi irresponsabilidad de lector, cosa que en la literatura me ocurri¨® solo en mis primeros a?os de juventud, cuando le¨ªa de todo, sin ley ni canon, y ten¨ªa tan buen apetito que no hab¨ªa libro o c¨®mic al que le hiciera ascos. Por otra parte, yo suelo leer los textos filos¨®ficos con cierto ¨¢nimo novelero, como si me contasen una historia cuyos personajes, h¨¦roes y malvados, son las ideas, y donde hay un argumento, un conflicto, una trama, una intriga, y hasta un desenlace desdichado o feliz. De filosof¨ªa, entiendo poco, y no aspiro a m¨¢s, y en mis lecturas hace tiempo que renunci¨¦ a obtener cualquier bot¨ªn te¨®rico, lo cual me ofrece una levedad de lo m¨¢s placentera. Vivo desde siempre en una alocada solter¨ªa filos¨®fica.
Luego, otro d¨ªa, resulta que te cansas y hasta reniegas de ese lenguaje y de esa luz, de esas pretensiones de alzar una torre de conocimiento tan alta como la de Babel, y regresas a la penumbra del arte y la literatura, y as¨ª vas, de los fil¨®sofos a los poetas, del razonamiento a la revelaci¨®n, del no entender entendiendo al alivio, y acaso tambi¨¦n al espejismo, de entender algo de una vez para siempre, y de reposar al fin en esa ?taca tan inalcanzable que es la ilusi¨®n de la verdad. De las palabras que te gu¨ªan a las palabras que te pierden.
Sin los autores estamos condenados a la ignorancia y a la palabrer¨ªa: carne de ca?¨®n
Uno no ser¨ªa ni la persona, ni el ciudadano, ni el lector y el escritor que es, sin la filosof¨ªa, sin esa fina lluvia de ideas, de p¨¢lpitos, de querellas intelectuales, de ecos dial¨¦cticos, que nos vienen del pasado y que se filtran en nuestra inteligencia y en nuestro coraz¨®n y que nos dotan de la clarividencia y el car¨¢cter necesarios para enfrentar cr¨ªticamente el mundo y construir nuestra visi¨®n propia de la realidad, y que solo ah¨ª, en ese gran r¨ªo de conocimiento que es el legado de nuestros mayores, podemos encontrar. Esa es nuestra herencia, y no tenemos otra. En la filosof¨ªa (y, si se quiere, tambi¨¦n en la literatura, que no es otra cosa que el patio de vecindad de las humanidades) est¨¢ la llave de nuestra salvaci¨®n como personas libres, l¨²cidas y mayores de edad.
Porque ocurre que del mismo modo que las facciones de nuestro rostro o las huellas de nuestros dedos son distintas, as¨ª tambi¨¦n nuestro mundo interior y nuestra visi¨®n de la realidad son por fuerza exclusivos. Somos irrepetibles. Estamos condenados a ser originales. O mejor: en nosotros est¨¢ la semilla de la originalidad, y de nosotros depende que caiga en buena tierra o que se agoste sin remedio. Pero para saber lo que valemos, y para lograr ser nosotros mismos, nos lo tenemos que ganar, y para eso es necesario un poco de soledad, de recogimiento, de esfuerzo, de lentitud¡ y de la ayuda de nuestros fil¨®sofos, de los de antes y de los de ahora, de los densos y de los ligeros, de los ce?udos y de los festivos, porque sin ellos estaremos condenados a la ignorancia y a la palabrer¨ªa: carne de ca?¨®n.
Y he aqu¨ª que ahora, nuestros actuales gobernantes, no contentos con haber menoscabado la literatura en las escuelas, los libros en las bibliotecas y el teatro y el cine en las taquillas, han decidido tambi¨¦n arrinconar a la filosof¨ªa, haci¨¦ndola meramente optativa, lo cual equivale a su extinci¨®n. ?Qu¨¦ muchacho, o qu¨¦ padres de muchacho, van a elegir o a animar a elegir como asignatura la filosof¨ªa, que al fin y al cabo no sirve para nada, cuando se puede optar por otra materia m¨¢s t¨¦cnica y pr¨¢ctica, que acaso pueda servir para aspirar a un puesto de trabajo, por m¨ªsero que sea?
Solo una conjura explica la sa?a con la que los gobernantes persiguen a las humanidades
Triste pa¨ªs el nuestro. Trabajando cada cual para obtener sus peque?as ventajas, nos estamos labrando entre todos la desdicha colectiva. Hoy sabemos ya que, en asuntos de educaci¨®n, de ciencia y de cultura, el sue?o de la Transici¨®n produjo, si no monstruos, s¨ª figuras grotescas. Al cabo del tiempo, al cabo de tantos proyectos y sue?os de regeneraci¨®n, uno contempla el panorama social y comprueba que, tras la apariencia y el barniz de la modernidad, seguimos siendo el mismo pa¨ªs ignorante y atrasado de siempre. Queda una gran minor¨ªa ilustrada, c¨®mo no, pero se antoja poco logro para las oportunidades hist¨®ricas que tuvimos y que una vez m¨¢s desperdiciamos. Dir¨ªase que hay una conjura para que estas cosas sean as¨ª. No de otro modo se puede interpretar el desprecio y la sa?a con que nuestros gobernantes persiguen a las humanidades en las escuelas y a la ciencia y a la cultura all¨¢ donde se encuentren. Como si hubieran recibido de ellas una afrenta que hay que vengar y reparar.
Seguimos, pues, como siempre en nuestra desdichada historia, a la espera de un Gobierno ilustrado, que crea de verdad en esa gran evidencia de que el progreso y la grandeza de un pa¨ªs se construyen por fuerza desde la educaci¨®n. Algo que todo el mundo dice pero que nadie hace, quiz¨¢ porque tampoco ellos, los mandatarios y dem¨¢s malandrines, son amigos de la lectura y el estudio. Basta leer un par de horas a Montaigne, o cultivar el h¨¢bito de alternar, aunque sea solo de pasada, con nuestros queridos fil¨®sofos, para defendernos de la banalidad y desenmascarar y ponernos a salvo de los discursos baratos, tramposos, fatuos y hasta rid¨ªculos de la mayor¨ªa de nuestros pol¨ªticos. M¨¢s que nunca, ante la ristra de elecciones que se nos avecinan, quiz¨¢ esta sea la hora de regresar a la filosof¨ªa.
Luis Landero es escritor. Su ¨²ltimo libro es El balc¨®n en invierno (Tusquets).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.