Una verdad que quema
Fueron tomados como bot¨ªn de guerra, despojados de sus identidades y entregados en su mayor¨ªa a familias afines al r¨¦gimen militar que gobern¨® Argentina entre 1976 y 1983 Cuatro hijos de militantes pol¨ªticos asesinados narran c¨®mo afrontaron su nueva vida entre dos familias, tras ser recuperados por Abuelas de Plaza de Mayo
Llora como un ni?o, hipando. Mat¨ªas tiene 37 a?os y sabe desde hace 25 que es hijo de desaparecidos, v¨ªctimas de la dictadura militar argentina, pero se quiebra y tarda varios minutos en recobrarse cuando piensa en c¨®mo va a contarle a Benjam¨ªn, su hijo, que no ha cumplido dos a¨²n, que ¨¦l y su hermano mellizo llamaban pap¨¢ a Samuel Miara, un torturador que se los apropi¨® en mayo de 1977, pocos d¨ªas despu¨¦s de que su madre los diera a luz en La Cacha, un centro clandestino de detenci¨®n ubicado en la c¨¢rcel de Caseros, La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. ¡°Si hay algo que no le voy a hacer a mi hijo es mentirle. Te entrenan para mentir, para llevar una doble vida¡±, cuenta en su apartamento de la ciudad de Rosario, a 300 kil¨®metros de la capital del pa¨ªs.
Tatiana recuerda que a Mirta, su mam¨¢, la secuestraron frente a sus ojos en una plaza de Villa Ballester, cuando ten¨ªa tres a?os y medio. ¡°La veo como en una pel¨ªcula muda. Reconstruyo lo que dice: ¡®Cu¨ªdense mucho¡±. All¨ª quedaron ella y Laura, su hermana de tres meses, hasta que la polic¨ªa las llev¨® a un juzgado de menores como NN (Nomen nescio: sin identidad conocida). Adoptadas de buena fe por un matrimonio, fueron las primeras nietas recuperadas por Abuelas de Plaza de Mayo en 1980. ¡°Hasta los 12 a?os pensaba que mis padres iban a volver¡±, dir¨¢ embarazada de Pedro, su tercer hijo, que habr¨¢ nacido cuando este reportaje se publique.
Victoria naci¨® en la Escuela Superior de Mec¨¢nica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detenci¨®n m¨¢s emblem¨¢ticos de Argentina, durante el cautiverio de su madre, Cori, cuyos ojos ella hered¨® y tambi¨¦n Trilce, su beba de cinco meses. Militante social desde muy joven, Viki vivi¨® hasta los 27 a?os crey¨¦ndose hija de Esther y Juan Antonio Azic, Pira?a, exmiembro de las fuerzas de seguridad devenido comerciante, condenado a 18 a?os de prisi¨®n por secuestros y torturas. Fue restituida en 2004, y en 2007 se convirti¨® en la primera nieta recuperada en ser elegida diputada nacional. Pero sigue visitando en el penal de Ezeiza a su apropiador, a veces con su ni?a en brazos. ¡°A pesar de lo que hizo y de lo que es, un represor, lo quiero¡±, definir¨¢ con la voz quebrada en el sal¨®n de su apartamento del barrio de Boedo, un ambiente pintado de naranja furioso.
Ignacio, m¨²sico, vive en Olavarr¨ªa, a 350 kil¨®metros al suroeste de la ciudad de Buenos Aires. El 5 de agosto de 2014 se enter¨® de que es el hijo de Laura Carlotto y nieto de Estela, la presidenta de Abuelas, que lo buscaba desde hac¨ªa m¨¢s de tres d¨¦cadas cuando supo que su hija lo hab¨ªa parido en una prisi¨®n clandestina. ¡°Pobre mujer, ?lo encontrar¨¢?¡±, lleg¨® a preguntarle a Celeste, su mujer, mirando una entrevista televisiva, sin sospechar que Guido, el pr¨®digo al que buscaba, era ¨¦l. Y aunque dice que recuperar su identidad a los 36 a?os ha sido ¡°un sacud¨®n feliz¡± (¡°me llovieron dos familias¡±), reconoce que ¡°lleva tiempo reinterpretar toda tu vida¡± y que no es f¨¢cil asumir ¡°de la noche a la ma?ana que tu cara se convierte en un p¨®ster¡±. Mientras, la justicia investiga a¨²n su apropiaci¨®n y la responsabilidad de Clemente Hurban, su padre de crianza, un trabajador rural que apenas termin¨® la escuela primaria, a quien Ignacio atesora como su ¡°viejo¡±.
Tomados como bot¨ªn de guerra por los militares, unos 500 ni?os nacidos entre 1975 y 1980 fueron despojados en Argentina de sus identidades y entregados en su mayor¨ªa a familias afines que los registraron como propios, a fin de evitar que fueran educados en ambientes que el r¨¦gimen consideraba ¡°subversivos¡±. Hijos de militantes pol¨ªticos secuestrados y asesinados por la dictadura que gobern¨® el pa¨ªs entre 1976 y 1983 (algunas fuentes elevan a 30.000 los desaparecidos), Mat¨ªas Reggiardo Tolosa, Tatiana Sfiligoy, Victoria Donda P¨¦rez e Ignacio Montoya Carlotto representan cuatro casos de los 116 nietos recuperados hasta hoy por Abuelas de Plaza de Mayo, una asociaci¨®n civil creada en octubre de 1977 por mujeres que encontraron fuerzas para seguir en la ilusi¨®n de recuperar a los hijos de sus hijos. El Pa¨ªs Semanal entrevist¨® a los cuatro para saber c¨®mo se vive despu¨¦s de una verdad que escalda y que obliga a reconstruir con retazos y relatos de otros las historias de sus padres, en las que se entreveraron ideales, mentiras, torturas, muerte y terrorismo de Estado. Todos ellos son m¨¢s viejos hoy que sus padres al ser asesinados.
Ignacio Montoya Carlotto
Hijo de Laura Estela Carlotto y Walmir ?scar Montoya, secuestrados en 1977.
Le dicen ¡°el Messi de los nietos¡±, un apodo que le pusieron otros j¨®venes restituidos medio en broma, reproch¨¢ndole que desde que ¨¦l apareci¨®, el 5 de agosto de 2014, los dem¨¢s quedaron opacados. ¡°Si no est¨¢s bien contenido, una noticia como esta te destruye, empez¨¢s a hacer pavadas¡±, dice, mate de por medio, Ignacio, el nieto que Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, esperaba desde hac¨ªa 36 a?os.
La b¨²squeda de su abuela, Estela, empez¨® cuando supo por testimonios de sobrevivientes que su hija Laura, militante del grupo armado Montoneros y secuestrada en noviembre de 1977, hab¨ªa dado a luz ¨Cesposada, en un hospital militar¨C a un ni?o al que llam¨® Guido, en homenaje a su pap¨¢. A las pocas horas los separaron; la joven fue asesinada dos meses m¨¢s tarde en un falso enfrentamiento. Los militares entregaron a la familia el cuerpo de Laura, pero no el ni?o.
La b¨²squeda de Ignacio empez¨® el 2 de junio del a?o pasado, el d¨ªa de su cumplea?os, cuando un allegado a la familia le confirm¨® a Celeste Madue?a, su mujer, algo que ¨¦l sospechaba: que era adoptado. Entonces, se contact¨® por correo electr¨®nico con Abuelas. Le dijeron que solo uno de cada mil casos resulta en una confirmaci¨®n. Entretanto habl¨® con sus ¡°viejos¡±, Juana y Clemente Hurban, a quienes sigue defendiendo como tales. ¡°Me contaron que Carlos Francisco Aguilar, el due?o del campo donde ellos eran puesteros, sabiendo que no pod¨ªan tener hijos, les dijo que hab¨ªa una mujer de La Plata que no quer¨ªa criar al suyo y que pod¨ªa traerlo. Ellos aceptaron y firmaron papeles que creyeron que eran de adopci¨®n. Les dijeron que era mejor que no me contaran nada. Son gente muy humilde, confiaron ciegamente¡±. Aguilar muri¨® en marzo de 2014 y su ausencia parece haber relajado los pactos de silencio.
El 5 de agosto, tras los cruces de ADN pertinentes, cotejados con las muestras del Banco Nacional de Datos Gen¨¦ticos creado durante la presidencia de Alfons¨ªn en 1987, el pa¨ªs y el mundo se conmovieron por la aparici¨®n de Ignacio, el nieto recuperado n¨²mero 114, cuya abuela es Estela de Carlotto. Todo argentino recuerda d¨®nde estaba cuando recibi¨® la noticia. As¨ª de movilizador es su caso.
¡°Es muy dif¨ªcil la situaci¨®n, no solo por lo ¨ªntimo y por el peso de la verdad, sino por todo lo que lo acompa?a: la portada de las revistas, las c¨¢maras que te siguen y la expectaci¨®n por lo que vas a decir¡±, describe. ¡°Es raro, por ejemplo, tener que explicar que sos quien eras y que te llam¨¢s como te llam¨¢s. Yo no soy Guido. Y a veces recibo cartas de gente que me pide explicaciones: ¡®?C¨®mo puede ser que no te hagas cargo del s¨ªmbolo que represent¨¢s?¡±. Cree, no obstante, en una responsabilidad c¨ªvica, que supera esas molestias: ¡°Yo no soy un militante, pero el derecho a la identidad es fundamental y hago lo que puedo para aportar y alentar a que otros se animen a saber¡±.
Hace apenas ocho meses que la vida de Ignacio gir¨® 180 grados. La primera vez que se encontr¨® con Estela, su abuela, se abrazaron y se pusieron a llorar. ¡°Fue en La Plata. Nos sentamos y empezaron las charlas. A unas cuadras esperaban mis primos: 14 m¨¢s sus parejas y sus hijos. Me pregunt¨® si los quer¨ªa conocer y le ped¨ª tiempo. Fue al d¨ªa siguiente. La abuela les dijo: ¡®No le gusta que lo abracen ni que lo toqueteen como hacemos nosotros¡¯. Cuando llegu¨¦ hab¨ªan hecho una fila y estaban duros: ¡®Hola, qu¨¦ tal, yo soy fulano¡¯. Los salud¨¦ a todos ?y una se col¨® dos veces! Fue gracioso. Vinieron tambi¨¦n unas primas por parte de mi pap¨¢. Todos nos conocimos ah¨ª, porque no hab¨ªa certeza hasta el ADN de qui¨¦n era la pareja de mam¨¢. Fue un gran momento¡±.
Ignacio no habla de p¨¦rdidas; s¨ª, de duelo y de una historia con un ¡°inicio doloros¨ªsimo que tiene esta instancia de luminosidad¡±. ¡°Yo no tuve oportunidad de preguntar nada, me llenaron de informaci¨®n. Cosas que s¨¦ que son ciertas, pero que est¨¢n tamizadas por a?os de repetir la historia para no olvidarla. Pero de a poco, con todos los viajes que hice en estos meses, encontr¨¦ an¨¦cdotas y fui construyendo una imagen de Laura y de Walmir, que se conocieron en la clandestinidad. Me mostraron por ejemplo una postal que mi pap¨¢ le mand¨® a mi abuela Hortensia, que hoy tiene 92 a?os. Est¨¢ llena de horrores de ortograf¨ªa. Y en una ¨¦poca yo era as¨ª, un asco escribiendo. As¨ª junto pedacitos, un rompecabezas de cositas lindas. Eso es m¨ªo y ah¨ª s¨ª los puedo ver como pap¨¢ y mam¨¢. Si no, es muy dif¨ªcil: no los conociste, no ten¨¦s registro¡±.
Lo que m¨¢s le ha costado es defender su espacio y su intimidad de la invasi¨®n que supone convertirse en alguien p¨²blico. Ahora que han llovido posibilidades ¡°de tocar ac¨¢ y all¨¢, de vivir en otra parte¡±, volvi¨® a elegir Olavarr¨ªa, donde est¨¢ haci¨¦ndose una casa y donde Celeste y ¨¦l quieren tener un hijo (¡°estamos en eso¡±).
A sus dudas de antes las llama ¡°ruidos¡±. ¡°Yo tuve y tengo una vida feliz. Pero hab¨ªa ciertas cuestiones b¨¢sicas: los parecidos f¨ªsicos, por ejemplo. No nos parec¨ªamos. Y la m¨²sica, porque nosotros viv¨ªamos en el campo, a 45 kil¨®metros de ac¨¢, en un sitio donde no hubo luz el¨¦ctrica hasta el a?o pasado. Ni radio hab¨ªa. Y cuando un d¨ªa fuimos a una localidad cercana, yo tendr¨ªa ocho o nueve a?os, escuch¨¦ una orquesta t¨ªpica que tocaba un poquito de todo ¨Cpasodoble, rock, pop¡¨C, fue un flash, no pude creer lo que escuchaba¡±, recuerda. Y empez¨® a estudiar.
Esa m¨²sica, lo sabe ahora, corr¨ªa en la familia. Walmir Montoya, su pap¨¢, era baterista: militante montonero secuestrado en 1977 y acribillado en un presunto enfrentamiento, sus restos enterrados como NN en una fosa com¨²n, fueron hallados en 2006 por el Equipo Argentino de Antropolog¨ªa Forense. Su abuelo paterno era saxofonista, y su abuelo materno, Guido, un mel¨®mano, amante del jazz. ¡°La sangre no es agua¡±, dice Ignacio. Saborea ese refr¨¢n que tiene equivalencias en varias lenguas, mientras toca en el piano Los ni?os que so?aban en colores, ¡°un valsesito jazzeado¡±, l¨¢nguido y bello, que es lo primero que compuso despu¨¦s de saber qui¨¦n es.
Tatiana Sfiligoy?
Hija de Mirta Graciela Britos Acevedo y ?scar Ruarte, que contin¨²an desaparecidos.
Hab¨ªamos visto en la esquina de casa el operativo, una patota armada. Y mi mam¨¢ atin¨® a ir a la plaza. Nos siguieron y no tuvo alternativa. Comenz¨® a besarnos y a despedirse. No recuerdo haber tenido miedo. S¨ª, desconcierto. Esa es la ¨²ltima vez que vi a mi mam¨¢¡±, cuenta Tatiana volviendo a ese d¨ªa infernal de 1977.
Ten¨ªa tres a?os y medio. Seis meses despu¨¦s, ella y su media hermana Laura (hija de Alberto Jotar, tambi¨¦n desaparecido, pareja de Mirta Britos en ese momento) fueron dadas en guarda a un matrimonio de buena fe, In¨¦s y Carlos Sfiligoy, quienes las adoptaron, cuyo apellido decidi¨® conservar y a quienes llama mam¨¢ y pap¨¢. ¡°Cuando en 1980 nos citaron al juzgado porque mis abuelas nos localizaron y se produce el encuentro de ambas familias, hubo un entendimiento. ¡®Arr¨¦glense las partes¡¯, dijo el juez, y lo hicieron. Se estableci¨® un r¨¦gimen de visitas para mis abuelas, que viv¨ªan en C¨®rdoba. Eso me permiti¨® crecer y sostenerme en otros pap¨¢s sin cortar lazos con ellas ni con mis primos y t¨ªos y sin ocultar la historia de mis padres biol¨®gicos. Eso fue at¨ªpico¡±, resume Tatiana. Casos como el suyo ¨Cdonde no hubo robo de ni?os ni apropiaci¨®n de quienes criaron a los chicos¨C son contados con los dedos.
Hasta los 18 a?os, Tatiana no pregunt¨® mucho. Un d¨ªa encontr¨® en un diario un remitido de la Asociaci¨®n Argentina de Actores que inclu¨ªa el nombre de sus padres. ¡°Me impact¨® much¨ªsimo y tard¨¦ casi un a?o en buscar m¨¢s datos¡±. Pero lo hizo. Viaj¨® a C¨®rdoba, donde Mirta y ?scar militaban en las organizaciones guerrilleras FAL 22 y el PRT-ERP. ¡°Fue muy fuerte para m¨ª y para sus compa?eros. Me miraban como si fuera un fantasma, porque me parezco a mis pap¨¢s¡±.
Comenz¨® entonces para ella una ¨¦poca de activismo por los derechos humanos. Estudi¨® Psicolog¨ªa y particip¨® de los primeros escraches organizados contra represores por la agrupaci¨®n H.I.J.O.S., creada en 1995 para luchar contra la impunidad. ¡°Los escraches estaban muy mal vistos. Eran momentos muy ¨¢lgidos para los hijos de desaparecidos. Llev¨® mucho tiempo, incluso en democracia, que la memoria fuera una pol¨ªtica de Estado¡±, recuerda.
H.I.J.O.S. acaba de poner de manifiesto las divisiones que existen entre los militantes por los derechos humanos en relaci¨®n con el kirchnerismo, al quemar en La Plata ¨Cel ¨²ltimo 24 de marzo, a 39 a?os del golpe de Estado¨C dos mu?ecos abrazados de Hebe de Bonafini, l¨ªder de las Madres de Plaza de Mayo, y C¨¦sar Milani, actual jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito argentino. La quema repudi¨® las contradicciones del Gobierno de Cristina Kirchner, que auspicia activamente una pol¨ªtica por la memoria, pero nombr¨® en 2013 y a¨²n sostiene a ese militar sospechoso de cr¨ªmenes de lesa humanidad.
La historia se lleva en la piel. ¡°No juzgo a mis padres. Su generaci¨®n pens¨® que era posible un cambio. Era grande el compromiso y poca la conciencia de lo siniestro que se gestaba. Nunca pensaron que los iban a matar¡±, reflexiona Tatiana. Tras la muerte de sus abuelas, hace cinco a?os, los contactos con la familia biol¨®gica se espaciaron (¡°casi todo es por Internet¡±). Con Laura, su hermana, pasa algo similar. ¡°Ella hizo un proceso diferente. Vive en EE UU. Es parad¨®jico porque no conoci¨® a nuestros padres, no los recuerda, pero los padece. No los perdona. All¨ª es donde se produce el mayor desencuentro. Estamos hablando otro c¨®digo. Tengo dos sobrinos all¨¢ y es complicado¡±.
Mat¨ªas Reggiardo Tolosa
Hijo de Mar¨ªa Rosa Ana Tolosa y Juan Enrique Reggiardo, desaparecidos en febrero de 1977.
"Yo les preguntaba a las chicas con las que sal¨ªa: ¡®?Vos sab¨¦s qui¨¦n soy?¡±, lanza Mat¨ªas mientras conversamos rodeados de la sillita de comer y los juguetes de Benjam¨ªn. ¡°Ahora lo tomo a risa, pero ante esa pregunta, pensaban: a) es un asesino en serie; b) est¨¢ casado; c) es gay¡±. En 2009 conoci¨® a Mar¨ªa, que no temi¨® explorar la respuesta; se casaron tres a?os despu¨¦s y naci¨® el chiquil¨ªn cuyas fotos tapizan las paredes.
Se considera un hombre feliz e incluso rei?r¨¢ varias veces a lo largo de la conversaci¨®n. Pero nunca pudo acostumbrarse a festejar su cumplea?os el 27 de abril, cuando se presume que naci¨®, durante el cautiverio de Mar¨ªa Rosa Tolosa, su mam¨¢, quien contin¨²a desaparecida. Sigue haci¨¦ndolo el 16 de mayo, d¨ªa en que ¨¦l y su hermano mellizo, Gonzalo, llegaron a la casa del exsubcomisario Samuel Miara, condenado en 2013 a prisi¨®n perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detenci¨®n Club Atl¨¦tico, El Banco y Olimpo. Miara y su mujer, Beatriz Castillo, los registraron en 1977 como hijos propios. Hasta 1985 los chicos no sospecharon nada. Ese a?o huyeron a Paraguay: Abuelas de Plaza de Mayo los descubri¨® pensando que eran otros mellizos hijos de desaparecidos, los Rossetti Ross.
Los extraditaron en 1989, pero verificar su identidad llev¨® a?os (¡°pens¨¢ que no hab¨ªa ADN a¨²n, sino estudios de histocompatibilidad¡±), durante los cuales siguieron viviendo por decisi¨®n judicial con los Miara. Ese tiempo fue muy dif¨ªcil: ¡°Ellos nos dijeron que hab¨ªan cometido un delito y que iban a ir presos. La justicia estableci¨® un seguimiento muy cercano. Durante toda mi adolescencia y hasta que cumpl¨ª los 18 a?os, tuve que ir cada 15 d¨ªas a ver a un psic¨®logo forense. Nos sentimos como conejillos de Indias y s¨¦ que nuestro caso se trata a¨²n hoy en distintas c¨¢tedras de psicolog¨ªa¡±.
No es lo mismo restituir a un menor de edad que descubrir qui¨¦n eres de adulto. El caso Miara a¨²n duele. En 1994, los mellizos llegaron a las pantallas de la televisi¨®n argentina; ten¨ªan 16 a?os y acababan de mudarse con su t¨ªo materno, Eduardo Tolosa. Ped¨ªan volver con sus apropiadores, a quienes por entonces sent¨ªan y quer¨ªan como padres. ?Por qu¨¦? ¡°Nos obligaron a cortar todo lazo con nuestra vida anterior: la ciudad, los amigos, el colegio, los Miara. Al principio trat¨¢bamos de hablar en forma clandestina con ellos, nos escap¨¢bamos. Llegaron a poner polic¨ªas para seguirnos. Est¨¢bamos presionados por ambos lados. Lo que gener¨® todo eso fue un retraso muy significativo en nuestra voluntad de recobrar nuestros or¨ªgenes¡±, recuerda ahora Mat¨ªas.
Despu¨¦s del esc¨¢ndalo medi¨¢tico (¡°todav¨ªa me parece una locura que nos hayan dado aire, hoy sac¨¢s a un menor sin autorizaci¨®n en la tele y te cierran la emisora¡±), Eduardo, que no quer¨ªa negociar un r¨¦gimen de visitas con los apropiadores, renunci¨® a la guarda de sus sobrinos y los chicos vivieron con una familia sustituta hasta su mayor¨ªa de edad. A los 21 a?os, Mat¨ªas y Gonzalo decidieron volver a vivir con Beatriz Castillo. ¡°Sent¨ªa que no ten¨ªa otro lugar a donde ir¡±, explica Mat¨ªas. ¡°A ella le dec¨ªa mam¨¢, pero siempre era consciente de lo que hab¨ªan hecho. Samuel estaba preso por nuestra apropiaci¨®n. La distancia se empieza a profundizar a mis 28 a?os, porque empec¨¦ a caer¡±.
En junio de 2005, la Corte Suprema declara la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que junto con los indultos del menemismo garantizaban impunidad. As¨ª, militares cuyo enjuiciamiento se hab¨ªa suspendido vuelven a los tribunales. Miara regresa a prisi¨®n para ser juzgado por delitos de lesa humanidad. El proceso fue muy lento y los mellizos lo visitaban. ¡°Lo vimos varias veces en la c¨¢rcel. Habl¨¢bamos de todo, pero hubo momentos en que mi hermano y yo lo acorralamos un poco y esas charlas me hicieron sentir que yo no ten¨ªa por qu¨¦ pasar por eso: estar con una persona que es un psic¨®pata y te lo demuestra, que dice cosas que te hacen da?o y que est¨¢ en la c¨¢rcel, adem¨¢s, con otros represores. La ¨²ltima vez que vi a Miara fue en 2007, y a Beatriz, en 2011. Cuando vine a vivir a Rosario, le ped¨ª incluso que no me hablara m¨¢s. Pero sigui¨® haci¨¦ndolo por un tiempo¡±.
Sabe por relatos que Quique, su pap¨¢, ten¨ªa un hablar susurrado como el suyo y que amaba como ¨¦l la literatura. ¡°Cuando te los quitan a sus 24 a?os no pod¨¦s pelearte con nada. No pod¨¦s llegar a esa distancia natural que hay en la adolescencia respecto de los padres. Aunque siempre te pregunt¨¢s si hubieran podido actuar de otro modo para salvarse¡±.
Compleja y dolorosa para los hermanos Reggiardo Tolosa, su experiencia supuso un antes y un despu¨¦s en los casos de restituci¨®n. Diana Kordon, psicoanalista que trabaj¨® con las Madres de Plaza de Mayo hasta 1990 y que hoy coordina el Equipo Argentino de Trabajo e Investigaci¨®n Psicosocial, especializado en el apoyo a v¨ªctimas de traumatismos sociales, recuerda que el consenso en aquel momento era otro: ¡°No solo los medios debat¨ªan si hab¨ªa que restituirlos o no. Discut¨ªamos entre profesionales. Era muy fuerte la presi¨®n en el sentido de que est¨¢bamos estimulando un nuevo trauma en los chicos. Ahora es distinto: hubo una legitimaci¨®n acerca de que la apropiaci¨®n existi¨® y es un crimen condenable en t¨¦rminos sociales, pero tambi¨¦n en relaci¨®n con las personas que la sufrieron y sus familias¡±.
Ese cambio de mirada se evidencia tambi¨¦n en la cantidad de consultas anuales que recibe Abuelas, que crecieron m¨¢s del 600% entre 2001 (109 consultas) y 2014 (678), con un pico de 117 presentaciones el pasado septiembre a ra¨ªz del efecto Guido, tras la restituci¨®n del nieto de Estela de Carlotto, presidenta de la instituci¨®n. ¡°La apropiaci¨®n es una situaci¨®n traum¨¢tica porque rompe la cadena geneal¨®gica y su transmisi¨®n cultural, que va mucho m¨¢s all¨¢ de la sangre. La restituci¨®n, en cambio, es un momento de crisis grande, pero tambi¨¦n la posibilidad de un gran encuentro con la verdad¡±, define Kordon. Reconstruir lazos con sus familias de origen llev¨® a?os para Mat¨ªas. El tiempo sane¨® su relaci¨®n con Eduardo, su t¨ªo materno, a quien reencontr¨® en las audiencias del juicio a Miara, condenado finalmente en 2013.
Aunque con demora, volvi¨® a relacionarse con la familia de su padre: atesora un ¨¢lbum fotogr¨¢fico de tapas azules que prepararon en 2009 para ¨¦l sus t¨ªas paternas. En la primera p¨¢gina de ese documento se lee ¡°Memorias de tu papi, Quique, Juan Enrique Reggiardo¡± y se ve un ¨¢rbol geneal¨®gico dibujado a mano, que pone nombres a los rostros de las fotos.
Victoria Anal¨ªa Donda P¨¦rez
Hija de Mar¨ªa Hilda P¨¦rez y Jos¨¦ Mar¨ªa Laureano Donda, que contin¨²an desaparecidos.
Su vida cambi¨® para siempre el 24 de julio de 2003, cuando Juan Antonio Azic, a quien llamaba pap¨¢, intent¨® suicidarse vol¨¢ndose la cabeza con su arma reglamentaria. Qued¨® en coma tres meses. La raz¨®n lleg¨® por la prensa: Azic figuraba entre los represores cuya extradici¨®n ped¨ªa el juez espa?ol Baltasar Garz¨®n para juzgarlos por delitos de lesa humanidad fuera de Argentina, donde a¨²n reg¨ªan las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Anal¨ªa (ese era su nombre entonces) sinti¨® que su vida se derrumbaba y llam¨® a Abuelas de Plaza de Mayo para disculparse por su padre. Pocos d¨ªas despu¨¦s, la contact¨® un grupo de H.I.J.O.S. para decirle que sospechaban que hab¨ªa sido apropiada por Azic y su mujer, Esther, y que solo un an¨¢lisis de ADN pod¨ªa confirmarlo. ¡°Recuerdo la sensaci¨®n de estar ante un abismo, que todo se ca¨ªa. Ve¨ªa todo negro y temblaba mucho. Supongo que de miedo. Fueron d¨ªas en los que no par¨¦ de temblar¡±, cuenta ahora Victoria Donda con un hilo de voz, mientras prepara el biber¨®n de Trilce, su beba.
¡°Tard¨¦ ocho meses en decidirme a hacer el an¨¢lisis porque sent¨ªa que era dar una prueba para que metieran preso a Juan, un hombre al que yo quer¨ªa mucho. Al que quiero mucho. A pesar de lo que hizo y de las responsabilidades que le caben por ello, porque es un represor y por eso est¨¢ preso, yo lo quiero¡±. A¨²n lo visita en el penal. ?C¨®mo son esos encuentros? ¡°M¨¢s tranquilos, ya no hay nada que ocultar. De algunas cosas elegimos no hablar, pero es una linda relaci¨®n¡±.
Ese an¨¢lisis demostr¨® que era hija de Mar¨ªa Hilda P¨¦rez, Cori, y Jos¨¦ Mar¨ªa Donda, a quien llamaban Pato, integrantes de Montoneros, secuestrados en 1977. Y tambi¨¦n, que su t¨ªo no es otro que el marino Adolfo Donda Tigel, hoy preso, responsable de inteligencia de la ESMA, por donde pasaron m¨¢s de 4.200 detenidos desaparecidos. All¨ª naci¨® Victoria, separada de su madre con 15 d¨ªas de vida: fue Cori quien le puso el nombre y tambi¨¦n quien, ayudada por una compa?era a parir, perfor¨® sus orejitas con una aguja quir¨²rgica y pas¨® hilitos celestes por ellas, seg¨²n relatos de algunos sobrevivientes. Esas voces se?alan a su t¨ªo como el delator de sus padres. ?l fue tambi¨¦n quien arrebat¨® a Eva Daniela, su hermana mayor, nacida en 1974, que estaba al cuidado de su abuela, Leontina, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo.
Adolfo Donda logr¨® quitarle la guarda de la ni?a y la crio como hija propia, ahondando una tragedia familiar que representa la de todo un pa¨ªs. Eva siente afecto de hija por ese t¨ªo-padre-apropiador que estaba al tanto del secuestro de su cu?ada y de su hermano y que la educ¨® a ella, pero permiti¨® ¨Cen el colmo de la crueldad o de la contradicci¨®n¨C la entrega de su otra sobrina, Victoria, a quien incluso se neg¨® a conocer.
La relaci¨®n entre ambas hermanas fue muy dif¨ªcil durante a?os. La mayor de las Donda lleg¨® incluso a participar en 2009 en un acto de la asociaci¨®n de Familiares y Amigos de las V¨ªctimas del Terrorismo en la Argentina, que cuenta los asesinatos de militares a manos de la guerrilla. Reci¨¦n ahora el v¨ªnculo est¨¢ recomponi¨¦ndose, alentado en parte por el deseo de dejarles a sus propios hijos otra realidad afectiva. ¡°Estamos en eso¡±, dice Victoria. ¡°Nos visitamos, nos vemos. Salimos juntas. Est¨¢ bueno. Hay cosas que mejor no hablamos. Ella est¨¢ en un proceso personal tambi¨¦n¡±, define.
La pol¨ªtica fue la mejor terapia de Victoria. ¡°Belicosa¡±, como le gusta definirse, es un rostro de las ideas de izquierdas que brega por la legalizaci¨®n de la droga (¡°es el ¨²nico modo de luchar contra el narcotr¨¢fico¡±) y por los derechos de las mujeres. Asegura que cuando Trilce, su beba, pueda entenderlo, le contar¨¢ todo, con Disney como aliado (mal que le pese a sus compa?eros de partido, Libres del Sur). ¡°Tengo pensado ver con ella Enredados. La pel¨ªcula habla de una apropiaci¨®n porque a Rapunzel la alejan de sus padres y le mienten sobre su origen¡±.
Viki tuvo dos madres. O as¨ª lo siente. ¡°Esther, la mujer de Juan, fue mi mam¨¢ y va a ser la abuela de Trilce, no importa que haya muerto hace cuatro a?os. Pero mi mam¨¢ biol¨®gica, Cori, tambi¨¦n me hizo falta: la extra?¨¦ mucho durante mi embarazo. Nunca la vi, cierto, pero la necesitaba cerca¡±.
Y hay cicatrices. Desde 2003 sue?a que la secuestran hombres sin cara y falta un sitio donde honrar a sus mayores. ¡°Lo que m¨¢s duele es la ausencia de la ausencia; no saber d¨®nde est¨¢n mis padres. Que cuando quiero ir a llevarles una flor tengo que ir a un r¨ªo¡±, se?ala, aludiendo a la muerte de Cori, que fue ¡°trasladada¡±, eufemismo que usaban los militares para aludir a los prisioneros que eran drogados y tirados al R¨ªo de la Plata en los llamados ¡°vuelos de la muerte¡±.
?ADN obligatorio?
?Se puede obligar a alguien a lidiar con una verdad que no quiere conocer? La hermana de crianza de Victoria Donda naci¨® en 1980, tambi¨¦n apropiada y llamada Carla por el matrimonio Azic. Su caso se resolvi¨® en 2008 cuando, ante su negativa a hacerse los an¨¢lisis inmunogen¨¦ticos, la justicia orden¨® obtener muestras de ADN a trav¨¦s de objetos personales de la joven. El 27 de mayo de ese a?o se confirm¨® que se trataba de Laura, tercera hija del matrimonio formado por Silvia Beatriz Mar¨ªa Dameri y Orlando Antonio Ruiz, a¨²n desaparecidos. Existen precedentes de la Corte Suprema argentina que declaran inconstitucional la extracci¨®n forzosa de sangre. Pero dada la existencia de m¨¦todos no invasivos (an¨¢lisis de muestras de pelo o saliva), la justicia ha fallado priorizando el valor social que tiene restituir la identidad de una persona y la posibilidad de investigar el delito de su apropiaci¨®n.
Un caso muy controvertido fue el de Marcela y Felipe Noble Herrera, hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble, directora del peri¨®dico Clar¨ªn, medio al que el kirchnerismo considera opositor. Ante el reclamo de dos familias querellantes (Lanuscou-Miranda y Gualdero-Garc¨ªa) que alegaban la presunta condici¨®n de hijos de desaparecidos de los j¨®venes, se inici¨® un periplo judicial, que incluy¨® en 2010 el secuestro de la prendas ¨ªntimas que los hermanos vest¨ªan en ese momento. Para poner fin a lo que viv¨ªan como una "in¨¦dita persecuci¨®n pol¨ªtica", los j¨®venes solicitaron en 2011 el cotejo de su ADN con todas las muestras existentes en el Banco Nacional de Datos Gen¨¦ticos. Todos los an¨¢lisis dieron negativos.
El 10 de marzo de 2014, la jueza federal Sandra Arroyo Salgado dio por terminadas las pericias en la causa. En marzo de este a?o, Javier Gonzalo Penino Vi?as, quien hab¨ªa sido adoptado ilegalmente por el represor Jorge Vildoza y recuper¨® su identidad en 1999, declar¨® como testigo de la defensa en el juicio contra su apropiadora, Ana Mar¨ªa Grimaldos, esposa de Vildoza, alegando su derecho a mantener ese lazo. La justicia conden¨® el pasado 14 de abril a la apropiadora a seis a?os de prisi¨®n. El 12 de abril, Abuelas de Plaza de Mayo confirm¨® el suicidio de Pablo Germ¨¢n Athanasiu Laschan, quien hab¨ªa recuperado su identidad a los 37 a?os en agosto de 2013, tras someterse voluntariamente a los an¨¢lisis. Pablo hab¨ªa sido anotado como hijo propio por un matrimonio con estrecha vinculaci¨®n con la dictadura. Su apropiador est¨¢ detenido en el marco de una causa por cr¨ªmenes de lesa humanidad.
Mientras la beba sonr¨ªe, content¨ªsima con el despliegue de grabadoras y c¨¢maras, Victoria habla del nombre que junto con Pablo, su marido, eligieron para ella: ¡°La canci¨®n de Trilce¡±, de Daniel Viglietti, una de sus favoritas; el sonido, casi un caramelo, que no quiere decir nada y sin embargo ¡°suena a una mezcla de triste y dulce¡±. Quiz¨¢s un verso del poema hom¨®nimo de C¨¦sar Vallejo encierre otra clave de la elecci¨®n cuando repite testarudo: ¡°Ya no tengamos pena¡±.
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