Pasemos ya a otra cosa
Quiz¨¢ por edad y educaci¨®n, acostumbro a percibir m¨¢s erotismo (y m¨¢s eficaz) en escenas en que los personajes permanecen vestidos
Una reciente participaci¨®n en el Festival Gutun Zuria, de Bilbao, dedicado al erotismo en la literatura y en la ficci¨®n en general, me ha llevado a pensar en el asunto y a llegar a la extra?a conclusi¨®n ¨Cestrictamente personal, desde luego¨C de que lo uno suele casar mal con lo otro. Si uno repasa la historia de la literatura, y aun la del cine, ver¨¢ que no hay apenas obras maestras en el terreno er¨®tico ni en el pornogr¨¢fico. Inscribir Lolita en esos territorios es un mero error de apreciaci¨®n superficial, s¨®lo posible en los tiempos a¨²n pacatos en que se public¨®. Esa novela es, por el contrario, una de las mayores historias de constancia amorosa, a mi parecer.
Debo reconocer que adem¨¢s, en cuanto en una novela ¡°convencional¡± aparecen escenas de sexo, sobre todo si se demoran e incluyen el coito o lo que se le asemeja, empiezo a bostezar y me dan ganas enormes de salt¨¢rmelas, como de ni?os nos salt¨¢bamos las prolijas descripciones de escenarios y paisajes en las obras de Walter Scott y otros autores de su siglo. El sexo descrito es sota, caballo y rey, y uno sabe m¨¢s o menos c¨®mo acaba, por muchas variantes que se quieran introducir, o n¨²mero de participantes, o pr¨¢cticas supuestamente originales. S¨ª, hay sota de espadas, caballo de bastos y rey de copas, pero siempre sota, caballo y rey. ¡°Pasemos ya a otra cosa¡±, suelo pensar, y de hecho pocos libros recuerdo m¨¢s tediosos que Las 120 jornadas de Sodoma, de Sade, que acumula un cat¨¢logo bastante exhaustivo de posturas y combinaciones y sevicias y crueldades: ahora tres, luego siete o veintid¨®s, ahora con frailes, luego con monjas, y as¨ª hasta que a uno lo rinde un acceso de narcolepsia. Y est¨¢ el problema del estilo o lenguaje. Los textos er¨®ticos suelen oscilar entre la cursiler¨ªa m¨¢s sonrojante, el tono casi obst¨¦trico, y la zafiedad s¨®rdida y disuasoria. En los primeros uno navega por met¨¢foras exageradas y tirando a grotescas; los miembros viriles son convertidos en ¡°pin¨¢culos¡±, ¡°flechas¡±, ¡°serpientes¡±, ¡°espadas¡±, ¡°turbantes¡± y cosas as¨ª, con las que cuesta creer que a nadie le apeteciera tener mucho trato carnal. En los segundos se tiene la impresi¨®n de estar viendo un episodio de la serie Masters of Sex, cuyas mejores partes ¨Cfrancamente buenas¨C son las que precisamente no se ocupan del sexo ni de su estudio. En cuanto a los terceros, intentan ser muy crudos y hasta ¡°transgresores¡±, pero s¨®lo provocan rechazo y hast¨ªo.
Los textos er¨®ticos suelen oscilar entre la cursiler¨ªa m¨¢s sonrojante, el tono casi obst¨¦trico, y la zafiedad s¨®rdida
En el cine es a¨²n peor. Si la escena sexual es ortodoxa, noto que uno de mis pies empieza a golpear el suelo con impaciencia, y en seguida me parece que ya dura demasiado, que ya me la s¨¦. Muchos directores, conscientes de eso, han optado en las ¨²ltimas d¨¦cadas por presentar polvos supuestamente ardorosos y urgentes: consiste en que los personajes tiren y rompan objetos y muebles y espejos, se ¡°embistan¡± mucho y nunca jam¨¢s copulen en un lecho ni tan siquiera en el suelo; no, ha de ser en lugares inc¨®modos, sobre una mesa, encima de un aparador, contra un lavabo. En la excelente Historia de violencia, de Cronenberg, la urgencia era tal que Viggo Mortensen y su pareja fornicaban en una escalera, y yo no pod¨ªa dejar de imaginarme el dolor de quien quedaba debajo, ni de pensar que tampoco los habr¨ªa enfriado tanto subir hasta el rellano para yacer sobre superficie plana y no clav¨¢ndose pelda?os. Un director me trajo una vez un gui¨®n para que opinara sobre ciertos aspectos en los que se me supon¨ªa ¡°experto¡±. Me atrev¨ª a recomendarle ¨Caunque acerca de eso no se requer¨ªa mi parecer¨C que suprimiera una escena de sexo, o por lo menos el elemento ¡°original¡± que conten¨ªa: por no recuerdo qu¨¦ motivo, cerca de la cama hab¨ªa una fuente de macarrones o de spaghetti, que inevitablemente los amorosos acababan ech¨¢ndose encima mientras se satisfac¨ªan mutuamente. ¡°Esto est¨¢ muy visto y adem¨¢s es un asco¡±, le dije. ¡°Si a uno le molestan hasta unas migas entre las s¨¢banas cuando est¨¢ con gripe, no creo que nadie aguantara un coito pringado en salsa de tomate y pasta; lo veo contraproducente, si se trata de provocar excitaci¨®n¡±. Huelga decir que el director no me hizo caso, y por supuesto no me invit¨® al estreno ni nada, pese al tiempo dedicado a leer su gui¨®n. Probablemente lo ofend¨ª con mis comentarios.
No voy a negar que en mis novelas he incurrido en alguna escena de ese car¨¢cter. Por cuanto llevo dicho, es un reto con la derrota casi asegurada. A menudo son rid¨ªculas las de autores de renombre, como Mailer o Philip Roth, y ¨¦ste abusa de ellas. Pero de vez en cuando no hay m¨¢s remedio, si no quiere uno recurrir a las viejas elipsis ¨Ccon frecuencia m¨¢s er¨®ticas que la exhibici¨®n¨C y quedar como un mojigato. Quiz¨¢ por edad y educaci¨®n, acostumbro a percibir m¨¢s erotismo (y m¨¢s eficaz) en escenas en que los personajes permanecen vestidos y s¨®lo se rozan o ni siquiera, pero cargadas de tensi¨®n. Una de las m¨¢s logradas que he visto en el cine est¨¢ ¨Coh extravagancia¨C en ?Qu¨¦ bello es vivir!, con dos int¨¦rpretes tan escasamente turbadores como James Stewart y Donna Reed. Pero no se moleste nadie en volver a verla, seguramente no reconocer¨¢ tal escena. Debe de ser una depravaci¨®n m¨ªa.
elpaissemanal@elpais.es
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