H¨¦roes de La Paz
Es un gigante de la sanidad. El hospital p¨²blico de m¨¢s prestigio de Espa?a. Un emblema con medio siglo de vida De las urgencias al interior de los quir¨®fanos, nos adentramos en uno de los mayores centros sanitarios del pa¨ªs
El ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, clava sus ojos de halc¨®n en el entrevistador. Y dice: ¡°Niego sistem¨¢ticamente que estemos jugando un partido con ganadores y perdedores¡±. Al otro lado de la mesa, Jordi ?vole sonr¨ªe y a?ade algo, pero sus palabras se quedan flotando alrededor del televisor, junto a la m¨¢quina de caf¨¦, porque en ese momento se abre la puerta del diminuto despacho m¨¦dico, y un residente asoma la cabeza y grita: ¡°?A la REA!¡±, con el busca en la mano. Una llamada de urgencias. A un var¨®n de 66 a?os se le escapa la vida. Quiz¨¢ toque intubarlo. Manuel Quintana, intensivista veterano, se calza sus Crocs color sangre, se levanta del viejo sill¨®n y sale disparado. Unos segundos despu¨¦s, cuatro tipos con uniforme blanco aceleran el paso entre pasillos vac¨ªos y en penumbra. El equipo de guardia en la UVI. Descienden un par de pisos. Atraviesan el corredor de emergencias de trauma y alcanzan el box de urgencias vitales, ¡°la REA¡±, donde el var¨®n boquea en la camilla como un pez fuera del agua. Tose e intenta morder el aire. Le han colocado una mascarilla de ox¨ªgeno. Est¨¢ consciente. Con el pecho desnudo, surcado de electrodos. Su problema se llama fibrosis pulmonar. ¡°Un pulm¨®n r¨ªgido¡±, define uno de los doctores. Incapaz de respirar por s¨ª mismo. La decisi¨®n a la que se enfrentan, seg¨²n Quintana, es ¡°jodida¡±. Si le intuban, puede que empeore su patolog¨ªa. Si no lo hacen, quiz¨¢ se les quede ah¨ª mismo. ¡°D¨¦jese llevar por la m¨¢quina¡±, le pide uno de los adjuntos. Al cabo de un rato de ajetreo, el hombre cierra los ojos. Deja de toser. Parece estabilizarse. Quintana se sienta en un taburete. Lleva el pelo peinado hacia atr¨¢s. Barba de una semana. Tiene 50 a?os y un aire a Jack Nicholson. Poco antes ha definido su trabajo: ¡°Horas de aburrimiento. Minutos de excitaci¨®n. Segundos de p¨¢nico¡±.
Esto no es la paz, es la guerra¡±, dice la jefa de oncolog¨ªa radioter¨¢pica
Lo anterior ha sido la excitaci¨®n. El p¨¢nico llega al filo de la medianoche, cuando al paciente de pronto se le para la respiraci¨®n y el latido. Y esta vez corren de forma fren¨¦tica por los pasillos y al alcanzar la REA pr¨¢cticamente saltan sobre el pecho del hombre para darle un masaje cardiaco, y hay gritos, y preguntas hist¨¦ricas de ¡°?qu¨¦ ha pasado?¡±. La mascarilla de ox¨ªgeno parece resultar insuficiente, y entonces se ven obligados a tomar la decisi¨®n ¡°jodida¡±. Lo sedan. Le abren la v¨ªa respiratoria con una herramienta met¨¢lica. Introducen una c¨¢nula por la boca. Se oye un borboteo. Enganchan el extremo del tubo a la m¨¢quina de respiraci¨®n. Y deciden subirlo a la primera planta. A la UVI.
Esta es una de las puertas de entrada al hospital universitario de La Paz. La que todos desear¨ªamos evitar. Una de las m¨¢s concurridas, con m¨¢s de 200.000 ingresos al a?o. El 60% son afecciones leves. Un 10% de cr¨ªticos. Quintana, aparte de m¨¦dico de intensivos, ejerce como coordinador de urgencias. ¡°El muro¡±, suele llamar a este lugar. La pared de contenci¨®n de uno de los mayores centros hospitalarios de Espa?a. Le gusta compararlo con la serie Juego de tronos: ¡°Si caen las urgencias, caen todos los reinos¡±. Frente a su despacho cruzan a diario quienes llegan con un hilo de vida. Tumbados en una camilla, doblan la misma esquina, antes de alcanzar el box de vitales. Las barras laterales que protegen las paredes muestran desconchones en ese punto. Es uno de los pocos v¨¦rtices que permanecen intactos de la estructura original. Desprende una energ¨ªa rara. Como si contuviera el Aleph de Borges. Ha visto pasar moribundos desde hace 51 a?os. Las urgencias comenzaron a funcionar poco antes de la inauguraci¨®n del hospital el 17 de julio de 1964: se conmemoraban 25 a?os ¡°de Paz¡±, cost¨® 180 millones de pesetas, y Franco remarc¨® en su apertura ¡°la inquietud de un r¨¦gimen por la atenci¨®n de los hijos de Espa?a¡±. Fue el primer servicio nocturno de emergencias m¨¦dicas del pa¨ªs. Ha dado atenci¨®n a 12,5 millones de personas. Quiz¨¢ por eso uno podr¨ªa quedarse horas mirando la esquina. Sus azulejos virando al color crema por el paso de los a?os; el suelo de terrazo pulido y agujereado. El primer d¨ªa que la tuvimos de frente, nos encontr¨¢bamos junto a Ana Mart¨ªnez Virto, la segunda de urgencias. Nos hab¨ªa dado una vuelta por el servicio. Sin ocultar nada. Sus salas a rebosar de pacientes. Muchos de ellos, ancianos. El a?o pasado tuvieron 70 ingresos de personas de m¨¢s de 100 a?os; un 18% de mayores de 80. A lo largo del recorrido, fue llamando a las cosas por su nombre coloquial: ¡°el quirofanillo¡±, un cuarto para cirug¨ªa menor; la sala ¡°de malas noticias¡±, para informar a familiares; la habitaci¨®n ¡°del p¨¢nico¡±, donde atendieron cinco casos sospechosos de ¨¦bola (resultaron malaria). Luego, de nuevo ante la esquina, mientras sonaba la alarma que anuncia la llegada de una emergencia, Mart¨ªnez Virto dijo con voz sosegada: ¡°Esto es un no parar¡±.
La Paz no es un hospital. Es un gigante sanitario. Un universo con algo m¨¢s de 6.500 empleados; 235.000 metros cuadrados distribuidos en cuatro hospitales (general, materno, infantil, y traumatolog¨ªa y rehabilitaci¨®n), m¨¢s los centros de Cantoblanco y Carlos III, y una poblaci¨®n asignada de cerca de medio mill¨®n de personas. Maneja un presupuesto anual de 500 millones de euros (si fuera un equipo de f¨²tbol, por detr¨¢s de Real Madrid y FC Barcelona). Y es centro de referencia en 20 especialidades m¨¦dicas. Entre sus paredes nacen 16 beb¨¦s al d¨ªa. Ingresan 46.000 pacientes al a?o. Superan el mill¨®n de consultas. Y circulan 30.000 personas cada jornada. M¨¢s que un hospital, una ciudad. Incluso con un McDonald¡¯s frente a la torre de maternidad: el octavo m¨¢s rentable de Madrid y el que m¨¢s desayunos sirve. La Paz es el buque insignia de la sanidad. Seg¨²n el doctor Quintana, ¡°el sitio al que todos los hospitales se quieren parecer. P¨²blicos y privados¡±.
El a?o pasado, el Monitor de Reputaci¨®n Sanitaria (MRS), un estudio independiente, lo reconoci¨® como el centro de mayor prestigio de la sanidad p¨²blica espa?ola, a partir de entrevistas a 2.400 m¨¦dicos, enfermeros, pacientes y periodistas especializados. Seis de sus servicios se encontraban en lo m¨¢s alto de la lista; los ocho restantes ocupaban puestos entre los cinco primeros. Ubicado en el n¨²mero 261 del madrile?o paseo de la Castellana, a los pies de las cuatro torres, La Paz recuerda desde fuera a una estaci¨®n espacial de otro tiempo a la que se le hubieran ido acoplando m¨®dulos. Sus muros exteriores se encuentran cubiertos de piezas de gresite blanco y negro, como una costra de fuselaje, enfatizando ese aire de viejo cascar¨®n estelar.
El estado normal del hospital es el jaleo. Un hormigueo vibrante de trabajadores, enfermos y visitas recorre de d¨ªa su estructura laber¨ªntica. El centro lo forman una veintena de edificios, la mayor¨ªa conectados por dentro. Pero hay que saber c¨®mo atravesarlos. Se siguen perdiendo los veteranos. ¡°De pronto te descubres en el sitio equivocado¡±, cuenta una ma?ana Jos¨¦ Ignacio S¨¢nchez M¨¦ndez, coordinador del comit¨¦ de mama; una unidad que re¨²ne a los especialistas involucrados en el tratamiento del c¨¢ncer m¨¢s frecuente entre las mujeres occidentales. Ginec¨®logos, onc¨®logos, radi¨®logos, cirujanos¡ Desmenuzan cada caso, toman decisiones en consenso, debaten novedades cl¨ªnicas. Una reuni¨®n expeditiva. Nadie pierde un minuto. Quienes llegan a La Paz han sufrido para encontrar su hueco. Y eso marca el paso. En palabras de Ana Ma?as, jefa de oncolog¨ªa radioter¨¢pica, que ha trabajado tambi¨¦n en el hospital 12 de Octubre y en el Puerta de Hierro, ¡°objetivamente no hay hospital como este. La investigaci¨®n es extraordinaria. Es el centro que m¨¢s patentes saca [en Espa?a]. Hay interrelaci¨®n entre la gente, orgullo corporativo. Se trabaja a destajo. Siempre digo que esto no es la paz. Es la guerra. Llegar a jefe de servicio aqu¨ª es como poner una pica en Flandes¡±.
El equipo humano es lo mejor que tiene, a pesar de sus deficiencias estructurales¡±, seg¨²n el director gerente
Si existe una forma precisa de medir su prestigio, ser¨ªa a trav¨¦s de los j¨®venes fichajes: a menudo, los n¨²meros uno del examen MIR eligen este hospital (se presentan unas 10.000 personas a la prueba). ¡°Los 10 primeros suelen caer aqu¨ª¡±, dice Macarena Ler¨ªn, neum¨®loga de 31 a?os y jefa de residentes. Entran algo m¨¢s de 100 al a?o. Suman medio millar. Son los soldados del centro. Un batall¨®n de veintea?eros hipermotivados, competitivos, acostumbrados a darlo todo. A estudiar mucho y dormir poco. Con hambre de guardias. ¡°No los llamamos residentes, sino resistentes¡±.
Guillermo Gonz¨¢lez, de 25 a?os, sac¨® el n¨²mero 1 en 2014. Eligi¨® el servicio de dermatolog¨ªa, el m¨¢s reputado de Espa?a seg¨²n el MRS. Lo cuenta un lunes a primera hora. Lleva de guardia desde las once de la ma?ana del d¨ªa anterior. Seguir¨¢ hasta las tres de la tarde. Resume una jornada ¡°anodina¡±: ¡°Alguna celulitis, dos abscesos cut¨¢neos, dos pitiriasis. Y un paciente con picadura de oruga procesionaria¡±. M¨¢s la atenci¨®n rutinaria en planta. Eligi¨® este hospital ¡°porque tiene un gran volumen de pacientes; y el equipo es muy bueno¡±. De pronto le suena el m¨®vil. Del bolsillo de la casaca extrae un viejo Nokia. Es el busca. ¡°?Derma?¡±, responde. Y desaparece por uno de los inacabables pasillos. Son cerca de las 9.30. Y el hospital, a esta hora, suele encontrarse a pleno rendimiento: el cirujano con el bistur¨ª, los adjuntos pasando visita con su s¨¦quito de residentes y estudiantes.
El centro no duerme. Pero tiene sus ritmos. Poco antes de las ocho, cuando el sol comienza a asomar sobre las azoteas de Chamart¨ªn, el t¨²nel del metro de Bego?a se vuelve una v¨¢lvula que expulsa rostros frescos a borbotones. Atraviesan la plaza. Y en su trayectoria se cruzan con los perjudicados de una noche de poco sue?o. Se oye alg¨²n ¡°?Descansa, guapa!¡±, ¡°?Venga, buen d¨ªa!¡±, como si durante un instante se produjera un eclipse. Y poco despu¨¦s comienza el ¡°pase de guardia¡± en los servicios.
A las 8.14 de un martes, por ejemplo, en la cuarta planta del hospital general, M¨®nica Moreno, una R-3 (residente de tercer a?o) de origen peruano, repasa los pacientes ingresados durante su vigilia. Las novedades para quienes empiezan la jornada. Cada enfermo es un n¨²mero de cama (¡°la 417¡±) y el resultado de sus anal¨ªticas: ¡°Unos leucocitos en 22.000; una PCR elevada, en 300, y una bilis normal, en 0,7. Se le solicit¨® un TAC por la celeridad de la pancreatitis. Y se observ¨® un p¨¢ncreas aumentado, heterog¨¦neo, con ¨¢reas parcheadas, sugerentes de necrosis¡±. Una veintena de m¨¦dicos la escuchan. Preguntan. Tratan de llegar al diagn¨®stico. De forma socr¨¢tica: ¨C?No tiene signos de hepatopat¨ªa cr¨®nica? ¨CLo que pasa es que ten¨ªa un poquito de circu?laci¨®n colateral¡ Un poquito. El jefe del servicio, Pedro Mora, concluye el pase?hablando de la urgencia. La jornada anterior apareci¨® su saturaci¨®n en los medios. ¡°Me avisaron de que hay 50 pacientes pendientes de ingreso abajo. Si pod¨¦is dar alg¨²n alta¡ De digestivo hay cuatro, a ver si los podemos subir para aliviar¡±.
A las 8.32, la reuni¨®n ha terminado. Y en la misma sala escueta y sin ventanas comienza una lecci¨®n cl¨ªnica: Enfermedad por reflujo gastroesof¨¢gico. La imparte una R-1. A toda velocidad. Y el resto de residentes la siguen sentados en torno a una mesa con forma de hex¨¢gono amorfo. Una obra casera. El servicio fue reformado hace un a?o. Este hueco sol¨ªa ser el observatorio elevado de un quir¨®fano. La mesa se ha construido sobre la claraboya. En uno de estos quir¨®fanos muri¨® Franco. Nadie en La Paz parece recordar el punto exacto. Hubo una placa durante un tiempo. En la primera planta. Sobre ella ahora se lee: ¡°Despacho m¨¦dico. Unidad coronaria¡±. Tampoco es seguro que el dictador expirara ah¨ª. En La Paz, tarde o temprano, todo cambia de ubicaci¨®n y se pierde en la memoria. Un d¨ªa, en la s¨¦ptima planta, vac¨ªa y a punto de ser acondicionada, la directora de comunicaci¨®n del centro se?al¨® hacia una pared desnuda y dijo: ¡°Aqu¨ª estuvo Severiano Ballesteros¡±. La poblaci¨®n y sus necesidades var¨ªan. Crece o mengua un servicio. Se pasa una unidad a otro piso. En el hospital conviven media docena larga de suelos distintos: del terrazo a la tarima, pasando por el m¨¢rmol. Lo que da cuenta de su cambio permanente. Para lo bueno y lo malo, tiene 50 a?os. Y un espacio muy limitado. ¡°Es como un puzle¡±, explica el director gerente del hospital, Rafael P¨¦rez-Santamarina. Luego intenta poner en palabras la identidad del lugar. Tras pensarlo un rato, dice: ¡°El equipo humano es lo mejor que tiene, a pesar de sus deficiencias estructurales¡±.
Quiz¨¢ en ning¨²n sitio se muestre esa dicotom¨ªa de forma tan acusada como en algunos servicios de pediatr¨ªa. N¨²mero uno indiscutible en el MRS. Y, sin embargo, Pedro de la Oliva presenta su servicio como ¡°la UVI pedi¨¢trica m¨¢s antigua del pa¨ªs¡±, con 38 a?os, 16 camas y unos 800 ingresos al mes. ¡°La que tiene m¨¢s pacientes y m¨¢s graves¡±. Donde acaban ni?os que han sufrido intervenciones que marcan hitos m¨¦dicos. La Paz es el hospital de Espa?a que mayor n¨²mero de trasplantes infantiles realiza. Y uno de los de mayor volumen de operaciones extremas: 350 de cardiopat¨ªas cong¨¦nitas en 2014; 214 a coraz¨®n abierto. Referencia nacional, con fama en el extranjero y, sin embargo, con una UVI enclavada entre pasillos. Sin luz natural. Aislada con ventanas de cristal esmerilado. Muchos padres se sorprenden al ver d¨®nde han ca¨ªdo sus hijos. Lo superan gracias al equipo. Hablan los progenitores de un beb¨¦ enganchado a un coraz¨®n externo de ¨²ltima tecnolog¨ªa: ¡°Esta gente se aferra a un haz de luz. Su sabidur¨ªa es muy grande. Su humanidad, tremenda¡±. En La Paz, ¡°todos sienten ese prurito de ser el mejor en lo suyo¡±, seg¨²n el director de recursos humanos. Y eso coloca al hospital en cabeza: en 1993 realiz¨® el primer trasplante en Espa?a de donante vivo; en 2003, el primero multivisceral del pa¨ªs.
En opini¨®n de C¨¦sar Casado, jefe de cirug¨ªa pl¨¢stica y quemados, ¡°la sanidad espa?ola funciona por la voluntad de los profesionales¡±. ?l ha convertido su servicio en una ¡°cooperativa¡±: ¡°Cada uno con su responsabilidad¡±. El hospital funciona con un grado considerable de autonom¨ªa. Los jefes han de cumplir los ¡°pactos¡± con la direcci¨®n. A partir de ah¨ª es asunto suyo. Casado nos da una vuelta por su servicio. All¨ª se encuentra Giuseppe Romata, uno de los militares italianos heridos en el accidente de un F-16 griego en Los Llanos (Albacete). Con quemaduras en el 40% del cuerpo. Desnudo. Boca abajo. Bebe con una pajita de un vaso que le sujeta su novia. Dice que recuerda ¡°una explosi¨®n y mucho calor¡±. Se considera ¡°afortunado¡±. Poco despu¨¦s regresar¨ªa a Italia y publicar¨ªa una carta agradeciendo la ¡°extraordinaria asistencia m¨¦dica y humana¡± .
Gemma Yag¨¹e, enfermera de 43 a?os, dice que parte del secreto de su hospital se encuentra en ese ¡°valor humano¡± que lo impregna todo. Reivindica el papel de su gremio: ¡°Los m¨¦dicos vienen y van. Los enfermeros nunca abandonan la planta. Siempre se quedan ah¨ª. Sufrimos con los pacientes las 24 horas¡±. Son los que acaban aprendi¨¦ndose el nombre de los ingresados. Llevan siempre ¡°la chuleta¡± en el bolsillo, un papel manuscrito, con las tareas pendientes. Y de ellos surgen peque?as iniciativas que explican el funcionamiento ¡°casero¡± de La Paz. Un ejemplo en el servicio de psiquiatr¨ªa. Sus habitaciones han sido modificadas para evitar suicidios. Sin objetos punzantes. Con espejos irrompibles. Quedaba el problema de la alcachofa de la ducha, de donde uno se puede colgar. La enfermera Olga Sanmart¨ªn tuvo la idea de escayolarla hasta el techo. Una ducha empotrada. Se tom¨® un caf¨¦ con un compa?ero de mantenimiento. Esbozaron la reforma. Y ahora todos los ba?os de psiquiatr¨ªa lucen el invento. La Paz conserva ese punto de las cosas hechas a mano. De compa?erismo de otro tiempo. Con trucos y m¨¦todos transmitidos de generaci¨®n en generaci¨®n. ¡°Hemos aprendido de nuestros mayores¡±, cuenta el jefe de urgencias. ¡°Unos valores nos gustan m¨¢s, otros menos. Pero se nos han quedado¡±.
El hospital, en sus cimientos, es como un queso gruy¨¨re.Cuando alguien perece en La Paz, los celadores lo llevan en camilla hasta un ascensor que comunica con el subsuelo. Un sistema de galer¨ªas que recuerdan a los b¨²nkeres de la Guerra Fr¨ªa une los edificios entre s¨ª. Por ah¨ª viajan los cad¨¢veres hasta alcanzar una garita solitaria, en la oscuridad de los s¨®tanos, donde se les inscribe en un registro. En el mortuorio se les pesa y se les introduce en una c¨¢mara frigor¨ªfica, ubicada junto a una estanter¨ªa repleta de ¨®rganos guardados en frascos. Eduardo Garc¨ªa, jefe de subalternos, es responsable del lugar. El cargo le ha conferido capacidad de observaci¨®n. Asegura que hay m¨¢s fallecidos de noviembre a enero. ¡°Y con la Luna llena vienen m¨¢s. Tambi¨¦n hay m¨¢s nacimientos¡±. Lleva 41 a?os en La Paz. ¡°Siempre lo he asimilado a un pueblo. Con sus polic¨ªas, su alcalde¡ Tiene de todo¡±. Capell¨¢n. Profesores para los cr¨ªos ingresados. Cocineros. Costureras que remiendan prendas a la vieja usanza. El subsuelo, de hecho, parece el barrio de los oficios. Abandonas la lencer¨ªa, cruzas las cocinas y un poco m¨¢s all¨¢ est¨¢n los talleres, con sus p¨®steres de mujeres en cueros, y un almac¨¦n inmenso con recambios. Andr¨¦s Miruri, jefe de mantenimiento, dice: ¡°Aqu¨ª se repara todo¡±. Frente a ¨¦l hay una mara?a de muebles pendientes. Camillas, cuelgasueros. Son cerca de 100 entre electricistas, mec¨¢nicos, carpinteros, fontaneros. Y entre ellos se cuentan los integrantes del ¡°equipo A¡±, maestros con formaci¨®n en seguridad. Custodios de rincones de acceso vedado, como la unidad de altos mandatarios y dignatarios, reservada para la Presidencia del Gobierno de Espa?a y las visitas de jefes de Estado extranjeros. Hay otra categor¨ªa de importancia extrema: los calefactores. Especializados en las viejas calderas de gas¨®leo con medio siglo de vida. Ubicadas en un edificio oxidado, en el centro del hospital. Se manejan desde consolas propias de una antigua central nuclear. Las tuber¨ªas recorren como arterias los t¨²neles subterr¨¢neos. Cuando se abre una fisura, se ven obligados a vaciar el circuito, y a pasar un par de d¨ªas de fr¨ªo. En los tubos, bajo tierra, hay indicaciones a mano. Una flecha y el destino hacia d¨®nde bombea: ¡°H. Infantil¡±.
Siguiendo su curso se podr¨ªa llegar a la torre de maternidad. El s¨ªmbolo inconfundible de La Paz. Una estructura cil¨ªndrica de 14 plantas. Con un helipuerto en la azotea donde solo hubo un aterrizaje. Vibr¨® tanto la estructura que a partir de entonces comenzaron a hacerlo en la vecina Ciudad Deportiva del Real Madrid; y ¨²ltimamente, en la Facultad de Medicina de la Universidad Aut¨®noma, al otro lado de la calle. En la planta tercera de la torre, tras unas puertas rojas abatibles, se despliega un pasillo umbr¨ªo, con un constante ir y venir de enfermeras y matronas, caminando al ritmo de los gritos de las parturientas. En 2014 nacieron aqu¨ª 5.872 beb¨¦s. En el pico del baby boom (1976) fueron 29.256. Ten¨ªan entonces 70 puestos de asistencia. Hoy cuentan con 11. ¡°Es un lugar que se va adaptando al mundo¡±, cuenta F¨¦lix Ome?aca, el jefe de neonatolog¨ªa. La Paz es el gran paritorio de Espa?a. Aqu¨ª han venido al mundo cerca de 680.000 beb¨¦s. Se inaugur¨® un a?o despu¨¦s del hospital general. En julio cumplir¨¢ 50 a?os. Ome?aca a?ade: ¡°Lo que sigue siendo igual es que esta instituci¨®n ha atendido tanto al nieto de Franco como al ¨²ltimo inmigrante¡±. En la torre se mezclan historias asombrosas. En la s¨¦ptima planta, por ejemplo, un cartel avisa: ¡°Aislamiento¡±. En la habitaci¨®n recibe la familia Villalobos, que lleg¨® de M¨¦xico a finales de enero, con una ni?a llamada C¨¢diz. Como el lugar del que emigr¨® el ?bisabuelo ¡°por Franco¡±, dice el padre. Era m¨¦dico. Han regresado a Espa?a con una ni?a de seis meses nacida con atresia de v¨ªas biliares extrahep¨¢ticas. Una beb¨¦ hinchada, amarilla hasta los ojos. La madre, Marisol Carrillo, de 34 a?os, la sostiene en brazos. Ella ser¨¢ quien le done un cuarto de su h¨ªgado. Ya hay fecha programada. Dice que no puede explicar lo que siente: ¡°Alegr¨ªa. Preocupaci¨®n. Miedo. Y no por m¨ª, sino por mi ni?a¡±.
El d¨ªa fijado cae en viernes. La beb¨¦ entra en quir¨®fano a las 9.30; a las 12.15, los cirujanos comienzan a operar; a las 14.17 llega el l¨®bulo izquierdo del h¨ªgado de la madre (intervenida en el Ram¨®n y Cajal); seis horas despu¨¦s, Manuel L¨®pez Santamar¨ªa, jefe de la unidad de trasplantes digestivos, se sube a una banqueta y asoma entre sus compa?eros para ver el resultado. Alguien sugiere: ¡°Cerrar¨ªa, Manolo, si no fuera por lo de la arteria¡±. Santamar¨ªa explica la situaci¨®n: ¡°Nos hemos llevado un susto. Hemos tenido que rehacer la arteria, y eso siempre es una complicaci¨®n¡±. Poco despu¨¦s aparece el ecografista. El abdomen de C¨¢diz se encuentra ya cerrado. Se hincha y deshincha al comp¨¢s de la ventilaci¨®n mec¨¢nica. ¡°?Apagamos las luces!¡±, pide Santamar¨ªa. Y entonces transcurren segundos de p¨¢nico. El equipo, en silencio, mira un monitor, a la espera de noticias del flujo intrahep¨¢tico. De pronto, un r¨ªo azul y rojo llena la pantalla. ¡°?Ah¨ª, ah¨ª, ah¨ª est¨¢!¡±, exclaman. La se?al de vida. Y poco m¨¢s. Los cirujanos guardan sus lentes de aumentos en estuches de cuero. Son cerca de las once de la noche. Llevan 14 horas de trabajo. Y mientras se cambian en un peque?o vestuario, Santamar¨ªa comenta con un colega: ¡°Posiblemente ma?ana tengamos l¨ªo¡±. Otro trasplante. Un posible donante. En s¨¢bado. Pero nadie repara en eso. El doctor se coloca la camisa, se abrocha el cintur¨®n y, justo antes de abandonar el vestuario, a?ade: ¡°Siempre te llaman cuando est¨¢s a punto de irte".?
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