El ¡®tacongate¡¯

Ay, los zapatos de tac¨®n. R¨ªos de tinta se ha escrito sobre ellos, y esta semana su cauce ha subido hasta casi, casi desbordarse.

Ingenios de belleza y dolor (quien diga que los pies no duelen tras dos horas sobre unos tacones de 12 cent¨ªmetros, miente, cr¨¦anme), ¨²ltimamente bajarse de ellos los est¨¢ convirtiendo en p¨²lpitos donde alzar la voz. Los Globos de Oro y los Oscar (estos menos, la correcci¨®n pol¨ªtica y tal...) prendieron la mecha. ?Por qu¨¦ hay que encaramarse a ellos? ?Por qu¨¦ solo las mujeres deben subirse, sin opci¨®n, a los que para muchas son los potros de tortura del siglo? Bien est¨¢ si se eligen, si se decide optar por maravillas arquitect¨®nicas y visuales de nombre propio ¡ªlos manolos, los louboutines¡ª que alargan y embellecen mientras machacan los juanetes.

Seis meses despu¨¦s de aquellos polvos, los lodos llegan a la Croisette. Unas mujeres fueron desterradas en un estreno del ?liberal? Cannes por no llevar tacones: iban de plano, por problemas de salud. Al festival parece no gustarle que las mujeres pierdan un palmo en sus eventos. Directores y cr¨ªticos han hablado... y actores, que es a quien al final escuchamos. Se enfada Emily Blunt: ella adoooora sus Converse. Se solidariza-mofa Benicio del Toro: ¨¦l ir¨¢ en tacones al estreno de su peli.

Nada. Ni Francia, ni libert¨¦, ni nada: Blunt se calz¨® unas sandaliazas plateadas, Del Toro unos c¨®modos zapatos de piel. Esa alfombra no se pisa sin tacones (In¨¨s de la Fressange, t¨² no cuentas). Bien est¨¢ que las actrices hagan lo que quieran. Pero lo que quieran, que lo hagan. Seriedad, uni¨®n, determinaci¨®n. Por el bien de muchos juanetes.