La historia que olvidamos
Los europeos no podemos desentendernos mientras el Mediterr¨¢neo se convierte en una fosa com¨²n. Tenemos un deber de solidaridad con quienes sufren una crisis que no es de inmigrantes sino de refugiados
Resulta ins¨®lita la capacidad del ser humano para olvidar y descuidar todo aquello que no percibimos como amenaza en el momento presente. Parece que los europeos nos hemos olvidado de que fuimos los primeros amparados por el r¨¦gimen internacional del refugiado. Fue precisamente hace un siglo, ante la gran cantidad de desplazamientos provocados por la I Guerra Mundial y la consecuente reconstrucci¨®n del mapa europeo. La comunidad internacional entendi¨® que hab¨ªa que proteger a aquellos europeos que hu¨ªan de la persecuci¨®n por su raza, religi¨®n, nacionalidad u opiniones pol¨ªticas.
Las tragedias de los ¨²ltimos meses en el Mediterr¨¢neo, donde hemos visto c¨®mo miles de personas arriesgaban y perd¨ªan la vida con la esperanza de hallar un lugar seguro, han conseguido que volvamos la vista hacia esta cuesti¨®n. No obstante, gran parte de las reacciones no han estado a la altura de las circunstancias.
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S¨®lo en los primeros meses de 2015, m¨¢s de 38.000 personas han cruzado a Europa desde las costas norteafricanas y 1.800 personas han fallecido en el intento (m¨¢s del doble que en todo el a?o 2013). Ante esta cat¨¢strofe humanitaria es realmente sorprendente que tantos europeos se hayan mostrado a priori reticentes a aceptar a ning¨²n refugiado m¨¢s.
No podemos olvidar tampoco que los intentos de enfrentar a nacionales con extranjeros no son nuevos. Tratan de resurgir con distintos envoltorios y se presentan como centinelas de la identidad nacional. No tenemos que mirar muy atr¨¢s en las p¨¢ginas de la historia para comprobar cu¨¢n devastadoras son sus consecuencias.
Es imprescindible no caer en la ret¨®rica de algunas narrativas que est¨¢n adquiriendo fuerza en Europa: tratan esta cat¨¢strofe humanitaria como si se tratara de un problema de inmigraci¨®n masiva de la cual debemos proteger nuestra econom¨ªa, nuestro mercado laboral y nuestra cultura.
La realidad desmiente a los discursos populistas. Pese a que en ocasiones es dif¨ªcil distinguir entre los motivos que propician los desplazamientos, los datos de ACNUR demuestran que al menos la mitad de las personas que cruzan el Mediterr¨¢neo para llegar a Europa huyen de la guerra y la persecuci¨®n. Asimismo, la Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones y la Marina Militar italiana, determinan que los principales pa¨ªses de origen de los inmigrantes este a?o son Eritrea, Somalia, Nigeria, Gambia y Siria. Son pa¨ªses inmersos en conflictos, en los que se dan las condiciones necesarias para pedir asilo a otro Estado.
Sorprende las reticencias de algunos pa¨ªses ante esta cat¨¢strofe humanitaria
No se trata de una crisis de inmigrantes sino de una crisis de refugiados. El Derecho Internacional nos obliga claramente a proteger a las personas que huyen de la persecuci¨®n; y, por nuestro car¨¢cter europeo, tenemos un deber de solidaridad con quienes la sufren. Especialmente, en este momento de intensa conflictividad en las fronteras europeas y a nivel global. Estamos observando c¨®mo se frena la tendencia hacia la reducci¨®n del n¨²mero y la virulencia de los conflictos armados, que se hab¨ªa consolidado desde la II Guerra Mundial. De Bamako a Alepo, todo el Mediterr¨¢neo al sur de la Uni¨®n Europea, se encuentra en situaci¨®n de guerra o extrema fragilidad. La inestabilidad en el Norte de ?frica y los diversos conflictos en Oriente Pr¨®ximo y la regi¨®n del Sahel son ejemplo de ello.
Es err¨®neo pensar que Europa est¨¢ cargando sola con el peso de los desplazamientos forzosos ocasionados por estos conflictos. Europa no es ni la ¨²nica regi¨®n ni la m¨¢s afectada por estos flujos de migraci¨®n. De hecho, nueve de cada 10 refugiados se quedan en su regi¨®n, en pa¨ªses cercanos a los conflictos de los que huyen. En Jordania, solo un campo de refugiados, el de Za¡¯atari, alberga a 83.000 personas, y es ya la cuarta ciudad m¨¢s poblada del pa¨ªs. Mientras que en pa¨ªses europeos, como Espa?a o Grecia, el n¨²mero de refugiados ronda los 4.000. Resulta sorprendente que en Europa no seamos capaces de ponernos de acuerdo en un sistema de reubicaci¨®n y reasentamiento para acoger a 20.000 refugiados ¡ªdistribuidos a trav¨¦s de cuotas en 28 Estados¡ª cuando L¨ªbano acoge a 1.116.000 personas, una cifra similar a la poblaci¨®n de Bruselas.
Por otro lado, los esfuerzos que los pa¨ªses europeos destinan a la cuesti¨®n del refugio est¨¢n claramente descompensados. Las pol¨ªticas nacionales de asilo difieren tanto que, el a?o pasado, dos tercios de todos los refugiados de Europa fueron acogidos por solo cuatro pa¨ªses: Alemania, Suecia, Francia e Italia.
No podemos desentendernos mientras las redes de contrabando de personas convierten el Mediterr¨¢neo en una fosa com¨²n. Las operaciones de salvamento no son meramente responsabilidad de los pa¨ªses de la ribera mediterr¨¢nea. Adem¨¢s, requieren un presupuesto m¨¢s elevado, un ¨¢mbito de actuaci¨®n m¨¢s amplio y un prop¨®sito claro de b¨²squeda y salvamento, no ¨²nicamente de control de fronteras.
Es la primera vez que el n¨²mero de desplazados supera al de la II Guerra Mundial
Nos encontramos en un momento decisivo. Los intentos de aislamiento, de algunos pa¨ªses europeos, y la tragedia que estamos presenciando en nuestras fronteras, nos interpelan. Nos piden m¨¢s liderazgo, m¨¢s decisi¨®n a la hora de explicar a los ciudadanos europeos por qu¨¦ debemos acoger a los refugiados.
La mera gesti¨®n de la crisis no es suficiente. La Uni¨®n Europea es un modelo de c¨®mo los Estados pueden cooperar para superar conflictos y generar prosperidad. Para no perder esa autoridad moral y pol¨ªtica, es necesario que se involucre m¨¢s all¨¢ de sus fronteras, no de forma reactiva, sino de manera sincera y decidida, llegando a acuerdos con los vecinos del Sur.
Detr¨¢s de cada persona que cruza el Mediterr¨¢neo y de cada petici¨®n de asilo que reciben los Estados miembros hay una historia de violencia, miedo, p¨¦rdidas familiares y otras tragedias humanas. El fin no es llegar a Europa sino escapar del conflicto.
No podemos olvidar nuestra historia. Es la primera vez que el n¨²mero de desplazados supera al de la II Guerra Mundial. Entonces, fuimos los europeos los que hu¨ªamos de la persecuci¨®n. Si mantenemos nuestra propia historia en la memoria, evitaremos muchos de los errores ya cometidos, y demostraremos que la existencia del proyecto europeo no es s¨®lo positivo para los europeos sino para el mundo.
Javier Solana es distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de ESADEgeo, el Centro de Econom¨ªa y Geopol¨ªtica Global de ESADE
? Project Syndicate, 2015.
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