Cuando la guerra se serv¨ªa muy fr¨ªa en el deporte
Entre 1945 y 1989, el conflicto entre Occidente y el bloque sovi¨¦tico no vio bombardeos. La tensi¨®n se dirimi¨® en un entorno m¨¢s feroz: el campo de juego
Ciudades como Helsinki, Melbourne, Roma, M¨¦xico D.F., M¨²nich o Montreal fueron escenario de una ¨¦pica confrontaci¨®n, seg¨²n sol¨ªa presentarse desde el lado occidental del muro de Berl¨ªn, entre el Mundo Libre y el inmenso gulag sovi¨¦tico. La sonrisa americana contra el g¨¦lido rictus ruso. Patriotas j¨®venes y entusiastas contra deshumanizados esclavos de una tiran¨ªa grotesca. El apogeo de semejante narrativa se vivi¨® el viernes 22 de febrero de 1980, fecha del partido de hockey que ha pasado a la historia como el milagro sobre hielo. Ese d¨ªa, en la fase final de los Juegos Ol¨ªmpicos de invierno disputados en Lake Placid, una poblaci¨®n rural del estado de Nueva York, la selecci¨®n sovi¨¦tica que entrenaba el general Viktor Tij¨®nov, fue derrotada 4 a 3 por los Estados Unidos de Herb Brooks en la que Sports Illustrated considera una de las mayores sorpresas de la historia del deporte, adem¨¢s de una victoria de la creatividad y el talento occidentales sobre el colectivismo sin alma.
Sin embargo, Gabe Polsky, director del estupendo documental Red Army, opina que las cosas tal vez no fuesen tan sencillas: ¡°En realidad, aquel equipo sovi¨¦tico era el equivalente a lo que el Brasil de Pel¨¦ fue para el f¨²tbol. Practicaba un hockey de alta escuela, una casi perfecta mezcla de precisi¨®n, riqueza t¨¢ctica, creatividad y belleza. En comparaci¨®n, el juego de Estados Unidos era agresivo y tosco. Su victoria s¨®lo se explica por factores como un arbitraje poco riguroso o la actitud de los jugadores sovi¨¦ticos, que hab¨ªan goleado a los norteamericanos pocos d¨ªa antes en un partido amistoso y probablemente cometieron el error de subestimarlos¡±.
Stalin intuy¨® la importancia del deporte para reforzar la capacidad de seducci¨®n cultural de la U.R.S.S."
La pel¨ªcula de Polsky, hijo de ucranianos exiliados en Chicago, es una oda a aquella generaci¨®n de jugadores sovi¨¦ticos que hizo arte sobre hielo ¡°al servicio de una dictadura atroz que les explot¨® de una manera desconsiderada y c¨ªnica¡±. Porque aquel equipo derrotado contra todo pron¨®stico en 1980 sublimar¨ªa su hockey en los a?os siguientes. Liderado por el exquisito defensa Slava Fetisov, conseguir¨ªa la medalla de oro en los Juegos de 1984, 1988 y 1992 ¨Caqu¨ª ya bajo las provisionales siglas de la CEI (Comunidad de Estados Independientes)¨C antes de disolverse tras el colapso sovi¨¦tico. Muchos de sus integrantes acabar¨ªan jugando la liga del enemigo, una NHL norteamericana que, seg¨²n Polsky, dar¨ªa un notable salto de calidad gracias a ellos.
Robert Edelman, profesor de Historia del Deporte en la Universidad de San Diego, ha dedicado gran parte de su carrera a reconstruir e interpretar el fascinante duelo deportivo entre Oriente y Occidente que se vivi¨® entre 1945 y 1989. ¡°Tras la Segunda Guerra Mundial, Stalin ya intuy¨® la importancia que iba a tener el deporte para reforzar el poder y la capacidad de seducci¨®n cultural de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, adem¨¢s de para contribuir a romper su aislamiento diplom¨¢tico¡±, explica Edelman, uno de los autores del ensayo de referencia East plays West: Sport and the Cold War (El Este contra el Oeste: deporte y Guerra Fr¨ªa). ¡°Ya en 1945, pocos meses despu¨¦s del final de la guerra, el propio Stalin es quien toma una decisi¨®n tan arriesgada como permitir que el Dinamo de Mosc¨² acepte la invitaci¨®n de jugar una serie de amistosos en Inglaterra¡±.
Por entonces, seg¨²n aclara, ¡°apenas se disputaban partidos internacionales de f¨²tbol entre clubes, pero exist¨ªa la convicci¨®n generalizada de que los ingleses, inventores del juego y con una tradici¨®n muy s¨®lida, estaban a otro nivel, muy por encima del resto. Sin embargo, Stalin consult¨® con sus asesores y uno de ellos le asegur¨® que el Dinamo ten¨ªa jugadores extraordinarios como Bobrov y que pod¨ªa ganarle a casi cualquier equipo del mundo, incluidos los ingleses. El hombre que se atrevi¨® a dar aquel consejo se jug¨® la vida. Pero acert¨®¡±.
La gira de aquel Dinamo de Mosc¨² bautizado por la prensa brit¨¢nica como los hijos de Stalin fue todo un ¨¦xito deportivo y propagand¨ªstico. Ganaron al Arsenal, golearon al Cardiff City y empataron con un por entonces poderos¨ªsimo Chelsea en un partido que caus¨® sensaci¨®n. ¡°Aquel equipo ya marc¨® la pauta de c¨®mo ser¨ªan percibidos los deportistas sovi¨¦ticos en Occidente a partir de entonces¡±, explica Edelman. The Times los describi¨® como ¡°robots sin alma¡±. ¡°Ten¨ªan talento, pero lo pon¨ªan siempre al servicio del colectivo. Eran disciplinados, esforzados, met¨®dicos. El car¨¢cter ruso, poco dado a la efusividad, y el hecho de que fuesen extranjeros en un pa¨ªs que percib¨ªan como hostil hicieron el resto¡±.
El comit¨¦ organizador finland¨¦s construy¨® una segunda villa ol¨ªmpica a ¨²ltima hora para que no hubiese contacto entre las delegaciones estadounidense y sovi¨¦tica
Tras esa primera fase de exploraci¨®n, en la que los equipos sovi¨¦ticos compiten de manera selectiva y s¨®lo cuando las autoridades creen que pueden ganar, llega el punto de inflexi¨®n definitivo: 1952, el a?o en que la Guerra Fr¨ªa se instala en el mundo del deporte. Ese verano, una delegaci¨®n sovi¨¦tica participa por vez primera en unos Juegos Ol¨ªmpicos, los de Helsinki. ¡°Es un periodo de confrontaci¨®n directa entre los dos bloques, en plena guerra de Corea¡±, explica Edelman. ¡°El comit¨¦ organizador finland¨¦s tuvo que hacer una inversi¨®n de ¨²ltima hora para construir una segunda villa ol¨ªmpica, situada en la otra punta de la ciudad, y asegurar as¨ª que no hubiese apenas contacto entre las delegaciones estadounidense y sovi¨¦tica.Hubo incluso que coordinar los desplazamientos al estadio para que no se produjesen encuentros fortuitos¡±.
La Uni¨®n Sovi¨¦tica presenta 295 deportistas, nueve m¨¢s que Estados Unidos, y consigue un total de 71 medallas, 22 de ellas de oro, por 76, 40 de oro, de los estadounidenses. Un resultado que asombr¨® al mundo, pero que a Stalin, que morir¨ªa pocos meses despu¨¦s, le pareci¨® del todo insuficiente: ¡°A partir de ah¨ª, se incrementa de manera progresiva la inversi¨®n y el control pol¨ªtico de los programas deportivos sovi¨¦ticos¡±, relata Edelman, ¡°con la prioridad de superar a Estados Unidos en el medallero ol¨ªmpico en un esfuerzo organizado que tiene puntos en com¨²n con la carrera espacial y la escalada armament¨ªstica¡±.
En a?os posteriores, antes de llegar a ese cl¨ªmax tard¨ªo que es el milagro sobre hielo, se sucedieron episodios a medio camino entre la comedia, la epopeya y el drama y que hoy forman parte de la historia del deporte. Como la irrupci¨®n del hombre al que Gabe Polsky considera ¡°un aut¨¦ntico genio¡±, Anatoli Tarasov, padre del hockey sobre hielo moderno, entrenador del CSKA de Mosc¨² y de las selecciones sovi¨¦ticas que dominaron el juego a partir de 1958. O la llamada contrarrevoluci¨®n del patinaje que se produjo en los Juegos Ol¨ªmpicos de Invierno disputados en Cortina d¡¯Ampezzo, Italia, cuando Hayes Alan Jenkins y Tenley Albright consiguieron sendas medallas de oro en un deporte que parec¨ªa coto privado de los sovi¨¦ticos, en la primera constataci¨®n de que Estados Unidos tambi¨¦n se tomaba muy en serio la tarea de convertir las competiciones internacionales en una nueva trinchera de la Guerra Fr¨ªa.
¡°Hubo alg¨²n suceso geopol¨ªtico y deportivo inesperado¡±, relata Edelman. ¡°Como la violenta pelea que se produjo entre las selecciones de waterpolo de Hungr¨ªa y la Uni¨®n Sovi¨¦tica en los Juegos Ol¨ªmpicos de Melbourne de 1956¡±. Una breve pero brutal tangana que implic¨® a jugadores, entrenadores y parte del p¨²blico y que la prensa australiana describi¨® como ¡°el d¨ªa en que la piscina se ti?¨® de sangre¡±. La sangre vertida fue la de Ervin Z¨¢dor, jugador h¨²ngaro que se hab¨ªa pasado el partido llamando ¡°asesinos¡± a sus rivales sovi¨¦ticos hasta que el pu?o de uno de ellos, Valentin Prokopov, le rompi¨® un p¨®mulo y el tabique nasal.
M¨¢s all¨¢ de la sangre, la Guerra Fr¨ªa y su l¨®gica inexorable contribuyeron a popularizar deportes minoritarios. Fue el caso del tenis de mesa, utilizado por Richard Nixon en 1972 como arma diplom¨¢tica en una delirante gira del equipo de EE UU por la China de Mao. O el ajedrez, que adquiri¨® una centralidad ins¨®lita cuando un neoyorquino de tendencias paranoides, Robert James Fischer, se proclam¨® campe¨®n del mundo derrotando en Reikiavik al ruso Boris Spassky. Seg¨²n el brit¨¢nico Raymond Keene, Gran Maestro Internacional y periodista deportivo, ¡°aquello se vendi¨® como una victoria del genio occidental, de los valores del mundo libre, sobre la gris ortodoxia comunista, pero la realidad es que ni Fischer era un h¨¦roe americano ni Spassky un comunista recalcitrante. Eran dos jugadores excelentes, cada uno en su estilo, pero con una aproximaci¨®n al ajedrez bastante similar. Y gan¨® el que estaba en mejor forma, porque el Fischer de 1972 era poco menos que intratable¡±.
Ya en los estertores de la Guerra Fr¨ªa, en 1976, el mundo se enamor¨® de la gimnasia y de una adolescente rumana, Nadia Comaneci, que personificaba los g¨¦lidos y austeros valores del Bloque del Este en una versi¨®n m¨¢s gr¨¢cil, elegante y moderna. Lola Lafon, escritora francesa criada entre Ruman¨ªa y Bulgaria, le ha dedicado un libro, La peque?a comunista que no sonre¨ªa nunca (Ed. Anagrama), que pretende ser tan desmitificador como el documental de Polsky. Lafon es consciente del papel de Comaneci como icono tard¨ªo de la Guerra Fr¨ªa, pero, para ella, la paradoja de esta historia es que ¡°Occidente cay¨® bajo el hechizo de una jovencita que, en el fondo, era un producto de la dictadura y la propaganda comunista¡±. Como K¨¢rpov, como el Dinamo de los hijos de Stalin y como aquel equipo de hockey sovi¨¦tico que le rob¨® el coraz¨®n a Gabe Polsky haciendo arte sobre hielo.
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