El Quijote de Trapiello
La ¡°traducci¨®n¡± del cl¨¢sico puede servir para que muchas m¨¢s personas puedan disfrutarlo
Ten¨ªa yo entonces 12 a?os. Cursaba bachillerato en un centro escolar regentado por frailes agustinos. El profesor de Lengua Espa?ola, bastante peg¨®n, dispuso que los alumnos leyeran el Quijote. Ya hab¨ªa hecho otro tanto con el Poema del Cid (prosificado por Alfonso Reyes), La Celestina y el Lazarillo de Tormes, siempre en las ediciones populares de la colecci¨®n Austral de Espasa-Calpe.
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La t¨¦cnica pedag¨®gica de aquel docente era simple. El fraile repart¨ªa los ejemplares, anunciaba un plazo de lectura y somet¨ªa a los alumnos a un examen consistente en resumir por escrito el argumento del libro, lo que le permit¨ªa comprobar no tanto si los alumnos hab¨ªan entendido la obra, como si la hab¨ªan le¨ªdo hasta el final. Yo no acab¨¦ el Quijote. No pude. No entend¨ª nada. Estuve oje¨¢ndolo en mi casa con viva sensaci¨®n de fracaso. Les tom¨¦ fila al protagonista, al autor, al libro de letra apretada, al que lo escribi¨® y al que lo mand¨® leer.
Yendo y viniendo d¨ªas, el azar y mi esfuerzo determinaron hacerme profesor de lo mismo, aunque sin sotana y con m¨¢s vocaci¨®n de servir a los alumnos que de meterles las letras con sangre, como postulaba (y practicaba) aquel bendito hombre a quien su Dios perdone como le he perdonado yo. Igual que fracas¨® ¨¦l con su regla y su mano expeditiva, fracas¨¦ yo con mis buenas intenciones. Y tengo para m¨ª que el libro de Cervantes, entonces como ahora, es un monte demasiado escarpado para que lo suba cualquiera, tanto da si dentro o fuera de los m¨¢rgenes de la infancia.
Le reprocho a Andr¨¦s Trapiello que no hubiese nacido unas d¨¦cadas antes de cuando lo pari¨® su madre, de modo que su adaptaci¨®n del Quijote al entendimiento de los actuales inexpertos me hubiese alcanzado con ocasi¨®n de mi primera lectura del libro, y aun despu¨¦s, cuando, siendo profesor, me habr¨ªa venido de perlas su trabajo para introducirles el gusanillo de la lectura a mis alumnos.
Yo asocio al Quijote con un gozo considerable, no s¨®lo literario; pero contengo ahora mi entusiasmo porque no dispongo aqu¨ª de espacio para derramarme en impresiones privadas. La circunstancia de que numerosas personas de lengua espa?ola materna que, pudiendo leerlo y, por tanto, gozarlo, no lo lean, no constituye un problema de la novela de Cervantes, sino un problema grave de esas mismas personas, que acaso ignoren lo mucho y bueno que se pierden.
Siendo profesor, me habr¨ªa venido de perlas su trabajo para introducirles el gusanillo de la lectura a mis alumnos
Hay, seg¨²n me han dicho, quien se averg¨¹enza de reconocer en voz alta que no ha le¨ªdo el Quijote. No se conoce m¨¢s ortodoncia para ese diente negro en la formaci¨®n cultural de los ciudadanos que la lectura gozosa del libro; pero no hay arreglo sin ortodoncista, y aqu¨ª es donde Trapiello, con su meritoria aportaci¨®n, puede a buen seguro echar una mano.
Opino que su llamada ¡°traducci¨®n¡± del Quijote a la lengua espa?ola moderna en modo alguno suplanta la versi¨®n original (que tampoco, empezando por la puntuaci¨®n, es exactamente la que hemos venido leyendo los amantes de la novela). No es el de Trapiello un Quijote para lectores perezosos de consultar el diccionario o las copiosas notas explicativas, sino un acercamiento de estimable valor did¨¢ctico, por tanto una acertada y seductora invitaci¨®n dirigida a tantas personas que han sentido alguna vez la frustraci¨®n de no disfrutar con el Quijote o que se animar¨ªan a leerlo si supiesen de antemano que lo iban a entender. Nada obsta para que, subida con ayuda la mitad del monte, completen alg¨²n d¨ªa la escalada por su cuenta.
No andan los ¨ªndices de lectura en Espa?a como para menospreciar la aportaci¨®n de Trapiello ni la de ning¨²n otro que con altura de miras haga apetecible a los dem¨¢s el trato con los libros. Anda, a mi parecer, el Quijote un s¨ª es no es canonizado, con fama de Libro con may¨²scula, y es una pena que, con tantas bromas y peripecias jocosas como contiene, le pongan una p¨¢tina antip¨¢tica que no merece. No menos me rasca la paciencia la actitud del celoso persuadido de que la novela de Cervantes es cosa suya porque la conoce bien y se irrita cuando se la tocan. A m¨ª, en aquellos lejanos d¨ªas de colegial, la traducci¨®n de Trapiello me habr¨ªa librado de un suspenso y de una bofetada.
Fernando Aramburu es escritor.
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