La pol¨ªtica de las almas bellas
Ciudadanos y Podemos tienen que abandonar la teor¨ªa y mancharse con la pol¨ªtica real
Una de las consecuencias m¨¢s interesantes de las ¨²ltimas elecciones auton¨®micas y municipales es que, por fin, las almas bellas van a verse obligadas a enfangarse en el noble cenagal de la pol¨ªtica. Le debemos a Goethe, en sus Confesiones de una alma bella,la reintroducci¨®n del t¨¦rmino en la historia moderna, si bien es Hegel quien nos entrega, desde una perspectiva radicalmente cr¨ªtica, los caracteres esenciales de esa figura rom¨¢ntica de la conciencia: ¡°Es conciencia que, con el fin de mantener la pureza de los principios en su m¨¢xima universalidad [¡]o en su pura intencionalidad, termina renunciando a la acci¨®n, o mostrando un desapego y desinter¨¦s por los modos en que la universalidad se puede materializar o encarnar¡±. El alma bella, para Hegel, se niega a alienarse en el mundo para no perder su ¨ªntima pureza, pero eso implica que su existencia se resuelve en un estado de eterna melancol¨ªa. Nietzsche, siempre m¨¢s mal¨¦volo, no dejar¨ªa de olfatear una inequ¨ªvoca voluntad de poder, eso s¨ª, reactiva, detr¨¢s de esa pretendida inocencia.
Hasta estas ¨²ltimas elecciones Podemos y Ciudadanos han podido representar el papel de almas bellas. Ambos han estado revoloteando en el ¨¦ter, siempre c¨®modo, de la pura teor¨ªa. Desde ahora, ambos habr¨¢n de enfrentarse a las inevitables contradicciones que conlleva la inscripci¨®n en la pol¨ªtica efectiva. El grado de intensidad de esas contradicciones ser¨¢ directamente proporcional a la dimensi¨®n de negatividad que contengan sus premisas. En Podemos un partido que lleva en su ADN ideol¨®gico la negaci¨®n de los fundamentos de la democracia representativa, la mera participaci¨®n en un juego que han estado denunciando como una innoble pantomima no solo significa una flagrante contradicci¨®n con sus propios principios, sino que, parad¨®jicamente, viene a reforzar el car¨¢cter democr¨¢tico del sistema objeto de sus cr¨ªticas.
Su segunda contradicci¨®n comienza justo en el momento en el que sus representantes, democr¨¢ticamente elegidos, se vean obligados a abandonar el limbo de maximalismo moral en el que hasta ahora han residido para llegar a acuerdos concretos con otros partidos. Quienes han vendido el cielo como paradigma, tendr¨¢n que explicar a sus adeptos el car¨¢cter estrictamente terrenal de la pol¨ªtica. Aquellos que le negaba el pan y la sal de la legitimidad democr¨¢tica a los otros partidos, a los bancos, a los representantes del pueblo (¡°No, nos representan¡±), instalados en la red de interconexiones e intereses que constituye la condici¨®n de posibilidad del poder pol¨ªtico tendr¨¢n que abjurar de una parte, m¨¢s o menos grande, de sus principios, con el riesgo inevitable de decepcionar a la parte m¨¢s fervorosa y virginal de su feligres¨ªa. Si se aplica el t¨¦rmino ¡°casta¡± indiscriminadamente, cualquier contacto con otra realidad termina pareciendo una transacci¨®n poco digna.
Muy distinto es el caso de Ciudadanos, cuyo punto de partida no desmiente un compromiso inequ¨ªvoco con la democracia representativa. Sus potenciales contradicciones se circunscriben a la coherencia o no de los acuerdos de gobierno que suscriban. No hay que olvidar que un n¨²mero bastante significativo de los votos que han ido a este partido proceden de votantes del PP desenga?ados de su actitud laxa frente a la corrupci¨®n interna, su concepci¨®n tecnocr¨¢tica de la pol¨ªtica y la arrogancia, en ocasiones soez, que exhiben algunos de sus dirigentes. Por eso, muchos de esos votos flotantes podr¨ªan regresar al PP si se convirtieran en instrumentos para la formaci¨®n de gobiernos de signo ideol¨®gico opuesto. Todo ello se complica, por la estructura interna poco consolidada de este partido y por una avalancha de afiliaciones que podr¨ªa facilitar la irrupci¨®n de sorpresas poco gratas en t¨¦rminos de moralidad pol¨ªtica.
Sea como fuere, es una buena noticia para la democracia espa?ola la alienaci¨®n de las almas bellas en la arena pol¨ªtica. Hegel afirma que el alma bella se proyecta siempre en una comunidad ideal. Inevitablemente, para muchos de los que hasta ahora han estado viviendo en ella van a resultar muy decepcionantes las componendas que exige el juego pol¨ªtico. Por eso me atrevo aventurar algo que va contra la inercia de los an¨¢lisis que dan prematuramente por muerto al bipartidismo. A medida que se acerquen las elecciones generales, la polaridad ideol¨®gica y el ba?o de realidad de los nuevos partidos van a conjugarse en favor de los antiguos.
Manuel Ruiz Zamora es fil¨®sofo e historiador del arte.
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