De qu¨¦ hablaremos cuando estemos vivos
Tal vez es verdad que hay gente que vive feliz en la ignorancia. Que prefiere no hacerse preguntas
Un guardi¨¢n, joven y fornido, patea en el suelo nevado a un prisionero anciano que se ha ca¨ªdo exhausto. No tiene fuerzas ni para quejarse. Y nadie se atreve a protestar porque se juega la vida. Est¨¢n en un campo de exterminio. Pero aun as¨ª hay una palabra ind¨®mita, que se abre paso en el casta?eteo de los dientes.
¨CWarum?
Alguien ha hecho una pregunta. La pregunta.
¨C?Por qu¨¦?
La ciencia de preguntar por qu¨¦ est¨¢ en mala hora en la ense?anza espa?ola
El guardi¨¢n nazi se revuelve. Tambi¨¦n est¨¢ adiestrado para eso. Tiene una respuesta terminal.
¨CHier ist kein warum (Aqu¨ª no hay ning¨²n porqu¨¦).
Lo cuenta Primo Levi en Si esto es un hombre. ?l es quien se ha atrevido a hacer la pregunta. Y la respuesta del guardi¨¢n equivale a todo un tratado sobre la historia dram¨¢tica de la cultura. La primera medida de todo poder autoritario es hacerle la vida imposible a los porqu¨¦s. La arbitrariedad no soporta ese interrogante. Ni en un palacio imperial, ni en una empresa, ni en una escuela, ni en una iglesia, ni en una choza. Al privarlo del porqu¨¦, se convierte al otro en un subalterno, en un prescindible. Un espacio sin porqu¨¦s acaba siendo siempre lo que C¨¦sar Vallejo llam¨® ¡°tierra indolente¡±: donde cavar un adi¨®s.
Tal vez es verdad que hay gente que vive feliz en la ignorancia. Que prefiere no hacerse preguntas. Preguntar, igual que recordar, a veces duele. Lo absurdo es que haya propagadores, en lo p¨²blico, de un inconfesado ¡°derecho¡± a la ignorancia. Y lo m¨¢s calamitoso es que esa substracci¨®n de porqu¨¦s tenga como campo preferente la ense?anza. A un atracador le pregunt¨® el juez cu¨¢l era la raz¨®n de elegir siempre establecimientos bancarios, y el hombre, un aut¨¦ntico profesional, le contest¨®: ¡°All¨ª es donde est¨¢ el dinero, se?or juez¡±. Los profetas de la ignorancia no suelen ser tan sinceros. Dicen que act¨²an sobre la ense?anza para mejorarla, hacerla m¨¢s competitiva, e incluso m¨¢s libre. En realidad, lo que hacen es apropiarse de los porqu¨¦s. ?Por qu¨¦? Porque es ah¨ª donde est¨¢n los porqu¨¦s. Las escuelas, los institutos y colegios, los campus, son el h¨¢bitat de los porqu¨¦s. Los primeros catedr¨¢ticos que intentaron introducir en Espa?a el evolucionismo se encontraron, como en otras partes, con la feroz oposici¨®n de los escamoteadores de los porqu¨¦s. Por no citar al bicho, a la teor¨ªa de Darwin la denominaban ¡°La maldita E¡±.
En el principio, tambi¨¦n en el G¨¦nesis, est¨¢ la curiosidad. No es nada dif¨ªcil imaginarse un Creador que consigue encender la luz en las tinieblas y exclama al modo de Edison: ¡°?Vaya, qu¨¦ curioso!¡±. Hablando de luces, en su maravilla m¨¢s reciente, Una historia natural de la curiosidad (Alianza Editorial), Alberto Manguel nos habla de las ¡°m¨¢quinas de curiosidad¡± que se pusieron de moda en el Renacimiento. Una de ellas fue la extraordinaria Rueda de Libros que cre¨® Agostino Ramelli en 1588, no s¨¦ si m¨¢s ¨²til, pero s¨ª m¨¢s ¡°curiosa¡± que un e-book. Otro inventor c¨¦lebre de estas m¨¢quinas de curiosidad fue Castelvetro, que defin¨ªa su arte como ¡°la ciencia de preguntar por qu¨¦¡±.
Esta arte y esta ciencia, la de preguntar por qu¨¦, est¨¢ en mala hora en la ense?anza espa?ola. La discutida Lomce, que entra en vigor de pleno en el pr¨®ximo curso 2015-2016, se presenta por sus valedores como una ¡°m¨¢quina de competitividad¡±, pero deja destartalada la m¨¢s fundamental ¡°m¨¢quina de la curiosidad¡±. No hay competitividad si se hipertrofia la curiosidad. Este modelo sit¨²a en la marginalidad m¨¢s precaria a la Filosof¨ªa, a la Literatura Universal, a las Artes (m¨²sica y pl¨¢stica). En un periodo que se asocia con la tara de la corrupci¨®n, se deshace definitivamente de todo lo que se asocie con la satanizada Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa. Pero lo que es peor: se elimina la ciencia del por qu¨¦, la materia Ciencias del Mundo Contempor¨¢neo. Una buena parte del estudiantado puede terminar el bachillerato sin viajar en la Odisea, sin alucinar con Shakespeare, sin discutir con Voltaire, sin conocer el significado de la maldita E.
En su di¨¢logo con la maestra C¨¦cile Ladjali, George Steiner hablaba de una escuela ¡°en la que el alumno tendr¨ªa permiso para cometer ese gran error que es la esperanza¡±. La nueva reforma no est¨¢ precisamente tejida con lexemas de simpat¨ªa. Sin ning¨²n consenso, obedece a un empe?o partidista, y va aplicarse en una sociedad cada vez m¨¢s abierta.
Alguien, con sentido com¨²n, deber¨ªa meterla en el frigor¨ªfico. ?A qui¨¦n no le gusta cometer el error de tener esperanza?
elpaissemanal@elpais.es
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