La mirada quebrada de Annemarie Heinrich
?Ser¨ªa acaso demasiado descarada? La pregunta cruzaba con frecuencia la mente de la biempensante clientela porte?a que acud¨ªa al estudio de Annemarie Heinrich Corr¨ªan los a?os treinta y la fot¨®grafa, desafiante, recib¨ªa en pantalones. Con id¨¦ntica libertad abord¨® esta pionera de la imagen los retratos y desnudos que caracterizan su obra
Dicen que cuando sal¨ªa de detr¨¢s del mostrador en su estudio de Buenos Aires, en plena d¨¦cada de 1930, vistiendo los pantalones a la moda, pr¨¢cticos para el trabajo, pero adelantados a su tiempo y a la sociedad porte?a, los potenciales clientes dudaban sobre su elecci¨®n de la fot¨®grafa. ?Ser¨ªa acaso excesivamente descarada esta Annemarie Heinrich? Desde luego que lo era, quiz¨¢ porque la mujer de los pantalones, la fot¨®grafa incansable ante cuya lente acabar¨ªan posando grandes estrellas de la pantalla, la radio y el ballet, no se adaptaba jam¨¢s a las convenciones. Incluso cuando llegaba la Navidad, en vez de las cl¨¢sicas felicitaciones, optaba por un joven cuerpo femenino cuya ¨²nica vestimenta era un gorro de Pap¨¢ Noel y sobre el cual se recortaba el t¨ªpico ¡°felices fiestas¡±. El cuerpo, uno de los tantos desnudos que salpicar¨ªan su producci¨®n, era adem¨¢s el de su hija, poniendo de manifiesto esa mirada libre que iba a caracterizar su trayectoria desde los inicios.
En todo caso, Annemarie Heinrich no era la ¨²nica que hab¨ªa encontrado su libertad a trav¨¦s del objetivo: muchas hallaron en el medio ese modo de expresi¨®n que no levantaba excesivos recelos. De esta manera, si ya en el siglo XIX la fotograf¨ªa es vista como un modo adecuado de ganarse la vida para las se?oritas, en parte porque define esas virtudes victorianas propias de lo femenino ¨Cpaciencia, tacto y af¨¢n de superaci¨®n o, dicho de otro modo, un trabajo mec¨¢nico sin la menor esperanza de pulsi¨®n art¨ªstica¨C, las propuestas de Annemarie Heinrich, incluso las que hablan de un trabajo en esencia pragm¨¢tico ¨Csobrevivir¨C, apuntan a una mirada extraordinaria y libre que poco o nada tiene que ver con la tarea mec¨¢nica que la sociedad biempensante sol¨ªa asociar a las mujeres. Hasta se dir¨ªa que las im¨¢genes de Heinrich hacen so?ar con lo que la c¨¢mara termin¨® por significar para las mujeres incluso en el siglo XIX: una inusitada libertad. De la c¨¢mara nadie sospechaba y a trav¨¦s de ella se podr¨ªa quebrar la mirada, romperla, hacerla a?icos¡; subvertir, en suma, las ?f¨®rmulas narrativas que tantas mujeres volv¨ªan a plantear, sobre todo, detr¨¢s de los objetivos en las d¨¦cadas de 1920 y 1930, un momento en el cual dicha foto empezaba a ser algo m¨¢s que un mero documento. Se convert¨ªa m¨¢s bien en una manera alternativa de reescribir el mundo. Y a una misma.
De ese esp¨ªritu iba a participar Annemarie Heinrich, a pesar de que sus inicios como fot¨®grafa se relacionan, como se apuntaba, con la pura supervivencia de la familia, ayudar a su subsistencia tras su llegada a Argentina en 1926. Annemarie naci¨® en Darmstadt en 1912 y vivi¨® en Berl¨ªn con su madre, hija de una familia acomodada, y su padre, Walter Heinrich, violinista de la ?pera de Berl¨ªn y de cruceros de bandera alemana. Es uno de estos viajes el que le lleva a Argentina en 1909, destino que luego elegir¨ªa la familia para emigrar cuando el padre regresa de la contienda con una herida que no le permite seguir tocando el viol¨ªn. Annemarie era una adolescente de 14 a?os cuando se instalaron en Entre R¨ªos, donde viv¨ªan dos hermanos de su madre. Despu¨¦s de pasar penurias, Annemarie y su padre emigran a Buenos Aires ¨Ca ellos se unir¨¢n al poco tiempo la madre y la hermana menor, Ursula¨C, y all¨ª empiezan a surgir los primeros trabajos fotogr¨¢ficos para la joven: tiene ocasi¨®n de trabajar con Rita Branger, quien ten¨ªa su estudio en Belgrano, y Melita Lange, la fot¨®grafa austriaca afincada en Buenos Aires y conocida retratista. De esta ¨²ltima aprender¨ªa el arte de retratar, el uso de las luces y los espacios ¨CHeinrich los domina como nadie¨C, a la vez que perfeccionar¨ªa las t¨¦cnicas del retoque que ella sol¨ªa hacer sobre el propio negativo.
Sea como fuere, su venerado maestro intangible es George Hurrell, afamado fot¨®grafo de Hollywood. Mira y remira esas fotos publicadas en las revistas ilustradas, tan a la moda en esos a?os. Aprende poses. Las admira y las perfecciona, hasta que pocos a?os despu¨¦s, en 1933, se convierte ella misma en fot¨®grafa de las estrellas que van pasando por el Teatro Col¨®n ¨Cmuchas veces retratadas en escena¨C y empieza a colaborar en publicaciones como Novela Semanal, Mundo Social o El Hogar, haciendo sus sue?os realidad, convirti¨¦ndose a su vez en modelo para otros fot¨®grafos principiantes. De hecho, el negocio es tan rentable que su padre no tarda en convertirse en su ayudante: es ¨¦l quien se ocupa del revelado.
A partir de la mitad de los a?os treinta las cosas van muy r¨¢pidas para Annemarie Heinrich y empieza a realizar fotos sociales para Antena y, sobre todo, Radiolandia, publicaci¨®n para la cual trabaja durante 40 a?os. En pleno auge de su carrera hace la primera muestra de fotos en Chile, en 1937, y un a?o despu¨¦s se casa con ?lvaro Sol ¨Ccon quien tiene dos hijos, Ricardo y Alicia, quienes colaboran con la madre en el estudio¨C. Y, como el estudio crece en la avenida de Santa Fe, Heinrich contrata a algunas ayudantes que la asisten en la tarea de la posproducci¨®n, tal vez para que ella pueda dedicar parte de su tiempo a esas fotos que hace por puro placer, sus desnudos, sus fotos de viajes ¨Csobre todo por Sudam¨¦rica, que empieza a exhibir sistem¨¢ticamente a partir de finales de los cuarenta¨C.
Es tal vez esa doble vertiente en su trabajo lo que hace fascinante la producci¨®n de Heinrich, quien muere en Buenos Aires en el a?o 2005. Nadie mejor que ella ha conocido el alma de las grandes estrellas a trav¨¦s de un objetivo perspicaz, desde la ¨²nica Dolores del R¨ªo hasta la gran dama de la televisi¨®n Mirtha Legrand, pasando por la actriz argentina Amelia Bence ¨Ca la cual retrata con uno de los esclavos de Miguel ?ngel, copia de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires¨C o Marian Anderson, la primera cantante afroamericana que actu¨® en el Metropolitan Opera House, en Nueva York, y conocida activista. Mujeres fuertes, pues, que, pese a que Heinrich jam¨¢s admiti¨® de forma abierta su compromiso pol¨ªtico de ninguna especie, subrayan sin duda esa mirada subversiva que volvemos a encontrar en su inter¨¦s hacia los cuerpos andr¨®ginos: ocurre con una imagen del bailar¨ªn Vanoye Aikens de 1954 que tanto recuerda a los cuerpos de color desnudos fotografiados en la d¨¦cada de los ochenta por Robert Mapplethorpe.
Evita la invit¨® a fotografiar al presidente. Heinrich contest¨® que fuera ¨¦l a su estudio, y no volvi¨® a saber m¨¢s de su vieja amiga
Pero si nunca hizo patente su compromiso pol¨ªtico, en cambio s¨ª defendi¨® sus posiciones contra el poder. Cuando, en pleno auge del peronismo, Eva Duarte de Per¨®n, a la cual hab¨ªa fotografiado como la joven Evita, estrella aspirante con traje de rayas y mirada p¨ªcara, la invit¨® a ir a fotografiar al presidente, Heinrich contest¨® que fuera ¨¦l a su estudio para sacarse la foto. No volvi¨® a saber nada m¨¢s de su vieja amiga, pero mantuvo esa libertad que se hace patente en cada una de sus fotos.
Es la libertad que va apareciendo en cada uno de sus gestos fotogr¨¢ficos, en sus numerosos autorretratos que le sirven para explorar iluminaciones, modos de construir. Ahora que la investigaci¨®n de su archivo completo, que lleva a cabo la Universidad Nacional de Tres de Febrero de Buenos Aires ¨Cesta instituci¨®n y el MALBA le han dedicado exposiciones recientemente¨C, ha desvelado esos numerosos autorretratos, los hijos de la artista comentan c¨®mo empiezan a entender lo que su madre hac¨ªa durante todas aquellas horas en el estudio. Es el juego de los reflejos ¨Cde uno mismo, del otro¨C que a menudo aparece literal en el agua de sus fotos de viaje ¨Cuna parte menos conocida de la artista, pero que habla, igual que algunos de sus desnudos de la secci¨®n m¨¢s privada de su producci¨®n¨C. Tal vez por eso cada retrato que hace parece un poco el retrato de ella misma, en ese juego de dobles, de reflejos, que siempre propone el objetivo. Se materializa en una imagen ir¨®nica, perturbadora, a su modo pol¨ªtica: La manzana de Eva, de 1953. Dos manos ¨Cuna de las obsesiones de Heinrich en muchas de sus fotos en diferentes poses y gestos¨C sujetan una manzana mordisqueada que se mide con la imagen de un hombre reflejada en una de sus cl¨¢sicas bolas de cristal. De pronto arranca una sonrisa burlona en los espectadores, que vuelven a ver a Heinrich, en la imaginaci¨®n, desafiante y d¨ªscola, incluso sin saberlo, saliendo de detr¨¢s del mostrador de su estudio con los pantalones subversivos, dispuesta a mirarse en el mundo y a quebrar la mirada.
elpaissemanal@elpais.es
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