Iwahig, la prisi¨®n sin rejas
En la isla de Palawan (Filipinas) existe un penal sin vallas y hasta abierta al p¨²blico donde los reclusos trabajan y viven con sus familias. El centro se autogestiona mientras ensaya este m¨¦todo de reinserci¨®n de los presos
Dos centenares de criminales blanden sus machetes bajo un calor de justicia. Desde el alba y hasta que el sol alcanza su c¨¦nit; asesinos, violadores, estafadores y dem¨¢s delincuentes labran la tierra en la id¨ªlica isla filipina de Palawan. ¡°Yo tambi¨¦n mat¨¦ a un hombre¡±, dice Arturo, de 53 a?os, exhalando el humo del cigarro al aire libre mientras vigila a sus compa?eros, todos con camisetas azules. A medio millar de metros de distancia, los tres guardias armados se relajan a la sombra de una techumbre, despreocupados de la multitud de granjeros cargando hierba y delitos. La desproporci¨®n tambi¨¦n pesa. Bastar¨ªan 15 minutos a pie para cruzar las puertas del penal, abiertas tanto para ellos como para los turistas y las familias que viven con los reclusos en este peculiar correccional.
¡°Las condiciones de vida son mejores aqu¨ª que en el resto de c¨¢rceles gracias a los programas de rehabilitaci¨®n. Adem¨¢s, los guardias nos tratan con dignidad¡±, explica Oscar Omisol, recluso en camiseta beige de 62 a?os. Conoce bien lo que dice: despu¨¦s de cumplir siete a?os en la c¨¢rcel m¨¢s saturada de Filipinas, en Manila, acaba de completar otros 15 en la Prisi¨®n y Granja Penal de Iwahig. Casi media vida privado de libertad. Pero Oscar no piensa en huir, pese a manejar una faca que agita vivamente recordando c¨®mo mat¨® a pu?aladas al hombre que intent¨® asaltar su casa. ¡°Espero que pronto se me conmute la pena¡±, concluye agach¨¢ndose para continuar con sus labores de jardiner¨ªa.
Las tareas al aire libre forman parte del programa de trabajo organizado por el correccional para gran parte de los 3.186 internos. De lunes a s¨¢bado y de seis de la ma?ana a doce del medio d¨ªa, los reclusos se ocupan en faenas de pesca, agricultura o ganader¨ªa. Dependiendo de su categor¨ªa dentro del penal, contribuyen a la producci¨®n de arroz, hortalizas, verduras y pescado. De beige, los criminales de m¨ªnima seguridad; responsables de la asistencia en tareas ligeras y de oficina. De azul, los de categor¨ªa media; a cargo del trabajo en el campo. El Manual de Agroindustria del Departamento Nacional de Penitenciarias destina parte de la producci¨®n para la dieta de los convictos. Con los ingresos de la venta de las reservas restantes, se mantiene a los reos y se gestionan los programas de reinserci¨®n.
¡°La producci¨®n era mayor hace 20 a?os, pero se ha reducido al 50%. De las actividades generadoras de ingresos [agricultura, ganader¨ªa o pesca], s¨®lo el 30% de lo recaudado se utiliza para el mantenimiento de las mismas y para el sustento de los reclusos¡±, explica el superintendente Antonio C. Cruz, director de la prisi¨®n y encargado de gestionar la granja penal con mayor producci¨®n del pa¨ªs (genera m¨¢s del 15% de los ingresos de la oficina de prisiones). El resto de ganancias se administran seg¨²n la Ley de Penitenciar¨ªas de 2013. ¡°Lo importante es que los presos se sientan integrados en la comunidad, porque partir¨ªan de cero sin la aceptaci¨®n del resto de los ciudadanos. Nuestra principal misi¨®n es restaurar justicia, ya no tenemos un objetivo punitivo¡±, a?ade el superintendente.
S¨®lo hemos tenido una veintena de casos de intento de hu¨ªda en la ¨²ltima d¨¦cada
Jennifer, ayudante del superintendente
La Prisi¨®n y Granja Penal de Iwahig dej¨® de ser caladero de la peor cala?a filipina poco despu¨¦s de su creaci¨®n, en 1904. Los colonos estadounidenses siguieron la tradici¨®n del imperio espa?ol, aprovechando la localizaci¨®n geogr¨¢fica de la isla de Palawan ¡ªa 600 kil¨®metros de la capital del pa¨ªs¡ª y su condici¨®n de espacio inhabitado como exilio para los delincuentes m¨¢s peligrosos. Pero Filipinas concedi¨® tierras a los convictos que hab¨ªan completado sus condenas despu¨¦s de la II Guerra Mundial. De esta forma, se cre¨® el sistema que organiza hoy las cinco granjas penales del archipi¨¦lago.
La reinserci¨®n es uno de los objetivos de estos correccionales. En Iwahig, algunos de los presos no s¨®lo viven con sus familias dentro del penal sino que tambi¨¦n cobran un estipendio por su trabajo. Las ganancias dependen de la categor¨ªa de cada recluso, revisada peri¨®dicamente por un comit¨¦ interno en funci¨®n de su progreso en la prisi¨®n. Los convictos encargados de la faena en el campo reciben una mensualidad de 100 pesos (1,9 euros), mientras que los asistentes en tareas de oficina ganan 200 pesos (3,8 euros). El 50% de la compensaci¨®n recibida por los internos se acumula en una cuenta, a la que tienen acceso una vez cumplan condena y sean puestos en libertad.
¡°Soy libre, pero no quiero abandonar la prisi¨®n. Fue un privilegio servir condena aqu¨ª porque me dieron la oportunidad de vivir con mi mujer y cuidar de mi familia¡±, explica Laurence Punciano, de 58 a?os, quien ha criado a tres hijos y un nieto dentro del correccional. Fue sentenciado a tres cadenas perpetuas por el asesinato de varias personas cuando era un pobre diablo de apenas 20 a?os. Pero el ahora vicario de la Iglesia de Cristo, una de las sectas cat¨®licas de Filipinas, es el ¨²nico de los ex-convictos que vive con sus parientes en Iwahig. Esta iglesia acoge a 130 criminales devotos en el llamado Barrio Libertad del penal, donde otra veintena de familias viven con sus maridos, padres y abuelos delincuentes.
Soy libre, pero no quiero abandonar la prisi¨®n. Fue un privilegio servir condena aqu¨ª
Lauren Punciano, ex recluso
Adem¨¢s de los familiares que viven en la prisi¨®n y de aquellos que la visitan ocasionalmente, Iwahig tambi¨¦n recibe turistas. Un solo guardia recostado en la garita saluda amablemente y sin inspecci¨®n alguna a todos los que se adentran en las 26.000 hect¨¢reas del penal. El espacio equivale a tres veces la superficie de Madrid, rodeado por el espeso manglar costero y una cadena monta?osa, y es un enclave extraordinario a s¨®lo 14 kil¨®metros de la capital de Palawan. Puerto Princesa es la ¨²nica entrada la isla, visitada por sus playas paradis¨ªacas y por el enorme r¨ªo subterr¨¢neo considerado una de las maravillas naturales del mundo.
Condenados a aceptar los cambios
¡°Nos gusta estar con los turistas, pero no queremos estar en esta prisi¨®n. Nos trajeron aqu¨ª para descongestionar Muntinlupa ¡ªprincipal prisi¨®n de Manila¡ª. Pero preferimos aquella c¨¢rcel aun estando en peores condiciones, porque al nuestras familias pod¨ªan visitarnos¡±, se queja Rafael, de 29 a?os, mientras juguetea con su perro, Butch. El preso habla en nombre de los convictos bailarines, uno de los reclamos tur¨ªsticos del penal. A cambio de un donativo econ¨®mico, el grupo de ocho reclusos amenizan con danzas a los presentes en el edificio de visitas, donde tambi¨¦n se pueden comprar artesan¨ªas y pinturas creadas por los internos. Todos coinciden en que la situaci¨®n dentro de la c¨¢rcel est¨¢ cambiando.
Araceli Gaddi, de 62 a?os, a?ora los a?os noventa. Recuerda que incluso las familias de los presos de m¨ªnima seguridad ten¨ªan derecho a raci¨®n de comida. ¡°Ahora tenemos lo justo para nosotros, pero no lo suficiente¡ Antes las autoridades daban media raci¨®n para los menores de siete a?os¡±, dice se?alando a su nieto que juega con unos palos fuera del chamizo. Araceli se traslad¨® a la prisi¨®n de Iwahig despu¨¦s de casarse con un convicto en 1993, y all¨ª tuvo a sus tres hijos. ¡°La vida en la prisi¨®n es m¨¢s dif¨ªcil ahora. Las reglas se han endurecido y mi marido ya no puede pasar las noches en nuestro kubo ¡ªcaba?a en el idioma tagalo¡ª¡±.
La hu¨ªda de siete delincuentes en junio de 2014 transform¨® la gesti¨®n de la vida en la prisi¨®n sin rejas. Antes del incidente, alrededor de 50 convictos viv¨ªan con sus familias en las chozas que asoman en el espesor de la granja penal. En la actualidad, todos los presos est¨¢n obligados a dormir en los barracones despu¨¦s del recuento de la tarde. ¡°S¨®lo hemos tenido una veintena de casos de intento de hu¨ªda en la ¨²ltima d¨¦cada¡±, explica Jennifer, ayudante del superintendente en Iwahig. Los intentos de fuga en las granjas penales son inferiores a la media. Como tambi¨¦n lo es la tasa de reincidencia de los criminales excarcelados; por debajo del 5% seg¨²n las autoridades. Pero Iwahig no deja de ser una c¨¢rcel y los problemas con los criminales han transformado su funcionamiento.
¡°Hasta finales de los noventa, algunos reclusos trabajaban cuidando las casas de los empleados de la prisi¨®n. Pero ese programa se cerr¨® cuando uno de ellos mat¨® al hijo de un carcelero por el trato denigrante que recib¨ªa¡±, describe Rose Clarianes, de 56 a?os y antiguo miembro del Grupo Operativo para los Detenidos en Filipinas. Como integrante de la organizaci¨®n de derechos humanos durante 15 a?os en Palawan, Rose tambi¨¦n recuerda que antes los convictos pod¨ªan trabajar fuera de la prisi¨®n, en la construcci¨®n, pero la pr¨¢ctica se suspendi¨® por las quejas de competencia desleal. Los obreros cualificados de la ciudad protestaron porque el bajo coste de la mano de obra de los prisioneros atra¨ªa m¨¢s clientes.
Agunos presos viven con sus familias dentro del penal y cobran un estipendio por su trabajo
Otras fuentes, como la Oficina del Defensor del Pueblo, tambi¨¦n han criticado deficiencias en los programas dentro de la prisi¨®n. Su informe sobre desarrollo e integridad del Departamento de Penitenciar¨ªas de Filipinas de 2007 ¡ªel m¨¢s reciente, de 2015, no es accesible al p¨²blico¡ª, menciona varias irregularidades vinculadas a la corrupci¨®n. El estudio confirma el pago de sobornos para que determinados presos sean transferidos a Iwahig o la falta de transparencia en la gesti¨®n de las cuentas de los presos as¨ª como en los ingresos de la granja penal. Una de las descripciones m¨¢s detalladas se refiere a Balsahan, la piscina natural para turistas dentro de la prisi¨®n y de la que no existen recibos de la recaudaci¨®n hecha por la venta de entradas a visitantes.
En la piscina del penal, Edwin, de 46 a?os, vende dulces a seis pesos (un c¨¦ntimo de euro), cantidad de la que se queda con una sexta parte. ¡°Me condenaron a 15 a?os por robar un coche en Navotas ¡ªuno de los barrios m¨¢s conflictivos de Manila¡ª y ya he pasado cinco trabajando como granjero aqu¨ª. Prefiero esta prisi¨®n a ninguna otra pese a c¨®mo est¨¦ gestionada¡±, explica mientras atiende a varios ni?os en ba?ador que se acercan a por unas galletas. El padre de una de las muchachas, James Ali, se suma a la conversaci¨®n: ¡°No s¨¦ si la c¨¢rcel es transparente o no. Lo que s¨¦ es que ellos [se?alando al condenado] no son tan malos y son mejores personas en Iwahig. Todos nos merecemos una segunda oportunidad. Ellos la empiezan aqu¨ª¡±.
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