El camino de Damasco de Julio Cort¨¢zar
A sus 66 a?os, Julio Cort¨¢zar es uno de los maestros de la narrativa moderna
F¨ªsicamente, su cuali?dad m¨¢s distintiva es la rareza. Porque Ju?lio Cort¨¢zar posee un cuerpo filiforme, interminable, pro?visto de accidentados saledi?zos: esos brazos que revolotean en su camino tronco abajo; esas piernas, dignas de un ar¨¢cnido, que nunca aca?ban de plegarse de tan largas. Los tobillos tambi¨¦n tienen su enjundia, porque se empe?an en destacar, imp¨²dicos, picudos, lamenta?bles, por debajo de un pantal¨®n definitivamen?te corto. Cruza Cort¨¢zar el restaurante en donde hemos quedado con un desencuaderne acompasado, que debe ser lo que su cuerpo en?tiende por andar, y se desploma a c¨¢mara lenta en una silla rinconera, con el muro cubriendo sus espaldas. Al sentarse, dobla las piernas con la misma parsimonia con que se iza un puente levadizo, y las rodillas suben, suben, hasta ha?cerse omnipresentes. Una vez conquistado el asiento, Cort¨¢zar rebulle un instante, afinando su acomodo. Despu¨¦s abre sus ojos verdes, pesta?ea, sonr¨ªe complacido y ruge un poco.
¡ªAyer le vi en el c¨®ctel que dio su edi?torial...
-?si?
¡ªLa habitaci¨®n estaba llena de gente ansio?sa de conocerle: sesenta personas con sesenta ideas preconcebidas de usted, con sesenta im¨¢?genes de Cort¨¢zar distintas. Parec¨ªan leones esperando a un cristiano... Usted, que tiene apariencia y fama de t¨ªmido, ?no se angustia con estas cosas?
Cuantitativamente, he escrito los mejores cuentos que jam¨¢s se han escrito en lengua castellana
¡ªPues no, mira: no es una paradoja ni una coqueter¨ªa; lo que sucede es que me pongo en el lugar de muchos de los que se acercan y... Mu?chos de ellos son m¨¢s t¨ªmidos que yo, y se acer?can con una gran angustia. Hay personas que me han visto fugazmente, incluso, en otro lu?gar, y dudan de que yo les reconozca, no se atreven a decir nada; en el fondo, creo que su?fren m¨¢s que yo; de modo que la partida est¨¢ pareja.
Cort¨¢zar tiene un ritmo vital ralentizado. Gesticula mucho, finge voces distintas, asoma el morro entre las barbas en imitaciones bufo?nescas, prolonga las vocales. Pero todo lo hace de forma tan pausada que sus ademanes adquieren tea?tralidad, una prosopopeya propia de narrador medieval en plaza p¨²blica, las dimensiones fa?bulosas del cuentero. Incluso su figura parece sacada de un cuento para ni?os: su rareza resul?ta familiar, y, a poco que te fijes, le recuerdas, le reconoces como el ogro de las leyendas infanti?les; un ogro, eso s¨ª, sensible y bondadoso, ajeno a cualquier tipo de perfidias. Y, como para co?rroborar esa tendencia a la ogrer¨ªa, el escritor sufre un frenillo peculiar, el c¨¦lebre frenillo cortaziano, que le hace raspar las erres en soterra?da g¨¢rgara con una especie de pac¨ªfico, amisto?so rugidillo.
¡ªEmpecemos por un tema casi t¨®pico en us?ted: la dualidad entre el pol¨ªtico y el escritor, la dificultad que se evidencia en algunas de sus obras en unir lo literario con la finalidad pol¨ª?tica.
¡ªS¨ª, s¨ª; yo s¨¦ que la dificultad est¨¢ en eso, en esa tentativa de lo que yo llamo convergencia entre el discurso pol¨ªtico y el discurso literario, d¨¢ndole a la palabra discurso valoraci¨®n de es?critura. Desde luego, es dif¨ªcil, porque el dis?curso pol¨ªtico es el lenguaje destinado a la co?municaci¨®n, es la prosa en su acepci¨®n m¨¢s prosaica, mientras que la literatura es la utiliza?ci¨®n est¨¦tica del lenguaje. Acercar esas dos ver?tientes y tratar de armonizarlas es un problema que no s¨®lo me preocupa a m¨ª, sino que est¨¢ preocupando a much¨ªsimos escritores, sobre todo, a los latinoamericanos.
¡ªPero quiz¨¢ en usted se note m¨¢s, parecer¨ªa casi una obsesi¨®n. Quiz¨¢ se salga de lo pura?mente literario y arranque de su propia histo?ria. Usted empez¨® escribiendo una literatura muy estetizante. En su primer libro, publicado bajo el seud¨®nimo de Julio Denis, dec¨ªa usted cosas como "Hoy el horizonte ten¨ªa un color mallarm¨¦". Quiz¨¢ el conflicto sea mayor en us?ted que en otros escritores que no hayan practi?cado nunca una literatura tan hiperindividualista.
¡ªS¨ª, eso es cierto; pero esa etapa superestetizante la liquid¨¦ muy pronto, y cuando empec¨¦ a escribir cuentos eso se nota cada vez menos. El problema fundamental es que para m¨ª lo fan?t¨¢stico es un elemento de elecci¨®n, lo ha sido desde mi infancia, es mi coto de caza. Y lo fan?t¨¢stico exige un lenguaje en donde los elemen?tos no estetizantes, pero s¨ª est¨¦ticos, est¨¦n utili?zados a su m¨¢xima potencia, porque tienes que extra?ar, desconcertar, descolocar al lector. Por eso el proceso de uni¨®n es penoso y dif¨ªcil. Si eres un animal literario como yo lo soy, por vocaci¨®n y por naturaleza, es relativamente f¨¢?cil entregarse a la escritura, y las dificultades est¨¢n en ir subiendo, digamos, por el camino de la perfecci¨®n literaria. Pero si descubres un d¨ªa, de golpe, que tienes una responsabilidad extra- literaria, pero que la tienes, sobre todo, porque eres escritor, ah¨ª empieza el drama. Porque, ?cu¨¢l es la raz¨®n de que un art¨ªculo pol¨ªtico m¨ªo sea muy comentado, muy reproducido, muy le¨ª?do? No es porque yo tenga el menor talento po?l¨ªtico, que no lo tengo, sino porque, tras mu?chos a?os de escribir s¨®lo literatura, t¨² lo sabes muy bien, tengo una gran cantidad de lectores. Entonces, mi responsabilidad como argentino y como latinoamericano frente a los problemas 12 pavorosos que tienen nuestros pa¨ªses es aprove?char ese acceso a miles de personas. Yo s¨¦ que hay p¨¦rdidas, lo s¨¦ muy bien; s¨¦ que si me dedi?cara s¨®lo a literatura ese libro con el que estoy so?ando quiz¨¢ estuviera terminado ya. Pero como tengo la intenci¨®n firme de escribirlo, no todo est¨¢ perdido.
Yo era un peque?o burgu¨¦s y consideraba que las manifestaciones populares eran una vulgaridad
¡ªNo quisiera parecer impertinente, pero creo notar en su respuesta una especie de deseo de justificaci¨®n, de autoconvencimiento.
¡ªPero, claro, claro que tengo que conven?cerme y justificarme a m¨ª mismo. Porque yo tengo todo lo que creo que caracteriza a un ser humano m¨¢s o menos com¨²n, es decir, tengo debilidades, renuncias, ca¨ªdas y cobard¨ªas. Tengo ese deseo de volver a mi casa literaria y decirles a los dem¨¢s compa?eros: bueno, ese trabajo de tipo ideol¨®gico o pr¨¢ctico h¨¢ganlo ustedes, que es, en definitiva, lo que saben ha?cer,. y d¨¦jeme a m¨ª en paz con mi literatura. Y estoy todo el tiempo luchando contra esos sen?timientos.
¡ªEsto suena un poco a masoquismo judeo-cristiano. Quiero decir, que como escribir le pa?rece demasiado f¨¢cil, supone que debe ser algo malo.
¡ªEscribir no es nada f¨¢cil.
¡ªPero le resulta m¨¢s placentero que hacer pol¨ªtica.
¡ªSin duda; s¨ª, me complace m¨¢s, me halaga m¨¢s, es m¨¢s hermoso, porque no se trata de un deber.
¡ªA eso me refiero. Quiz¨¢ por ese culposo sentimiento de responsabilidad que vivimos en nuestra cultura usted siente que lo placentero ha de ser m¨¢s pecaminoso, y que lo otro, la de?dicaci¨®n pol¨ªtica, ha de ser mejor, puesto que es m¨¢s dura.
No, no; esas son reflexiones como calvinistas, luteranas o algo por el estilo, tocan ya el dominio de lo moral. No, mira: yo trato de analizarme y autocriticarme de la manera m¨¢s l¨²cida en ese terreno, porque es un terreno muy peligroso, en el que montones de gentes se fabrican buenas conciencias con excesiva facilidad. Y lo que sucede es que yo no podr¨ªa escribir una novela ahora si, mientras lo estoy haciendo, abro el peri¨®dico y me encuen?tro con que est¨¢ sucediendo una cosa en Chile, en Uruguay o en Argentina; una injusticia entre la cual yo puedo tener una intervenci¨®n de algu?na eficacia, aunque sea una eficacia m¨ªnima, porque no me hago ilusiones respecto a los po?deres de la literatura y la palabra. Pero ?t¨² sa?bes lo que significa para m¨ª el hecho de que, des?pu¨¦s de una ofensiva de telegramas, cartas, art¨ªculos, presiones sindicales, de todo, se con?siga que sea puesto en libertad un individuo que iba a ser ejecutado o que estaba siendo tortura?do? Esto justifica una vida. Si yo sigo, y se?guir¨¦, en este terreno es un poco por la recom?pensa de tipo humano. Porque, bueno, despu¨¦s puedo escribir un cuento sin sentirme tan desdichado, sin sentirme con tan mala con?ciencia.
¡ªQuiz¨¢ esa mala conciencia aumente proporcionalmente respecto al ¨¦xito como escri?tor. Quiero decir, que usted me parece un hom?bre de moral estricta, casi dir¨ªa escrupulosa, y quiz¨¢ se sienta sobrepasado por su enorme ¨¦xi?to, por su consagraci¨®n como escritor.
¡ªTe voy a hablar muy claramente: me mo?lestan las sacralizaciones tipo Elvis Presley o Marilyn Monroe, porque creo que son absur?das en el campo de la literatura; creo que ah¨ª entra en juego un fanatismo que no tiene nada que ver con lo literario. Pero, dicho eso, por otro lado no tengo ninguna falsa modestia. Yo s¨¦ muy bien que lo que llevo escrito se merece el prestigio que tiene, y no tengo ning¨²n incon?veniente en decirlo. Y puedo a?adir algo que pondr¨¢ verde a mucha gente, porque lo consi?derar¨¢n de un narcisismo y un egotismo mons?truoso: lo cierto es que, haciendo el balance de la literatura de la lengua espa?ola, y conside?rando el total de los cuentos que he escrito, que son muchos, m¨¢s de setenta, pues, bueno, yo estoy seguro de que, en conjunto, cuantitativa?mente, he escrito los mejores cuentos que ja?m¨¢s se han escrito en lengua espa?ola. Ahora imag¨ªnate la cara que va a poner la gente si pu?blicas eso...
¡ªY lo voy a publicar, claro.
¡ªMe importa un bledo, porque es verdad, y porque adem¨¢s agrego a eso lo siguiente, y tam?bi¨¦n lo vas a publicar, porque si no me enojo contigo: que, cualitativamente, conozco cuen?tos individuales que, en mi opini¨®n, son mejo?res que cualquiera de los m¨ªos. O sea, que eso de la sacralizaci¨®n y la fama, cuando consiste s¨®lo en las tonter¨ªas y los oropeles, me disgustan; pero tengo, sin embargo, una conciencia muy clara de lo que he hecho y s¨¦ muy bien lo que signific¨®; en el panorama de la literatura latinoamericana, la aparici¨®n de Rayuelo. Yo ser¨ªa un imb¨¦cil o tendr¨ªa una falsa modestia repugnante si no dijese esto.
Transcritas, sus respuestas parecen m¨¢s agresivas de lo que en realidad son. Porque Cort¨¢zar muestra cierta tendencia al refunfu?e; pero es el suyo un malhumor afable, juguet¨®n, como utilizado a prop¨®sito para no desmerecer en el cat¨¢logo de ogros. Protesta constante?mente por la duraci¨®n de la entrevista; devora con fruici¨®n escalopines; se apoya de tanto en tanto, con la mirada, en la presencia de Carol, su compa?era ¡ªrubia, inteligente, joven¡ª, que est¨¢ sentada frente a ¨¦l; habla, gru?e, son?r¨ªe, gargariza sus erres atrancadas, intenta pa?recer terrible y ofrece, sin embargo, una imagen de ingenuidad indescriptible.
¡ªUsted se exili¨® a Francia hace muchos a?os. Dej¨® su pa¨ªs, quem¨® las naves, se march¨® sin un duro a Par¨ªs. ?Por qu¨¦?
¡ªYo me fui de la Argentina no tanto por el hecho de que hubiera cosas que me molestaban de Argentina, que las hab¨ªa, sino porque Fran?cia representaba para m¨ª, en esos momentos, un polo de atracci¨®n enorme. Yo ten¨ªa ya m¨¢s de treinta a?os, y hab¨ªa agotado, en la medida de mis posibilidades, el panorama que me pod¨ªa ofrecer la cultura nacional que me rodeaba. Siendo completamente apol¨ªtico, como lo era en aquella ¨¦poca, no ten¨ªa ning¨²n contacto his?t¨®rico con la realidad de Argentina, sino un contacto est¨¦tico. Y ten¨ªa el convencimiento de que Francia no me iba a empobrecer como ar?gentino, sino al contrario, que me iba a dar una nueva ¨®rbita, nuevos aires. Y creo, sin jactan?cia, que eso es lo que sucedi¨®, o sea, que yo creo que me volv¨ª todav¨ªa m¨¢s argentino estando en Par¨ªs, porque all¨ª descubr¨ª algo que los argentinos, en gene?ral, no saben, y fue el hecho de ser latinoame?ricano.
¡ªDice usted que hab¨ªa cosas que le molesta?ban de Argentina cuando se fue...
¡ªS¨ª. En aquel entonces, y aun sin tener una participaci¨®n pol¨ªtica, el movimiento peronista me molest¨® profundamente. Yo me sent¨ªa muy antagonista hacia ¨¦l, por razones est¨¦ticas. En este sentido, he hecho una autocr¨ªtica cruel de m¨ª mismo, y no tengo ning¨²n inconveniente en volver a repetirla. Yo era un joven peque?o burgu¨¦s europeizante, a quien le molest¨® pro?fundamente esa ola del peronismo de la ¨¦poca, que consideraba de una profunda vulgaridad ¡ªy dice profunda con tal ¨¦nfasis que se adivina la hondura de su pasada repugnancia¡ª y qu¨¦ invadi¨® Buenos Aires cuando la gente del inte?rior, llamada por el levantamiento de masas que hizo Per¨®n, se volc¨® en la ciudad. Porque aparecieron los que nosotros llam¨¢bamos cabecitas negras, es decir, toda la gente de piel oscu?ra. Hay un cuento m¨ªo, incluso, de aquella ¨¦poca, que como cuento me gusta mucho, en donde hago una descripci¨®n muy peyorativa de la gente del campo, cosa que jam¨¢s har¨ªa hoy, porque he aprendido a conocerles y a estar cer?ca de ellos en su drama actual. De modo que, si a estas razones de hostilidad que te cuento unes el deseo de ir a Europa por lo que ella po?d¨ªa ofrecerme, comprender¨¢s que el irse fue muy f¨¢cil: fue simplemente vender lo que ten¨ªa, que era muy poco, y saltar al barco.
¡ªLo curioso es que de ese salto, provocado en parte por hostilidad a los cabecitas negras, fue pasando, poco a poco, a posiciones ideol¨®?gicas contrarias.
¡ªNo fue tan poco a poco. Yo te dir¨ªa, aun?que parezca una cosa literaria y un poco narcisista, que, a mi manera, a mi pobrecita manera, tuve mi camino de Damasco. No me acuerdo muy bien de lo que pas¨® en ese camino, creo que Saulo se cay¨® del caballo y se convirti¨® en Pablo, ?no? Bueno, yo tambi¨¦n me ca¨ª del caballo y eso sucedi¨® con la revoluci¨®n cu?bana.
¡ªCuando usted fue a Cuba en 1961.
¡ªExacto. Yo hab¨ªa seguido a trav¨¦s de los peri¨®dicos la lucha cubana, desde 1959, a tra?v¨¦s de los peri¨®dicos, y hab¨ªa algo ah¨ª que me parec¨ªa diferente. Despu¨¦s de ocho o nueve a?os de vida en Par¨ªs, evidentemente, yo hab¨ªa ido madurando sin darme cuenta de ello, por?que el melocot¨®n no sabe que madura, y el hombre, tampoco. Y, de golpe, se produce la revoluci¨®n cubana, y a m¨ª me atrajo, y busqu¨¦ la ma?era de ir, de conseguir entrar, que no era f¨¢cil, y, de golpe, eso fue: ah¨ª me ca¨ª del caballo. Porque? por ejemplo, las manifestaciones pero?nistas en Buenos Aires me produc¨ªan espanto; yo me encerraba en casa y escuchaba una sona?ta de Mozart mientras afuera gritaban: "?Pe?r¨®n, Per¨®n, Evita, Evita!". Bueno, pues de gol?pe, en La Habana, asist¨ª a una inmensa manifestaci¨®n ¡ªy cuando dice inmensa est¨¢ claro que quiere decir inmensa¡ª, donde Fidel hac¨ªa un discurso, y all¨ª me sent¨ª profundamen?te feliz, en aquella especie de comuni¨®n. Y me dije: hombre, lo de Buenos Aires me causaba espanto, esa congregaci¨®n de gentes del pue?blo, y aqu¨ª me siento identificado. A partir de ah¨ª, la autocr¨ªtica continu¨® de forma encarni?zada.
Enciende deleitosamente el postre de su puro y hace su broma n¨²mero 117 sobre la ex?cesiva duraci¨®n de la entrevista.
¡ªOtro tema t¨®pico con respecto a usted es su aspecto f¨ªsico; tiene usted 66 a?os, y, sin embargo, parece poseedor de la eterna ju?ventud, como si hubiese hecho un pacto con lo fant¨¢stico, ese terreno que usted conoce tan bien.
¡ªTe digo una cosa francamente: esta me pa?rece una pregunta que est¨¢ muy por debajo de la calidad de las dem¨¢s.
¡ªNo es una pregunta, es una introducci¨®n ¡ªdisimulo, reculando ante su arrebato ogril, que suena por vez primera verdaderamente en?rabietado¡ª. No se trata s¨®lo de su aspecto, Sino tambi¨¦n de esa especie de ingenuidad vital que parece usted tener. Me han dicho que es f¨¢cil verle pasear por Par¨ªs, a su edad, cogido de la mano de su mujer, como un novio adoles?cente. No es un gesto normal.
¡ª?Crees que es anormal?
¡ªMe refiero a que no est¨¢ dentro de la nor?ma, es decir, que no es com¨²n, por desgracia. Pienso que los hombres y, sobre todo, en cultu?ras muy machistas, como la rioplatense, de la que usted procede, est¨¢n educados en la repre?si¨®n de sus emociones.
¡ªS¨ª, s¨ª, tienes raz¨®n, y comprendo que te pa?rezca extraordinario; a m¨ª no me lo parece en absoluto, sino que me parece consecuente con una actitud anti machista que creo que se nota en la segunda mitad de lo que he escrito, por?que en la primera fui bastante machista.
¡ªEso iba a preguntarle. Porque, por ejem?plo, en Rayuela...
¡ªS¨ª, s¨ª; yo ten¨ªa todas las adherencias argentinas, que son inconscientes, como todo este tipo de adherencias: uno es machista sin saber que lo es. En Rayuela yo califiqu¨¦ a los lectores pasivos de lectores hembras, lo cual me ha vali?do una lluvia de palos en mis ¨²ltimos viajes por Am¨¦rica Latina. Hace mucho que dej¨¦ de pen?sar as¨ª, pero en aquella ¨¦poca ca¨ª en la trampa, como siguen cayendo hoy tantos machistas. Ahora que las mujeres hablan de liberarse, yo, personalmente, creo que, en mi plano, estoy quiz¨¢ tambi¨¦n liberado.
¡ªYo no me atrever¨ªa a decir de m¨ª misma que estoy liberada.
¡ªBueno, no, yo tampoco; adem¨¢s, Carol me llama machista cada dos d¨ªas, muy amablemente, cuando me pesca gestos y reacciones... Pero creo que, en lo fundamental, s¨ª he cam?biado.
¡ªEs curioso: en su obra, la mujer es un obje?to que usted rodea de ternura y admiraci¨®n, pero que no tiene entidad propia, es s¨®lo un punto de referencia. Ahora, en cambio, ha es?crito un cuento protagonizado por una mu?jer, en Queremos tanto a Glenda, su ¨²ltimo libro.
¡ªS¨ª, yo creo que ahora soy menos tierno con la mujer, pero m¨¢s justo. Ese cuento al que te refieres est¨¢ escrito deliberadamente as¨ª. Y escribir como mujer es muy dif¨ªcil.
¡ªQuiz¨¢ me equivoque, pero yo he observa?do que, cuanto m¨¢s objetualiza un hombre a la mujer, m¨¢s dependencia tiene de ella, mayor in?capacidad de vivir solo. Usted ha sido siempre un hombre acompa?ado, ha pasado de una pa?reja a otra sin vac¨ªos... ?No le suceder¨¢ algo de esto?
¡ªYo pienso que s¨ª, porque antes de irme a Europa, en Argentina, yo viv¨ªa solo, muy solo, pero me sent¨ªa muy lejos de ser feliz. Aunque yo no atribu¨ªa esta infelicidad a la soledad, sino a otros motivos. Pero cuando llegu¨¦ a Par¨ªs, al principio, la soledad era muy dura, muy pesa?da. Y all¨ª comprend¨ª que la soledad no era na?tural para m¨ª, y entonces la relaci¨®n de pareja se hizo casi necesariamente. Pero nunca me planifiqu¨¦ la vida en ese sentido, ya sabes, lo del jovencito que tiene ya trazado su plan de vida: a los veintid¨®s a?os me caso; a los veinti?tr¨¦s; el primer ni?o; luego, la carrera en el ban?co, y todo lo dem¨¢s. No; eso me produce un espanto incalculable.
¡ªDice usted que no planif¨ªca el futuro, pero quiz¨¢ intente, de una manera vaga, escaparse de un futuro desagradable. Por ejemplo, usted quiz¨¢ procura poner los medios para no vivir una vejez en solitario.
¡ªMira: hace veinte a?os yo podr¨ªa haberme planteado el problema del futuro en t¨¦rminos amenazantes, y nunca lo hice. Me instal¨¦ re?sueltamente en el presente, porque me parece que ¨¦ste es tan rico, tan inagotable, que poner?se a pensar en el futuro es una especie de mas?turbaci¨®n mental. Y si en esa ¨¦poca no me pre?ocup¨¦, imag¨ªnate ahora, cuando mi futuro est¨¢ muy limitado, muy disminuido, porque yo ya soy un viejo... ?Qu¨¦ sentido tiene el futuro para m¨ª? Bueno, eso de viejo es una coqueter¨ªa, por?que yo me siento extremadamente joven y con la intenci¨®n de vivir lo m¨¢s posible, siempre instalado en el presente. Porque el futuro s¨®lo lo veo a un nivel pol¨ªtico, es decir, pienso en el futuro de Am¨¦rica Latina, y ah¨ª me incluyo como ideal, como deseo.
S¨®lo el sentido del humor, cauto y socarr¨®n, tamiza su aparente inocencia, ese optimismo cr¨¦dulo, quiz¨¢ un poco iluminado, de humanis?ta atormentado en pos de una salvaci¨®n de la que duda. "Ese futuro como ideal pol¨ªtico", le comento, "viene posiblemente de la necesidad de trascendencia: unos se escapan de la idea de la muerte proyect¨¢ndose en la literatura; otros, en un colectivo revolucionario..."
¡ªEn todo caso, hay una cosa que no me preocupa en el futuro, y es la noci¨®n de la su?pervivencia literaria, el prestigio, la fama, lo que yo ser¨¦ dentro de veinte a?os... Con la ace?leraci¨®n hist¨®rica que estamos viviendo, ningu?no de nosotros ser¨¢ nada dentro de veinte a?os. Adem¨¢s, ?se hablar¨¢ entonces de litera?tura, con el avance vertiginoso de los medios audiovisuales, con las nuevas t¨¦cnicas? Yo me pregunto cu¨¢l ser¨¢ el destino del libro; dudo que sea algo m¨¢s que un inmenso archivo de microfilmes para los historiadores... Y anda t¨² a leer Rayuela en microfilme. ?A qui¨¦n le va a importar?
Y sonr¨ªe, cansado, descomunal, con su cara de ogro pl¨¢cido y decente.
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