Tesoros escondidos
Otros tesoros se gastan, se agotan, procuran una felicidad ef¨ªmera, un placer transitorio. Mi tesoro, en cambio, es inmortal
Abundan en las casas donde varias generaciones de la misma familia han vivido s¨®lo en verano. Pueden estar a la vista, camuflados entre trastos viejos y ropas de otras temporadas, o encerrados en cajas. Son tan humildes, tan peque?os, que no llaman la atenci¨®n. Como ocurre con todos los tesoros escondidos, s¨®lo los encuentra quien se toma el trabajo de buscarlos.
La edad m¨¢s indicada para hacer fortuna con ellos es la adolescencia, pero resultan tambi¨¦n muy valiosos en la infancia, y en cualquier etapa de la edad adulta. Tienen la virtud de refrescar las espesas, sofocantes siestas del mes de agosto, como sabr¨ªan calentar las largas noches de invierno si alguien pudiera disfrutarlos en una casa que no estuviera cerrada. Yo lo s¨¦ porque los busqu¨¦, los encontr¨¦ hace muchos a?os y los poseo todav¨ªa, los poseer¨¦ por siempre jam¨¢s. Otros tesoros se gastan, se agotan, procuran una felicidad ef¨ªmera, un placer transitorio. Mi tesoro, en cambio, es inmortal. No sabe marchitarse.
Como ocurre con los tesoros escondidos, s¨®lo los encuentra quien se toma el trabajo de buscarlos
En la casa donde pas¨¦ los veranos de mi infancia hab¨ªa muchos libros, una biblioteca de estaci¨®n, m¨¢s bien de aluvi¨®n, vol¨²menes amontonados durante a?os sin orden ni concierto. Recuerdo novelas de Simenon, de Agatha Christie, best sellers de los setenta del siglo pasado ¨CLove Story, Harold Robbins y otros autores, muy famosos entonces, cuyo nombre ya he olvidado¨C que nadie declaraba haber comprado aunque veraneaban de a?o en a?o en las estanter¨ªas, y una delegaci¨®n veraniega de la biblioteca de mi abuelo, libros grandes o peque?os, todos igual de adustos y temibles para m¨ª hasta que abr¨ª por primera vez un tomo de las Obras Completas de Benito P¨¦rez Gald¨®s.
Muchos a?os antes descubr¨ª, en una esquina de la buhardilla, dos cajas de cart¨®n repletas de vol¨²menes de tapa dura de color verde agua, con una ilustraci¨®n a pluma en la portada, que me hicieron feliz varios veranos. Casi todo eran novelas de aventuras, salpicadas por alguna cursilada ¨Cla condesa de Segur, el Padre Coloma¨C que mi olfato descart¨® con mucha facilidad. As¨ª empec¨¦ a vivir en las islas. Las hab¨ªa misteriosas, tropicales, volc¨¢nicas, ¨¢rticas, y algunas ten¨ªan nombre, la mayor¨ªa ni eso, aunque todas eran igual de peligrosas. Tambi¨¦n viv¨ª en el mar, en largas traves¨ªas plagadas de tormentas, de ballenas, de naufragios, de pulpos gigantes y admirables submarinos, pero sin desde?ar la tierra firme. As¨ª conoc¨ª mundo, cabalgu¨¦ por las praderas, dorm¨ª en igl¨²s, visit¨¦ la Patagonia y el Polo Norte, las islas del Pac¨ªfico y la estepa siberiana, y en todos esos lugares arriesgu¨¦ la vida, pero siempre volv¨ª para contarlo.
Luego aprend¨ª que me hab¨ªa tocado vivir en una ¨¦poca en la que los lectores adultos, presuntamente maduros, desde?an la novela en general y la novela de aventuras en particular. Desde ese instante me declar¨¦ insumisa, rabiosa partidaria de la felicidad que me hab¨ªan regalado todos aquellos libros con tapa dura del color del agua. Todos los veranos los recuerdo. Todos los veranos vuelvo a sentir la llamada de la selva, el eco de los tambores que suenan al pie de los volcanes, el estruendo de las trompetas que preceden a las cargas de caballer¨ªa. Todos los veranos vuelvo a leer, al menos, uno de aquellos libros. Algunos me parecen ahora m¨¢s bien torpes, atrapados en una inverosimilitud barroca e ingenua al mismo tiempo, pero aun as¨ª, casi siempre logran tenerme en vilo hasta la ¨²ltima p¨¢gina. Otros eran, son y ser¨¢n por siempre obras maestras de la gran literatura, esa que desprecia los g¨¦neros, las clasificaciones, los apellidos.
La novela de aventuras es el term¨®metro de la emoci¨®n, el territorio de los miedos razonables
La novela de aventuras, que ten¨ªa lectores de todas las edades antes de que alguien se inventara la etiqueta de la literatura juvenil, es el term¨®metro de la emoci¨®n, el territorio de los miedos razonables, la casa natal de los hombres y las mujeres valientes que se enfrentan a la naturaleza, a lo desconocido, a lo monstruoso, a brazo partido, sin m¨¢s armas que su coraje, su astucia y, acaso, un rifle o un simple machete. Por eso, ofrecen un aprendizaje tan bueno como cualquier otro de las virtudes y las flaquezas humanas.
Las casas de verano suelen tener desvanes, trasteros abarrotados de cosas. En ellos suele haber trastos viejos, revistas de otras ¨¦pocas, ba¨²les con zapatos y trajes de novia que ya nadie recuerda qui¨¦n se puso por primera vez, discos de vinilo, documentos de los antepasados de cada cu¨¢l, fotograf¨ªas antiguas y novelas de aventuras.
Si las buscan, las encontrar¨¢n. No las desde?en, porque cada una encierra un tesoro escondido.
www.almudenagrandes.com
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.