El p¨¢jaro del dulce encanto
?Volver¨ªa a dejar la literatura para entregarme a la revoluci¨®n que derroc¨® a Somoza?
?Este nuevo aniversario de la revoluci¨®n que triunf¨® en Nicaragua en 1979 me sorprende en Santander, donde he terminado mi curso El autor y su obra con participantes de muy diversas edades, que han llegado de muy distintas partes de Espa?a, convocados por la Universidad Internacional Men¨¦ndez y Pelayo.
Las clases se han celebrado en la casa del faro en esta pen¨ªnsula en cuya cima se alza el palacio de la Magdalena, y desde las ventanas se ven pasar las embarcaciones que van entrando lentamente a la rada del puerto. Qu¨¦ escenario tan distinto y distante a aquel de la plaza de la Revoluci¨®n en Managua, cuando el aire se llenaba con salvas de fusiler¨ªa y repicaban las campanas entre el agitar de las banderas.
Otros art¨ªculos del autor
Mis estudiantes no esconden su curiosidad al enfrentarse con alguien que les habla de los vericuetos de las invenciones literarias habiendo sido protagonista de una revoluci¨®n, y no se resisten a interrogarme sobre esa vida que un d¨ªa llev¨¦.
Vida y literatura se mezclan de manera indisoluble. Y, otra vez, como ahora, se me termina preguntado: ?volver¨ªa a hacer lo mismo, abandonar la literatura para entregarme a una revoluci¨®n? ?No me parece que si al fin de cuentas todo vino a resultar en lo contrario, aquella lucha no vali¨® la pena?
Quienes me hacen esas preguntas saben en qu¨¦ vino a resultar la revoluci¨®n en Nicaragua, aunque hayan llegado aqu¨ª seducidos por la literatura, a la que aman. Es, adem¨¢s, una revoluci¨®n, que en su momento de gloria, levant¨® fervor en Espa?a. Son las mismas preguntas que intent¨¦ dilucidar en mi libro de memorias Adi¨®s muchachos, y que respondo ahora a mis alumnos, que esperan con atenci¨®n mis respuestas.
Y esas respuestas no han variado desde aquel entonces, en la medida en que los ideales que estaban conmigo, indisolublemente unidos a m¨ª y a tantos otros la tarde en que entramos en triunfo a aquella plaza 36 a?os atr¨¢s, siguen siendo los mismos.
Los ideales tienen necesariamente una calidad que no se deteriora con el paso de los a?os, o nunca lo fueron. Libertad y democracia, equidad y justicia. Palabras simples, y tan necesarias, por las que dieron su vida miles de j¨®venes que lucharon por derrocar a aquella dictadura de la familia Somoza; los mejores que ha dado Nicaragua en toda su historia, los m¨¢s generosos, los m¨¢s desprendidos, los m¨¢s desapegados de intereses materiales, ambiciones de riqueza, o de poder personal.
Los ideales tienen necesariamente una calidad que no se deteriora con el paso de los a?os
Como he venido desde el otro lado del mar para hablar de la majestad de la invenci¨®n, les relato a mis alumnos una historia que ha estado desde siempre en el imaginario an¨®nimo de Nicaragua, y que se cuenta de boca en boca. Yo la escuchaba relatar de ni?o. Es la historia del p¨¢jaro del dulce encanto. Se trata de un p¨¢jaro de bello plumaje y colores refulgentes que vuela sobre las cabezas incitando a cogerlo, y cuando alguien alza las manos y lo atrapa, s¨®lo le queda en ellas un mont¨®n de excremento.
Esta no es sino una par¨¢bola de la frustraci¨®n y el desenga?o repetidos, la forma en que la sabidur¨ªa popular se previene a s¨ª misma de no dar cr¨¦dito a las quimeras que toda la vida acabar¨¢n convertidas en detritus; pero, al fin y al cabo, es una advertencia contra la inutilidad del esfuerzo por cambiar las cosas, y es all¨ª donde la moraleja se vuelve perversa. Siempre vamos a tener, al final, las manos llenas de excremento, y la belleza de los sue?os cumplidos no existe.
Pero no es cierto que seamos el ¨²nico pa¨ªs de Am¨¦rica Latina condenado a la repetici¨®n del fracaso. No podemos aceptar que nuestra historia sea un juego de espejos donde una dictadura refleja a otra, donde un caudillo encuentra su sucesor en otro caudillo, donde una familia se entroniza en el poder s¨®lo para dar paso a otra familia. Donde la democracia, las instituciones firmes, la libertad de elegir a los gobernantes, ser¨¢n siempre s¨®lo un remedo, o una burla, una pantomima tr¨¢gica.
Quiz¨¢s lo que nos ha ocurrido, les digo a mis estudiantes, y ya nos apuramos porque nos anuncian la ceremonia de entrega de los diplomas, es que hasta ahora el que ha revoloteado sobre nuestras cabezas es el p¨¢jaro falso. El otro, el verdadero, hay que hacerlo entre todos, pluma por pluma. El que realmente nos merecemos. Y lo tendremos.
Sergio Ram¨ªrez es escritor.
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