¡®Poner en valor¡¯ el idioma espa?ol
Las clonaciones que se toman de otros idiomas desplazan en su depredaci¨®n la riqueza de nuestra lengua
La lengua propia de los pol¨ªticos ha aportado en los ¨²ltimos a?os un nuevo caso de amaneramiento con visos de elegancia que deriva en uso deplorable: ¡°poner en valor¡±.
Nada se elogia, se destaca o se resalta. A nada se le da relevancia o realce, y nada se aprecia o se estima. Lo que mola es ponerlo en valor.
La expresi¨®n se ha extendido con tanta afici¨®n, que suelen sucumbir a ella lo mismo el ministro que el alcalde ped¨¢neo. Si alguien quiere sentirse parte de la clase pol¨ªtica, debe decir cada dos o tres frases que pone algo en valor.
El acad¨¦mico Emilio Lled¨® comentaba el domingo 14 de junio, entrevistado en El Mundo, que le horroriza esa expresi¨®n. Si apareciera s¨®lo ocasionalmente, quiz¨¢ la ver¨ªamos como un hallazgo de estilo. Pero el estilo es sorpresa, y ya no produce extra?eza que alguien use y use y use semejante f¨®rmula.
Si alguien quiere sentirse parte de la clase pol¨ªtica, debe decir cada dos o tres frases que pone algo en valor
Antes que en espa?ol, en franc¨¦s se ha venido diciendo mettre en valeur, forma que se consolid¨® en ese idioma como locuci¨®n verbal para significar lo que en nuestra lengua expres¨¢bamos con verbos como ¡°elogiar¡± o ¡°resaltar¡± y con locuciones como ¡°dar valor¡± o ¡°dar importancia¡±. A esas opciones acuden los traductores de aquel idioma cuando se encuentran oraciones como ¡°le ministre a mis en valeur l¡¯education¡±, de tal modo que el ministro, suponemos que franc¨¦s, otorg¨® gran importancia a la educaci¨®n.
En espa?ol usamos ¡°poner en claro¡± o ¡°poner en solfa¡± o ¡°poner en duda¡±. Y tambi¨¦n ¡°poner en valor¡± si uno quiere. La gram¨¢tica no se enfadar¨¢ por eso. El problema radica en que nuestros pol¨ªticos dan la impresi¨®n m¨¢s de ¡°ser hablados¡± que de ¡°hablar¡±, como si un ente manipulador, y a veces cursi, moviera todos sus hilos y sus cuerdas (vocales) y los manejara cual marionetas id¨¦nticas, aun de diferentes partidos. Se repiten, se repiten y se repiten. Y, de nuevo, las clonaciones que se toman de otros idiomas desplazan en su depredaci¨®n la riqueza de nuestra lengua.
Tal abuso, y eso es lo peor, puede acabar conduciendo a que nuestro vecino ponga en valor su huerto en vez de cultivarlo, a que nuestra amiga ponga en valor su casa en lugar de remozarla, a que pongamos en valor el frigor¨ªfico en vez de llenarlo de nuevo cuando se queda vac¨ªo, a que pongamos en valor la fabada en lugar de disfrutarla.
Ser¨¢ llegado entonces el momento de poner en valor el estilo, la ret¨®rica, el idioma. La sencillez. La b¨²squeda de las palabras precisas, las que cada cual elige para definir su discurso propio; y no las que colonizan el l¨¦xico de concejales y diputados y los separan cada vez m¨¢s del lenguaje que emplean los que todav¨ªa son sus votantes.
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